Capítulo 43. Aceptar a la oscuridad
La noticia de Poupou me devastó por completo. Iba a morir por una marca que me dejó el Antiguo. La oscuridad invadirá todo mi cuerpo y no había nada que pudiera salvarme, solo derrotarlo y así acabar con la maldición. Cuando las puertas se abrieron no dudamos en adentrarnos en el bosque frondoso. No paraba de escuchar esas ramas crujir dando entender que estaban vivas. Debo confesar que sentía miedo. Miedo a fallar en esta misión. Miedo a caer en aquella oscuridad.
Mi brazo me estaba doliendo y ardía a causa de aquella sustancia viscosa que poco a poco iba extendiéndose. A veces, notaba mi respiración agitarse cada vez que subía un peldaño de unas ruinas o mover mi cabeza con rapidez por los ruidos de mi cabeza. Sí, me estaba poniendo paranoica porque escuchaba voces en mi cerebro.
«No vayas por ahí».
«Pero tiene que hacerlo si tiene que ganar a Fizmas».
«¡Cobarde! ¡Cobarde!».
Esquizofrenia. El Antiguo estaba envenenando mi cerebro. Yo no podía decir nada porque me tomarían por loca, pero en sus rostros se notaba la preocupación. A cada rato tenía que sentarme para tomar un respiro y tranquilizar mi agitado corazón. Sé que Marco quería ayudarme en mi estado, pero solo empeoraría las cosas. Era una prueba de mi resistencia y de cuanto iba a durar de pie para enfrentarme al demonio.
Cuando alzaba la cabeza no veía a los chicos, sino a esas criaturas horrendas que me atacaron en el primer momento. Yo sé que no era real. Sin embargo, el terror pasaba por mis venas haciéndome creer que debo rendirme. Si lo hago, ¿quién derrotará a Fizmas? Solo yo podía hacerlo. Poupou me recomendó no quitarme las gafas porque no estaba seguro si la marca se extendería aún más. Yo tampoco lo sé. Se supone que la luz acaba con la oscuridad, pero también puede ser viceversa.
Zoro visualizó una salida no muy lejos de nosotros. Al levantarme, mis piernas temblaron y estuve a punto de caer, pero unos brazos fuertes me lo impidieron. Lucci estaba siendo compasiva conmigo. Agradecí muy bajito por su ayuda. No se separó de mí en caso de que cayese de nuevo. Solo quería llegar hasta el espadachín, pero mis pies fallaban porque sentía agujas o cristales rotos clavarse en las plantas. Mierda, esto se estaba poniendo dificultoso.
El sol dio de lleno en mi rostro por lo que cerré los ojos dificultando luego a la hora de abrirlos. Poco a poco me iba acostumbrando. Una playa en forma circular y al fondo se encontraba la montaña en otro islote unida por un puente grande de madera. Tendrá que ser el lugar donde estaba el Antiguo.
—¿Cómo te encuentras, poupou?
—Mal. Me falta aire —dije con la voz un poco rasposa.
—¿Tienes fuerzas para continuar? A ninguno de nosotros no le importa llevarte —sugirió Katakuri.
—No. Tengo que hacerlo por mi cuenta porque esto es una pelea entre el Antiguo y yo. Si demuestro debilidad, él gana.
—Pero no puedes continuar de esa manera. ¡Mírate! —me echó la bronca Smoker—. Ni siquiera puedes mantenerte en pie.
—¡No le voy a dar el gusto de que he perdido! —le grité—. ¡Por mis ovarios le voy a demostrar a ese desgraciado que soy dura de roer!
Con eso dicho, con todo el dolor de mis pies, caminé hacia el puente siendo seguida por el resto. Me quejaba en silencio ante la sustancia. Noté como se paró justo en mi hombro. Una forma de advertirme que no avanzara, pero yo lo ignoré completamente. No le daría el gusto. No lo permitiré. Prefería morir en manos de las olas a que este Antiguo me la arrebate. Subí unos cuantos peldaños para acceder al puente. Debería medir como unos quinientos metros. Perfectamente podrían caber más de tres personas.
