VII

La semana se había hecho eterna para Daniel. Sin Melisa en clases, le costaba distraerse en los descansos. Ella era su mejor amiga y la que lo sacaba de sus eternos silencios. No quedaba como el alumno solitario del rincón, porque Marta estaba pendiente de llamarlo para que se sentara con ellos. Incluso había notado a Andrea más atenta, sin embargo, no era igual.

Lo bueno fue que en lo pocos mensajes que pudo intercambiar con Melisa, se enteró de que ese fin de semana ya estaría de regreso, por lo que el ánimo del chico mejoró un poco. Cuando llegó el viernes, no aguantaba la ansiedad de verla de nuevo y de definir cómo quedarían luego del beso. Claro, era consciente de que seguro debía ser paciente antes de que ella tocara el tema. Porque sí, esperaría a que ella lo hiciera.

—Oye, albahaca. —Un avión de papel lo golpeó en la cabeza. Daniel fulminó a Andrea con la mirada—. ¿Sabes a dónde iré este fin de semana?

—A los juegos interescolares —respondió Daniel continuando con los garabatos sin forma que trazaba junto a su reciente clase de matemáticas—. Lo has dicho una y otra vez todos estos días. Felicidades. Ojalá ganes.

Otro estudiante que iría era Justin. Eso Daniel también lo sabía muy bien. En la entrada de la institución había un gran afiche con el rostro y los nombres de quienes representarían a la escuela. Todos estaban invitados para brindar su apoyo, pero Daniel no lo haría. No era el momento para eventos así. No cuando sabía por el dolor que estaba atravesando Melisa.

—¿Irás para admirar mi estrategia superior a la tuya? Te hará bien para mejorar.

—No —replicó.

Su respuesta no convenció a Andrea. Le preocupaba verlo más apagado de lo normal y solo se le ocurría molestarlo más de la cuenta para que saliera de ese estado que rozaba lo deprimente.

—Pero...

La puerta abriéndose la interrumpió. Todos se acomodaron en sus asientos, creyendo que se trataba de la profesora de historia, sin embargo, no era ella. Se trataba de Marta regresando de su visita al baño. Los adolescentes volvieron a relajarse y ella se acercó a Daniel.

—Ten. Dejaste esto en la cantina. —Puso en el pupitre la carpeta en la que Daniel guardaba sus trabajos—. Por cierto, había una señora distinta atendiendo. No estaba Gladys.

Daniel ni siquiera se había dado cuenta de que no tenía la carpeta en su bolso. Marta acababa de salvarlo, porque justamente en cuanto llegara la profesora tendrían que entregar una tarea que guardó en esa carpeta. También había estado demasiado distraído.

—Gracias —dijo colocándola debajo de su cuaderno—. Sí, noté lo de la nueva señora. También me pareció raro, sobre todo porque el director no comunicó nada.

—¿Será que está enferma? —se preguntó Marta.

Desde que inició en ese colegio estando en primaria, la señora Gladys era la encargada de la cantina. Sus comidas eran lo máximo y era común caminar por las mañanas para ahorrarse el pasaje del transporte y poder pecar con alguno de sus dulces. O muchos de ellos. Era una integrante de la institución muy querida y sería lamentable que ya no estuviese.

—¡Muchachos! —exclamó Miguel levantándose de su asiento—. Vayan a los comentarios de la página escolar. Al artículo que se subió ayer sobre el apoyo a los estudiantes que participarán en los juegos interescolares. La ManoJusticiera ataca de nuevo.

Con la ausencia de Melisa, Miguel desempeñaba su rol. Los estudiantes aprovecharon de que la profesora todavía no llegaba para sacar sus celulares y buscar lo que mencionó. Daniel no lo hizo porque prefirió dejar el teléfono en casa para minimizar el desconcentrarse en clase por querer revisar a cada momento si Melisa le había escrito. Estuvo atento a los comentarios a su alrededor, especialmente de Marta y Andrea.

—Sí, aquí está. —Antonieta, sentada en el centro de la habitación, fue quien tomó la palabra. Leyó el comentario—. «Se habla de sentido de pertenencia, pero no les tiembla el pulso a la hora de despedir a un miembro tan querido por todos: la señora Gladys Mendoza. Les aseguro que muchos de los graduandos recuerdan con cariño sus ricas empanadas y helados. Es incoherente quitar lo que funciona. ¿Por qué? ¿Por colocar una cocinera experta? ¿Acaso eso es solo lo que importa? Primero encubrir un amorío entre profesores; ahora despedir a una señora solo por pedir permiso para llegar un poco más tarde porque se quedó sin vehículo y debe usar el transporte público».

