XIV
Daniel no pudo terminar de comer su pizza por el impacto de haber visto a Melisa fumando. Cuando volvió al restaurante Marta todavía no regresaba del baño, así que no notó su ausencia. No obstante, sí se dio cuenta de su cambio de humor. Sus intentos por disimularlo no tuvieron mucho éxito y la velada no culminó de manera agradable.
Esa noche Daniel tampoco habló mucho con sus padres al estar en casa y trató de dormir lo antes posible, sin éxito. No podía sacarse de la cabeza la imagen de Melisa con el cigarrillo. El apodo de «Don Juzgón» resonaba también, pero no podía evitar preocuparse por ese nuevo comportamiento, sin dudas alentado por Justin. ¿Así era como el nadador pretendía cuidarla? Cada quien era libre de hacer lo que quisiera con su vida, sin embargo, un menor de edad no debía fumar y ese mal hábito traía consigo un montón de enfermedades.
¿Hipócrita por beber alcohol, pero no aceptar el cigarrillo? Sí. Pero con uno de ellos no te metías arsénico, amoniaco, plomo y un incontable número de sustancias químicas a los pulmones y, además, perjudicabas a las personas a tu alrededor.
Eso y más razones de por qué era incorrecto retumbaron por su mente a lo largo de la noche, sin poder dejarlas salir. Cuando amaneció, no tuvo ánimo de abandonar la cama, desayunar y alistarse para hacer una tarea en casa de Melisa. Incluso ignoró los mensajes de Marta.
Silvia con sus interrogantes fue quien lo obligó a hacerlo. Quería pedir consejo de cómo actuar, pero a la vez no hacerla sospechar. Contar lo que descubrió no le haría nada bien a la amistad. Entonces decidió hacer lo que supuso no lo haría odiarse en el futuro: abordar el tema y buscar hacerla recapacitar. Sin atacarla y siendo lo más perceptible posible. Ya sabía que enfrentarla sin tener tacto no le daría buenos resultados.
Cuando se bajó del transporte público, ya se había imaginado la escena varias veces, con distintos diálogos y desenlaces. Avanzó distraído por la cuadra que lo separaba de la casa de Melisa, al extremo de no ver a Justin hasta que lo tuvo de frente.
Daniel paró en seco aturdido. Solo estaban a una casa de distancia de la de la castaña, por lo que no fue difícil deducir que provenía de allí. Encontrarse con él fue avivar el enojo por orillar a Melisa a perderse.
—Buenos días, Daniel —saludó Justin cuando el otro adolescente permaneció callado.
—Tengo prisa —replicó Daniel, consciente de que si se quedaba demasiado no podría controlarse y volvería a arruinarlo. Tenía que hablar con Melisa primero, no reclamarle a Justin como se moría por hacer.
Lo rodeó para dejarlo atrás.
—No quiero meterme en su amistad, ni nada para el estilo, Daniel —dijo Justin generando que frenara su ida—. Sé que eres importante para ella y que quizá me veas como un intruso, pero no quiero que sea así. No te pido que seamos los mejores amigos, sino que nos tratemos por el bien de Melisa.
Daniel apretó sus manos hechas puños. Le parecieron tan cínicas sus palabras y carentes de sentido que la imagen aceptable que tenía de él se destruyó más. ¿Cómo se atrevía a pedirle eso cuando lo único que hacía era alejarla más de él? En verdad, con la presencia más activa de Marta en su vida, había comenzado a asimilar lo del noviazgo, mas ya no lo veía conveniente. Por lo menos no que Justin fuera el que se quedara con el corazón de Melisa.
—Lo pensaré —contestó.
Suponiendo que con ello no buscaría alargar la conversación, Daniel continuó hacia la entrada del hogar de los Guzmán. Luego de tocar el timbre, miró de reojo hacia donde se topó con Justin. Él se alejaba y casi iba por el final de la cuadra.
Natalia, la madre de Melisa, fue quien le abrió la puerta. Le dijo lo feliz que estaba de verlo y le permitió pasar. Solo tuvo que esperar un poco en la sala mientras Melisa se reunía con él. Comenzaron a acomodar su material de trabajo sobre la mesa de patas de cortas y Natalia les dio un plato de galletas antes de retirarse a la cocina.
