V

—Hay música y ya casi todos están pasados de tragos, D. Nadie va a prestarte atención —dijo Melisa en cuanto Daniel se negó a cantar.

Antes de que Daniel pensara que lo mejor sería "cerrar accidentalmente" la aplicación, Melisa ya estaba encima de él viendo qué le había salido.

—Además, hemos cantado varias veces estando solos. Piensa que es algo parecido —agregó.

Pero no, no lo era. No había sido en una noche como esa, ni con ella viéndose así de hermosa. Tan pronto como comenzara a cantar, olvidaría cómo hablar si la tenía viéndolo así.

—Melisa...

—Daniel... —La chica le quitó el celular y buscó algo rápidamente. Terminó lo que le quedaba en su vaso para depositarlo en la mesa y ponerse de pie—. Cantaremos esta.

Tras haber dicho eso, le dio a su amigo el celular. Él también acabó con su bebida y colocó el vaso junto al de ella. Todavía no quería hacerlo, pero de todas formas ojeó su elección. Era una de las canciones favoritas de ambos.

Por encima de la música de fondo, puedo escuchar la voz de Melisa comenzando a entonar la estrofa de la intérprete femenina. Él la podía oír porque la tenía frente a él, moviendo sus caderas según la inexistente melodía que en otras condiciones iría con sus líneas. Miró a su alrededor para comprobar que su mejor amiga había tenido razón: solamente los integrantes del juego tenían los ojos puestos en ellos; el resto estaba pendiente de sus propios asuntos.

Unas palmaditas en su hombro hicieron que se cortara el hechizo en el que estaba. Se encontró con la mirada amable de Marta.

—Tú puedes hacerlo —le dijo.

Daniel asintió. Ese fue el último empujón que necesitó para que su cuerpo reaccionara. Como si lo supiera, Melisa le ofreció la mano, sin dejar de cantar.

Él la aceptó.

Estando hombro con hombro, Daniel inhaló hondo y empezó a decir lo que le correspondía. Al principio fue bajo, mas elevó el tono al ser consciente de la atención de Marta y Andrea en ellos; especialmente por la mirada retadora de la pelinegra. Quererle demostrar a ella que también podía ser divertido fue otro factor que lo hizo dejar a un lado la timidez.

Tomó de la mesa una botella vacía y la acercó a su boca para que actuara de micrófono. A Melisa le gustó la idea, así que lo imitó. Luego, la castaña pasó el brazo por la espalda media de Daniel y se aferró a él sin parar de cantar. En respuesta, el muchacho puso su brazo en los hombros de ella.

Daniel se sentía eufórico. Era una mezcla de los primeros efectos por haberse confiado un poco con el vodka y ser más consciente que antes de que era su último año escolar. Estaba bien atreverse a hacer algo distinto.

Lamentablemente, la canción terminó más pronto de lo que hubiera querido. La única que les aplaudió fue Marta. Al separarse, siendo Melisa la primera en romper el contacto, intercambiaron una mirada de complicidad. No, con nadie más Daniel hubiera podido hacer algo así.

—Bien hecho —sonrió ella—. Si quieres te sientas. Me toca servir ahora.

Daniel hizo lo pedido, todavía sonriente debido a la energía que continuaba recorriéndole el organismo. Por unos segundos se había sentido como si solo fueran ellos, en su propia burbuja, y en términos distintos a los de una simple amistad. Incluso estaba considerando que esa podía ser la noche ideal para revelarle sus sentimientos. Creía estar recibiendo señales bastante receptivas de su parte.

—¿Ves? Pudiste —dijo Marta.

—Sí, gracias —contestó sin mirarla, porque no estaba listo para apartar los ojos de Melisa.

—Oye, entrega el teléfono para que juegue el que sigue —gruñó Andrea.

Daniel se lo dio, sin interesarle quién tendría que cumplir con un nuevo reto. Así fue cómo vio en primera fila a Justin acercarse a Melisa. El nadador estrella del colegio, quien además era considerado por la mayoría de las chicas como atractivo, le susurró a la mejor amiga de Daniel al oído. Ella dio un pequeño salto por la sorpresa, mas después le sonrió al notar que se trataba del rubio.

La alegría que había experimentado el castaño minutos atrás se esfumó y las alarmas en su cabeza de encendieron cuando se saludaron dándose besos en la mejilla. Solía ser un gesto normal, pero Daniel sabía que no era costumbre de Melisa hacerlo. Afinó su oído a ver si lograba captar parte de lo que decían, mas desvió la mirada a su regazo para no ser tan obvio.

