XII
Haber pagado el aporte monetario para asistir a la fiesta de Andrea valió la pena. Era en una de las mejores discotecas de la ciudad, en la zona más elevada para tener una visual casi completa de los alrededores desde la terraza. En el interior, el ambiente no era el típico con oscuridad y luces de colores. Había sido acondicionado para la fiesta de cumpleaños, con iluminación tenue, mesas decoradas y varios escenarios para fotografías.
En lugar de escoger una temática rosa y delicada, para Daniel lucía más como una fiesta de Halloween, por cómo sobresalía el rojo y el negro, así como encontraba murciélagos y calaveras por doquier, incluso estampado en los vasos. Era muy Andrea, solo que no creyó que sus padres serían tan fieles a sus gustos, ni gastarían tanto en complacerlos. Sin embargo, ella era hija única y ellos abogados prestigiosos.
La música era agradable, excepto cuando había esos brincos extraños de canciones del género electrónico a tonos graves y salidos de una película de terror. La comida era buena y Daniel se había dado vida entre los dulces y pasapalos. También se acercó un par de veces a la barra para que le sirvieran de esos cocteles con un suave sabor a alcohol.
No bailó, ni pudo integrarse demasiado en las conversaciones de los muchachos. Andrea iba de un lado para otro para dividirse entre los invitados, Miguel se turnaba en entretener a las chicas que invitó, Antonieta continuaba evitándolo, y Melisa y Justin se la pasaban bailando y besándose. La única que le prestó real atención fue Marta, pero incluso a ella un chico la sacó a bailar. Y bueno, con la cara de malhumorado de Daniel prefirió aceptar.
Daniel los veía a todos divertirse desde el puf que ocupaba. Se refugiaba en la comida, mas esperando que cantaran cumpleaños con ansias. Por lo menos sus padres le habían reembolsado lo gastado en la entrada, colaboró en que Marta se distrajera y no quedó como un completo asocial. Sabía que lo mejor no era quedarse en cama y lamentarse como quería, sino forjar nuevos recuerdos para sobrellevar la desilusión amorosa. Sin embargo, no estaba resultando sencillo.
Marta llevó un vestido gris, ajustado al torso y con falda de varias capas. El peinado y el maquillaje distinto a lo que solía utilizar le gustó a Daniel. Pero no estaba seguro si era una simple observación, o si podía llegar a ser más. Lo sucedido con Melisa lo tenía confundido respecto a ponerle nombre a sus sentimientos.
¿Cómo pudo haberse equivocado y en verdad creer que podía tener una oportunidad con ella? Verla esa noche con Justin era un golpe más a su espíritu. No la había dejado sola para irse a hacer estupideces con sus amigos, sino que la animó a integrarse a ellos como ella había hecho con él en el colegio. Además, si la amaba, ¿por qué esos celos que lo hacían desear que Justin hiciera algo para lastimarla, solo para ser beneficiado con una oportunidad de aprovecharse de ello? No sonaba del todo correcto.
Le dio el último trago a su bebida dulzona; algo de jugo de naranja combinado con ron. Fue por otro y notó que ya comenzaba a hacerle un poco de efecto, a pesar de la cantidad de comida ingerida.
De regreso en el puf, vio cómo Melisa se alejaba de Justin, salía de la pista de baile, y cruzaba las puertas de cristal que daban a la terraza. A los escasos segundos, el celular le vibró a Daniel en el bolsillo. Se trataba de un mensaje de Melisa indicándole dónde estaba y pidiéndole verse.
Tuvo que releer el texto un par de veces para asegurarse de no estar imaginando cosas. Sintió cosquillas en las manos y le faltó el aire. ¿Por qué querer encontrarse a solas y no ir ella misma a decírselo? ¿Cuál era el secreto?
Se levantó con un tambaleo. Dejó su vaso en la barra y fue a ver a la chica que creía amar lo más rápido que pudo.
El vestido dorado de Melisa, con frente corto y parte trasera con cola, brillaba por las luces externas. Se apoyaba del barandal viendo hacia la ciudad y dándole la espalda. Su cabello estaba atado en una coleta alta, permitiéndole a Daniel tener una buena vista de su cuello y hombros desnudos. Se aproximó sigiloso, porque temía arrepentirse en el último instante y no poder marcharse por haber sido visto. No obstante, la castaña giró como si lo hubiera sentido llegar y le sonrió. Las entrañas del muchacho se removieron. ¿Por qué jugaba con él así?