—Ay, no puede ser. Si la señora Gladys comenzó a hacer pastelitos de berenjena por mí cuando me volví vegetariana —dijo la chica sentada junto a Daniel.

—¿Cómo van a despedirla por eso? —se quejó el segundo mejor alumno de la clase.

—Si es de llegar más tarde y tener el recreo un poco más tarde, yo no tendría problema —aseguró Andrea.

Más comentarios de ese estilo se esparcieron por el aula de clases. Una vez más, la ManoJusticiera había dado en el clavo con la noticia escogida para causar malestar generalizado e impulsar cambios en la institución sin necesidad de mostrar su rostro, pues solo era un alumno más, quien por su propia cuenta no haría ninguna diferencia.

—A ver, muchachos, hagamos algo. —Ya Antonieta se había sentado y Miguel aprovechó de darle uso a las reacciones de sus compañeros—. La ManoJusticiera hizo su trabajo, así que creo que deberíamos hacerlo también, ¿qué sugieren?

—Salir al patio a protestar —intervino Andrea alzando la mano—. Es nuestro derecho y merecemos ser escuchados.

Los padres de Andrea eran abogados y ella tenida un sentido de la justicia bien marcado. Sin embargo, a Daniel le pareció una exageración comenzar por allí. Para él, lo mejor era dirigirse después de clases a la oficina del director y expresar su malestar, incluso agendar una asamblea para tratar el tema.

Estuvo por contradecir a la pelinegra y dar su punto de vista, no obstante, esas palabras fueron la chispa para encender la llama que la ManoJusticiera había preparado. Por la habitación retumbaron las aprobaciones.

—Bien, hagamos eso —alentó Miguel—. Podemos sentarnos en el medio del patio y no movernos hasta que el director nos escuche y traiga a la señora Gladys de vuelta.

Los también se propagaron. Los adolescentes se pusieron de pie, olvidando por completo que la profesora no debía tardar en llegar y que tenían que entregar una tarea. Para Daniel fue un poco sospechoso que Miguel tuviera la iniciativa de que hicieran algo al respecto, cuando él siempre traía su propia comida y si compraba una o dos veces al año en la cantina era mucho. Sin dudas era algo que valía la pena mencionarle a Melisa. Colaborar para que intentaran descubrir la verdadera identidad de la ManoJusticiera iba a ser una buena forma de mantenerla distraída.

Los primeros estudiantes de la sección A de último año abandonaron el salón, con Miguel liderándolos. Daniel continuaba en su asiento, con Marta frente a él, sin decidir qué hacer. No quería meterse en problemas, ser suspendido y no poder asistir a clases con Melisa la próxima semana. Pero la presión social comenzaba a notarse. Creyó que por lo menos uno que otro estudiante pensara en un proceder menos hostil, como él, mas el aula estaba cada vez más vacía.

—¿Y tú qué? ¿No irás? —cuestionó Antonieta terminando de recoger sus cosas.

La mirada expectante de Marta también se posó sobre Daniel. Era obvio que ella pensaba unirse a la protesta, pero lo demoraba en espera de ver qué haría el muchacho.

—No creo que...

—Vamos —lo interrumpió Antonieta—, piensa en lo orgullosa que estará Melisa de ti si lo haces. Ella estaría de acuerdo, ¿no? Es una lástima que no pueda estar, pero le gustará que salgas de tu cascarón y zona de seguridad.

El argumento empleado tuvo peso en el adolescente. Fue bajo que Antonieta implicara a Melisa en el asunto sabiendo de los sentimientos de Daniel, mas su objetivo fue plantar la semilla para que el chico se uniera.

Antonieta se acercó y tomó a Marta del brazo. Ya solo quedaban ellos tres.

—No esperes por él —se dirigió a la chica—. Si lo que le dije de Melisa no hace que se una, nada lo hará.

Luego haló a Marta con ella fuera del salón.

Verse solo en el salón hizo que Daniel se levantara de golpe. No, no podía mantenerse al margen. Las palabras de Antonieta fueron ciertas y pensar en la cara que pondría su mejor amiga cuando le relatara lo ocurrido terminó de empujarlo para involucrarse.

Lanzó sus cosas en el bolso y se apresuró para unirse a sus compañeros de clases. Para su mala suerte, se encontró con la profesora en la puerta.

—¿A dónde va, señor Romero? —preguntó con el ceño fruncido—. Creí que por lo menos usted sería sensato. Qué vergüenza para Silvia.

