Capítulo 38. La rellenita y la bestia
Advertencia: este capítulo contiene contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo, aunque eso implique que perderás información de la historia.
Me quedé muda al verlo. Nunca me imaginé que Katakuri se pasaría por aquí para verme. ¿Dónde estaba la bolsa para respirar bien? Me estaba dando un ataque. Vale. Cálmate, Laura. Seguramente que habrá escuchado todo el embrollo y se pasó por aquí para ver lo que pasaba.
—¿Qué te trae por aquí, Katakuri? —pregunté casi tartamudeando. ¡Mierda!
—Vi a mi hermano y a esos dos por aquí, y parece que alguien les dio una buena paliza.
—Ese alguien soy yo —confesé.
—Me lo imaginé. Cracker no paraba de discutir con los otros dos, mientras se quejaba de dolor —me informó—. Y antes vi a Poupou maldecir al asesino de CP0.
—¿Él está bien? —Cierto, ni me acordaba de él con todo lo sucedido.
Katakuri asintió a lo que me tranquilicé un poco. Maldito Lucci y su desesperación de tomarme. Y menos mal que aparecieron los otros dos, pero me daba rabia que solamente vinieron solo para tener sexo conmigo. Además, estaban haciendo dudar de si realmente les gustaba o no. A ver, no negaba que esos encuentros me gustaron, pero joder. Mucha confusión en mi cabeza. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta que Katakuri seguía ahí de pie en la entrada.
—¿Necesitas algo, Katakuri?
Él no dijo nada. Simplemente se quedaba mirando en el interior de la habitación y luego a mí. Me daba la sensación de que quería pedirme algo y no se atrevía.
—¿Puedo pasar?
¡Oh, por la Virgen del Pino!
—Sí, claro. —¡Pero no tartamudees, toleta!
Me hice a un lado para dejarlo entrar y él tuvo que agacharse. Desventajas de ser un hombre demasiado alto. Mi corazón estaba bombeando demasiada sangre porque ni yo misma sé lo que iba a ocurrir. Oh, vamos. Katakuri no era como Cracker y Lucci. Él era todo lo contrario. Un tipo serio que se tomaba las cosas muy en serio, ya sea, por ejemplo, una pelea. Incluso ante un rival digno como fue el caso de Luffy. El peli-granate se acercó a la cama para sentarse cómodamente. Cierto, me di cuenta que era muy grande. O sea, era el tamaño perfecto para este grandullón. No. No. No iba a pasar nada. Deja de pensar en cosas pervertidas.
Su cuerpo mostraba signos de relajación absoluta, aunque tenía la sospecha de que tenía los músculos un poco tensos. Bueno, no era una experta. No era médico como Marco. Veamos, ¿por dónde iba antes de que me interrumpiese? Ah, me estaba secando la cabeza con la toalla. La prenda estaba tirada en el suelo por la rabia de antes pensando que eran los chicos quienes tocaron. La recogí y busqué un sitio para colocarla. La silla era un buen sitio. Así se secará con el tiempo, aunque preferiría que me diesen una limpia. Espera, en el cuarto de baño habían más, ¿verdad?
Sí, estaba ignorando a Katakuri porque estaba a mi bola. Podía sentir su mirada en mi cuerpo analizando todos mis movimientos. Otras. Me estaba dando cuenta que mis sentidos se volvieron más intensos desde la finalización de mi supuesto entrenamiento. Poco tiempo y que haya dado un buen resultado. No sé si creérmelo o no, pero valía la pena.
—¿Sabes? Con las gafas me era distinguir el color real de tus ojos.
Katakuri habló, irrumpiendo ese silencio en la habitación que solamente se escuchaban mis pequeños pasos. Mis mejillas ardían y, seguramente, estaban coloradas cual tomate maduro.
—Mis ojos son castaños.
—Pues tira más a verdes.
—Eso me dice todo el mundo —dije con una sonrisa—. Soy la única de mi familia que los heredó de mi abuelo materno.