—Ah, sí. Qué lindo, gracias —replicó Melisa a algo que Justin dijo, pero Daniel no pudo escuchar—. Tranquilo, estoy con mis amigos...

Ante esa mención, que también incluía a Daniel, él alzó la cabeza. Melisa tenía los vasos de ambos en sus manos y Justin conservaba los ojos fijos en ella. No obstante, Melisa ojeaba en dirección de Daniel. El castaño tomó eso como una señal y reunió la valentía suficiente para ponerse de pie. Iba a hacer notar su presencia. Porque sí, Melisa había ido a esa fiesta con él. No podía tener a Justin como competencia, ya que sabía que seguramente no ganaría.

—Hola —saludó Daniel, ofreciéndole la mano.

La voz de Daniel fue lo que hizo que Justin lo mirara. Le estrechó la mano, con la misma fuerza que el que intentaría defender lo que quería como suyo.

—Hola. Daniel, ¿cierto? El que juega ajedrez.

—Sí. Tú eres el que nada.

Intercambiaron sonrisas tensas, pero de cortesía.

—¿También viste a D cantar? Lo hizo genial —comentó Melisa después de darle un trago a su bebida.

—Sí, son un dúo increíble. Es obvio que son grandes amigos —respondió Justin. También bebió de su propio vaso y escaneó por un momento su entorno—. Bueno, fue un gusto verte, Melisa. Ya sabes, si necesitas hablar sobre ese tema, me dices. No importa la hora.

La expresión de la castaña tambaleó un poco, mas asintió. Se despidieron con otro intercambio de besos.

Daniel se moría por saber a qué tema se refería y le cayó mal que Justin lo dijera de esa manera, como si hubiera un secreto que los uniera, es decir, uno donde él estuviera excluido. Melisa era la chica de sus sueños y quería serlo todo para ella, así como que se sintiera segura contándole cualquier cosa. Y bueno, creía que era así.

—Ten, D.

Melisa le dio el vaso a su amigo cuando Justin se perdió entre la multitud que bailaba. Eso le dio una idea a Daniel.

Para reunir incluso más valor, dejándose llevar por los celos que aparecieron debido a Justin, ingirió lo de su vaso de golpe. Acabó tosiendo y con un calor insoportable descendiendo por su sistema digestivo, sin embargo, no hizo escándalo al respecto. Eso necesitaba. Si ese era el precio que debía pagar para que su lengua se soltara y lo que sentía saliera a flote, lo haría.

—¿Estás loco, Daniel? ¿Cómo te tomas eso así? —cuestionó Melisa dándole unas palmadas en la espalda.

—Estoy bien, tranquila. Un poco de descontrol está bien, ¿no?

Ya había sentido miedo antes de que Melisa se fijara en alguien más y él perdiera cualquier oportunidad de que fueran novios. No obstante, nada había sido tan significativo como la repentina cercanía que Daniel acababa de descubrir tenía con Justin, quien, además, era sinónimo de novio perfecto.

—Eh... sí. Yo sé que es lo que siempre te digo, pero...

—¿Quieres bailar? —la interrumpió. Puso su vaso vacío en la mesa y tomó sus manos.

—¿Esa música urbana y sexista que odias? —preguntó incrédula.

Daniel quedó mudo un momento. No, no iba a bailar ese género con ella. No era por menospreciar a los que sí les gustaba, pero no era lo que quería de fondo si hacía lo que planeaba hacer.

—Vamos al balcón —soltó.

Era obvio que Melisa estaba cada vez más confundida con la actitud de Daniel. No obstante, le permitió guiarla a ese lugar del apartamento. Atravesaron las puertas deslizantes y salieron al exterior. La brisa continuaba siendo gélida, pero había algunas personas afuera también. La música casi no se escuchaba y era una atmósfera agradable para tener conversaciones más íntimas.

El balcón era extenso. Se extendía por la mitad de la fachada frontal del edificio. Había algunas palmeras en macetas y una que otra planta. También un juego de sillones de fiambre y una hamaca. Por esa zona había un grupo de adolescentes concentrados en su propio juego de tragos. Un poco más allá, Daniel vio a Antonieta con su cigarrillo y hablando con otra chica. Les restó importancia y escogió el rincón más distante para tener un momento con Melisa.

—Creo que ya estás borracho, D —dijo Melisa, pero sonando divertida por la situación y bebiendo más.

—No sé —admitió él brindándole una sonrisa.

De forma repentina, giró para que estuvieran de frente. Con su mano libre, seleccionó de la música en su teléfono una balada que sí era acorde a lo que quería recrear. Dejó la canción sonando en un tono que solo fuera audible para ellos y guardó el aparato en el bolsillo delantero de su pantalón para que no le estorbara.

