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La lista de planes de Daniel para el sábado no fue demasiado amplia. Lo que le quitó más energía fue ayudar a su madre a limpiar, pero terminaron antes del mediodía. Almorzaron los dos solos en la mesa del comedor, hablando especialmente sobre cómo, luego de una extensa charla, varios padres se habían puesto de acuerdo para turnarse y acercar a la señora Gladys a la institución y, después de regreso a su hogar, todos los días. Silvia hizo hincapié en que el director Carlos no era un insensato, solo que a veces es ahogaba en un vaso de agua y prefería resolver las cosas por su cuenta antes de evaluar otras opciones.
Al acabar de recoger y lavar los platos, cada uno se retiró a su habitación. Daniel se tumbó en su cama y consideró dormir una siesta. La pantalla de su celular se volvió a iluminar estando encima de la mesita de noche. El adolescente se dio vuelta para no ser molestado por la luz. Continuaría ignorando los mensajes, como llevaba haciendo desde el día anterior. Había llegado al límite y no quería saber nada de Melisa y Justin.
A lo largo de la semana siguió soportando tener que verlos juntos y, además, interactuar con ellos. Claro, cuando no quedaba en segundo plano por estar ellos demasiado concentrados en el otro. No podía comprender cómo había surgido eso tan de repente. Esos gestos, esas miradas y esas risas lucían tan naturales que cualquiera diría que llevaban meses juntos.
Le dolía, le frustraba y le enojaba. Y, al igual que esas muestras de cariño, que Melisa demorara tanto en responder sus mensajes, a pesar de estar conectada en el chat, lo hacían sentir menospreciado. Creyó que su amistad sería más fuerte que eso, pero al parecer se había equivocado. Ahora todo era Justin y no había cabida para él en el mundo de Melisa. No haber tenido planes para las tardes después de clases, ni para ese fin de semana, era prueba de ello.
Por eso prefirió tener ese día y el siguiente libre de ella por completo. Sabía que la herida en su corazón podía pasarle factura, así que optó por mantener el silencio antes de lastimarla con alguna respuesta impulsiva. Una parte de sí era consciente de que estaba siendo egoísta con esos celos, pues Melisa era libre de escoger con quién estar y a quién prestarle mayor atención. Y, obviamente, ya no era él su primera opción.
Con ese amargo pensamiento se quedó dormido. Aunque, no fue por mucho tiempo, pues despertó sobresaltado con los golpes que le daba su madre a la puerta.
—Hijo, Melisa está aquí.
La noticia le sacudió su somnolencia e hizo que se sentara en la cama. ¿Acaso estaba soñando?
—Daniel, te acabo de escuchar —continuó Silvia—. No te hagas el dormido y sal.
Se puso de pie cuando ya su madre se alejaba por el pasillo. Se colocó la camiseta que había dejado extendida sobre la silla del escritorio y salió al baño.
No podía entender qué hacía su amiga allí. Se suponía que era fin de semana y lo normal sería tener planes con su nuevo novio; no estar allí para seguir con la tortura de Daniel. A pesar de ser consciente de lo incorrecto que estaba, se esmeró por recibirla sin lucir tan desarreglado. Se lavó el rostro, cepilló los dientes y peinó el cabello.
Después, estando listo, experimentó un episodio de ligero pánico. Se arrepintió de haber salido de su recamara, porque significó anunciar que pronto iría a la sala. No podía pensar en qué le diría, ni en cómo se comportaría. ¿Y si no podía actuar casual y se desbordaban sus emociones? ¿Y si terminaba alejándola para siempre? Tampoco quería eso.
Se apoyó del lavamanos y se quedó mirando fijo en el espejo para darse ánimos. Consideró permanecer allí y excusarse con que estaba mal del estómago. Y, hubiera sido un buen plan, si la visita no hubiese llegado a perturbarlo.
—¿Estás bien, D? —preguntó Melisa del otro lado de la puerta.
Daniel respiró hondo antes de responder.