—¿Y ves bien sin ellas? —preguntó, refiriéndose a las gafas.
—Sí, lo que tengo es un poco de miopía nada más. —Por cierto, ¿dónde las dejé?
—Pero veo que te ves más cómoda tenerlas puestas.
—Así al menos puedo ver bien a alguien a la lejanía —bromeé sin sentido alguno.
Yo era una pésima contando chistes. No era como uno de mis amigos que le gustaban el humor negro o algún YouTuber aficionado. ¡Ajá! Las había dejado en la mesa pequeña que estaba al lado de la cama. Cuando me despierte de este sueño raro iré al oculista para cambiar las gafas. Las actuales son de pasta y yo necesitaba unas más finas. Estás me hacían ver más bruta y terrorífica, pienso yo.
La presencia de Katakuri no me incomodaba porque él no venía con esas intenciones. Estábamos charlando normal y corriente. Algo que necesitaba la verdad. Este tema de los Antiguos me estaba volviendo loca. Y que en mi interior poseía el poder de Siena y Licht. Que fui elegida por su espíritu. O sea, yo era la propia reencarnación de esa entidad. Quién diría que sería protagonista de mi propio sueño. De mis labios salió un gran suspiro algo cansada de este embrollo. Me daban ganas de despertar y no volver a tener este tipo de sueño.
—¿Estás cansada? —El interrogatorio volvió.
—No físicamente. Más bien todo este rollo de los Antiguos y que yo sea la elegida.
—Yo también me sorprendí —confesó—. Y pensar que entramos a este gran océano en búsqueda de los Yōnkos y Gorōsei.
Cierto. Se me había olvidado el porqué venimos a Blue Line. Ese periódico que me enseñó Franky me alertó demasiado porque nadie era capaz de derrotar a esos enemigos. Y los Antiguos lo hicieron. Me pregunto quién era el más poderoso de todos ellos. Sospechaba que era el demonio que representaba el orgullo. Sí nos basábamos en los siete pecados capitales, ese pecado era el más fuerte.
—Princess, ¿te puedo preguntar algo?
—Ya lo estás haciendo —comenté.
—Mi pregunta era otra —corrigió—. ¿De verdad piensas que soy atractivo?
¡Me congelé completamente! Menos mal que no he bebido nada —porque no había una botella de agua— ya que escupiría en el instante, al igual que cualquier personaje de anime o manga. Hasta me he puesto nerviosa. Katakuri se quitó la bufanda para mostrar aquello que ocultaba con mucho miedo por la opinión de las personas. Dios, si no fuera tan grande ya lo hubiera besado y darle muchos mimos.
—Lo eres —me sinceré, caminando hacia él—. ¿Lo dudas?
—Más si la persona que me gusta piense que soy un monstruo.
Tardé unos segundos en reaccionar por tal confesión. Me puse tan roja que sentí que el aire no me llegaba a los pulmones. ¿Por qué era tan jodidamente adorable a su manera? O sea, lo que acaba de decir era una confesión muy directa. Tanto que me quedé sin habla.
—Katakuri eres atractivo para mí. Además, eres un hombre fuerte y decidido en proteger a su familia. No te tengo miedo. Cuando te veo, pienso que tengo delante de mí a un gran gatito.
Ahora quién se puso Colorado era él. Su rostro lo escondió con la bufanda muy avergonzado. Oh, pero qué tierno. Me daban ganas de abrazarlo. Ya estaba enfrente suya y él poco a poco iba mostrando su cara nuevamente, pero con la mirada hacia otro lado.
—No soy un gato grande —dijo—. ¿Lo soy? —cuestionó, muy dubitativo.
—Yo no miento, aunque falta por añadir unas orejas, una cola, un collar con un cascabel y que maúlles como uno.
—No estás ayudando mucho, Princess.
