Libertad...
La noche es oscura,
en esta penumbra,
la niña toca las velas,
a solas; a oscuras
El viento no cesa,
y el grito no calla,
Son muchas las voces,
ninguna te habla
Ninguna...
Los cantos se ahogan,
las luces se apagan
Son muchas las voces...
ninguna te habla,
Son muchas mentiras,
Son pocas palabras
La niña despierta...
entre llantos de almohada...
—Suficiente por hoy —dijo la mujer mientras dejaba sobre la mesa aquel libro que leía, continuó tarareando aquella extraña canción, y luego se dirigió a la cocina, tomó un vaso de agua y luego entró a otra habitación, y no salió de ahí por un buen rato.
«¿Estará durmiendo?» Pensó el espantapájaros, no sabía si intentar escapar y correr el riesgo de ser atrapado, o aprovechar la oportunidad para buscar la libertad.
—No lo pienses mucho —escuchó en ese momento, miró debajo de él y vio que era la silla quien le hablaba—. Tú aún puedes escapar —dijo de forma afanosa, le costaba hablar.
—Me verá —dijo el espantapájaros.
—Sí, lo hará, pero sólo si lo piensas demasiado —dijo nuevamente la silla con una respiración lenta y cansada.
¡Escapa!
¡Date prisa!
Se empezó a escuchar las voces de diferentes objetos, entre susurros y algo parecido a lamentos, no lo decían muy fuerte para no despertar a la mujer.
—¡Vete! —dijo en ese momento la alfombra—. Antes de que sea demasiado tarde...
—¿Cómo puedo salir? —dijo finalmente el espantapájaros.
—La ventana —dijo la silla.
—Sí, sí, la ventana, la ventana —dijeron entre todos.
—¡Ve! A la ventana —dijo la alfombra—, en la cocina, no se puede cerrar, y está entre abierta, termina de abrirla, y se libre.
—¿Y ustedes? —preguntó el espantapájaros.
—No podemos —respondió la alfombra—, no tenemos piernas o patas, ni nada que se le pereza, bueno la silla sí, pero está demasiado vieja y rechina mucho, la mesa también haría mucho ruido, el sofá tiene las patas cortas, la escoba sólo puede arrastrarse; pero tu si puedes, ¡Ve! ¡Escapa!
En ese momento un sonido alertó a todos, era la ventana, el cuervo tocaba con su pico.
—¿Cómo te metiste ahí adentro? —decía desde afuera.
El espantapájaros en ese momento se bajó de la silla y corrió hacia la ventana de la cocina, el cuervo voló y buscó donde estaba esa ventana, y la encontró con el espantapájaros intentando abrirla; pero no podía, después de todo, sólo era un palo atravesado todo lo que tenía por brazos y manos. La pequeña distancia que había entre el marco y la ventana no era lo suficientemente amplios para dejar pasar al espantapájaros.
—No puedo abrirla —dijo el espantapájaros entre forcejeos.
—Espera, deja que te ayude —dijo el cuervo. Entonces entró por el pequeño espacio que había en la ventana y empezó a buscar algo que pudiera ayudar.
Voló hasta donde estaban la silla, la alfombra y los demás, ignorando que estos estaban vivos.
—Prueba dándole vida a la ventana —dijo en ese momento la alfombra.
—Sí, eso podría funcionar —dijo la silla.
El cuervo que estaba parado sobre la mesa en ese momento pegó un salto por el susto, dejando caer el recipiente de los polvos encantados sobre la alfombra. La alfombra estornudo y el cuervo voló rápidamente hacia los soportes de madera del techo.
—¿Quién dijo eso? —dijo fatigado y con el pulso acelerado—. ¿Hay fantasmas aquí?
Pero los objetos no le entendían, para ellos sólo eran graznidos.
—No hagas ruido —dijo la silla—, o la despertarás.
—¿Despertar a quién? —respondió el cuervo.
—Shhh, deja de graznar —dijo la alfombra—. No te asustes, muchos de nosotros estamos vivos, pero no hay tiempo para charla, recoge el polvo que derramaste sobre mí, y espárcelo en la ventana.
El cuervo no entendía lo que ocurría en ese instante, dudo por un momento, luego tomó valor y voló hacia la alfombra, recogió lo que pudo del polvo con su pico y voló hacia la ventana de la cocina.
—¡Vaya! No esperaba que me entendiera —dijo la alfombra.
—Debe ser el cuervo del que habló ese espantapájaros —dijo la silla.
—Sí, debe ser.
El cuervo dejó caer el polvo encantado sobre el marco de la ventana, la mitad adentro y la otra mitad afuera. Esperaron por unos minutos y no pasaba nada.
—Este... No estoy muy enterado —dijo el cuervo—. ¿Qué se supone que debía pasar?
—No sé, ¿Por qué hiciste eso? —dijo el espantapájaros.
—Me lo dijo una... No importa, no me lo creerías.
Pero entonces se escuchó un estornudo, ¡La ventana! La ventana había estornudado, el cuervo y el espantapájaros se miraban incrédulos y sin entender del todo que ocurría.
—Mmmm hoo... ooo...
—Creo que quiere decir algo —dijo el cuervo.
—ooo... laa... laaa...
—Sí, sí, ya entendimos —dijo el cuervo—, no quiero preguntar qué está pasando, así que... ¿Nos podrías abrir?
—Hooolaaa...
—¡Hola! —dijo el espantapájaros.
—¡Ah! No quiero saber que sería una charla entre estos dos —dijo el cuervo.
—¿Quiénes...? ¿Quiénes...? ¿Son...?
—Puedes abrir la ventana, señor ventana.
—No... No...
—¿Por qué no?
—Te entiendo...
—¿Qué? ¿Cómo que no me entiendes? Espantapájaros dile algo.
—Hola ¿Nos puedes abrir? —dijo el espantapájaros.
—Hoolaa, ¿A qué... te refieres con... abrir? —parece que poco a poco se está acostumbrando a hablar.
—Dile que se mueva hacia arriba —dijo el cuervo.
—¿Te podrías mover hacia arriba?
—¿Mover...? Veré, si puedo... —la ventana hizo un esfuerzo y logró moverse, hacia abajo, quedando complemente cerrada—. Ya, está...
—¿Era así? —preguntó el espantapájaros.
—No... —dijo el cuervo.
—Podrías hacerlo hacia el otro lado.
—Lo... intentaré —la ventana volvió a hacer otro esfuerzo y ahora sí consiguió moverse hacia arriba—. ¿Así?
—Sí, perfecto —dijo el cuervo saliendo primero.
El espantapájaros intentó salir, pero no podía, sus brazos, o bueno, el palo que le hacía de brazo era muy ancho para pasar por la ventana.
—Saca primero el brazo —le graznaba el cuervo desde afuera.
El espantapájaros consiguió salir, no sin antes tumbar varios vasos y platos creando un gran escándalo que eran más que suficiente para despertar a cualquiera.
—¡Corre! —gritó el cuervo emprendiendo la huida.
El espantapájaros se levantó de la caída que tuvo al salir por la ventana y comenzó a correr siguiendo al cuervo. Pero entonces escucharon los gritos de la mujer, que seguramente despertó con todo el ruido. «¡Espantapájaros...!» se escuchó desde el interior de la casa.
—Esto no me gusta nada —dijo el cuervo mientras trataban de alejarse lo más rápido posible, pero vieron que la mujer les perseguía con una red en la mano, como las que se usan para pescar— ¡Corre más rápido...!
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