—Eh, sí. Ya salgo. Disculpa la demora.
La chica tardó en replicar, al punto de que él creyó que la voz había sido producto de su imaginación.
—Eres importante para mí, ¿sabes? —Daniel se tensó y tuvo ganas de volver a quedarse tumbado en el suelo por horas. Que le dijera eso no lo ayudaba, porque ya sabía que no poseía la clase de importancia que a él le gustaría. Ese fue un doloroso recordatorio—. Me preocupé cuando no respondiste mis mensajes. Quiero contarte algo. Te estaré esperando.
La oyó marcharse.
En ese instante, el adolescente sintió remordimiento por haberla ignorado. Le había costado ser egoísta en lo referente a ella y ahora la culpa lo atacaba. Acababa de perder a su abuela y, aunque ya no quisiera hacerse ilusiones, debía necesitar de su amigo; no del chico celoso que estaba enamorado de ella. Por las circunstancias y por ese cariño, Daniel decidió armarse de valor y colocarse su máscara de apoyo incondicional. Después de todo, ella seguía siendo la Melisa fuerte para el mundo exterior, pero vulnerable en el fondo. Como todos lo éramos; solo que algunos más que otros. Era la misma que lo sacaba de su zona de comodidad y a la que acompañó en cada muerte de sus peces.
Al salir del baño, se encontró con los ojos curiosos de Plutón. El perro se levantó y le movió la cola a su amo, como si supiera lo que acontecía en su interior y quisiera animarlo. No importaba lo que sucediera, su mascota siempre estaba para él.
—Supongo que me toca ser un poco como tú —murmuró Daniel agachándose para acariciarlo detrás de las orejas.
Al avanzar por el pasillo, Plutón caminó junto a él. En la sala se encontró a su madre y a Melisa sentadas en el sofá, bebiendo café y hablando. Daniel alcanzó a escuchar el nombre de Justin, pero ambas pararon de hablar al notar su presencia.
—Bueno, los dejo. Ya casi empieza una película que llevo tiempo con ganas de ver —Silvia se levantó—. Cualquier cosa, me avisan. —Miró a Melisa—. Si quieres te quedas a cenar, cariño. A Juan le encantará verte.
—Muchas gracias —le sonrió la chica.
La madre de Daniel pasó junto a él y le apretó el hombro. Con la mirada que le dio, él supo que Silvia también era consciente de lo que ocurría, y quiso transmitirle calma y fortaleza. Solo cuando la vio entrando en su habitación para darles privacidad, Daniel se acercó a Melisa. En lugar de ocupar el mismo mueble, optó por el sillón individual.
—¿No quieres café con leche? Creo que tu mamá te dejó un poco en la olla.
—No, así estoy bien. Ando sensible del estómago.
Un silencio distinto los cubrió. Por primera vez, fue incómodo y asfixiante. Ambos deseaban poder continuar con la conversación, mas sin saber cómo. Sí había una nueva barrera entre ellos que les impedía conectar como antes.
Daniel miró a Plutón, quien se había echado junto al televisor y los observaba desde allí.
—¿Qué querías contarme? —preguntó por fin él—. Este fin de semana quise evitar usar el celular para compartir más con mamá y estudiar sin distracciones. No es que no quisiera hablar contigo, o algo.
—¿Estamos bien, entonces?
La interrogante estuvo cargada de inseguridad. Daniel quiso creer que Melisa se había dado cuenta de cómo lo hizo a un lado y que le dolió. Y no, no estaban bien. Ni lo estarían hasta que el equilibrio regresara y se aceptara lo que no podía ser.
—Claro que sí —mintió.
Una sonrisa genuina se trazó en los labios de Melisa. Se terminó el café y colocó la taza sobre la mesa cercana, para ir al otro extremo del sofá y estar más próxima a Daniel.
—Genial, porque tengo un plan con el que solo mi compañero de aventuras puede ayudarme. Tiene que ver con descubrir quién es la Mano Justiciera.