Para no caerme me agarré con firmeza a las cuerdas avanzando sin descanso alguno. Cracker insistía en cogerme y yo, tozuda, lo ignoré. No necesitaba que nadie me ayudara en ese momento. Estaba frustrada por querer llegar ante el demonio y acabar con su vida. Sé que iba lento. Chasqueé la lengua sintiéndome inútil y débil. No sé cuántos minutos me tomó para llegar casi a la mitad. Miraba con desesperación aquella montaña preguntándome si llegaré. Miraba de reojo viendo a Cracker a mi lado en caso de que necesitase su ayuda. No. No debía caer. El cielo azul cambia a un tono anaranjado para dar la bienvenida al atardecer. Solo un poco más. Ya estamos en la entrada. Entonces el cielo se cubrió de nubes y una tormenta empezó a arreciar en el lugar.
¡Joder, lo que faltaba ya! Y mi cuerpo se quedó helado cuando vi una sombra salir de las entrañas de la montaña. Una criatura inmensa sin vida en sus ojos, colmillos afilados, cuernos curvados en su frente y magulladuras en toda su piel. Era un monstruo. ¿Ese era Fizmas? Lo iba a golpear, sin embargo, la bestia de más de siete metros alzó su brazo para invocar el viento y destruir gran parte del puente. Nosotros caímos. Ninguno pudo agarrarse firmemente al filo. Al caer al suelo sentí un gran dolor en mi costado y grité tan fuerte que cualquier criatura sería capaz de escucharme a cinco kilómetros de la redonda. Una estaca se quedó clavada. ¡Mierda! ¡Mierda! Estaba soportando el dolor, pero me era imposible. Mis rodillas se quedaron apoyadas en el suelo y yo sostuve con mis manos aquel pedazo de palo atravesar mi cuerpo. Tenía que quitármelo. Tenía que hacerlo.
«Cobarde».
Una voz escuché en mi cabeza.
«Eres tan débil. Mírate. Das pena. ¿Por qué no dejas la oscuridad entrar en tu cuerpo?».
Esa voz tendrá que ser el Antiguo.
«Una mujer débil que no debería existir en esta vida. Ni siquiera serás capaz de proteger a tus amigos o a tus seres queridos».
—Cállate —murmuré por lo bajo.
«Cobarde. Cobarde. ¡Cobarde!».
—¡Cállate!
Grité con mucha fuerza sacándome la estaca de golpe. Mi vista se nubló por cuestión de segundos que caí al suelo. No paraba de sangrar. Apoyé las manos en las heridas intentando todo lo posible en no sangrar más. Alguien me giró el cuerpo. Marco me estaba hablando y yo no escuchaba nada. No sé qué estaba diciendo, pero vi que hizo todo el esfuerzo para curarme la herida. Poupou estaba encima de él picoteando su cabeza como una manera de advertirle de que no prosiguiera.
Esa marca se extendía aún más ya cubriendo gran parte de mi pecho y muy cerca de mi cuello y del otro hombro. Agarré el brazo de Marco para que se detuviera porque estaba acelerando el proceso. Lo peor de todo era que la herida no se cerró completamente a causa de la maldición que me impuso el Antiguo. Mis pulmones me pedían con urgencia algo de oxígeno. ¿Sabéis esa sensación cuando estás debajo del agua por unos minutos y tu cerebro te dice que salgas a tomar aire? Pues me estaba pasando igual.
No había manera. Iba a morir desangrada. Mis ojos se estaban cerrando por el cansancio o tal vez porque necesitaba dormir. Así, de alguna manera, podré despertar de esta pesadilla. Olor a quemado noté que los volví a abrir viendo perfectamente el Jitte de Smoker estaba siendo calentado por el fuego azul de Marco. Zoro me puso su pañuelo verde en mi boca a lo que yo estaba mirando confusa. Espera, ¿va a…?