—Eso fue veloz —dijo ella.
—Sí. No estaba tan lejos, ni ocupado con nadie —replicó.
Ocupó el espacio junto a ella colocando un brazo en el barandal. No estaban solos allí, pues varios decidieron disfrutar de la música admirando la luna y las estrellas.
—¿La estás pasando bien? —preguntó—. Disculpa si no he podido estar mucho contigo, es solo que... Todavía me estoy acostumbrando a lo de ser novia y distribuir el tiempo.
Que se preocupara por cómo iba su experiencia en la fiesta, fue alentador. Por lo menos no la había perdido del todo, aunque no era agradable tener que recibir ahora las migajas.
—Sí, tranquila, entiendo. He comido bastante, así que no me quejo.
La respuesta no fue suficiente para Melisa. Se acercó más a él y le tocó la mano. Daniel sintió una presión acumulándose en su interior debido a la expectativa. ¿Qué pretendía?
—¿Melisa, qué...?
—¿Ninguna chica ha llamado tu atención? —soltó de repente para interrumpirlo—. Hay primas de Andrea muy bonitas, inteligentes y amigables. Sé que eres tímido, pero puedo ayudarte si quieres. ¿No crees que sería genial llegar a tener una cita doble? Quiero verte feliz y quizás una novia...
—No —la cortó. Lo que le dijo arruinó la buena vibra que estaba sintiendo.
Le dolió que lo alentara a interesarse en otras chicas, porque significaba que de ninguna forma lo consideraba material de pretendiente. ¿Acaso el beso no había sido nada para ella? ¿Ninguna señal sobre sus sentimientos? ¿Cómo podía estarle hablando de citas dobles?
—¿Por qué no? —cuestionó ella, sorprendida por la apresurada y seca contesta de su amigo.
—Porque no me interesa. —Daniel hizo una pausa para obligarse a cambiar de tono, porque sabía que estaba siendo tajante con su mejor amiga. Sin embargo, no pudo continuar conteniéndose y convirtió esa fiesta en una prueba de su amistad—. A ver, dime, ¿por qué estás enamorada de Justin? ¿Qué te hace tan feliz de él?
Melisa se tomó un momento para pensarlo, ya que no se esperó ese cambio brusco en la conversación. Lo citó para hablar de él y brindarle su apoyo, no para tratar el tema de su noviazgo.
—Enamorada no creo estarlo todavía. No tenemos ni un mes juntos como para saberlo, D. De lo que estoy segura es de que me hace reír, me cuida, y podemos estar horas hablando de cualquier tontería —confesó.
Daniel puso su otra mano en el barandal y miró hacia abajo para que ella no notara lo mal que le hacía escucharla decir eso en voz alta.
—Todo eso lo hago yo también, ¿ya lo olvidaste? ¿Y si estás confundida con tus sentimientos?
No, ya no había vuelta atrás. Estaba harto de dejar que todo se le acumulara en su interior y fue hora de drenar. Era impulsivo y también le pasaría factura después, pero le urgía alivio.
Melisa negó—. No, D, es diferente. No sé cómo explicarlo. Solo puedo decirte que cuando sientas algo así, lo entenderás.
Quiso reír y a la vez gritarle que ya sabía perfectamente cómo era. Tanto el lado lindo, como lo feo que le había tocado experimentar recientemente. Pero no había alcanzado ese punto de locura. Así que respiró hondo y buscó mantener una voz neutral.
—¿Y el futuro? ¿Qué pasará cuando termine el año escolar y tengamos que ir a la universidad?
—Todavía falta para eso y ya se verá. Estas semanas aprendí que es mejor no adelantarse, porque un día estamos y el siguiente puede que no.
Daniel estaba demasiado saturado con su dolor como para detenerse a darle importancia a la reflexión que Melisa tuvo por la muerte de su abuela. Solo estaba enfocado en seguir y seguir sacando lo que lo atormentaba.
—Claro que el futuro importa —corrigió él mirándola—. Hemos hablado de universidades, ¿o no? ¿En serio no te parece descabellado lo que Justin dijo el otro día? ¿Qué es eso de querer ser comentarista deportivo?
Melisa frunció el ceño, disgustándole que atacara a su novio.
—Lo que Justin quiera, es asunto de él. No tienes derecho a criticarlo, mucho menos si no te has tomado el tiempo para conocerlo. Él no...
—Es porque es atractivo, ¿cierto? Pues, Melisa, puedes encontrar a alguien mejor. No vivimos en un libro de romance, ni nada por el estilo, esto es la vida real.
