Extra | Un reencuentro bajo la lluvia
Marta se sentó en la parada del transporte público. Abrazó su cartera contra el pecho y miró hacia el cielo, enviando una plegaria silenciosa para que la lluvia pronosticada se retrasara un poco más. Por lo menos hasta que volviera al apartamento de su madre.
Ese mismo momento lo había vivido varias veces mientras iba al bachillerato ubicado a unas cuadras de allí. La diferencia ahora era que media hora atrás había tenido una entrevista de trabajo en una de la cadena de farmacias más reconocidas y grandes del país. Meses atrás había terminado su carrera universitaria en la capital —gracias a su beca— y decidió comenzar esa nueva etapa profesional en casa. Ya no quería seguir dejando a su madre sola.
Sintió las primeras gotas caer sobre su rostro. Sacó su viejo paraguas de la cartera y lo abrió poniéndose de pie. Revisó la hora en el reloj de su muñeca, esperando que el bus pasara en los próximos minutos, como lo estipulaba la aplicación. Sin embargo, el transporte no llegó como anticipó y la lluvia comenzó a caer más fuerte.
Todas formas, resignada y aferrada a la llegada del bus, permaneció en su lugar. Mientras miraba con desespero la calle, un auto se acercó. Marta retrocedió unos pasos, agarrando con fuerza su cartera contra sí, y con el temor de estar a punto de ser asaltada asomándose en sus nervios. Hasta que, la ventana del copiloto fue bajada y un rostro familiar la saludó.
—¿Miguel?
—Claro que sí, Marta. Sabía que ese paraguas tenía que ser tuyo —dijo con una sonrisa—. Vamos, sube. Yo te llevo.
Marta no necesitó que su amigo de la infancia insistiera. Ingresó al vehículo de prisa y acomodó el paraguas en el suelo intentando mojar lo menos posible el interior.
—Muchas gracias... ¿Sí tienes licencia, cierto?
Miguel rió ante la interrogante—. Sí y esta vez sí es real. Pasé el examen la segunda vez.
Marta se permitió relajarse contra el asiento. Había estado tan estresada antes de la entrevista que todavía sentía sus músculos tensos, no obstante, ese breve instante estando rodeada de la energía contagiosa de Miguel ya la estaba liberando de ese peso. A su parecer lo había hecho bien en la entrevista, así que deberían contactarla en los próximos días.
—¿Vas a casa de tu mamá? —le preguntó Miguel.
—Sí. Estaba esperando el bus, pero supongo que tuvo un retraso.
—Es que ya el de esta hora no pasa. Hay un bus menos y están en proceso de repararlo —le explicó.
—Qué suerte la mía —suspiró ella—. Menos mal pasaste justo por aquí.
—A esta hora siempre aprovecho de buscar qué hermosa dama auxiliar.
Marta no supo si reír o tomarlo como coqueteo hacia ella. Ese era un comentario típico de Miguel, quien era obvio no había cambiado nada en su personalidad. Sin embargo, con ella y su pasado eso podía tener más trasfondo.
«No, Marta. Ya ha transcurrido suficiente tiempo desde entonces», se recordó.
—Ya veo. Qué caballeroso de tu parte —decidió seguirle la corriente en un tono casual.
—Todo por retribuirle a la sociedad.
Miguel condujo por unas cuadras más, con precaución debido a la lluvia que se había intensificado incluso más. Le subió un poco el volumen a la radio para que el silencio no se sintiera tan palpable. Era la primera vez que se veían en cinco años.
Su salvador tenía una apariencia más cuidada. Había cambiado las camisetas llamativas por unas más serias de botones —metida dentro de su pantalón— y su peinado de cabello rebelde por uno más conservador. Sus uñas estaban cortas y había un ligero brillo que delataba una atención con esmero. Lo último que supo de él era que había decidido estudiar leyes.
—¿Cómo te va con los estudios? Sé que a Andrea le falta un semestre para graduarse —comentó Marta con curiosidad.
—Estamos a la par. Cuando comenzamos la carrera me retrasé un poco, pero el semestre anterior pude alcanzarla.
—Me alegra. Seguro estaré aquí para su graduación.
—¿En serio? ¿Volverás a mudarte para acá? —preguntó Miguel.
—Sí, solo me falta un viaje más a la capital para terminar de traer mis pertenencias. Sonará raro, pero extraño la tranquilidad de aquí. Si me dan el trabajo en la farmacia, ya todo encajaría perfecto.
Miguel asentía con una ligera sonrisa a medida que Marta le explicaba sus planes.
—Seguro lo obtendrás. Siempre fuiste de las más inteligentes de la clase —contestó.
—Ya aprendí que serlo no garantiza nada. De lo contrario, hubiese salido con propuestas laborales y no fue así —suspiró ella.
—Quizá simplemente tu destino era volver aquí.
Marta desvió la mirada de las gotas golpeando la ventana para volver a enfocarse en él. Esa frase había sonado demasiado profunda y removió una tecla sensible en ella.
Por varios meses, en el fondo, se percibió como un fracaso por no tener compañías peleándose por ella al culminar su carrera; era lo que uno imaginaba sucedería al tener un promedio tan alto. Pero no. Se cuestionó si había realmente valido la pena saltarse tantos eventos sociales para obtener notas sobresalientes y ese resultado decepcionante.
No obstante, ahora que Miguel lo mencionaba, Marta sabía que esas ofertas hubieran hecho más difícil tomar la decisión de volver; y eso solo continuaría alimentando el remordimiento de no poder estar junto a su madre. Porque no había espacio para ambas en el diminuto anexo que Marta había podido mantener durante diez semestres.
—Tienes razón. Gracias —contestó Marta sonriendo para sí.
—¿Por qué me agradeces? —cuestionó Miguel ojeando hacia ella.
—No lo había visto de esa manera —admitió—. Tampoco lo había conversado antes.
—No deberías ser tan dura contigo misma. Recuerda que no es una carrera.
Marta se sorprendió por lo fácil que seguía siendo hablar con él. Durante el último año de bachillerato se desahogó varias veces con él y la escuchó sin juzgarla ni una vez. Ni siquiera lo hizo cuando lo utilizó en su propia fiesta en un intento de sacarse a Daniel de la cabeza. Miguel siempre había sido paciente y comprensivo. Era como si el tiempo no hubiera transcurrido.
—Todavía se me hace difícil no serlo —dijo Marta.
—Así veo. —Miguel estacionó el auto frente al edificio de destino, pero continuaba lloviendo con fuerza. Se giró hacia ella—. En una semana habrá una reunión de nuestra promoción en el colegio, ¿piensas ir?
—Todavía no lo sé. Quizá para la fecha esté terminando con mi mudanza.
—Si tienes disponibilidad y te animas, ¿irías conmigo?
Marta pudo percibir la pizca de inseguridad en esa pregunta. Era terreno inestable entre ellos. Haber tenido su primera experiencia sexual con Miguel era un acontecimiento importante que jamás desaparecería. Sin embargo, había sido por motivos incorrectos por parte de ella.
—Como amigos —añadió Miguel cuando Marta tardó en contestar.
—Como amigos —repitió Marta saboreando la palabra—. Estaría bien.
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