Un quemazón sentí cuando esa arma se apoyó en mi herida con intenciones de curar. Yo mordí con fuerza el pañuelo acallando mis gritos y soportando el dolor hasta que agarré la mano firme del marine, como una manera de advertirle de que parase. Ardía. No podía. Me iba a desmayar en cualquier momento. Unos minutos estuvo así hasta que lo retiró a lo cual todo mi cuerpo se inclinó hacia atrás sintiendo cierto apoyo en mi espalda. Por favor, que esto acabe pronto.
—¿Será suficiente? —preguntó Smoker. Al fin, pude escuchar.
—Sí, la herida ya está cerrada —dijo Marco echando un vistazo a mi herida.
—¿Estás bien, poupou? —El libro-búho apoyó sus patas en mi rodilla flexionada.
—Estoy horrible, ¿verdad? —le pregunté porque me veía magullada y un poco sucia.
—Sí, lo estás, poupou.
—¡Tú! ¡Deja de decir esas cosas para desanimarla! —gritó Cracker cogiendo al libro para reñirle muy cerca.
—Lo siento —me disculpé—. No quiero verme inútil, pero a cada paso que doy… es como si mi objetivo se alejara aún más. Me duelen los pies. Ya no tengo fuerzas para levantarme y seguir.
—No lo sientas —habló Zoro—. Toda mujer tiene derecho a ser independiente y luchar, pero nos preocupas en el estado que te encuentras. Esa marca te está destrozando.
—Lo peor de todo es que estoy sufriendo esquizofrenia.
—¿Esquizo qué?
—Una enfermedad mental, Roronoa. Oyes voces en tu cabeza diciéndote que tienes que hacer. A veces suelen ser para hacerte daño o a un ser querido —informó Marco.
—Estoy viviendo en un completo infierno.
No sé por cuánto tiempo podré luchar. Ya esta herida provocó el ultimátum. Necesitaba dormir. Necesitaba volver a casa. Ya mi cuerpo no lo soportaba más. Entonces sentí mi cuerpo elevarse como si el cielo me estuviera llevando. Mis ojos se quedaron fijos en el responsable. Lucci me cogió en brazos. Yo me preguntaba qué intentaba hacer.
—Tus pies dejarán de sufrir. Tu cuerpo no será magullado por nada. Mientras te sostenga, no te pasará nada.
Sorpresa me llevé al escucharlo. ¿Cómo un hombre frío y sin sentimientos llegara a eso? Yo solo me limité a apoyar la cabeza en su pecho y agradecí por lo bajo. A él no le importaba cargarme porque era muy fuerte. Entonces decidimos proseguir escalando —saltando o volando— la gran roca para estar enfrente de la entrada hacia el volcán. Íbamos a entrar en la boca del lobo. Una energía maligna sentí por mis carnes y no era a causa de la marca. La muerte me esperaba.
Con pasos seguros nos adentramos en el lugar. Había poca luz, iluminada por unas piedras cristalinas que se ubican en el techo de la gran cueva. Ya notaba mi cuerpo entumecerse por el frío que estaba sintiendo. Necesitaba algo de calor. Me aferré con más fuerza a Lucci en búsqueda de calor humano. Vamos, Laura. Debes resistir. Ya has superado muchas cosas y esta era una prueba de tu resistencia.
Salimos de esa cueva de mal augurio para pasar a una sala enorme con otro puente conectando otra entrada. En mis mejillas sentí cierto ardor a lo que desvíe la mirada encontrándome que, ese puente de madera, atravesaba por un cráter lleno de lava. Dios, esperaba que pudiéramos pasar sin que se rompiera. De todas formas, Lucci decidió no caminar por ahí sino saltar usando sus habilidades de marine. Los chicos hicieron lo mismo, aunque Marco tuvo que cargar a Zoro y a Cracker, ya que eran los únicos que no tenían esas habilidades.
Un pesar noté en mi cuerpo cuando ya estábamos enfrente de la puerta de metal. La presencia de Fizmas era fuerte capaz de tumbarte con un solo soplido. No hacía falta mirar mi cuerpo porque ya estaba cubierto completamente de la marca, salvo mi cabeza. Estaba en las últimas. Mi corazón latía con menos fuerza y me costaba respirar. Que triste. Pensar que moriría de esta manera a base de una tortura en la cual nunca tendré paz.
