Con los pies mojados
Charcos, hierba, piedras, un sinfín de obstáculos a cada paso, no hay tiempo para mirar atrás, el silencio de la oscuridad es acompañada de graznidos en el cielo y de la huida fatigada de ese montón de ramas secas que hasta hace no mucho no sabía caminar. El cielo parece ser gris y rojo detrás de las nubes, y el viento cruza el ambiente en todas direcciones, no hay mucha luz, pero si la suficiente para ver lo que ocurre, tal vez sea un amanecer de los que son poco habituales, pues el día está teñido de colores que denotan tristeza y peligro.
—¡Corre! —se escuchó al cuervo graznando, con aquel sonido que sólo alguien que convivió con estas aves toda su vida entendería.
Y he ahí a quien le entiende, quien oye una voz en lugar de graznidos, un espantapájaros que intenta no perder de vista a su compañero quien le guía a la libertad. ¿Acaso sabrá el espantapájaros lo que eso significa? Si él siempre fue libre y a la vez preso de su cuerpo, era un concepto que nadie le había explicado, pero ahora intentaba descifrarlo, el porqué de huir tan afanosamente de alguien que apenas acababa de conocer, tal vez él no lo entendía, pero su vida cobraba sentido un poco más cada día, y un poco más con cada emoción que vivía, emociones que nadie le había explicado, las que movían el corazón de paja que llevaba oculto detrás de todo ese cuerpo, más allá de su cuerpo físico.
El espantapájaros dejó de pensar en lo que hacía, sus pies se movían solos, como si supieran lo que debían hacer; pero entonces lo entendió, lo que significaba estar huyendo, y era el no poder ver a luz brillante que iluminaba el cielo que el extrañaba. Levantó la cabeza y vio más nubes grises y rojas cubriendo el cielo; él lo sabía de alguna forma, ese era un día diferente a los demás, su cuerpo se estremeció como si un escalofrió hubiera invadido hasta la última rama de su cuerpo.
—¡Cuidado! —se escuchó un grito, era el cuervo, el espantapájaros levantó la cabeza y lo vio suspendido aleteando mientras le gritaba—. ¡Detente! —pero ya era tarde, el espantapájaros cayó rodando por una colina.
Dio varias vueltas en la caída, el palo que le servía de brazos se desprendió de su cuerpo y rodó junto a él. El espantapájaros finalmente se detuvo al llegar al pie de la colina, se escuchaba el agua de un río a pocos metros de donde estaba. Se sentó rápidamente como pudo, levantó la mirada y vio a su compañero de plumas negras en la cima mirando hacia abajo, en el mismo lugar donde había gritado; y luego vio una red por encima de él, atrapándolo, y luego a la mujer que les perseguía tirando de ella.
—¡No! ¡Déjalo! —gritó el espantapájaros, pero ya era tarde, la mujer vio hacia abajo y sin pensarlo más dejó la red con el cuervo en el suelo, y comenzó a descender, con mucho cuidado e intentado no resbalarse.
El espantapájaros no sabía qué hacer, vio al cuervo intentando salir de la red que apresaban sus alas, quiso regresar, pero aquella mujer ya estaba bastante cerca; un nuevo sentimiento se apoderó de él, miedo, lo sintió por primera vez y le aterró lo que provocaba. Se levantó y comenzó a correr, pero luego se detuvo, vio a su alrededor y no había por donde escapar, a pocos metros el río se convertía en cascada, y detrás de él estaba la mujer que lo perseguía, ese era el alimento de aquella sensación, el miedo crecía a cada segundo y también la desesperación.
—¡Ahí estás! —dijo la mujer acercándose lentamente al espantapájaros—. No te muevas, sólo te quiero llevar a casa conmigo ¿Está bien?
El espantapájaros permaneció en silencio, tenía miedo de actuar o de hacer algo, su cuerpo no le respondía y estaba completamente paralizado, miró nuevamente hacia el cuervo, seguía forcejeando y graznaba algo, no alcanzaba a escuchar qué. La mujer se paró frente a él, tapándole la vista, acercó la mano al hombro del espantapájaros que ya no tenía brazos y lo sujetó.
—No debí confiar en ti —le dijo en voz baja al espantapájaros.
El espantapájaros reaccionó, entendió que su destino sería igual al de una silla vieja en la hoguera ¿Ese era el destino de un espantapájaros? Él no quería que le pasara eso, y esa no sería la forma en la que acabaría, sacudió su hombro librándose del agarre de la mujer, retrocedió unos cuantos pasos hasta notar que se le hacía pesado caminar o incluso mantenerse de pie, miró hacia sus pies y notó el agua del río a la altura de sus rodillas, no lo pensó más y continuó retrocediendo sin dejar de mirar hacia aquella mujer.
—¿Qué estás haciendo? —dijo la mujer— No sobrevivirás a la corriente, deja de hacer tonterías.
Las débiles ramas de los pies del espantapájaros cedieron a la corriente y su cuerpo fue arrastrado, sin que este pudiera ofrecer algún tipo de resistencia, el río se lo llevó y lo último que vio fue a la mujer enfadada gritándole desde la orilla. La corriente lo arrastró y lo dejó caer con toda el agua del río. «¿Esto es la libertad?» Pensó el espantapájaros mientras caía con el agua de la cascada.
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