VI
Así como de inesperado fue ese beso para Melisa, lo mismo ocurrió con Daniel cuando ella volvió a inclinarse hacia adelante para juntar una vez más sus labios. En esa ocasión sí fue un gesto correspondido. Todas las cadenas mentales que se había puesto Daniel, desde que le puso nombre a sus sentimientos por ella, fueron soltadas. Dejó se contenerse y se aferró a ella como alguien que desea más que amistad.
Y fue gratificante que la chica le rodeara el cuello con sus brazos y fuera quien se mantuviera adherida a su cuerpo sin ejercer presión en ella. La envolvía en un agarre suave, consciente de que Melisa iba a poder alejarse en el segundo que lo quisiera. La probaba y lo volvía a hacer, sin tener suficiente y con una emoción que no le cabía en el pecho. Le costaba respirar, pero no pretendía dejarla ir, pues temía que el choque de la realidad destruyera la ilusión que cobraba fuerza en su interior.
El inicio de su pierna vibró y por instantes sintió ligera vergüenza al creer que era otro efecto del beso. Le encantaba en todos los sentidos, pero esa reacción no era la adecuada en ese momento. No cuando sabía de la tristeza y preocupación con la que cargaba Melisa.
Las manos de la castaña terminaron en la camisa de Daniel y cortó el beso, mas sin separarse demasiado. Todavía estaba en sus brazos y aún sus alientos con trazos de alcohol se mezclaban.
—Es tu celular. Te están llamando —susurró ella sin mirarlo a la cara.
Daniel maldijo para sus adentros y se sintió como un estúpido por no haberse dado cuenta y silenciarlo de inmediato. Sacó el aparato de su bolsillo, solo para ver de quién se trataba antes de rechazar la llamada. No obstante, se frenó de hacerlo cuando vio que era el padre de Melisa.
Confundido, respondió.
—¿Señor G?
Los ojos de Melisa se encontraron con los de su mejor amigo. Se mantuvo atenta a lo que podía decir.
—Dime que mi hija está contigo, Daniel —fue la respuesta.
—Sí, aquí está —replicó—. Nosotros...
—¿Están en esa fiesta, cierto? Dile a Melisa que estoy afuera esperando por ella.
—Eh, sí. ¿Pasa algo, señor G? Yo...
—Rápido, muchacho.
Y colgó.
Daniel quedó mudo por unos instantes. La mirada de la castaña estaba llorosa de nuevo. Él abrió la boca para decir algo, mas las palabras se quedaron atascadas, porque ella se apartó y salió corriendo.
En lugar de armar una escena y gritar su nombre, fue tras Melisa. Por el tono molesto de su padre, Daniel intuyó que sí se había escapado de casa para acudir a la fiesta. Sin embargo, también notó algo más y fue lo que le generó angustia. No podía recriminarle el haber mentido para convencerlo de asistir, pues él presintió que así había sido, mas optó por ignorarlo. Era obvio que su amiga lo único que quiso fue olvidar por un rato sus problemas y no pensar en el futuro, ni en la muerte.
A Daniel le dolió que se estuviera yendo de aquella forma, sin hacer comentario alguno sobre ese beso que le había dado vuelta a su existencia, ni usarlo como apoyo. Llevaban años juntos y estar para el otro ya era algo instintivo. Entonces, ¿por qué huir sin decirle nada? ¿Por qué no esperarlo para ir ambos a hablar con su padre?
Correr detrás de ella y no poder alcanzarla era una pesadilla materializándose. El estar equivocado. El no ser suficiente. El no ser correspondido. Todo eso era parte de su tormento.
Llegó al grupo de personas amontonadas con varios metros de retraso. La música retumbada en sus oídos y se arrepintió de no haber gritado su nombre antes.
—Dan.
Miguel apareció, sin camisa, e interponiéndose en el camino de Daniel.
—Tengo prisa —se excusó él.
Lo trató de rodear, pero el anfitrión de la fiesta lo sujetó de la manga de su chaqueta.
—Espera, debo decirte algo —insistió.
Daniel vio a lo lejos la entrada principal abrirse y a Melisa accediendo al pasillo del edificio a través de ella.
—Después —gruñó él.
Se zafó de su agarre y se alejó de él para terminar de maniobra entre la multitud.
Pese a los esfuerzos de Daniel, no logró alcanzar a Melisa. Una vez en el corredor, se topó con las puertas del elevador cerrándose. Y, en la calle, vio cómo el automóvil del señor G aceleraba.
***
Una de las sensaciones más agobiantes para Daniel fue la incertidumbre. Había creído que lo peor era callar y aparentar que Melisa no generaba nada en él, sin embargo, en realidad lo fue el haber dado el paso y quedar en el aire.
