CUALQUIER CORAZÓN PUEDE INQUIETARSE

Miércoles 5 de Septiembre de 2018, Sevilla, Gimnasio del Devenir


Teide había incumplido su palabra, entrenó durante varios meses arduamente para desarrollar la técnica del boxeo, pero los mano a mano no eran lo suyo, se descontrolaba y terminando pegándole con todo a todo el que se le ponía cerca de los guantes. De repente, el chico, al que los tirabuzones se le habían controlado dejando pequeños rizos castaños alrededor de la frente, empezó a interesarse por otro deporte de contacto. En concreto, se fijó en que algunos de los chicos de su gimnasio quedaban eventualmente para jugar al fútbol en unas pistas que había cerca del gimnasio yendo calle arriba.

"Tay" que era como le apodaban los compañeros del gimnasio, había crecido, ya tenía dieciséis años, con el boxeo y el deporte continuo los brazos se le habían desarrollado, había pasado de tener una complexión normal, a poseer un porte atlético. Además había crecido varios centímetros, estaba cerca de medir 1,80 metros. El fútbol le había apasionado desde el principio, nada más que lo contempló, personas que golpeaban una pelota sin tener que poner una excusa. Se había quedado fascinado por el hecho de ver como la pelota cogía efectos diferentes dependiendo de cómo le propinaras la patada. Teide empezó a entrenar con ellos, hasta que adquirió condiciones para entrar en el equipo oficial del gimnasio. No ganaron el torneo, pero se acercaron lo máximo que pudieron teniendo en cuenta que era el primer año que se ponía a entrenar para una competición seria.

Hoy, Teide se dirige a los vestuarios del gimnasio para entrenar por última vez. Casi sin querer, golpea el saco un par de veces por los viejos hábitos, salta numerariamente a la comba, contando el número de saltos realizados y esboza concentración en forma de golpes directos y concisos y saltos repetidos y encadenados. Se siente concentrado, corre un poco en la cinta de correr y entonces el mundo se le viene abajo, había tratado de no darle importancia al hecho de que no vería más a sus compañeros, pero no todo se podía controlar, y el chico por mucho que tratara de ocultarlo, había establecido una rara amistad con aquellos chavales. El joven de dieciséis había decidido probar suerte en el nuevo Instituto al que ingresaría al día siguiente, quería continuar jugando al fútbol, por eso iba a tratar de realizar las pruebas de admisión para el equipo.

- Mañana voy a ser otro Teide-dijo el castaño antes de colocarse los calcetines tras una ducha caliente.

Jueves 6 de Septiembre de 2018, Sevilla

Teide inicia hoy su primer día como nuevo alumno del Instituto Luis de Góngora, abre los ojos despacio dando la bienvenida al amanecer con su mirada y luego se pone el uniforme obligatorio del colegio. Un polo de color celeste, unos vaqueros simples grises y náuticos.

Bajó a la cocina y no le dijo ninguna palabra a sus padres de mentira, seguía en sus trece de no establecer contacto con su nueva familia. Desayunó y se marchó. En la avenida de la calle paralela al Devenir había una parada de autobús por lo que solo tenía que caminar hacia allí para poder empezar puntualmente su primer día de Instituto. Llegó con 15 minutos de antelación a la hora acordada para hacer las pertinentes presentaciones.

Cuando estaba concentrado observando los Tablones para saber si había coincidido con alguien, un chico de estatura mediana y que va enfrascado en su mochila buscando un pedazo de desayuno sobrante que llevarse a la boca se termina chocando con él. Ambos muchachos caen al suelo y se golpean creando un estruendo alrededor de la sala.

El Góngora es un Instituto grande cubierto de escaleras para acceder a varias plantas, tiene una planta baja donde está la recepción o "pecera", allí era donde estaban colocados los tablones. El suelo era de baldosas blancas casi grises, había columnas que atravesaban el lugar, parecían ser las visagras del colegio. En el lateral izquierdo, justo al lado de la recepción se encontraba una sala con la biblioteca, y al fondo la luminosidad de un patio amplio de recreo y ocio brillaba en la lejanía.

-¿Dónde mirabas?-se sacudió Raúl Guzmán tras acariciarse la nuca por el golpe suave pero sonoro contra el suelo.

-¿Dónde miraba yo? ¡Dónde mirabas tú!-le miró Teide cabreado, a pesar de que el otro chico parecía estar bromeando.

-JAJAJAJA, no pillas las bromas a que no-el chico golpeó el hombro de Teide en símbolo amistoso.

