XIII

A Daniel le costó creer lo que vio el lunes en cada pared del interior de la institución. Sin importar a dónde volteara, había un afiche con la foto de Antonieta y Andrea besándose. Por la ropa, le fue obvio que fue tomada en la fiesta del sábado. Se preguntó si ese era el secreto de la hija del director y si la Mano Justiciera había sido la responsable de exponerlo. ¿Acaso era una especie de venganza por lo que intentó hacer Melisa la semana anterior?

Los estudiantes que también llegaban a primera hora miraban anonadados el asunto. Daniel se había quedado viendo la que cubría la puerta de la oficina del director, quien todavía no llegaba. Quiso arrancarla, pero sabía que no iba a poder quitarlas todas antes de que explotara todo.

Su postura tambaleó cuando alguien chocó contra él. Su interior se sacudió al percatarse de que se trataba de Melisa, con quien no había hablado desde el incidente en el cumpleaños de Andrea.

Ella murmuró una disculpa, sin hacer contacto visual, y buscó escabullirse. Daniel sabía que no iba a soportar perderla. Aunque le hubieran dolido sus palabras, era consciente de que también fue un imbécil.

—Melisa —dijo para detenerla.

La castaña soltó un suspiro y lo encaró.

—¿Ya estás sobrio y pensando correctamente? —cuestionó.

Que estuviera enojada con él fue incluso peor que los celos que pudiera sentir. Extrañaba a su amiga y la culpa de estarse distanciando no lo dejaba en paz.

—Sí y quiero disculparme por lo que dije el sábado. No tengo por qué meterme en tu relación, ni hacer comentarios despectivos —respondió—. Eres inteligente y sé que si lo elegiste fue por algo.

La última frase fue como ácido ascendiendo por la garganta de Daniel, pero salió sin ningún rastro de resentimiento detectable. Aunque fuera difícil y lo hubiera dejado con la incertidumbre de ese beso, iba a tener que respetar su decisión.

La expresión de Melisa se suavizó.

—Está bien, D. Te perdono —indicó—. También discúlpame a mí. Fui demasiado impulsiva, pero tuve suficiente con mi mamá alegando que todo era demasiado precipitado y ya incluso hablándome de enfermedades de transmisión sexual y de un montón de cosas para las que no tengo cabeza ahora. Él me hace bien y eso es suficiente por los momentos.

—Me alegra. Eso es lo importante.

Ese era el Daniel que tenía que ser, no el que respiraba por la herida. Si ella estaba bien, él también debía estarlo. La conocía y sabía que, a pesar de ser impulsiva en ocasiones, tomaba decisiones con madurez.

—En fin, ya que volvemos a estar bien —continuó ella para aligerar el ambiente—, qué locura lo de las fotos, ¿no? ¿Serán reales? ¿Tú sospechabas lo de ellas? Ninguna me contesta las llamadas. ¿Será que ya saben de esto? Qué horror.

Daniel pensó en lo mucho que Andrea y Antonieta se escribieron durante la película y en cómo la pelinegra fue tan agresiva con él para defenderla. Sin embargo, creyó que era por cuestiones de amistad, no por algo más. No tenía nada de malo que se quisieran, pero era triste haberlo tenido que esconder. Seguramente a Carlos Márquez no iba a agradarle del todo la noticia.

—Es muy raro. Andrea no es de las que se calla las cosas.

La mirada de Melisa se desvió hacia otro lado y Daniel la siguió para darse cuenta de que se había posado en Justin. El nadador acababa de llegar y saludaba a sus amigos. Le hizo una señal a la castaña para que se aproximara.

—Justin va a contarme algo. Nos vemos después, D. Claro, si el director no quema el colegio.

—O los padres de Andrea, por todas las leyes que esto rompe —razonó Daniel.

Melisa le sonrió, también agradecida con que estuvieran en buenos términos otra vez. No era un delirio de Daniel, sí congeniaban y disfrutaban de la compañía del otro. Una relación no necesariamente debía ser romántica para sentirse como magia.

Daniel se quedó allí, viendo cómo se apartaba con Justin a un rincón para hablar de los asuntos a los que Daniel no pertenecía. La escena extinguió lo encendido por Melisa, regresándolo a la oscuridad.

En eso, alguien tocó el hombro de Daniel para llamar su atención. Era Marta.