—Sí estás loco —murmuró Melisa.

A pesar de sus palabras, ella dejó su vaso de plástico en el borde del balcón y tomó las manos de Daniel para comenzar a bailar a paso lento.

Conservaban una distancia prudente. Se mecían de un lado a otro, se miraban y sonreían. Esa canción también la habían escuchado en varias oportunidades. Melisa entonaba por lo bajo la letra y Daniel sentía que el corazón le iba a explotar. Todo era sencillamente mágico. Parecían incluso estar rodeados por una cortina de humo que los separaba del resto. Su boca se sentía seca y lo que deseaba era que Melisa la humedeciera con sus labios. Sin embargo, por los momentos, se conformó con hacerlo él mismo.

—¿Quién crees que pueda ser la Mano Justiciera? —preguntó Melisa cuando empezó el tramo de la canción que era puro instrumental.

—No sé... ¿El hermano de Miguel, quizás? Recuerdo las bromas pesadas que hacía en el colegio y casi fue expulsado un par de veces —respondió Daniel con lo primero coherente que se ideó en su mente. Quería solo enfocarse en una cosa y no era precisamente el tema que estaba en boca de todos.

—No creo. ¿Por qué hacer eso si debe estar full con la universidad?

Daniel encogió los hombros.

—El rencor puede ser impredecible, ¿no? Y las personas a veces se comportan de manera extraña.

—En eso tienes razón. Además, creo que uno de sus amigos era hijo de una de las de administración. Así pudo haber tenido acceso a los correos electrónicos de los padres, y...

Daniel la haló hacia él. Melisa calló ante la sorpresa e impactó contra el pecho de Daniel; sus rostros muy cerca.

—Disculpa —susurró al notar que había sido un poco brusco.

La pudo sentir temblar contra él. A pesar de encantarle esa cercanía, impuso unos centímetros más entre ellos, haciéndola girar, como si volvieran a ser niños. Melisa tuvo la misma sensación y soltó una risa dulce. Al estar de nuevo cara a cara, fue ella quien lo abrazó. Con la mejilla de la castaña contra su hombro, siguieron bailando despacio. La canción ya había cambiado, pero el ritmo no varió demasiado.

—No hablemos de la Mano Justiciera, M —pidió Daniel—. Mejor dime por qué quieres fingir con tanta insistencia que todo está bien.

Melisa tuvo la intención de apartarse, pero Daniel no lo permitió. No la dejaría ponerse su armadura y sabía que no se abriría si la veía a los ojos. Ella era la fuerte, no él. No obstante, el chico tenía el privilegio de ver lo frágil que podía llegar a ser. Veía eso como una ventaja por encima de los otros chicos. Era una confianza especial.

—Los nuevos exámenes de mi abuela tuvieron resultados peores —dijo.

Continuaban moviéndose, solo que desde ese instante lo que Daniel buscó fue consolarla, así fuera un poco. Con una mano la mantuvo contra él y con la otra le acarició el cabello.

—Aquí estoy —afirmó con suavidad—. Y siempre estaré.

—Lo sé, D.

Se removió contra él. Daniel inhaló hondo. Pese a acabarle de comunicar malas noticias para su familia, quiso saborear ese momento. Solo él quería ser digno de ser su apoyo. Se esforzaría por que nadie le quitara ese puesto. Tomó su decisión.

—Melisa —murmuró.

La apartó un poco para poder verla a los ojos. Notó las lágrimas acumuladas en ellos. Ahí estaba lo que había tratado de enterrar. Daniel se sentía capaz de hacer cualquier cosa por deshacerse de su dolor, incluso dar ese paso que por años temió dar. Acunó su rostro en sus manos. Quería demostrarle que era cierto que siempre estaría con ella, pues no se imaginaba con nadie más.

Los ojos de la chica se agrandaron al descifrar lo que reflejaba la mirada de su amigo, pero no pudo articular palabra. Daniel juntó sus labios con los suyos en un breve y tímido beso cargado de inseguridades. El chico cerró los párpados los escasos segundos que mantuvo su boca encajada con la de Melisa. El roce fue sutil y se apartó al no recibir respuesta inmediata. Tan pronto como lo hizo, se arrepintió de ceder a su impulso.

Melisa no decía nada todavía. Solo lo miraba, como decidiendo qué hacer. A Daniel le dio cierta esperanza el hecho de que no saliera corriendo, o lo abofeteara. No obstante, conforme transcurrían los segundos, el pánico lo fue invadiendo. Había sido un error besarla. 


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