-Me cuesta mucho entender las emociones de las personas-menudo primer día, el chico acababa de llegar y ya le había desvelado su secreto al primer alumno con el que había colisionado.

-JAJAJA, me caes bien, soy Raúl, Raúl Guzmán-el otro alumno le tendió la mano a Teide para ayudarlo a levantarse, ya que él estaba de pie, mientras que este segundo se encontraba todavía sobre las baldosas del Instituto.

Raúl Guzmán Levante, era un chico rubio de ojos verdes casi azules, cabellos rebeldes por todas partes, llevaba un gorro para tratar de ocultar los que estaban desordenados. Parecía fuerte, tenía piernas con gemelo y cuádriceps marcados, pero sin llegar a la exageración. El chico tenía una sombra que rodeaba la zona de los labios y que simulaba una barba en proceso de adolescencia que estaba naciendo lentamente.

No les dio tiempo a los dos a hacer algo más que firmar una amistad y desayunar sentados en un banco explicando las razones por las que habían acabado en aquel Instituto, porque una señora ancha de caderas salió por la puerta de la pecera con papeles que estaba colgando repartidos por los Tablones.

Teide leyó su nombre y empezó a leer alrededor, descendiendo la mirada poco a poco. En el fondo deseaba que Raúl, el chico al que acababa de conocer, y con el que había hecho buenas migas desde el principio. Las clases se dividían por bloques según el idioma en el que quisieras estudiar las asignaturas, incluso podías estudiarlas en alemán si estabas muy preparado.

Clase 1 de Bachillerato No Bilingüe

Teide Domínguez Fabre

Laura Noruega Hargreaves

María Valiente Perianez

Silvia Darío Gallego

Raúl Guzmán Levante


Ahí estaba, no quiso leer más, con haberse asegurado que su compañero de desayuno iba a estar junto a él, el resto le era indiferente.

Cuando terminó la lectura de los Tablones, les llamaron a todos para reunirlos en un salón de actos amplio, con multitud de sillas y un proyector al fondo. La sala era de madera, un par de luces colgaban de pequeñas aberturas en las paredes y en el techo, además de sillas había moqueta de color rojo envolviendo las losas de esta zona del Instituto.

Un hombre mayor, de pelo blanco canoso, probablemente de unos cincuenta, cincuenta y cinco años, gafas cuadradas y el aire de la inteligencia en la mirada subió las escaleras del escenario que se encontraba junto a las sillas y se acercó al micrófono que había en el centro. El hombre no era calvo, pero el pelo apenas crecía, rodeaba la coronilla y escasas zonas de los laterales, llevaba un chaleco azul oscuro y camisa celeste, además de unos vaqueros y unos zapatos negros demasiado formales. Se aclaró la garganta con una botella que se encontraba en una mesa al fondo de la sala y dijo:

-Bienvenidos todos al Luis de Góngora, me llamo Alberto Galileo y soy vuestro director. A partir de ahora, se abre ante vuestros ojos una nueva oportunidad, todas las carreras a las que alguna vez habéis aspirado y habéis tachado de inalcanzables, todavía son posibles, pero tenéis que lucharlas.

-Somos exigentes con las notas, esperamos mucho de vosotros, nuestros profesores se implicaran en vuestra educación empleando todas las armas que poseen, más os vale mantener la media del Instituto o exactamente igual de alta, 8,2 o más alta-sonrió, pero parecía que era lo más serio que aquellos chicos habían escuchado en su vida-. A continuación os acompañarán a vuestras clases-el director no añadió nada más y todos los estudiantes/alumnos se levantaron de sus asientos.


Teide se levantó de su asiento buscando a Raúl con la mirada, el chico se encontraba apoyado en una pared al fondo de la sala. Parecía que no hubiera prestado atención a nada de lo que había salido de la boca del director.

-¿No has querido escucharle?-señaló por lo bajo al hombre mayor que lentamente se retiraba del escenario con elegancia, Alberto había cuidado la educación en cada palabra que les había dirigido.

-"El parabólica" siempre hace el mismo discurso, ya mentía sobre la media del Instituto antes de que yo llegara a este Instituto, imagínate-el chico cogió a Teide por los cordones que colgaban de la sudadera y tiró de ellos mientras reía-. Primera lección del Góngora, los cordones de la sudadera siempre escondidos-Raúl Guzmán se partía de risa, al mismo tiempo que la capucha de la sudadera amarilla de Teide se cerraba sobre su cabeza y le cortaba la circulación.

Teide no estaba enfadado, lo que solía ser habitual en él, todo lo contrario, reía con la broma y la seguía, lo que más gracia le había hecho era que para el mote del director no se hubieran fijado en la creciente calva del hombre.

