III

La Torre Alfa me recibió con la imagen más espantosa que mis ojos hubieran registrado: en una de las habitaciones, diez humanos encadenados y amordazados observaban con miradas horrorizadas cómo un grupo de vampiros succionaba la sangre de sus cuellos. Pronto, sus cuerpos emitieron las últimas señales de vida. Hui de esa repulsiva escena justo en el momento en que no pude contener más las arcadas de mi estómago y vomité en un rincón del castillo.

Ya recuperado, subí las escaleras y un pasillo me llevó hacia una habitación cuya entrada eran dos altas puertas bañadas en oro. El lugar indicado.

Faltaba una hora para la medianoche. Esperé unos cuantos minutos hasta que finalmente una sensual vampiresa rubia abrió la puerta e ingresó al cuarto. Me colé rápidamente antes de que cerrara la puerta. Temí ser escuchado pero el ruido del ajetreado Gran Salón llegaba hasta las alturas de la Torre Alfa tapando así cualquier pequeño sonido.

De las paredes colgaban cuadros con retratos de vampiros y en el centro de la sala, tapado con finas cortinas blancas, se encontraba un ataúd. La vampiresa corrió las telas y dejó ver el majestuoso féretro de un profundo color negro.

Preocupado porque la vampiresa no abandonaba la habitación, comencé a pensar en un movimiento de distracción para que saliera de allí. Ya era suficiente lidiar con un vampiro. De repente, mis cavilaciones se detuvieron al oír un ruido seco; el ataúd se había abierto y de él vi salir al mortífero Conde Seth.

Su reluciente traje negro y su camisa blanca hacían juego con sus ojos negros y profundos y su tez pálida. Movió un poco su mandíbula y dejó ver sus afilados colmillos blancos. Su rostro fino y serio no emitía emoción alguna; la vampiresa lo seguía con una mirada tensa, asustada.

Le dirigí una rápida mirada a mi muñeca; restaban treinta minutos para el cambio de día. El vampiro contemplaba a través de la ventana la luna llena. Unos segundos después ordenó a la vampiresa que se retirara.

-Pero milord, ¿no requiere de mis servicios? –dijo con un hilo de voz la sensual mujer vampiro; quiso acariciar la espalda de Seth con su mano derecha pero éste la corrió bruscamente.

-¡Dije que te fueras! –gritó Seth con todas sus fuerzas. Ahora sí, su rostro lucía desfigurado por la ira.

Rápidamente y sin pronunciar palabra, la vampiresa abandonó la habitación y el Conde volvió a su estado de contemplación. Mi corazón comenzó a galopar; era el momento de actuar.

Empecé a acercarme sigilosamente a él; estaba a pocos metros cuando el Conde Seth corrió el velo de ficción y reveló la verdad:

-¿Cuánto más vas a tardar... humano?

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