Reí un poco porque todo lo que decía era verdad. Si él supiera que he visto dibujos de él en forma de gato. Y no hablemos en forma de mujer, teniendo relaciones sexuales con sus hermanos… ¡No! ¡Quítate esa imagen de la cabeza! ¿Quién se atrevía a hacer incesto? Era insano. Y yo, como toleta que era, los veía por curiosidad hasta ver unos dibujos más dieciocho. Malditos creadores de contenido. Me hicieron una pervertida imaginándome el miembro varonil de los personajes que me gustaban. Un ejemplo de ello es a quien tenía delante de mí. Bravo por Oda por crear a este hombre tan magnífico.
Entonces, Katakuri me cogió por la cintura y me elevó para sentarme en una de sus piernas. Demasiado cerca. Muy cerca. Y muy grande, por cierto. Él me doblaba en tamaño estando sentada. Vale, ahí vienen los nervios. Joder, siempre me pasaba con cualquier hombre guapo que existiera en este mundo. Y la gente dice que era una ligona. De niña se referirán. Yo ahora soy lo más normal del mundo que preferiría estar en la sombra. Su mano se posicionó en mi rostro acariciando mi mejilla con su gran pulgar a modo de darme cariño.
—¿Y así cerca piensas igual?
—No voy a cambiar de opinión, Katakuri.
El peli-granate parecía conforme con mis respuestas. Todos sus músculos se relajaron al ver que no huía de él. Yo estaba maravillada desde esa posición en ver su rostro. Unos dirán que era un monstruo, una anguila pelícano. Yo, amante de las cosas raras, me gustaba esa deformidad de sus colmillos y la cicatriz que recorría en sus cachetes. No sé, me parecía más atractivo. Es como decir que me gustaba la forma del pelo de Marco, por ejemplo. Ola curiosa barba de Lucci. Las cicatrices de Zoro, Smoker y Cracker.
—¿Y te atreverías a besarme aun sabiendo el aspecto de mi boca?
¡Esa pregunta no me lo esperaba para nada! Seguramente estaría echando humo por las orejas cual cafetera avisándote que el café estaba listo. ¿Besarlo? Eso sería el sueño de cualquier fanática de este hombre. Mi garganta estaba seca a lo que tragué con fuerza y me puse más nerviosa.
—Yo lo haría. ¿Tú no?
—Si viene de ti, no me importaría probar.
De verdad, que alguien no me despierte porque esto era demasiado bonito como para serlo. Laura, piensa que es un solo beso. No creo que se atreviese a abrir la boca a explorar la mía porque me destrozaría. Me puse de pie teniendo de apoyo su pierna y luego de puntillas para elevarme un poco más. Katakuri inclinó un poco su cuerpo para que me sea más fácil de llegar y le di un pequeño, pero largo beso. Sus colmillos no molestaban hasta me atreví a acariciarlos con mis dedos.
Nos separamos y nos quedamos mirándonos un buen rato, analizando lo sucedido. ¡Lo besé! ¡Lo besé! Estaba gritando internamente. Cupido estaba a mi lado diciéndome: «¡bien hecho, Laura!». Yo seguí acariciándolo y, esta vez, en su cicatriz lleno de costuras. Recordé aquel Databook explicando el motivo de este rasguño. Al pobre le encantaba tanto los donuts que se los metió de golpe rajándose la boca. Que animalito era este hombre. Y luego vinieron las burlas y te importaba poco. Hasta que sucedió aquella tragedia con su hermana. Nunca olvidaré esa imagen triste que le rompió en pedazos.
Ninguno de los dos dijo nada. Tan solo nos limitábamos a acariciarnos. Una forma de demostrar que esto no era un sueño, aunque yo estaba en uno. Me era imposible enfadarme con él. Tenía un lado tierno. Al contrario de su hermano Cracker. No sé qué hora era, pero estaba muy cansada y necesitaba dormir. En el entrenamiento no se me permitía.
—Creo que iré a dormir —dije, rompiendo ese momento.