—¿Mejor como quién? ¿Como tú? —espetó ella habiendo llegado al límite—. No, gracias. No quiero a un amargado que se cierra con el mundo y que crea que, por obedecer todas las reglas, es mejor que todos.
Dicho eso, se apartó dando zancadas y furiosa. Dejó a Daniel boquiabierto. Jamás le había dedicado palabras tan hirientes. Claro, él tampoco.
Todavía perplejo, y apenas dándose cuenta de la gravedad de lo que hizo, se sintió expuesto con los ojos de todos los presentes en la terraza en él. La escena subió de tono y captó la atención de inmediato. Sin creerse capaz de hacer que sus piernas se movieran, les dio la espalda a todos volviendo a ver hacia la ciudad.
Las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas eran de rabia. Apretaba la baranda con fuerza, evitando que la situación escalara más y terminara golpeando o rompiendo algo. Cada vez que creía que las cosas no podían ser peores, el universo le recordaba que sí. Y él mismo colaboraba para que lo fueran al dejarse llevar por lo subjetivo.
—¿Daniel?
—Ahora no, Marta. Por favor.
Pese a su petición, vio de reojo a la chica pararse a su lado. No dijo nada por un largo rato, sino que se quedó en silencio observando hacia lo lejano con él. Bajo la luz de la noche lucía incluso más hermosa y Daniel deseó poder preguntarle qué hacía perdiendo el tiempo con él. No obstante, el egoísmo de sentirse menos solo con ella allí lo impidió.
Los minutos transcurrieron y el incendio en Daniel se apagó. Ya no quería destruir, sino volver a su cueva y dormir. De la discusión con Melisa quedó un vacío de mayor tamaño. Por fin había sido sincera y soltado qué pensaba de él y por qué nunca podría verlo como algo más. Otras personas ya habían usado esos adjetivos para referirse a él y no le afectó, sin embargo, que Melisa lo hiciera fue mortal. Habiendo estado molesta o no, sabía que era la verdad.
—Creo que ya me voy —informó Daniel para no dejar a Marta así como así.
—¿No esperarás la torta?
—No, creo que no. Sigue pasándola bien. Nos vemos el lunes.
Daniel se dio la vuelta y se dispuso a irse. Su papá se ofreció a buscarlo si la fiesta terminaba antes de las doce, por lo que estando fuera del recinto lo llamaría.
—No eres amargado —dijo Marta poniendo una mano en su hombro. El adolescente no pudo girar. Sabía de dónde provenía eso y temía no poder corresponderle—. Melisa no debió decir lo que dijo. No así. Se supone que son amigos.
—Yo también dije cosas muy feas y fuera de lugar —murmuró consciente de su error. De ninguna manera Melisa iba a quedarse callada con lo que le dijo.
—Ella es la que está perdiendo a alguien valioso y no se da cuenta.
Con esa frase, Daniel tuvo que encararla. No había querido mostrarle tampoco su expresión de tristeza, porque era producto de otra chica. Pero se sentía tan bien oír que sí era apreciado que dejó de resistirse de recibir una dosis mayor. ¿Por qué no haberse percatado antes? Todo hubiera sido más sencillo al fijarse en ella desde el principio. Lamentablemente demoró demasiado en cambiarse de colegio.
—No me conoces lo suficiente para saberlo.
Marta, sacándole provecho al casi ser de la misma estatura que Daniel, puso una mano en la mejilla del chico. Toda su extremidad temblaba y él tuvo que sujetarle la muñeca para estabilizarla. No era el choque eléctrico como con Melisa, mas no se apartó. Era reconfortante esa mirada de cariño miedoso que le daba y los nervios palpables. Que él tuviera en ella el efecto que Melisa le generaba, fue embriagante.
Refugiado en la sensación, tampoco se movió cuando ella se armó de valentía y le dio un beso. Él respondió porque quería saber lo que era besar a una chica que no fuera Melisa y si eso le ayudaba a disminuir el dolor. Al separarse, el gesto le dejó amargura a Daniel por haberlo hecho por las razones incorrectas.
—Marta, lo siento, pero esto...
—No digas nada —lo interrumpió. Alejó los dedos de sus labios, pues le fue inevitable tocarlos al concluir el beso—. Yo sé lo que dirás y no quiero escucharlo. Fue un beso para que te des cuenta de que hay más opciones. Avanza. Ella ya lo hizo.
*Pasapalo: bocadillos que dan en fiestas
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