II
—Bien, muchachos. Hoy será un día atareado —dijo Melisa ingresando al aula acondicionada para las actividades del periódico.
Daniel entró detrás de ella y tuvo cuidado de no tropezar con ninguno de los estudiantes que corría de un lado a otro sin parar en el reducido espacio: pasando vasos de café, prestándose útiles de trabajo, tomando notas, imprimiendo, hablando por teléfono. Era un caos donde Melisa era la reina.
—¡Alto todo el mundo! —ordenó la castaña de baja estatura, pero de carácter fuerte.
Su instrucción tuvo la respuesta deseada. Todos se detuvieron, incluso Miguel, quien también era el otro encargado del periódico.
—¿Recuerdan el esquema de grupos y tareas que armé la semana pasada para evitar este desastre? Pues, aplíquenlo —gruñó—. No necesitamos otro accidente que nos deje sin otra redactora.
En medio de murmullos y disculpas, los siete estudiantes se repartieron por la habitación de forma más delineada.
—Buenos días, Mel —saludó Miguel acercándose a ellos—. Como siempre, llegas echando fuego. —Posó los ojos en el acompañante de la chica, y lo escaneó de arriba abajo antes de seguir—. Hola, Dan.
Daniel se limitó a sonreírle. Miguel le caía bien, pero no entendía por qué le encantaba llamar a los demás por las primeras tres letras de su nombre, ni su afán por detallar a todos cuando los veía. Lo incomodaba y ese toque peculiar sabía que no era acorde con la personalidad de Melisa, así que no lo veía como un rival.
—Infórmame en qué trabajan —dijo Melisa dejando sus cosas en su «escritorio», que en realidad era una mesa de aula de clases común—. El chisme de ayer va a salir como sea, al igual que todo lo que el tal ManoJusticiera exponga. Algo que me dice que esto no será la única vez.
—Tienen que preguntarle al director Carlos —susurró Daniel, temeroso de que su amiga lo derritiera con la mirada.
Ya había hecho el comentario camino a la escuela, mas no estaba de más insistir. Melisa estaba segura de que la noticia saldría por la confianza que le tenía la autoridad de la institución, sin embargo, lo delicado de la noticia y que estuvieran involucrados profesores, rompería ese pase libre si no consultaba. En situaciones así, Daniel era la voz de la razón.
Ambos dirigentes del periódico decidieron ignorarlo luego de lanzarle miradas matadoras. Lamentablemente, no siempre era escuchado y se tragaba las ganas de decir «te lo dije».
—Marta y la otra chica de tercero están terminando de editar la entrevista a Justin, que sale mañana. Maritza, Renata y José trabajan en darle forma al artículo inspirado en la ManoJusticiera. Oswaldo y María buscan ideas para los temas de la próxima semana. Y, Úrsula está buscando a Andrea porque por alguna razón olvidó que tenía que estar aquí hace quince minutos. —Al terminar de hablar dio una bocanada de aire. Cualquier otro creería que estaba en medio de una crisis, mas así solía expresarse para liberarse del peso de tanta información urgida por salir.
—Perfecto. Termino con Daniel y luego me uno al equipo de Maritza. Tú te encargas de Andy, ¿cierto?
—Sí, sí. Ya tengo mi blog de notas listo, solo falta ella.
Melisa ocupó su silla y Daniel se sentó en la que estaba frente a ella. Esa mañana lo entrevistaría, porque el día siguiente el periódico se enfocaría en los deportistas destacados del colegio y los que lucían prometedores. Desde la primaria, Daniel se había interesado en el ajedrez y participado en los pequeños campeonatos. Luego hubo mejor organización y, ya en bachillerato, enfrentó a estudiantes de otras escuelas. No obstante, todavía no saboreaba la victoria de un torneo, a diferencia de Andrea Blanco, su mayor contrincante.
Aunque conociera a Melisa desde el prescolar, que le hiciera preguntas directamente sobre su vida lo ponía nervioso. A Daniel le daba miedo decir algo que a Melisa no le agradara y que lo descalificara como posible futuro novio. Quería ser todo lo que ella buscaba.