Sabía que estaba siendo egoísta, pero necesitaba conocer cómo se sentía su amiga y si las cosas entre ellos podían avanzar hacia la siguiente etapa. Lo estaba carcomiendo el silencio de su parte y que no le respondiera ni los mensajes, ni las llamadas. Y esa tortura se extendió durante el resto del fin de semana. Se abstuvo de contactar a sus padres por temor a reflejar lo desesperado que estaba y asustarla. Tal vez necesitaba su espacio y lo inteligente iba a ser respetarlo.
—Daniel, ¿estás bien?
La pregunta de Marta a sus espaldas hizo que se detuviera en medio del patio. Ya era lunes, cerca de la hora de salida, y el director los había convocado a una asamblea en la cancha.
Melisa no había ido a clases.
—Sí, ¿por qué? —respondió ya teniéndola junto a él y sin fingir una sonrisa. No era Melisa, así que no tenía por qué deslumbrarla con un buen humor inexistente en ese momento.
—Por nada —musitó, siendo sorprendida por el tono áspero que empleó el chico. Desvió por un instante la mirada para no demostrar que le había afectado. Al regresar la atención a él, sonrió como si nada—. Yo sí sé sobre qué hablará el director. Cuando pedí permiso para ir al baño hace rato, vi a algunos padres y también a la profesora de lenguaje llorando.
—Debe ser que la despidieron.
Entraron juntos a la cancha y ocuparon un espacio en las gradas. Esperaron en silencio a que el resto de los estudiantes terminaran de acomodarse. Ni siquiera en sus días buenos Daniel era del tipo comunicativo, solo con Melisa el ambiente resultaba diferente porque ella lo complementaba al punto de ser extrovertida por los dos y sacarle las frases con facilidad. En cambio, los nervios de Marta podían más que ella y dejaban su mente en blanco. Le preocupaba quedar como tonta frente a Daniel, y le costaba pensar cómo iniciar una charla.
Daniel escuchó el sonoro suspiro que Marta liberó cuando el director se acercó al micrófono puesto en medio de la cancha. Le dio unos toquecitos con el dedo antes de saludar a los presentes y agradecer su asistencia. En un costado, tenía a un grupo de padres, entre los cuales Daniel reconoció a su madre; y en el otro, a los profesores que estaban cumpliendo con su horario laboral.
—Los convoqué la tarde de hoy, jóvenes, porque los padres, los profesores y yo hemos decidido tomar acción y, lamentablemente, la licenciada Jiménez y el licenciado Paz ya no serán parte de esta institución. —Hizo una pausa, en la que recorrió las gradas con la mirada—. Lo que ha sucedido es bochornoso y no vale la pena volverlo a comentar luego de este día, porque no representa la excelencia educativa del plantel. Aquí se viene a estudiar y a prepararse para el futuro, no a... A nada más. Solo a eso.
A pesar de la resistencia del director, la ManoJusticiera había cumplido con su objetivo. Fue acertado ejercer presión con los padres, aprovechándose del grave error cometido por la cabeza de la institución. Hacerse de la vista gorda nunca era una solución.
Fue obvio cuánto le costó a Carlos Márquez ceder, por la ausencia de la fluidez que solía tener al hablar. Daniel no pudo contener su sonrisa cuando su madre dio un paso al frente y aclaró su garganta, empujando al director para que continuara. Era una persona dulce, pero también tenaz de ser necesario.
—Sí, sí, señora Díaz. Ya sigo —replicó. Sacó el pañuelo que siempre cargaba en el bolsillo y limpió el sudor de su rostro—. Aunque su compañera Melisa Guzmán, una de las encargadas del periódico escolar, no está aquí hoy, debido al fallecimiento de su abuela, quiero aprovechar la oportunidad para disculparme con ella públicamente. Recuerden que todos somos humanos y es bueno admitir nuestros errores y pedir perdón. Dicho esto, ya la señorita Guzmán no se encuentra suspendida. Estos días no la verán porque su abuela vivía en otra ciudad y mañana será el funeral.
Daniel dejó de escuchar el resto de las palabras. No podía creer que, siendo supuestamente tan cercano a Melisa, se enterara de la noticia como cualquier estudiante más. Sintió pena por lo que debía estar atravesando su familia y ella, y deseó poder teletransportarse para estar a su lado en un parpadeo y abrazarla.
No fue consciente del minuto de silencio que decretaron en simpatía por la familia Guzmán, ni la sugerencia de hacerle llegar sus condolencias a Melisa. Daniel sacó su celular y buscó en las redes sociales alguna publicación que confirmara lo dicho. Quiso golpearse a sí mismo cuando encontró varios parientes comentando en el muro de los padres de Melisa desde el día anterior.
—Soy un estúpido —murmuró.
Decidió abandonar la cancha para ahora sí llamar a la madre de Melisa. Su amiga no tenía ninguna publicación reciente y, aunque le hubieran devuelto el celular, seguro se había encerrado en sí misma y preferido excluirse del mundo junto a su dolor. Sin embargo, a Daniel no le parecía eso. No tenía por qué fingir ser fuerte, cuando estaba en todo su derecho de romperse. Y él quería estar para ayudarla a recoger las piezas.