—Me encontré con Justin cuando llegué —comentó Daniel luego de un rato escribiendo su parte del trabajo.
—¿Ah, sí? Qué bueno —respondió ella despegando su atención de la laptop en su regazo—. Él vive por aquí cerca y vino temprano a regalarnos unos panes de guayaba con queso.
—Qué atento.
Daniel, por primera vez, deseó que la chica continuara hablando sobre su novio para encontrar el momento preciso de abordar el tema del cigarrillo. Pero no fue así. Estaba enfocada en terminar con la tarea.
Melisa iba compartiendo con él y anotando datos de interés que encontraba por internet para decirlos durante la defensa del trabajo a mediados de semana. Realizar las tareas en pareja juntos no había cambiado, aunque seguramente eso era porque Justin pertenecía a otra sección. Y, a pesar de normalmente estar tan sumergido en el tema como Melisa, Daniel no podía concentrarse. Lo único que quería era poder liberar lo que se acumulaba en él desde la noche anterior.
—Los vi —soltó sin anestesia de forma improvisada.
—¿De qué hablas? —inquirió ella removiendo la atención del mensaje que estaba escribiendo en su celular.
—Anoche en la cafetería.
—Ah. Bueno, tuvimos una cita. —Melisa puso el celular sobre la mesa—. ¿Qué hacías por ahí?
Daniel quiso decirle lo de la cita con Marta, pero a la vez no iba a ser producente desviar el tema hacia su intento de nueva ilusión amorosa.
—Ayer fue el torneo de ajedrez y cuando regresaba a casa los vi.
Esperó ver preocupación en ella ante la posibilidad de haber sido descubierta, mas eso no apareció por sus facciones.
—¿Sí? ¿Dónde? ¿En la alcaldía? Creo que no me contaste. ¿Qué tal te fue?
Que mostrara genuino interés con él casi arruina sus intenciones de tocar el tema del cigarrillo. No tenía idea de que la vio envenenando su cuerpo.
—Gané —contestó, pero sin darle el énfasis que merecía. La conversación no era sobre él, sino sobre ella. Así que, en lugar de apreciar la sonrisa en Melisa previa a las felicitaciones que estuvo por decir, fue directo al grano—. Y te vi fumando, Melisa.
La expresión de la chica se descolocó, recibiendo la información de manera inesperada. Después, cortó el espacio entre ellos y se arrodilló junto a él para hablar sin que su madre escuchara.
—No lo vuelvas a decir, D —pidió—. No en mi casa. No con mi madre aquí.
—¿Sí sabes que está mal, entonces?
Su mejor amiga suspiró. En sus ojos percibió que era consciente de lo que implicaba fumar y que no estaba muy orgullosa de ello. Sin embargo, ese pensamiento no duró lo suficiente. Le halló una justificación en su cabeza y su mirada se avivó.
—Bebes, así que no tienes moral para juzgarme. Uno de vez en cuando no hace daño y está bien experimentar. Además, Justin tenía razón, ayudó a que me relajara.
¿Quién era ella y por qué sonaba tan distinta a la Melisa de antes? ¿Tanto le había afectado la muerte de su abuela? ¿Qué estaba pasando?
—Escúchate. No puedes depender de algo así para sentirte mejor.
Daniel no había querido que la charla acabara sonando como un sermón. Tenía claro que ese no era el camino. No obstante, su respuesta lo empezó a exasperar. Justin sí había sido el responsable de incitarla a eso.
—Basta, Daniel. Es mi cuerpo y mi vida y yo decido. —Para darle hincapié al cierre del asunto, regresó a su extremo de la mesa—. Mejor sigamos con la tarea que todavía nos falta.
El chico apretó la mandíbula con la mirada aún clavada en ella, pero Melisa ya había optado por ignorarlo por completo. Lo detestaba y se arrepentía de haber ido.