Daniel se quedó paralizado por unos segundos. Ese encuentro podía ser el universo insistiéndole en que no era correcto hacer un escándalo del asunto. No obstante, lo dicho por Antonieta seguía fluyendo con fuerza por su mente y le molestó que la profesora mencionara a su madre.

—Lo siento —murmuró y huyó de su mirada de reproche.

En el patio se encontró con sus compañeros sentados. A lo lejos vio al director acercándose a ellos. En vez de retractarse, ubicó a Marta y ocupó el espacio que ella le guardó a su lado. Se sonrieron cuando estuvo cerca, pero el gesto se borró en la chica cuando Antonieta recalcó que todo había sido por Melisa.

—Aquí viene, muchachos —señaló Miguel—. Ya saben, fuertes y unidos. No pueden suspendernos a todos.

—¿Qué pasa con ustedes y por qué no están en clase? —interrogó el director deteniéndose frente a ellos con los brazos cruzados—. ¿Ahora se harán los rebeldes por ser su último año?

—No somos ningunos rebeldes, papá —contestó Antonieta—. Estamos aquí porque despediste a la señora Gladys.

—¿Qué haces ahí, hija? Vamos, párate.

—No —replicó ella con firmeza.

—Rebeldes no somos, director Carlos —aclaró Andrea poniéndose de pie—. Estamos ejerciendo nuestro derecho a la protesta pacífica, avalado por el Artículo 68 de la Constitución. Es injusto que la hayan despedido así y sin avisarnos.

—No estamos en la calle, señorita Blanco, sino en una institución privada y están todavía en horario de clases. Y yo soy el director, no tengo por qué consultarles las decisiones que tomo. —Estuvo por agregar más, pero su mirada se desvió a lo que había detrás de los estudiantes de esa sección. Al voltear, Daniel vio a los alumnos de la otra sección uniéndose a ellos, incluyendo a Justin—. ¿Ustedes también?

—Sí —le respondieron algunos.

El director masajeó sus sienes por unos momentos.

—Bien, ya que obviamente no harán caso, tendré que tomar medidas. Los que sean parte de esto no representarán a la institución en los juegos interescolares del fin de semana.

Daniel se enfocó en Andrea, consciente de lo importante que era. Su postura flaqueó un poco, mas de todas formas se volvió a sentar. Miró a Justin, y él también permaneció inmutable.

—A ver, Daniel, tú nunca te metes en problemas. Si recapacitas, representarás a la institución.

Que empleara esa carta fue ir más allá de lo que había hecho su hija. Era otro nivel de chantaje y que lo pusiera en práctica un adulto, quien además era la autoridad de la escuela, fue peor. La tentación invitaba a Daniel para que se olvidara de sus compañeros y de Melisa, y se concentrara en sus ansías de reconocimiento. Pero, ¿a qué precio? No valía la pena decepcionar a los que lo rodeaban solo por unas horas de atención. El estar apoyando a la señora Gladys también lo animó a decidir.

—No, gracias. Aquí estoy bien —contestó.

El director asintió repetidas veces.

—Bien —suspiró—. Iré llenando cartas de suspensión y llamando a sus padres.

Aguardó unos segundos, viendo si alguien mordía el anzuelo.

No fue así.

Daniel exhaló ruidosamente mientras veía al director alejarse. Su interior era un torbellino, sobre todo por la culpa que estaba sintiendo. Como había dicho el director, él siempre se comportaba y pasaba desapercibido. Así debía ser, pues su mamá tenía suficientes problemas como para también ser uno. Trabajar y llevar las riendas del hogar por el exigente horario de su esposo no era sencillo.

Antonieta le tocó el hombro, sacándolo de su crisis mental.

—No estuvo bien que te abordara así —dijo—. No es el mismo desde que comenzó a salir con esa mujer.

—¿Está saliendo con alguien? —preguntó Marta con sorpresa.

—Sí, y ella es tan...

—Cuidado, recuerda que estás hablando de mi madre —intervino Justin, quien se había sentado diagonal a ellos y estuvo atento a la conversación de los amigos de Melisa.

—No te metas. —Antonieta puso los ojos en blanco—. En fin, nada es igual.

La madre de Antonieta falleció años atrás y desde entonces jamás se había sabido de que el señor Carlos Márquez tuviera pareja. Quizá solo esperó a que Antonieta tuviera más edad para entenderlo, pero al parecer no era así. No obstante, lo que más inquietó a Daniel fue que se tratara precisamente de la madre de Justin, el chico que ella le aseguró estaba interesado en Melisa. No había sido un simple rumor, sino que lo más probable era que fuera información de primera mano.