-¿Por qué "El parabólica"?-le pudo al joven la curiosidad, que se aferraba a los misterios como si se tratasen de un primer amor vívido y placentero.

-Porque tiene las orejas tan grandes que si colocas tu teléfono móvil en un radio de 20/25 metros alrededor de él, pillas hasta wifi-Raúl comenzó a reír ante su propio comentario, con una risa limpia y contagiosa. Era evidente que su nuevo amigo se conocía bien el Góngora, no como él que acaba de llegar nuevo tras terminar con mucho esfuerzo y dedicación el último curso de su etapa en la ESO (Educación Secundaria Obligatoria)

Teide no pudo evitar reír ante la explicación, jamás se le hubiera venido a la cabeza un mote tan original y grotesco.

El resto de la mañana concurrió según la planificación, se presentaron todos sus compañeros, se presentó Teide, y luego les dejaron tiempo de ocio para que disfrutaran de una hora de recreo.

El patio era amplio, lo cubrían las columnas, había unas escaleras descendentes que culminaban en una especie de pista roja desgastada por las pisadas, con líneas blancas delimitando las zonas de fútbol y de baloncesto que habían perdido su blanco natural, pero que aun así se apreciaba.

Un chico de pelo negro, ojos marrón claro y piel blanca se colocó en el centro de la pista de fútbol y dijo:

-Buenas, todavía no me conocéis, pero me presento, soy Guillermo Blanco, el capitán del equipo de fútbol del Góngora, no voy a añadir mucho sobre mí, solo quería deciros que si queréis entrar en el equipo las pruebas se harán esta tarde y no vamos a dar muchas plazas-así concluyó su noticia/mensaje, con incertidumbre, sin dar ninguna información acerca de él o de su posición como jugador. Aunque había conseguido el suspiro de alguna de las chicas que atenta contemplaba cada palabra que salía de su boca.

El resto del día se terminó con la normalidad habitual, permitieron a los alumnos del Góngora marcharse antes, Teide se fue con Raúl por ahí. Se aprendió todos los sitios en los que se podía comer si un día no traía comida de casa.

Ese mismo día, el chico tenía lentejas con arroz esperándole en casa, esa comida no le disgustaba, su madre la preparaba bien, pero quería quedarse cerca del Instituto hasta que las pruebas concluyeran. No solo pensaba presentarse, tenía en su mente el objetivo de ocupar una de las pocas plazas que iban a repartir.

Antes de que pudiera parpadear, las pruebas habían comenzado, mucha resistencia y mucho correr de aquí para allá. Teide era segundo delantero o mediapunta normalmente, aunque también podía actuar de centrocampista/organizador de juego. Las pruebas las realizaron él y un chico bajito de constitución ancha, un tal Fausto. A pesar de que aquel chaval no cogía ninguna de las pelotas ni paraba ninguna de las embestidas de Teide, seguía insistiendo y empeñándose en detenerlo.

Las pruebas terminaron, Teide las pasó y Fausto también, eso no fue lo que sorprendió al muchacho, lo que llamó su atención fue descubrir quien era el portero que custodiaba la portería del Góngora, allí lo llamaban simplemente "Levante", pero era Raúl.

-¿Eres el portero del equipo?-se sorprendió Teide.

-Soy el portero, llevo en el equipo desde los inicios, no sabía que te gustaba el fútbol-ahora el sorprendido era Raúl.

Guillermo Blanco, aquel al que llamaban el arquero, hizo acto de presencia, había estado contemplando cada jugada, cada interacción, Fausto y Teide no eran los únicos que se presentaban, había más participantes, pero el único que había llamado la atención del capitán del Góngora era el tal Teide. El chico tenía habilidad y precisión a la hora de disparar, dos de las cualidades principales que debe poseer un buen delantero. Fausto había entrado porque su hermano Jorge era amigo de Guillermo y le había pedido el favor, pero también le había conseguido sorprender, tenía entereza, era terco y no daba un balón por perdido, había conseguido agradarle. El organizador de juego del Instituto se colocó alrededor de todos sus compañeros de equipo y dijo:

-Dadle la bienvenida a los nuevos integrantes del equipo-hizo un gesto con la mano y todos los chicos, incluido Raúl, rodearon a Teide y a Fausto.

Antes de que pudieran reaccionar, les habían colocado una nariz de pega alargada con gomillas.