«Ríndete».
«¡No! Debe continuar».
«Nunca podrá derrotar a Fizmas».
«Él es la oscuridad».
Hasta las voces se ríen de mí por lo patética que estaba. En mi mente no paraba de pensar en la muerte. La oscuridad y la parca estaban ahí presentes listos para devorarme y acabar con mi vida. ¿Por qué? ¿Desde cuándo empecé a estar decaída? ¿Por qué comencé a pensar en la muerte? ¿Quería sufrir? ¿Quería morir? ¿Deseaba no luchar más? Daba pena. Si me viera al espejo, me daría pena.
La puerta se iba abriendo porque Katakuri empezó a empujarla con todas sus fuerzas. No hizo falta la necesidad de una llave especial o algo por el estilo. Mis ojos se abrieron por completo no imaginándome que la sala que vería fuera real. Rocas, plataformas, objetos… ¡Todo estaba suspendido en el aire! ¿Qué demonios estaba viendo? Incluso me sentí más pesada de lo normal. No fui la única. Lucci casi se cayó al pisar ese lugar. Menos mal que tenía buen equilibrio. O Poupou que dejó de volar y decidió posar sus patas en el hombro de Zoro. Este sitio daba mal rollo.
Justo enfrente de nuestras narices estaba aquel monstruo, que parecía un muñeco de porcelana que no mostraba ningún tipo de emoción. Fizmas nos esperaba con la boca abierta y sin vida en sus ojos. La cuestión era si podríamos alcanzarlo a base de saltos porque íbamos a caer en el precipicio. Y mi sorpresa fue que, Cracker al acercarse al borde, empezaba a construirse un camino para llevarnos hasta él. No me estaba empezando a gustar esto. Esto tenía que ser una trampa.
—¿Por qué salvar la vida a alguien que ya está destinada a morir ante mi presencia? —Una voz siniestra retumbó por toda la sala creando un eco—. ¿Por qué luchar ante un ser insignificante?
—¡Pedazo de mierda! —gritó el peli-morado corriendo hacia él, mientras tomaba con firmeza su espada para atacar.
—Es inútil —dijo y, con un soplido, creó un viento atroz, pero Cracker clavó la espada en el suelo sin intenciones de rendirse—. Qué criatura tan testaruda.
—¡Con un pequeño soplido no basta para vencerme, imbécil!
Lucci me dejó en el suelo porque él tenía la intención de pelear junto con los otros chicos. Poupou y Hattori se quedaron conmigo. Ojalá pudiera hacer algo al respecto.
—Los humanos pensáis que podéis acabar con los Antiguos, sin embargo, solo nosotros tenemos la capacidad de matar a nuestra propia especie.
—Dices palabrerías que a nosotros nos importa poco —escupió fríamente Lucci.
—Solo estáis perdiendo el tiempo. ¿Lo escucháis? Tic, tac. Tic, tac.
Los estaba provocando. Yo lo sé perfectamente. Ya no tenía aliento para articular ciertas palabras. Siento sueño. Mucho sueño. El primero en realizar un movimiento fue Zoro desenvainando las katanas y atacar con mucha fuerza. El Antiguo no se inmutó de ello, sino que se rió, divertido ante la situación. Cracker creó guerreros de galletas porque no se quedaría atrás. Unos cuantos se quedaron atrás para protegerme y el resto a la ofensiva. Mis pobres ojos visualizaban la pelea viendo como los chicos se enfrentaban al demonio encarnado. Todos y cada uno de ellos usaban sus habilidades lo mejor posible.