—Ya habrá más eventos, albahaca —dijo Andrea sin mirarlo—. Gracias por no ceder.

Daniel asintió. Ella tenía razón. Además, también se sintió bien estar integrado al grupo sin depender de Melisa y apoyar a alguien estimado por todos. A él le encantaban las tortas de la señora Gladys.

Luego de unos minutos, el director regresó acompañado de su secretaria. Él tenía un puñado de hojas y ella una carpeta y lapicero.

—Ya notifiqué por el grupo de representantes lo que ocurre y hablé con algunos de ellos. Nadie se va de aquí sin su carta y sin un adulto. Comencemos.

Y así fue llamando a uno por uno guiándose por las listas de asistencia. Hubo un par de comentarios de queja, respecto a cómo podía suspender a un año entero, pero fueron ignorados. Prefería eso a que ese cuestionamiento de su autoridad hiciera que los otros años imitaran ese mal ejemplo.

Los primeros padres fueron llegando, entre ellos una señora castaña de traje ceñido blanco. Tenía unos extravagantes lentes de sol y Daniel no recordaba haberla visto antes.

—¿Qué es esto, Carlos? —fue lo primero que dijo dirigiéndose al director e ignorando a la pareja con la que estaba conversando. Miró hacia los estudiantes—. Justin, arriba. No dejes que esto ensucie tus buenas referencias.

Así Daniel entendió que era la madre de Justin y la novia del padre de Antonieta. El nadador obedeció soltando un suspiro. Se despidió de sus amistades y caminó al frente. El director le tendió la carta de suspensión a la representante, pero ella lo fulminó con la mirada y fue suficiente para que se retractara. No obstante, Justin le quitó de las manos la hoja al director, pese a las protestas de su madre.

—Sin dramas, mamá. Firma y ya.

Y dicho eso, se marchó. La señora quedó perpleja por unos segundos, pero luego firmó y fue tras su hijo.

Daniel no podía creer que él se dirigiera a su mamá de aquella manera. No, no podía aceptar que alguien así fuera novio de Melisa.

Sin embargo, esos pensamientos pasaron a segundo plano cuando vio a su propia madre caminar hacia ellos hecha una furia. Tenía un vestido rojo bastante conservador, pero combinado por unos tacones que le hacían dudar a Daniel sobre si era la misma Silvia que limpiaba con franelas agujeradas. Claro, ya estaba acostumbrado a esa sensación. Su madre seguro había interrumpido una clase por ir.

—Buenas tardes, Carlos —saludó al director cuando fue su turno—. El consejo de padres quiere una reunión de emergencia para tratar el tema y plantear nuestra solución. —Se enfocó en los jóvenes—. Párense de ahí, niños, que la mayoría no lava su uniforme y no revuelven nada saltándose las clases.

Silvia con su voz de docente fue la que dio por concluido el asunto. Con la promesa de que se solucionaría y por el respeto que le tenían a la madre de Daniel por llevar años conociéndola, volvieron a sus salones. No obstante, presionado a ceder, el director suspendió el resto de las clases del último año debido a los estudiantes que ya se habían ido y convocó a una reunión de urgencia para el sábado por la mañana.

Camino a casa, Silvia le habló a Daniel sobre cómo debió llamarla a ella antes de hacer algo así. Recalcó que se suponía tenían esa confianza y que ella no le había inculcado comportarse así, que antes de la acción era mejor intentar con el diálogo. Daniel fue sincero respecto al hecho de haberse dejado llevar y que creyó que a Melisa le hubiera gustado participar en algo así.

—Tú no eres como Melisa —fue la respuesta—. Eres Daniel Romero y ella, y todos, tiene que aceptarte tal como eres. No traiciones tu forma de ser por otros.

El adolescente lo recibió con desagrado, pues su esencia era el motivo por el cual, después de tantos años, solo era el amigo de Melisa y nada más. Confiaba en que tenía que ser un poco distinto si quería cambiar de papel.

Ya en su habitación, sacó la carpeta de sus tareas del bolso. El profesor de matemáticas, la última clase de ese día, debido a las circunstancias, les pidió que le tomaran una foto a la actividad mandada y se la enviaran por correo.

Fue revisando las asignaciones de cada materia para dar con la indicada, pero se detuvo al encontrar un sobre con su nombre. Él no lo había puesto allí y le llamó la atención el corazón que tenía dibujado. Era una carta de amor. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top