Percibir la emoción encendida en el rostro de Melisa por activar su lado investigadora, hizo que Daniel se interesara en el asunto. Tal vez lo de ellos todavía tenía arreglo y solo debían pisar terreno conocido mientras las cosas volvían a acomodarse.
—A ver, te escucho.
Que Melisa hablara con el hermano de Miguel para que colaborara en su plan le pareció a Daniel arriesgado. Para él, cualquiera de los dos hermanos podía serlo, pese a que la castaña argumentara que no había una razón sólida. Los hermanos Salas disfrutaban de la atención, por lo que actuar en anonimato no era acorde a sus personalidades. O, que ni siquiera hubieran alardeado con ella al respecto.
De todas formas, sus sospechas no importaban porque Melisa convenció a Manuel Salas de que le enviara un correo electrónico a la Mano Justiciera, comunicando que tenía información de interés, pero cuyas pruebas solo podían ser entregadas en físico. Para que mordiera el anzuelo, inventaron que estaba relacionado con un secreto de la hija del director.
Así, Daniel y Melisa se despidieron de forma apresurada de Silvia. La charla había sido tan animada que Daniel se olvidó por completo de la existencia de Justin y solo se trató de ellos dos y de resolver un misterio. Después de todo, ella había decidido compartir eso con él. Porque confiaba en Daniel y porque no se imaginaba haciendo esa locura con nadie más.
Antes de las seis de la tarde ya estaban en el segundo piso del modesto centro comercial, viendo atentos a través de la ventana que daba hacia el parque infantil encajonado entre ese y otro edificio. En una de las bancas estaba Manuel, el hermano de Miguel, sosteniendo una caja de regalo. Estaba vestido de forma casual y sin ninguna intención de ocultar su identidad. Su historial problemático con el colegio lo precedía y lo volvía una fuente confiable para la Mano Justiciera y sus planes de corregir lo que consideraba injusto.
—¿Sí crees que venga? —cuestionó Daniel revisando la hora y notando que ya tenía diez minutos de tardanza.
—Debe venir. De lo contrario redactaré un artículo para nada amable y lo forzaré a mostrarse —replicó Melisa—. No está tan mal lo que hace, pero se puede volver peligroso si se le sube a la cabeza.
Más que por sentido social, Daniel sabía que lo que movía a Melisa era su desenfrenada curiosidad. Sin embargo, estaba de acuerdo con el argumento de su amiga. La protesta que generó era prueba del poder que estaba comenzando a tener y sus métodos no le parecían los mejores. Como había dicho su madre, lo mejor hubiera sido probar con el diálogo y plantear soluciones, no producir caos. Los padres se encargaron de resolver la situación de la señora Gladys en cuanto llegó a sus oídos. También ejercieron presión con el tema de los profesores. Quizá dirigirse a ellos antes de armar un espectáculo era lo más sensato.
—¿Y qué harás cuando lo sepamos? ¿Lo o la expondrás?
Melisa no había tocado ese punto. De hecho, ni ella misma estaba segura de qué hacer cuando supiera. Lo pensó por un momento.
—Si no quiere, no lo haré. Puede causarle muchos problemas con el director y no quiero eso. Me conformaré con una entrevista exclusiva conservando su anonimato. Preguntar sobre sus motivos, sus medios y todo lo que se me ocurra. Su personaje ya está sonando en las estaciones de radio locales, sería una buena manera de hacerme notar más como periodista.
Una de las cosas que le encantaban a Daniel de Melisa era esa determinación para luchar por sus sueños. El ingenio de ver las oportunidades y aprovecharlas, sin importar lo que estuviera en riesgo o su estado de ánimo. En eso ambos eran muy diferentes. Él todavía estaba considerando participar o no en el campeonato de ajedrez que organizaba la alcaldía. Ya había hablado un par de veces con Marta por mensaje y ella continuaba insistiéndole, pero el miedo de decepcionarla y de decepcionarse lo hacían dudar.