Escuché a Poupou chillar y agitar sus alas con fuerza a lo que yo reaccioné, mirando a mí derecha. Esas criaturas que vi horas antes estaban resurgiendo del suelo con sus espadas y con cualquier otra arma. Ellos caminaban hacia nosotros. No. No me iba a quedar atrás tampoco. Si tenía que morir, moriré peleando. Con todo el esfuerzo del mundo me levanté del suelo ignorando el dolor que estaba sufriendo. El libro-búho me gritaba, diciéndome que no hiciera ninguna locura. Lo siento. Si tengo que proteger lo que más quiero, lo haré con uñas y dientes. ¿Lo que más quiero? Suena gracioso. ¿Ellos me quieren? Todos mis recuerdos iban pasando, mientras yo me movía con rapidez para asestar golpes letales a los monstruos. Esta fuerza que salió, era una demostración de que aún podía pelear.
Pensar que este sería mi último viaje con ellos era de lo más penoso. Ya me era difícil sentir dolor porque todos mis sentidos estaban desconectados. Me detuve de golpe porque la marca, la maldición, me impedía moverme. Los pulmones ya no funcionaban igual y mi corazón latía menos y menos. La marca ya estaba por mi rostro casi a la mitad. La tortura psicológica y física eran la peor combinación del mundo. Ninguno de los monstruos se acercó porque sabían que sería mi fin. Eché un último vistazo hacia los chicos que estaban concentrados en la pelea. Poupou hizo todo el esfuerzo posible para volar hasta mí junto con Hattori.
—¡Tienes que resistir, poupou! —me suplico.
—No… No puedo más…
—¡No digas tonterías, poupou! ¡Si mueres, ¿quién acabará con los Antiguos, poupou?! —me estaba echando la bronca.
—Lo siento… —me disculpé.
—¡Resiste, poupou! ¡Resiste! —Unas lágrimas resbalaban por su plumaje.
Al fondo, vi a los chicos detenerse porque escucharon los griteríos de la pequeña ave. Yo simplemente esbocé una pequeña sonrisa, mientras yo también lloraba.
—Cuidaos, ¿sí?
Y todo mi cuerpo se cubrió de ese color negro llevándose mi último suspiro. Mi fin llegó.
Que raro. Mi cuerpo estaba suspendido cual pluma en el aire. ¿Estaba muerta? Lo decía porque no veía nada. Oscuridad. Solo veía oscuridad. Mi mirada estaba perdida buscando algún sentido en mi vida. Escuchaba voces y una imagen de Zoro llamarme, apareció ante mis ojos. Su rostro mostraba desesperación, incluso movía mi cuerpo para que reaccionara y unas lágrimas aparecieron en su rostro. Extraño. La única vez que vi al espadachín llorar fue cuando se enfrentó por primera vez a Mihawk. Alcé mi brazo con lentitud queriendo acariciar su rostro. Calmar ese dolor. Yo estaba bien. Morir era la mejor opción. Su rostro se oscureció y colocó la katana de Kuina en su boca poniéndose muy serio y fue hacia el enemigo para atacar.
Este sentimiento se llama amor. Zoro lloró porque me ama. Me perdió por el simple hecho de que cometí una estupidez de mover todo mi cuerpo para defenderme. ¿De verdad soy tan patética? Gotas en suspenso observé y eran mis propias lágrimas. Ojalá pudiera volver a la vida y decirle que no sufra. Ver estas imágenes de cómo peleaban a muerte con el Antiguo me demostraba que realmente ellos sienten algo por mí. Idiota. Idiota.
«Idiota».
«Te merecías morir después de todo».
«Pero no tiene culpa».
Las voces de mi cabeza no paraban de discutir por el error que cometí. Ahora solo quedaba en que mi alma se extinguiera de este mundo y puede que vuelva a despertar de este sueño.
«Acepta la oscuridad».
¿Senku? No. Esta voz era diferente. Femenina y coqueta.
«Tú eres la oscuridad».
¿Qué era la oscuridad? Alcé mi cuerpo para buscar al responsable de esa voz y solo vi como una pequeña llama de color morado. Que extraño. La sensación era agradable, incluso me dieron ganas de tocarlo. Mis dedos no se quemaban con mucha facilidad. ¿Quién eres?
«Debes aceptar la oscuridad. La oscuridad te permitirá desbloquear un poder destructivo».
—¿Eres Licht? ¿La contraparte de Diena?