—Oye, tranquilo. No seré una columnista hostil contigo —dijo Melisa al notar lo tenso que estaba su mejor amigo—. Serán preguntas sencillas y sin tópicos profundos. Solo datos básicos.
El lapso que ocupó Melisa en acomodar su libreta y sacar su bolígrafo, Daniel levantó la mirada de su regazo para mirarla.
Respirar.
Tenía que respirar.
—Bien, comence-
Melisa fue interrumpida por el estruendo de la puerta golpeando contra la pared al ser abierta. Una chica, con el cabello negro suelto y la camisa del uniforme por fuera, ingresó agitada, como si la hubieran estado persiguiendo.
—Disculpen la tardanza —dijo Andrea mientras daba zancadas hacia Miguel—. Tuve que quedarme treinta minutos más copiando la clase de un examen que tengo mañana. Hoy llegué tarde, porque el chófer del transporte no quería aceptar el pasaje estudiantil y...
—Siempre llega tarde a todos lados —murmuró Daniel solo para que Melisa oyera, mas la oración llegó a los oídos de la recién llegada y lo fulminó con la mirada.
—Nadie está hablando de eso —gruñó—. Mejor concéntrate en tu entrevista como segundo en el liceo.
Había cambiado de dirección para quedar frente a Daniel. Ambos se tomaban su rivalidad muy en serio, a pesar de tener en común ser los mejores amigos de Melisa.
—Oigan, primero el deber y luego la diversión. Salgan de las entrevistas y después mátense si quieren —intervino Melisa—. Solo recuerden hacerlo fuera de este lugar.
La castaña solía apaciguar las disputas entre ellos y por eso a los dos les extrañó que no les diera un breve sermón sobre la competencia sana, la amistad y el sentido de pertenencia a la institución. El motivo era que Melisa estaba ansiosa por cumplir con ese compromiso —que ya no le parecía muy entretenido— para enfocarse en el artículo dedicado a la ManoJusticiera. Presentía que eso sería lo más emocionante del año escolar y no podía dejar que el periódico se quedara atrás; mucho menos porque sería su último año allí.
Andrea señaló a Daniel con su dedo índice de manera provocadora.
—Te espero en el patio en cuanto terminen las entrevistas. Resolveremos esto y te haré papilla —sentenció.
—Como digas. —Daniel encogió los hombros—. Recuerda que es de mala educación señalar a las personas.
—¿Cómo? ¿Así?
La chica le enseñó el dedo del medio antes de darse la vuelta y caminar decidida hacia la silla que tenía Miguel preparada para ella.
—No entiendo cómo ambos podemos ser tus amigos —le dijo Daniel a Melisa.
La futura periodista soltó una risita.
—Son la combinación perfecta para mantenerme en equilibrio. Tú eres el tranquilo y razonable, y ella es la alocada y divertida.
Divertida. Que describiera a Andrea con ese adjetivo para diferenciarla de él, fue un poco preocupante para Daniel. Él también quería ser visto como divertido, no ser el amigo aburrido, porque esos difícilmente conseguían ser ese algo más que Daniel anhelaba.
—Yo también soy divertido, ¿no? Te he hecho reír con mis chistes...
Melisa negó divertida y extendió la mano para colocarla sobre la que Daniel tenía en la mesa. El adolescente sintió cosquillas.
—Eres otra clase de divertido y eso está bien.
Al chico le gustó cómo había armado esa frase. La parte de otra clase de divertido le dio esperanzas.
—¡Dios! Me lo como bañado en chocolate —exclamó Andrea captando la atención de todos los presentes. Estaba inclinada contra el hombro de Marta viendo la fotografía de alguien en la computadora. Miguel la veía irritado a un par de metros de distancia, por la demora adicional—. Ven a ver, Meli.