La amistad entre Melisa y Daniel era sin dudas cada vez más frágil. Cualquier conversación que se desviara de cordial era suficiente para agrietarla más. Podía sentirse la incomodidad en el ambiente y apenas interactuaban con el otro. Daniel ni siquiera se quedó para almorzar, pese a la insistencia de Natalia. No quería continuar importunando, ni sintiéndose como un intruso.
Sin embargo, cuando se fue no pudo ir directamente a casa. Deseaba distraerse antes y consideró llamar a Marta. Pero la culpa de estarle alimentando la ilusión, cuando era claro que todavía no había dejado ir sus sentimientos por Melisa, lo impedía.
No deseaba que la historia se repitiera siendo él el victimario. Si tan solo Melisa le hubiera dicho el día del beso que la disculpara, pero que no lo consideraría nunca como algo más que un amigo. O incluso haberlo hecho antes, si es que había notado con anterioridad las muchas señales que le dio él. Pero siendo directa, sin cabida para otras interpretaciones ni esperanzas absurdas.
Daniel se encontró en pleno mediodía deambulando por la calle. No se detuvo en la parada donde debía esperar el transporte público para volver a casa, sino que siguió de largo. Observó los vehículos pasar, a las personas que buscaban escapar del sol en cualquier tramo con sombra, y a las casas del vecindario cuyos dueños debían estar almorzando en su interior.
Llegó a una casa muy bonita. Casi en su totalidad blanca y con vistosos adornos de hierro en las rejas de las ventanas, puerta y las que resguardaban el jardín frontal. Estaba más protegida que las demás viviendas e incluso lucía más grande. Lo que más le llamó la atención a Daniel fue el automóvil negro, costoso y reluciente estacionado en el frente.
Diciéndose que solo admiraría un poco más, lo rodeó para detallar los cauchos. No esperó atrapar a Antonieta agachada en la parte trasera.
—Maldita sea, Daniel. Casi haces que me de un infarto —siseó ella poniéndose de pie.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, haciendo lo posible por alejar de su mente la idea de que estuviera tratando de robarlo.
Antonieta lo meditó un momento, pero acabó rodando los ojos y halándolo del brazo para que se fueran de allí.
—Puse un rastreador.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿De dónde sacaste eso?
—De un amigo. —Encogió los hombros y revisó la pantalla de su celular por unos segundos—. Ese es el carro de la... novia de mi papá. No me agrada y quiero saber si oculta algo.
Eso significó que la casa había admirado era la de Justin. Incluso el destino lo había puesto así de cerca de Melisa y en una casa espectacular.
—¿Y qué harás si descubres algo? ¿Decirle a tu padre, o exponerla con tu máscara de la Mano Justiciera? —preguntó Daniel.
Por fin tenía la oportunidad de confrontarla de nuevo y confirmar sus sospechas, las cuales tambalearon ante la fotografía del beso. También era el escape mental que requería para sacudirse la amargura dejada por Melisa.
Antonieta por fin le soltó el brazo y giró para encararlo. No, ya no seguiría evadiéndolo.
—Mi padre nunca me escucha. Siempre cree tener la razón y es tan terco que casi nunca reconoce sus errores. Por eso la escuela, el proyecto de mi madre, se desmorona.
—¿Por eso creaste a la Mano Justiciera? —insistió.
—¿No lo olvidarás, cierto? —rió con ironía—. Por lo menos ha evitado que continué equivocándose y se de cuenta de lo que no se atreve a ver.
—¿Como lo tuyo con Andrea?
Los ojos de la chica brillaron con esa mención.
—Que ese secreto saliera a la luz fue un gran alivio, Daniel. Siempre se lo agradeceré a la Mano Justiciera.
Y también un buen regalo de cumpleaños para Andrea. Daniel hubiera hecho lo que fuera por causar una expresión como la de la pelinegra ese día en Melisa. Pero Antonieta no terminaba de admitir que sí era ella. Sin embargo, ¿acaso era necesario?
—Ojalá siga haciendo cosas buenas y no se le vaya de las manos —prefirió decir Daniel.
Antonieta colocó una mano en el hombro del chico y sonrió con picardía.
—En algún momento parará. —Le guiñó el ojo—. Quizá cuando mi padre comience a ser más receptivo.
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