«Luz y oscuridad. Ambos mantienen el equilibrio. Aceptaste a la luz. Ahora toca que aceptes a la oscuridad. No temas. Solo así podrás acabar con los Antiguos».
Aceptar un mal en mi cuerpo que no deseaba. Luz y oscuridad que representan el ying y el yang, el equilibrio de todo. Ese fuego era la representación de la noche. Si lo aceptaba, era posible que volviese a la vida y me transformaría en un estado nocturno y oscuro. Extendí mi otro brazo para tomar con cuidado aquella llama y lo iba acercando poco a poco a mi pecho. No debía temer. Simplemente debo dejar que mi cuerpo reconozca este gran poder. De repente, mis ojos se abrieron de golpe al notar una punzada en mi corazón y el dolor recorría todo mi cuerpo.
Un grito atroz realicé despertando de aquella trágica muerte. Volví a la sala sin dejar de demostrar mi dolor, pero ese sentimiento se convertía en placer y luego en poder. Una sensación extraña. La marca había desaparecido completamente y mi cuerpo estaba sufriendo una transformación. Empecé a adelgazar un poco teniendo algo de musculatura, no tanto como en mi forma diurna. Cuernos pequeños sobresalieron en mi frente. Sentí un cambio en mi dentadura teniendo dientes bien afilados. Mis cabellos se alzaron cual llama viva. Y mis ojos pardos se oscurecieron como la noche.
Un aura oscura rodeaba todo mi ser completando la transformación. Los soldados de Fizmas me miraban con miedo y yo con desinterés. Al primero en ver que estaba con la boca abierta y temblando fue Poupou. Se quedó mudo. Normal. Lo podía entender perfectamente. Un olor peculiar llamó mi atención poniendo mis ojos en el enemigo. El Antiguo del pacifismo estaba tiritando de miedo y yo era capaz de olerlo.
—¡No! ¡Imposible! ¡Deberías estar muerta!
—¿Princess? —me llamó Cracker aún absorto ante mi transformación.
Con curiosidad miré mis manos dándome cuenta que mis uñas se habían alargado cual gata enfurecida y noté algo extraño en mis orejas por lo que me las toqué. Estaban un poco puntiagudas, como si fuera un elfo o un hobbit. Todos mis sentidos estaban agudizados. Los soldados de Fizmas corrieron para atacarme, pero los miré con rapidez creando una onda de choque eliminándolos por completo. ¿Eso fue el Haki del Rey? Da igual, eran un estorbo, al fin y al cabo.
—¡A punto! ¡Estuve a punto de acabar contigo! ¡Y has conseguido despertarlo!
—No ha sido difícil —musité con desprecio hacia el enemigo. Esta personalidad que estaba adquiriendo era diferente. ¿Y por qué me siento cachonda? Ay, dios—. Simplemente tuve que aceptarla porque yo represento la oscuridad.
—¡Yo represento la oscuridad, maldita! —gritó el Antiguo levantándose de su sitio con intenciones de atacarme—. ¡Tú no eres nada!
—Mentira —escupí y un corte apareció en su pecho sorprendiendo al enemigo. No lo había tocado—. Tú solo eres una rata con patas. Un bebé feo engreído que se cree que es un Dios. Me da asco. Feos como tú deberían desaparecer.
—¡A mí no me insultes, maldita rastrera!
Fizmas se abalanzó sobre mí ignorando a los chicos. Me moví con gracilidad asestando un golpe en su cabeza con una de mis piernas. El Antiguo cayó al suelo y estuvo a punto de caer en el precipicio. Por poco, aunque tenía la duda de si desaparecería por completo. El enemigo se levantó y abrió su boca por completo rasgando sus mejillas. De ella salió su lengua alargada para intentar capturarme, sin embargo, mi Vision se activó, permitiéndome ver sus ataques.