-En el Góngora todos pasamos por esta humillación en símbolo de respeto por nuestro fundador, que sufrió esa situación a manos del fundador del otro Instituto, Francisco-Guillermo arrastró las palabras conforme se acercaba el final del nombre, parecía que verdaderamente le desagradaran los del otro Instituto con el que competían. Había más competidores, pero era conocido que la final siempre la afrontaban el Góngora y el Quevedo, Teide lo había leído al documentarse un poco sobre la historia tras el equipo del colegio. Al parecer se trataba de dos poetas que no se llevaban bien y estaban todo el tiempo peleando, al igual que los Institutos.

Terminó la reunión, todos se marcharon, hasta Raúl, que tenía prisa, pero Teide se quedó, quería hacerle un par de preguntas a Guillermo, que recogía en silencio los útiles empleados por el equipo a la hora de entrenar. Concluidas las preguntas, Teide comenzó a caminar hacia la salida, atravesando la entrada por la que había accedido al patio del Recreo donde eran las pruebas.

Durante su caminar, un ruido de brochas moviéndose de un lado para otro extrañó a Teide. Al mirar hacia arriba la vio, a una de sus nuevas compañeras de clase, la chica era castaña, con unos ojos tan claros que parecían del color del ámbar. La chica, cuyo nombre no recordaba, había dejada aparcada la escalera en una esquina y comenzó a caminar de forma descuidada por las aberturas del techo del Luis de Góngora, un mural de la figura del escritor desde un punto de vista más abstracto, como si fueran piezas de un puzzle que no terminaba de encajar del todo se mostraba ante los ojos del chico. Se encontraba recién pintado, la brocha en la mano de su compañera todavía goteaba. Ella, inherente a todo lo que sucediera a su alrededor, estaba concentrada en terminar la pintura, a la que le faltaban un par de pinceladas, llevaba unos cascos enormes rosas en las orejas, estaba concentrada únicamente en terminar lo que le habían encargado. En un despiste, la chica, que no alcanzaba con los dedos a acariciar una zona muy alejada, hizo el intento sin dudarlo, ocasionando que los pies no encontraran espacio sobre el que sujetarse y que la chica cayera desde la altura.

Teide se asustó, al ver como la chica desconocida para él hasta aquellos instantes se precipitaba por encima de él cayendo con celeridad, como a un par de saltos de distancia. El chico se activó, preocupado, y corrió lo más rápido que le permitieron sus piernas hasta recorrer la distancia pertinente para saltar y alcanzar a la chica con los brazos. Rodaron los dos por el suelo hasta quedar el uno encima del otro. Los ojos del chico se abrieron doloridos para contemplar como debajo de él, encerrada entre sus brazos se encontraba la chica. El joven que seguía con el corazón latiendo a mil por hora, quiso asegurarse que la chica no se había lesionado nada en la caída. Se puso de pie e hizo el intento:

-Sigue mi dedo-hizo que la chica que parecía mareada por la caída siguiera su dedo hacia un lado y hacia otro con la mirada.

-¿Cómo te llamas?-hizo una última prueba el muchacho, que creía conocer el nombre de la joven.

La chica, había cerrado los ojos ante la profundidad e intensidad con la que Teide le estaba mirando, sentía como si estuviera mirando tan dentro de ella con ese verde tan intenso que divergía en varias tonalidades más claras y más oscuras. Abrió los ojos ante la llamada del muchacho y dijo:

-Me llamo Silvia-se recompuso como pudo y añadió-Silvia Darío.

Teide ayudó a levantarse a la chica, en ese momento en el que su mano cogió la de Silvia, sintió un hormigueo al final de los dedos, pero por la prisa y el sobresalto lo confundió con una leve caricia, como si no hubiera un principio de física que los acabara de hacer colisionar desde las alturas y un principio de química que los acababa de presentar dejando rastros de una electricidad latente que no solo acababa de despertar, sino que no pensaba marcharse a ninguna parte y amenazaba con generar calambres si la situación volvía a repetirse.

Silvia al coger la mano de su salvador, notó como todo lo que se encontraba a su alrededor desaparecía, como esas ganas y prisas por terminar una pintura inacabada habían desaparecido, sustituidas por un verde que no dejaba de invadirla. Era como si hubiera caído dentro de un mar que no dejaba de moverse y de revolver cosas.

-Yo soy Teide-dijo el chico con voz suave, pero con un matiz ronco creciente propio de la pubertad.

Ambos se encontraban de pie, Silvia no dejaba de preguntarse por qué ya no quería pintar, Teide no dejaba de preguntarse por qué si tuviera que hacerlo de nuevo volvería a saltar, pero el tiempo volvió a su lugar, y los dos fueron conscientes de lo que les rodeaba.