Ignorando todo lo demás, se hizo paso hacia el suelo con las miradas en él. El director, e incluso Silvia, le pidieron que regresara a su asiento porque la asamblea no había terminado, pero él no los escuchó. Saber de Melisa era más importante que cualquier otra cosa. Recordarle de su existencia y apoyo fue su prioridad.
Volvió a pisar el patio y realizó la llamada. En el segundo intento recibió respuesta.
—Hola, Daniel —dijo—. En estos momentos Melisa no...
—Discúlpeme por no llamar antes, señora G —la interrumpió. No solo estaba avergonzado con Melisa, sino con sus padres, quienes siempre se portaron de maravilla con él y, como Natalia le había dicho la semana anterior, le confiaban a su hija—. Acabo de enterarme. Lo siento mucho. Mi sentido pésame.
—Gracias. Tranquilo. Todo fue tan rápido y no... Yo creí que sabías. —En el fondo se oyó el sonido de una puerta cerrándose—. Bueno, Meli no ha estado muy comunicativa y hace lo posible por no tocar el celular. Supongo que por eso... —Respiró hondo—. Hablé con Silvia esta mañana, pero como estabas en clases seguro esperó para decirte.
—Me lo imagino. Sé lo mucho que Melisa estaba afectada con la enfermedad de su abuela, entiendo que no quiera hablar. ¿Puede decirle eso, por favor? Que no estoy molesto y que aquí estaré cuando esté lista. Que recuerde lo que le dije el sábado y que soy un tonto por no llamar antes.
—Sí, claro. Yo le digo. Gracias por ser tan lindo con ella y por cuidarla. Gabriel también te lo agradece —respondió esparciendo un poco de calma en Daniel—. Cuando volvamos sé que necesitará mucho de personas como tú y es un alivio que estés en su vida. La conozco, no ha sido fácil para ella.
—Aquí estaré. No se preocupen.
—Gracias de nuevo. Cuídate y saludos para tus padres. Adiós.
La llamada finalizó y el adolescente apretó el celular contra su pecho.
La conversación había sido agridulce, especialmente porque iba a tener que esperar algunos días para tener a Melisa otra vez con él. Sin embargo, no importaba si el tema de su beso debía esperar y su incertidumbre tuviera que extenderse, era momento de seguir siendo solo su amigo y concentrarse en su pena. Ya Daniel había esperado bastante tiempo y hacerlo un poco más, hasta que el dolor se apaciguara y hubiera cabida para el romance entre ellos, no sería problema.
—Oye, ¿ya terminaste de enloquecer?
Daniel bajó su mano y metió el celular en su bolsillo antes de voltear. Antonieta lo observaba con la ceja alzada y detrás de ella se veía a los demás estudiantes saliendo de la cancha. Ahora era Daniel quien no tenía ganas de responder de forma amable.
—Eso a ti...
—Ten. —Cortó lo que le iba a decir cuando le arrojó su bolso—. Se te quedó en las gradas. Marta me pidió el favor de entregártelo.
El muchacho notó que Antonieta andaba de excelente humor, digno a como solía ser. Esa sombra lúgubre sobre ella se había ido. Su sonrisa no flaqueó ni por un instante.
—Gracias —replicó Daniel. Ella no se fue—. ¿Algo más?
—Dios, andas insoportable y eso que solo ha sido un día sin Melisa. ¿O, acaso, es porque salió corriendo después de que se besaron?
Los ojos de Daniel se agrandaron. Acortó la distancia entre ellos, con la intención de que la conversación no fuera escuchada por los demás.
—¿Nos viste?
—Claro, albahaca. Estaban en el balcón y yo igual.
Daniel apretó los labios. Su apodo desagradable fue enviado a segundo plano, pues lo primordial fue que no supo cómo tomarse le haber sido visto besando a Melisa. Por un lado, le hacía ilusión que haya sido así y se enteraran de lo suyo; y, por otro lado, le atemorizaba que el chisme esparciéndose por la institución no le sentara bien a Melisa cuando volviera. No habían hablado de ello, por lo que desconocía su posición y, aunque doliera, cabía la posibilidad de que quisiera esperar antes de oficializar algo.
«¿Qué pensará de mí si cree que lo conté para ejercer presión en ella?», pensó.
—No lo comentes con nadie, por favor —fue lo que dijo, ya con un tono menos hostil—. Todavía no sé en qué página estamos y...
—Tranquilo. —Encogió los hombros—. No diré nada. No es mi asunto. —Se acercó más a Daniel y puso una mano en su hombro para ponerse de puntitas y susurrarle en el oído—. Solo ten cuidado con Justin. He escuchado cosas y al parecer le gusta Melisa. No creo que se contenga por mucho, si es que ya no ha comenzado sus planes de conquista.
Competencia confirmada para Daniel >=D
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