Como una planta

¿Los espantapájaros duermen? Pues este lleva un buen rato sin moverse, no es que sean muy animados, pero este ya se está tomando en serio su papel, el cuervo lleva despierto un buen rato, picoteando a su compañero esperando reanimarlo. Tal vez le entró agua a la cabeza, estuvo escurriendo hace un momento.

—¡Eh...! ¡Eh...! ¡Vamos! ¡Levanta ya! —decía el cuervo, mientras picoteaba cada centímetro del espantapájaros—. ¡Qué ya no está lloviendo!

Entonces el espantapájaros reaccionó súbitamente, asustando a los pájaros que se posaban en aquel árbol, incluso llegó a asustar al cuervo, quien pegó un salto que le hizo estremecer cada pluma.

—¡¿Pero tú me quieres matar de un susto?! —dijo el cuervo intentando recuperar el aliento.

Por primera vez el espantapájaros lo miró, comprendía cada palabra que pronunciaba, pero no estaba seguro si le estaba hablando a él. Parecía alborotado y un poco enojado mientras se mantenía suspendido en el aire, justo frente a su rostro.

—¿Pero me estás escuchando? —el espantapájaros volteó lentamente la cabeza para ver si le hablaba a alguien más, pero no, no había nadie más en aquel instante. «Qué curioso, un cuervo me habla» pensó en ese momento, al parecer no se enteró de una sola palabra que el cuervo pronunció la noche pasada.

—¿Yo? —dijo el espantapájaros tímidamente, y si hubiera podido seguramente se hubiera señalado a si mismo con un dedo, pero no tenía dedos, ni manos, sólo brazos, que eran un sólo palo que iba de lado a lado.

—¿A quién más crees que le he estado hablando desde ayer? Acaso... ¿Acaso no me escuchaste ni una sola palabra?

—Soy un espantapájaros.

—Ya veo, al parecer eres un poco lento ¿No?

Y como era de esperar el espantapájaros no entendió, así que se levantó como pudo, sin hacer tanto esfuerzo como en la granja, al parecer tantas caídas le sirvieron de práctica para levantarse. Miró a su alrededor y continuó donde se había quedado, caminando por el borde del precipicio.

—Aquí vamos de nuevo... —dijo el cuervo con un suspiro, o con lo más parecido que pueda hacer un cuervo.

Así que el espantapájaros se puso manos a la obra, como el día anterior, el cuervo lo acompañaba aferrado a su hombro, lo cual desequilibraba un poco al espantapájaros, quien se ladeaba de rato en rato y parecía que iba a caer al precipicio, tal vez el cuervo debería haber elegido el otro hombro, pero también quería ver que estaba buscando su amigo de ramas húmedas. El suelo estaba mojado y había barro por todos lados, la neblina no se iba y si no fuera de día probablemente el paisaje se vería un poco... tétrico.

—Ten cuidado con el fango —dijo el cuervo al ver al espantapájaros bregando cada vez más al caminar—. Sólo falta que te quedes atorado... —ni bien terminó la frase el espantapájaros se detuvo abruptamente— ¿Qué pasa? ¿No me digas que...? ¿Te atoraste?

—No me puedo mover... —dijo el espantapájaros intentando levantar las delgadas ramas que tenía por piernas.

—Claro que no, esta parte del barro es más profunda que antes. Debemos sacarte dé ahí antes de que te quedes como una planta.

El cuervo voló muy alto intentando ver si había algo que pudiera servir para ayudar al espantapájaros, pero no encontró nada, y él tampoco podía hacer mucho, después de todo sólo era un cuervo, con alas en lugar de brazos y sin la fuerza necesaria para empujar a su amigo. Decidió volver con él y pensar en otra forma, pero al acercarse notó que algo se movía a lo lejos, voló entonces en esa dirección y vio que era una anciana recogiendo trozos de palos y ramas, llevaba muchos en la espalda, amarrados en un pedazo de tela, y recogía otros más con la mano, tenía una pañoleta que cubría su cabeza y una bufanda tejida a mano envolvía su cuello.

El cuervo se acercó a aquella mujer de pelo canoso y arrugas en la frente y le gritó:

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Mi amigo el espantapájaros se quedó atorado en el barro! ¡Ayuda!

Pero la mujer no entendía al cuervo, sólo escuchaba los graznidos de esta peculiar ave de plumas oscuras, e ignorando al cuervo continuó recogiendo sus ramas.

—¡Vamos! ¡Vamos! El espantapájaros no puede salir.

Pero la mujer no hacía caso alguno a los graznidos del cuervo, y este no tardó mucho tiempo en notarlo y entonces cambió de estrategia. Empezó a darle pequeños golpes con el pico al moño de su cabellera, tratando de llamar la atención.

—¡Vete! ¡Vete! ¡Ahh! ¡Déjame en paz qué no tengo comida para darte! —decía la anciana intentado librarse del cuervo. Y entre intento e intento por espantar a su acosador de pico oscuro, la anciana hizo caer un anillo de oro que antes decoraba el dedo anular de su mano izquierda—. ¡Ah! Mi anillo —dijo un poco asustada intentando recogerlo, pero el cuervo se adelantó y lo cogió con el pico, luego salió volando en dirección donde se encontraba el espantapájaros.

—¡Tranquilo amigo! Ya voy —dijo el cuervo un poco murmurando, tratando de evitar que caiga el anillo que acababa de secuestrar. La anciana no dudó un segundo y soltando todas las ramas que llevaba en la espalda salió tras el cuervo, tan rápido como le permitía su cuerpo.

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