Silvia, agradeció el gesto de Teide, recogió todo lo que había empleado para pintar el mural, que terminaría de perfeccionar al día siguiente e invitó al chico que había puesto su integridad física en peligro a un refresco.

Teide, pese a su esfuerzo por socializar, se limitó a responder preguntas normales, no demoró la conversación con Silvia más de lo necesario. Acompañó a la chica hasta un cruce en el que se dividieron sus caminos y prometieron volver a verse al día siguiente.

El chico llegó rápido a casa, abrió la puerta, accedió al ascensor y subió hasta la quinta planta. Tras cruzar la puerta de madera con la letra "C" marcada en color blanco, el chico se adentró a la cocina accediendo por la puerta de la derecha, había un pequeño televisor encendido en la misma en el que el pequeño de la familia estaba viendo los dibujos.

Arnau Franqueza, el chico de 10 años sordomudo, prestaba atención a los gestos que hacía el hombre que se encontraba en la esquina de la misma moviendo las manos enérgicamente, recalcando cada movimiento con suavidad.

Al comprobar que sus otros hermanos no estaban en la casa, se sentó en el sofá, resopló por el día tan agitado que había vivido y se dispuso a encender la tele.

-¡No enciendas la telee!-el susto que se llevó el chico fue tremendo, una chica de gafas, pelo negro y ojos negros, de piel medianamente morena, acababa de arrancar de sus manos el mando con una facilidad y velocidad pasmosa.

Teide miró a la chica que estaba escondida tras un libro, y tras observarla detenidamente se percató de que se trataba de otra de sus compañeras, que le miraba fijamente sin perderse un detalle de la escena que estaban protagonizando.

-¿Qué haces aquí?-el chico quería una explicación, su pecho casi desencajado por el tremendo sobresalto necesitaba una aclaración.

Sorprendentemente, la chica no hizo como Silvia y se identificó, pero sí que agarró la mano de Teide con sus dos manos, haciendo que el chico notara una sensación de tranquilidad y alivio inesperada.

-No hace falta que te alteres, Olivia me ha explicado que te suele pasar, y que cuando ocurre hay que cogerte de las manos para que no reacciones-su explicación era científica, fría, cruda, pero bajo las lentes de la chica un color rojizo casi inapreciable de vergüenza aparecía sin ser invitado-. Soy Laura, dijo la chica empleando una sonrisa tan bonita como adictiva.

Laura Noruega, la chica más formal del Instituto, la que según Raúl no se había perdido una clase de nada en toda su vida, se encontraba ahora agarrando las dos manos de Teide, seguía uniformada con una camisa blanca y una falda burdeos. A Laura parecía no importarle que pudieran llevar la ropa que quisieran, porque el Góngora estaba libre de normativa respecto a la ropa, ella seguía yendo como si fuera un trabajo. Lo único que no encajaba eran sus converse, éso no era propio de un uniforme, ¿sería su punto de rebeldía?

Teide volvió a mirar a Laura, le vino a la mente el apellido, Hargreaves, era extranjero, pero ella no tenía nada de extranjero salvo la piel que era un poquito más morena de lo normal. La sensación de Teide con este encuentro había sido diferente, había algo en aquella chica que parecía frío, pero que casi al instante ardía e invadía si se lo permitías.

Laura no dijo nada más, se limitó a volver a la lectura, "El Nombre del Viento" de Patrick Rothfuss. Teide se puso a leer también, estaba con las novelas de Poirot, quería repasar un caso que había leído pero no había terminado de comprender.

En el fondo del corazón de Laura, el estar al lado de Teide no había pasado desapercibido, las manos le temblaban, la boca se le secaba más a cada intento de tragar, y cada vez le costaba más mantener la postura y estar concentrada en lo que estaba leyendo, lo acababa de conocer, pero ya lo había visto antes chocar con Raúl, un buen amigo suyo que no dejaba de lanzarle indirectas a cada curso que pasaba. Se había reído, hasta que vio al muchacho que se levantaba con la ayuda de la mano de Raúl, no lo había visto nunca en el Instituto.

Laura se había escondido tras las columnas del Góngora que la tapaban a la perfección y le permitían seguir observando desde la distancia la escena. La curiosidad le pudo y miró de nuevo, era un chico normal, pero aquellos ojos verdes y aquella sonrisa habían conseguido que la chica más competente e inteligente del Instituto pareciera una patosa y que los libros que siempre agarraba firmemente se le cayeran de las manos con torpeza. No podía ser, ¿a la chica por la que todo el mundo suspiraba le faltaba el aire?






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