Daniel estuvo por hacer un comentario al respecto, pero fue interrumpido por el sonido del celular de la castaña. La sonrisa que nació en ella al revisar la pantalla del aparato fue suficiente para deducir de quién se trataba.
—Será rápido. Pendiente —indicó Melisa alejándose unos pasos para obtener privacidad.
Daniel se esforzó por no hacer ninguna mueca. Apretó los dientes y se apoyó del cristal, haciendo lo posible por ignorar la conversación que transcurría a unos metros.
En el parque había unos niños con su madre aprovechando los últimos minutos de sol. Manuel había cruzado los brazos contra su pecho y agitaba su pierna, seguro ya impaciente por llevar más de media hora esperando.
Lo que pretendían hacer dejó de tener importancia para Daniel y el mal humor surgió ante el recordatorio de la existencia de Justin. Había sido un tonto en creer que ese momento podía ser solo de ellos, pues así de fácil el novio de Melisa se podía entrometer y arruinarlo todo. Con una sola llamada sacó a Daniel de su ilusión. Ya no quería estar allí.
Dispuesto fallarle a su amiga, ideó la excusa de que su madre le había enviado un mensaje para que fuera a casa y cenara con ellos. No obstante, cuando estuvo por girarse y apartar la atención de la ventana, detectó a alguien nuevo pisando el terreno del parque.
No era una persona de mucha estatura y cubría su rostro con la capucha del suéter que cargaba. Vestía pantalones de mezclilla, pero por el tono rosa de sus zapatillas Daniel dedujo que era una chica. Pero no era cualquier chica, porque reconoció la mochila de estampado de nubes.
Era Antonieta y se dirigía hacia Manuel.
Daniel ojeó en dirección de Melisa, quien seguía perdida en su conversación con Justin. Pasaba la mano por su cabello y sonreía al hablar. El chico negó con la cabeza y volvió a enfocarse en la escena del parque. Lo que veía era impactante, pero no interrumpiría a Melisa para decírselo. Si no alcanzaba a hacerlo sería culpa de Justin.
Manuel se puso de pie cuando concluyó que Antonieta sí iba hacia él. Los vio intercambiando unas palabras. El hermano de Miguel le tendió la caja, seguro sin saber que estaba hablando con la hija del director, la dueña del supuesto secreto que amenazaba con revelar. Antonieta retiró la tapa y tiró la caja al suelo al percatarse de que estaba vacía. Empujó a Manuel para que cayera sobre la banca y luego salió corriendo.
Daniel se apartó de la ventana de golpe.
Esa nueva información había sido impactante, pero no estaba seguro de si debía compartirla con Melisa. Antonieta en el fondo se había portado bien con él. De su manera peculiar, lo había orillado a integrarse más al grupo sin tener que depender de la presencia de Melisa y también le había advertido sobre los sentimientos de Justin. Además, si era la Mano Justiciera, estaría yendo en contra de su padre, por lo que debía tener buenas razones para hacerlo si se atrevía a algo así de arriesgado.
Sin darle explicaciones a Melisa, salió corriendo para intentar alcanzarla. Quería confirmar sus sospechas y saber por qué lo hacía.
Manuel todavía estaba en el parque esperando por Melisa y él. Daniel lo abordó para evitar que revolera detalles de la persona con la que se encontró.
—Cambio de planes. No le dirás ningún detalle preciso a Melisa, ¿entiendes?
—¿O si no qué, albahaca? Ella es la que me involucró en esto, así que...
—Le diré a todos que lloraste cuando Andrea te rechazó —soltó Daniel un comentario hecho por Miguel durante una fiesta en la que se excedió de tragos y acabó vomitando.
Manuel alzó las manos en señal de paz.
—Bien, buena movida. No diré nada —prometió.
—¿Daniel? ¿Qué pasa?
Melisa se aproximaba corriendo.
—Debo irme. Lo siento —informó el chico antes de huir.