En este estado mi flexibilidad mejoró con creces porque estiraba mis piernas sin ninguna dificultad, incluso mi cuerpo. Ya me estaba cansando de esto por lo que pisé la lengua y la cogí con mis manos. Usé toda mi fuerza para arrancarlo de cuajo. Una sonrisa macabra hice, mostrando mis dientes afilados, al escuchar un grito de dolor. De verdad, lo estaba disfrutando. Ahora sé cómo se sentía Lucci cada vez que hacía sufrir a la gente o los mataba. Era pura satisfacción. Me producía cierto placer verlos temer ante mí.
Vi como Fizmas intentaba detener la hemorragia todo lo posible, mientras yo me acercaba con lentitud hacia mi presa. Las ganas de matar no me lo quitaba nadie y más aún cuando golpeó a los chicos. ¿Qué era esta sensación? ¿Rabia? ¿Celos? Un gruñido salió de mi garganta al recordar esas imágenes de los chicos intentando atacar y él los golpeaba como si nada. Entonces, no le di tiempo para levantarse, porque le di una patada tremenda en su gran cabeza escupiendo más sangre que antes.
—¡Tú! ¡Rata estercolera! —chillé—. ¡Nadie los toca! ¡Nadie! —decía, perdiendo el control de mis acciones mientras pisoteaba su cabeza una y otra vez con intenciones de aplastarlo.
—Me está dando miedo, poupou —escuché murmurar a Poupou.
—¡Tú y todos los Antiguos no vais a tocar ni un pelo! ¡Sobre mi cadáver! ¡Son míos! ¡¿Me estáis oyendo?! ¡Míos! ¡Míos!
—¿Se está volviendo posesiva o son cosas mías? —preguntó Cracker.
—Creo que esa transformación la está volviendo así —respondió Marco con una gota en la sien.
—Maldita… sea… —musitó Fizmas.
—¡Muere, hijo de la gran putísima madre!
Estiré mi pierna todo lo posible hacia arriba para asestar el último golpe de gracia rompiendo el cráneo del Antiguo. La plataforma no resistió ante tal cosa porque se rompió en miles de peldaños. De repente vi a los chicos caerse, pero una masa oscura salió de mi ser y los capturé sin ningún tipo de dificultad. Yo estaba en pie en una de las rocas viendo caer a mi enemigo en las profundidades del precipicio.
Un salto pegué para ir a la entrada de la sala para asegurarme de que todos estuviéramos bien. Se acabó. Terminé con la vida de ese malnacido por haberme torturado a lo largo del día con sus tonterías. Hasta me dieron ganas de escupirle a la cara. Poco a poco la transformación iba desapareciendo porque tenía las gafas puestas y, al haber acabado con el enemigo, ya no hacía falta estar en ese estado. ¡Al fin! Me sentí aliviada al saber que volvía a ser yo misma. Iba a decir algo, pero unos brazos interrumpieron el proceso. Mis mejillas se pusieron rojas porque era Zoro quién me abrazaba. Era extraño. El espadachín nunca mostraría cierto afecto, sin embargo, yo correspondí porque sé que sufrió.
—No vuelvas a hacer ninguna estupidez, ¿entendido? —me suplicó.
—No prometo nada —confesé.
—¡Dabas mucho miedo, poupou! —gritó, agitando sus alas.
—Yo me daba cuenta de las cosas que decía —dije, rascando mi nuca con nerviosismo—. No era yo, en realidad.
—Con que somos tuyos, ¿eh? —Cracker mantenía una sonrisa socarrona y pícara.
—¡No era yo quien lo estaba diciendo!
—Una pregunta: si Princess puede transformarse bajo la luz del sol sin las gafas, ¿no debería ser lo mismo con la luna presente? —cuestionó Marco.
Cierto. Tal vez hay otras formas de llegar a esas transformaciones sin necesidad del sol o de la luna.
—Solo sé que acepté a la oscuridad —informé—. Y llegué a lo que visteis.
—Todo se está volviendo una locura —dijo Smoker, ya un tanto molesto.
—Dímelo a mí. Todo esto me es raro. Que si soy la reencarnación de una Antigua, que si tengo la fuerza de mil hombres… Ya ni sé qué pensar.
—Lo importante es que solo falta poco para acabar con esto y volver a casa —añadió Katakuri.
Si. No queda nada.
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