—Eh, hola —saludó ella.

Después del beso, Daniel de todas formas se marchó; solo que ya no tan decaído. Marta lo había hecho sentir mejor consigo mismo al verse deseado por alguien. A pesar de que no terminó siendo incómodo y que Marta aseguró no esperar nada a cambio, no intercambiaron mensajes luego de eso.

—Hola —contestó él tanteando el terreno. No quería que las cosas fueran raras entre ellos, pues era quien lo estaba ayudando a sobrellevar su despecho.

—Bueno, ¿todo bien?

Para Daniel fue obvio que Marta quería saber en qué página estaban. Seguro temía haberlo espantado, o algo por el estilo. Pero no, no era así. Él era quien no deseaba dañarla.

—Dentro de lo que cabe, sí, todo bien. Especialmente en lo que está en el radio de un metro de distancia —replicó Daniel, intentando sonar ingenioso y carismático con el final. Una vez lo utilizó con Melisa y le encantó.

No fue diferente con Marta. Ella le sonrió con extrañeza, pero mezclada con diversión.

—Es un alivio.

El estruendo de la reja de la entrada principal hizo a ambos adolescentes saltar y olvidar por unos instantes de lo que se formaba entre ellos. Era el director ingresando y ya percatándose de las fotografías. En un arrebato inicial, comenzó a arrancar los afiches que tenía cerca y a exigirle a los que estaban a su alrededor a hacer lo mismo. Antonieta, quien llegó con él, ignoró todo con los audífonos puestos y caminando de largo. Era consciente de que toda la atención estaba puesta en ella, la misma que también se extendió a Daniel cuando se detuvo frente a él.

—Al parecer la Mano Justiciera sí se enteró —susurró.

Pese a las circunstancias, Antonieta no lucía agobiada ni molesta, sino que en calma. Incluso agradecida de no seguir cargando con eso, quizás.

—Señorita Blanco, a mi oficina —ordenó el director cuando Andrea dio el primer paso dentro de las instalaciones.

Daniel notó que tampoco reflejaba preocupación. En lugar de ello, estaba sorprendida.

Siguió al director, quien se había dado por vencido con los afiches. La mirada de Antonieta y de Andrea se cruzaron y se mantuvieron conectadas. Al estar cerca, la pelinegra extendió la mano para que la hija del director la tomara e ir juntas a dirección. Ella lo hizo y avanzaron sin soltarse bajo la mirada de todos. Algunos aplausos se escucharon, al igual que comentarios de lo lindas que eran.

—Dios, ¿está mal que ahora me parezcan más sensuales? —Miguel se acercó a Daniel y Marta para soltar eso.

—Si se trata de ti, no me sorprende —respondió Marta cruzando los brazos y encogiendo los hombros.

Daniel solo podía pensar en lo increíble que había sido esa escena. En cómo ambas se mantuvieron firmes y fueron juntas a enfrentar la situación. Las burlas que ya eran parte de su idiosincrasia no iban a faltar, pero ninguna era de las que se veían afectadas por ellas.

El problema seguro sería sus padres, mas probablemente lo superarían. Daniel sabía cómo era Andrea de decidida y tal vez en eso le hacía bien a Antonieta. Pensándolo bien, la Mano Justiciera les había hecho un favor.

¿Acaso no era tonto que teniendo todo a su favor, no tuviera nada con Melisa y siguiera ilusionado con que algún día pasaría? Habían estado en el mejor momento para ser algo. Sus padres estarían de acuerdo, llevaban años conociéndose y se complementaban. Ese beso hubiera sido el inicio de todo, pero no fue así. Ella no quiso que fuera así. Y él debía aceptarlo y darse otras oportunidades.

—¿Marta?

—¿Sí?

—¿Te gustaría que fuéramos a comer algo después del torneo de ajedrez?

La chica parpadeó varias veces, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Reaccionó fue con la palmada que le dio Miguel en la espalda cuando se despidió para darles privacidad. Se apresuró a asentir, con las mejillas ligeramente coloradas.

Las clases de las secciones del último año de bachillerato fueron suspendidas ese día. La policía fue a la institución junto con un personal del ente de protección de niños y adolescentes. Las cámaras de la institución fueron revisadas, pero no había nada del incidente captado en vídeo, sino un hueco en las grabaciones. De todas formas, se realizó la denuncia y los alumnos ayudaron a remover los afiches.