Sabía que era imposible alcanzar a Antonieta. Hacía mucho que debió tomar el transporte de regreso a casa, u optado por irse caminando, ya que no estaba tan lejos. Así que, Daniel lo que hizo fue detener un taxi y subirse para llegar antes que ella a su vivienda. Ya con esa decisión se había excedido del presupuesto para transporte público de la semana siguiente, pero no importaba. Su propia curiosidad y ganas de estar un paso más adelante que Melisa lo impulsó a hacerlo.
Llegó al edificio en cinco minutos y se sentó en los escalones de la entrada a esperar. Antonieta no tardó en aparecerse cruzando en la esquina. Ya la capucha no cubría su rostro y su cabello suelto era movido por la brisa nocturna. La muchacha disminuyó la velocidad de sus pasos al notarlo allí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
Daniel se levantó con las manos dentro de sus bolsillos. Escogió ser directo.
—Sé que eres la Mano Justiciera, pero quiero saber por qué.
Los ojos de Antonieta se agrandaron debido a la impresión. Terminó de acortar la distancia entre ellos y se estiró para cubrir la boca de Daniel con su mano.
—Cállate —espetó—. No vuelvas a decir eso.
Daniel asintió y esperó a que ella lo soltara. Antonieta suspiró y se apartó. No armaría una escena frente a su hogar con el vigilante viéndolos.
—¿Por qué fuiste al parque si no es así? —interrogó él.
Antonieta, contrariada, lo tomó de la muñeca y lo guió al interior del edificio. En el recibidor había unas cuantas plantas y bancas. Lo hizo ocupar una junto a ella.
—¿Qué hacías tú ahí? —contraatacó ella—. ¿Cómo sé que no eres tú? El inofensivo Daniel que siempre se queda callado es una buena cuartada.
—No tanta como la de ser hija del director. —Daniel la examinó. Era más que obvio que Antonieta estaba a la defensiva y nerviosa. Aunque la acusación fuera incorrecta, si llegaba a los oídos de su padre podía meterla en problemas. Sin embargo, Daniel intuía que iba más allá que eso. ¿Quién más que ella para desear que la institución funcionara bien, ya que fue el proyecto de su difunta madre?—. ¿Entonces eres amiga de la Mano Justiciera y te pidió que fueras porque el secreto tenía que ver contigo?
—¿Tú... tú sabes el secreto?
Daniel se zafó de su agarre para ponerse de pie. Se sacudió el cabello. Entonces sí había un secreto. Podía mentir para manipularla y sacarle la verdad, pero él no era así. Aunque lo tratara mal, ella también supo de sus sentimientos hacia Melisa y no se lo contó a nadie.
El chico negó.
—No, no lo sé. Y el chico que te citó tampoco. Todo fue un plan de Melisa para descubrir quién es la Mano Justiciera —confesó.
—Mierda —exhaló ella—. ¿Y por qué me lo dices? ¿No es como traicionar a Melisa?
Daniel tampoco estaba seguro. Una semana atrás jamás hubiera pensado en ir en contra de Melisa. Y así se sintió esa situación. Incluso planeaba no contarle sobre la llegada de Antonieta al parque. Admitir que era un tipo de escarmiento por romperle el corazón lo haría verse como la peor persona del mundo. Así que prefirió concentrarse en que era el primer paso para dejar de existir en torno a ella.
Se limitó a encoger los hombros. Estuvo por agregar un no sé, pero las palabras se perdieron en su garganta al ver al padre de Antonieta llegar de la mano de la madre de Justin.
—¿Hija? ¿Joven Romero?
—Vete —le murmuró Antonieta antes de ponerse de pie—. Hola, papá. Ya iba a subir.
—Ya me voy —indicó Daniel obedeciendo. No quería que el director se armara ideas en la cabeza respecto a su hija y él—. Feliz noche. Hablamos después.
Escuchó a Carlos decir su nombre a sus espaldas, pero lo ignoró colocándose el celular en el oído y simulando haber contestado una llamada de su madre. Salió del edificio y se dirigió a casa en otro taxi. Ya vislumbraba muchos días de tener que ir caminando a clases.
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