Melisa notó la cara de su principal apoyo en el periódico y, para mejorarle el humor y acabar con lo que la detenía de enfocarse en el mega chisme, se puso de pie después de susurrarle una disculpa a Daniel. Él la vio dirigirse al grupo de chicas alrededor de Marta e inclinarse para ver mejor la imagen.
—Dime que no está hermoso —continuó la pelinegra con las alabanzas—. ¿Tú lo entrevistaste? ¿Cómo pudiste resistir besarlo?
—Admito que es lindo y su forma de ser también es... agradable —confesó Melisa—. Marta, no podemos poner esa foto sin camisa.
—Vamos, con esa foto en la portada todas se llevarán una copia del periódico. —Marta hizo un puchero.
—Marta...
Daniel, con trazos de ligeros celos afectando su humor, aprovechó de aclarar sonoramente su garganta. Melisa miró en su dirección como si se hubiera olvidado de su presencia. Después de hacerle hincapié a Marta de que usara otra fotografía y de pedirle a Andrea que no le hiciera perder más tiempo a Miguel, Melisa regresó a su puesto.
—Lo siento. Me dejé llevar un poco. —Hizo una pausa, lapso en el que mordisqueo su lápiz—. Es solo que tal vez Justin...
—Tranquila —la cortó Daniel, sin la valentía suficiente para escuchar cómo terminaría esa oración—. Lo que pasa es que quiero repasar un poco para el examen de hoy.
***
Luego de la entrevista, en la que Daniel sabía fue algo cortante con las respuestas, se despidió y salió del aula para dejar que Melisa se dedicara a lo único que ocupaba su mente: el artículo sobre la ManoJusticiera. Andrea sí se había encadenado a hablar en su entrevista, así que todavía le faltaba cuando se marchó. Fue un alivio porque no estaba de humor para supuestamente "pelear" con Andrea, lo que se resumiría en una partida de ajedrez que probablemente acabaría de nuevo en empate.
Con un suspiro, avanzó por el pasillo para sentarse en las escaleras externas de las instalaciones, las que daban al salón donde tendría la última clase del día. Lo que faltaba para que terminara su hora libre, lo utilizaría para repasar para el examen de Historia Universal. Sus calificaciones eran regulares y buscaba por lo menos no decaer en el promedio.
La institución constaba de un patio interno encajonado entre tres edificaciones y una cancha multiusos al aire libre, la cual separaba al colegio de la casa colonial ubicada en la parte de atrás. La estructura más alta tenía tres plantas y estaba pegada al complejo de apartamentos de al lado, por lo que solo contaba con ventanas de un único costado. Las restantes eran de dos y donde Daniel prefería ver clases, porque se sentía menos encerrado.
La oficina del director estaba en un espacio a parte, en una esquina del patio, con ventanas ahumadas que les daban la sensación de ser observados siempre. Era un colegio privado, por lo que el presupuesto había dado para tener algunas cámaras también. Sin embargo, pronto necesitarían invertir en una expansión, ya que la matrícula subía y cada vez metían a más estudiantes por sección.
Daniel pensaba en la suerte que tenía su grupo de no tener nuevos compañeros —ya que no tendrían que buscar mesas prestadas de otras aulas— cuando vio a Antonieta Márquez, la hija del director, pasar suprimiendo el llanto en dirección de la cancha. Había pocos jóvenes en el patio, ya que solamente último año tenía ese bloque libre.
No eran amigos y podían pasar días sin que se dirigieran la palabra, pero a Daniel le dio pena que estuviera en esa condición y que nadie lo hubiera notado como para acercarse y consolarla. Nadie además de él. Y, lo desenfocó un poco que estuviera en ese estado, ya que siempre era una chica muy alegre.
Cerró el cuaderno al que llevaba rato sin prestarle atención. Todavía tenía dudas sobre si ir, o no. Mientras decidía, nadie se dirigía hacia donde sus ojos estaban fijos. No soportaba ver a una chica sufrir. Gracias a su amistad tan cercana con Melisa, en la que ella olvidaba que era hombre, era consciente de lo mal que podían pasarla. Era complicado serlo en un mundo tan cruel. Peor aún si no tenías a alguien que sostuviera tu mano.