Con el transcurrir de la semana las aguas se fueron calmando. Andrea y Antonieta comenzaron a interactuar más en público, se abrazaban y se tomaban de las manos con total tranquilidad. El haber sido expuesto su secreto disminuyó su hostilidad hacia el mundo y Daniel las notaba más sonrientes. Esa era la belleza del amor y de estar en paz en nuestro interior.

Marta estuvo en lo cierto al decir que participar en el torneo de ajedrez le haría bien a Daniel. Lo acompañó, le dio ánimos y él ganó. En ese instante no pensó en Melisa, sino que disfrutó de su triunfo y de la atención de Marta.

—¿Qué te gustaría comer? —le preguntó Daniel sin salir todavía de su emoción. El trofeo que cargaba en su mano no era tan llamativo, ni grande, sin embargo, representaba que sí podía dejar de ser el segundo.

—Puede ser pizza. Hay una pizzería muy buena en la otra cuadra —respondió ella saliendo del salón de eventos de la alcaldía.

Avanzaron por la calle con la luz del atardecer del viernes. Entraron en el local recomendado por Marta y tomaron asiento en una mesa del fondo, donde había menos ruido y podrían hablar más a gusto. Conforme pasaban más tiempo juntos, Daniel se iba sintiendo mejor y dando cuenta de que sí había vida lejos de Melisa. Volver a conocer a alguien, conversar sobre sus intereses o solo bromear, le daba esperanzas de que en algún momento ese malestar del desamor se iría.

—Gracias por sugerirme participar. Sé que no es la gran cosa, pero me siento invencible.

Marta sonrió alzando por un momento la mirada del menú.

—No lo menosprecies, claro que es la gran cosa. Yo no hubiera podido ni siquiera jugar.

—¿No sabes?

—No mucho. —Encogió los hombros—. Supongo que mi mamá me contara una vez que a papá solía gustarle hizo que me bloqueara de aprender. Sin embargo, admito que me gusta ver a los demás jugar.

—Si alguna vez te gustaría aprender, puedo enseñarte si quieres.

—Me encantaría, gracias.

El mesero llegó y tomó su orden. Las bebidas fueron servidas primero y la charla al esperar fue entretenida y llena de risas. Marta jugaba con su cabello y rozaba las manos de Daniel cuando podía. Daniel no se mentía. Lo que despertaba no era igual a lo de Melisa, pero era una buena manera de empezar. Nada se sentía forzado y la atracción de Marta por él era desbordante. Quizá cuando sanara esa chispa que buscaba encenderse podía consumirlo con intensidad semejante.

—Ya vengo, voy al baño —indicó Marta al poco tiempo de haber empezado a comer.

Daniel continuó comiendo mientras veía hacia el exterior a través de la ventada que cubría la pared de la entrada. Casi anochecía y las personas caminaban por la calle. Todo bien hasta que reconoció a la castaña que pasó guindada del hombro de un chico alto y rubio. Era Melisa con Justin. Se sonreían y desplazaban como dentro de una película romántica.

Daniel no pudo evitar preguntarse a dónde iban a esa hora y si los padres de ella sabían que estaba con él. Era viernes y se suponía que ese día por las noches Melisa veía películas con sus padres. ¿Había roto con esa tradición por él?

Así de fácil, todo lo que Daniel pudo avanzar mentalmente ese día en torno a Melisa y a su superación, se desmoronó ante la curiosidad de obtener una respuesta y bajo la excusa de que solo velaría por el bienestar de su mejor amiga.

Dejó la mesa sin esperar a que Marta volviera y salió de la pizzería. Los vio doblar en la esquina y se acercó con cautela para no ser descubierto espiando. También se subió el cierre de su suéter y trató de ocultar un poco su rostro con la capucha.

Ya estando en la esquina, fue testigo de cómo cruzaron la calle e ingresaron a una cafetería. En lugar de acceder al establecimiento, ocuparon una mesa en la parte externa. Daniel se sintió como un tonto, pues al parecer solo estaban teniendo una cita. Iba a marcharse cuando quedó paralizado al ver a Melisa sacando algo de su cartera y llevándolo a su boca. Después, Justin se acercó y le encendió el cigarrillo. 

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