Prólogo

Los atardeceres en aquella granja eran espectaculares, el sol parecía incendiar la hierba seca, el viento se hacía sentir tan suave y agradable, sin más ruido que la brisa cantando y algunas ramas secas interrumpiendo su delicado paso. Todo parecía perfecto, pero entonces algo rompió la armonía y el encantó del aquel solitario paraje. Parvadas de cuervos volando en todas direcciones y haciendo sus nidos en el techo de una casa abandonada, la única a varios kilómetros a la redonda, casa que alguna vez fuera hogar de un par de ancianos que hacía mucho tiempo se habían marchado, y nadie más volvió a vivir en ella.

Parecía que los cuervos hubieran reclamado el lugar, y no dudaban en demostrarlo, tal vez era su venganza a los años de ser espantados por el granjero que alguna vez cuidó de los cultivos que crecían en esas tierras. Pero ya no estaba más, no había nadie que pudiera devolverle la tranquilidad a ese lugar, ni siquiera un montón de ramas secas con escaso relleno de paja en forma de espantapájaros que quedó colgado de un palo en el patio de atrás.

Un espantapájaros que sólo miraba al horizonte, sea de día o de noche, haya llovido o nevado, sea invierno o primavera, sólo mirando al mismo lugar, ignorando la existencia del mundo o la de los cuervos que se paseaban por encima de su cabeza. Los cuervos habían empezado a ignorarlo, hacía mucho tiempo que dejaron de temerle. Pero este inanimado personaje nunca se enteró de esto, tampoco nadie le contó que los cuervos alguna vez le tuvieron medio, él era indiferente al mundo y a lo que ocurría, e incluso indiferente a él mismo.

Y entre estación y estación, frutos y hojas secas llegó otoño nuevamente, este montón de ramas secas nunca las había contado, nunca contó el tiempo que llevaba colgado de un palo, tal vez no sabía contar, tampoco nadie le preguntó. Pero era otoño cuando algo mágico pasaba en ese lugar; era la puesta de sol, el mágico atardecer que incluso los cuervos admiraban por unos segundos, y lo hacía mucho más este espantapájaros, ya que coincidía exactamente con el lugar al que siempre miraba, el lugar del que nunca se movió, donde el granjero le había puesto el primer día, mirando al horizonte de espaldas a la casa.

Una puesta de sol que duraba poco para alguien que sólo podía darse ese lujo una vez al día, pobre espantapájaros que esperaba toda la noche y todo el día para disfrutar de ese pequeño momento. Entonces llegaba el atardecer nuevamente y el espantapájaros era feliz otra vez, «¿Por qué esa luz brillante del cielo desaparece cada tarde en la tierra?» Se preguntó una tarde, rompiendo el silencio de toda su vida, nadie lo notó ni lo escuchó, tal vez él tampoco se había dado cuenta, o tal vez siempre estuvo ahí y sólo en ese instante lo demostró, pero desde ese día contaba cada atardecer, al parecer si sabía contar, o sólo pretendía saber, pero de todas formas lo hacía.

Entonces llegó la época de lluvia, y días antes el cielo permanecía completamente nublado, toda la mañana y toda la tarde eran morada de nubes oscuras y relámpagos ocasionales, y el sol no se asomaba por ningún lado, el espantapájaros se quedó sin su precioso momento, y dejó de contar, por primera vez en su existencia había dejado de sentir nada y sintió algo, tristeza. «¿Dónde estás?» se preguntaba antes de que llegue a oscurecer, pero sólo escuchaba la respuesta del viento soplando en la hierba seca. Entonces bajó su cabeza hecha de ramas, paja y trozos de telas viejas, que le dibujaban una expresión amistosa, tal vez el motivo por el que los cuervos dejaron de temerle, y miró hacia abajo. Por primera vez había dejado de ver al mismo lugar, entonces cayó una gota sobre su cuerpo, luego otra más y una última en su mejilla, resbalando y cayendo en la tierra, no, no estaba llorando, aunque tal vez si quería, pero era el cielo, había empezado a llover.

Llovió toda la noche, y el espantapájaros se quedó en la misma posición, cabizbajo y completamente mojado, mirando al suelo. También amaneció nublado y el viento era el único protagonista en aquel lugar, los cuervos permanecían ocultos dentro de la casa y no había más rastros de vida por los alrededores.

Había perdido la noción del tiempo, tal vez ahora no podría contar cuanto tiempo había pasado, ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? Tal vez aún era el mismo día, por primera vez sintió la eternidad de un segundo, pero él sólo miraba hacia abajo. Y en medio del silencio de sus pensamientos se vio por primera vez, en forma de una tímida sombra que pintaba a un espantapájaros en la hierba mojada de aquella granja, era como si una vela su hubiera encendido detrás de él. Lentamente volteó un poco la cabeza y vio un pequeño rayo de luz que se filtraba entre las nubes, y luego entre ellas volvió a desaparecer. No sabía lo que le ocurría, pero por un instante sus ramas se estremecieron, y algo dentro de él sonrió. Por primera vez había sentido alegría, y le gustó, no sabía qué, pero algo lo motivó, y pensó «Tal vez pueda ver donde se esconde».

Algo había ocurrido esa tarde, y ante un grupo de cuervos como testigos que observaban la escena detrás de una ventana, un espantapájaros había decidido dejar de estar colgado de un palo, y ver más allá del mismo horizonte. Se sacudió varias veces y algunas de sus ramas cayeron, pero finalmente se desprendió del palo que lo mantuvo preso desde siempre, cayó pesadamente boca abajo y pensó «¿Cómo lo hacía el granjero?» Sus dos brazos eran un único palo, su cuerpo un grupo de ramas amarradas con un poco de paja que alguna vez lo habían rellenado, pero con el tiempo se habían caído casi todas, sus piernas era dos ramas rectas. Pataleo por un buen rato en el suelo, como niño haciendo un berrinche, pero la verdad es que intentaba caminar, luego pensó «Si no tuviera toda esta tierra frente a mí, seguro ya lo hubiera logrado». Y era de suponerse porque intentaba caminar mientras aún permanecía boca abajo, los cuervos sólo miraban desde sus nidos, desde la venta, e incluso uno había salido al techo para verlo mejor, era una función que no ocurriría otro día, y que mejor para los cuervos que verla desde casa, lejos del frío viento del exterior. Mientras el espantapájaros seguía luchando por ponerse de pie, hasta que por fin lo logró, era su momento de gloria, intentó su primer paso, pero se desequilibró y cayó otra vez al suelo, vaya manera de empezar, mientras tanto los cuervos sólo miraban al espantapájaros intentando levantarse nuevamente, y cada vez eran más los cuervos que miraban. Finalmente se levantó, y decidió ir con calma, colocó la delgada rama de su pie derecho un paso adelante, luego la rama del pie izquierdo mientras se tambaleaba, y poco a poco empezó a caminar, ¿Hacia dónde? Ni siquiera él lo sabía, sólo avanzaba de manera poco elegante hacia el lugar donde el sol se escondía. Los cuervos vieron a su espantapájaros abandonar la granja, y uno de ellos voló tras él.

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