También pasaba mucho tiempo con su madre en casa, ya que su padre era doctor y cumplía muchas horas en el hospital y la clínica. Él había tenido que rellenar gran parte de esa ausencia, desarrollando más de la cuenta ese sentido de sobreprotección hacia el género opuesto.
Terminó cediendo ante esa naturaleza. Colocó el cuaderno bajo su brazo y recogió la mochila del suelo para ponerse de pie. Tampoco nadie giró su vista hacia él cuando atravesó el patio hacia la cancha.
Fue sencillo detectarla sentada en el suelo y abrazándose a mí misma. Las chicas en ese colegio también llevaban pantalón, así que podía tener las rodillas contra su pecho y la frente apoyada de ellas sin problemas. Su cabello negro y corto tenía suficiente largo para ocultarle el rostro, mas su cuerpo se estremecía con pequeños pasmos.
Daniel se acercó con cuidado y procurando hacer ruido con sus pisadas para anunciarle su presencia. No quería asustarla y se marcharía con una sola mirada de desdén. Sin embargo, le permitió llegar hasta ella sin recibir ningún tipo de reacción.
Volvió a poner el bolso en el suelo y se puso de cuclillas frente a ella, manteniendo las manos para sí.
—¿Quieres que llame a alguien? —preguntó Daniel con suavidad. Tal vez se había enterado de una mala noticia y se le olvidó llamar a su padre, o a una amiga para que le diera apoyo. Podía estar demasiado conmocionada para pensar—. ¿Voy por el señor Carlos?
—No —replicó con voz ahogada—. Esto es por culpa de él.
Daniel no supo qué decir ante eso. No fue capaz de imaginarse qué pudo haberle dicho su padre como para hacerla llorar en el colegio. Mostrarse frágil en esa jungla nunca era buena opción, por más amigable que se viera el ambiente.
No dijo más, pero tampoco se fue. Ya no iba a tener cabeza para repasar, así que lo mejor que podía hacer era por lo menos no dejarla sola. Dar apoyo, aunque fuese silencioso, era bueno.
—¿Por qué sigues aquí? —interrogó Antonieta alzando un poco la mirada hacia él, revelando sus ojos marrones hinchados por el llanto—. No somos amigos como para que te preocupes por mí.
—No tengo por qué serlo para que me importe —contestó, obviando cómo las frases que se tornaban hostiles—. Dime si puedo hacer algo por ti.
—Irte. Eso es lo que puedes hacer.
Daniel asintió con su expresión amigable tensa.
«Eso me pasa por actuar como un buen tipo», pensó mientras se reincorporaba.
—Bueno. No olvides el examen que tendremos en unos minutos —dijo. Sus calificaciones eran peores que las de él y reprobar el primer trimestre era un mal augurio, sobre todo en el último año—. Es un porcentaje importante de la nota de final.
—No necesito que me lo recuerdes —espetó, ahora sí estando más molesta que triste—. Sé un buen perro faldero y regresa con tu dueña Melisa de una vez, quizás así por fin te haga caso.
Después de soltar esas palabras hirientes, Antonieta se puso de pie de golpe. Se dio la vuelta y salió rápidamente de la cancha, dejando a Daniel perplejo.
No fue tanto por el drástico cambio de humor, sino por lo último que dijo. Ella, como la madre de Melisa, se dio cuenta de los sentimientos que tenía por su mejor amiga. No pudo evitar preguntarse quién más lo suponía, ni cuánto tardaría en llegar a los oídos de Melisa.
Dos emociones se instalaron en su pecho: el pánico y la expectativa. La primera, porque no sabía cómo reaccionaría, ni si pondría en riesgo su amistad. Y, la segunda, porque ya no tendría que seguir cargando con la agonía asfixiante de callarse lo que demandaba su corazón.
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