—¿Quieres que me quede? —me preguntó—. Ya sabes, por si viene mi hermano o los otros dos a molestarte.
Hombre, sería mi guardaespaldas, un anti pervertidos.
—Bueno, no sería una mala idea.
—Entonces, me pondré en la puerta.
—¿Piensas dormir ahí? —cuestioné a modo de sorpresa.
—Es la única forma de no hacerles entrar —añadió.
—¿Y por qué no duermes en la cama? Hay espacio para los dos. —Espera, ¿qué cojones acababa de decir?
Los ojos del comandante de la tripulación de Big Mom se agrandaron un poco al escuchar mi propuesta. Y yo rezaba por todos los dioses, ya sea nórdicos o griegos, que no lo aceptase. Él miró hacia atrás observando la gran cama que pudiera caber perfectamente y luego a mí.
—Está bien. —La suerte no estaba a mi favor.
Bueno, piensa en positivo. Ninguno de ustedes hará algo. Sí, eso es. Katakuri no se aprovecharía de esto. ¿O sí? ¡Ay, tierra trágame! Me bajé de él para acostarme completamente en la gran cama, mientras escuchaba como el peli-granate se quitaba esas botas estruendosas. Quien lo escuchase ya se percataría quien era. Un hombre peligroso capaz de matarte con la mirada. Ya preparado se iba acomodando y echaba poco a poco la espalda en el colchón mullido.
Yo ni me atreví a quitarme el sostén ni el abrigo por demasiada vergüenza. Si tendría que dormir de esta manera, lo haré. Él miraba al techo y yo giré mi cuerpo hacia la derecha que era mi posición favorita para dormir.
Y esperaba que Morfeo hiciera acto de aparición para dormir tranquilamente.
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Me iba a cagar en Morfeo, en el sostén, en el abrigo, en mi espalda y en la madre que me parió. No había pegado ojo en toda la noche por la presencia de Katakuri a mi espalda. Él seguramente que estará dormido profundamente. No me atreví a mirarlo por si me encontraba alguna sorpresa, pero podía escuchar su respiración que era relajante. Vamos, date la vuelta. Mi curiosidad mató al gato y lo hice.
Que mono se veía durmiendo. Y pensar que todo el mundo pensaba que no dormía con la espalda tocando el suelo. Bueno, esto no era suelo sino un colchón. Se me entendió, ¿no? Eran historias que murmuraban sus hermanos y eso afectó demasiado al grandullón. Su rostro mostraba relajación absoluta. Ahora que pienso, él no se movió de la cama. Salvo yo que yo tenía que moverse de un lado para otro para estar cómoda y así venía el sueño. Me pasaría toda la noche mirándolo.
Ojalá tener un Den Den Mushi y sacar una buena foto de su perfil. Una imagen que se quedará grabada en mi cabeza. Y estaba tranquila porque ninguno de los tres vino a la habitación. A lo mejor se asustaron por la paliza que les di. Y otra vez ese pensamiento de sentirme una heroína en este sueño. Yo no deseaba esto. En realidad, me sentía una inútil que no aportaba nada. Tan solo me llevaba por mis instintos. Que era lo correcto y lo malo.
—¿No puedes dormir?
Me tensé al escuchar la voz de Katakuri quien abrió los ojos para mirarme de reojo. ¿Hace cuánto que estaba despierto? ¿O ya lo estaba y fingía estar dormido?
—Mi espalda me impide dormir.
—Normal, si tienes puesta un abrigo. Es demasiado incómodo —añadió.
—Pero me siento protegida.
—¿De qué? ¿De mí?
Bingo.
—No soy como mi hermano —corrigió—, pero entiendo que yo soy hombre y tú mujer. —Katakuri se incorporó de la cama para sentarse—. Somos iguales. No debemos avergonzarnos de nuestro cuerpo.
—¿Lo dices por ti o por mí?
—Por ambos. A mí me daba vergüenza y terror mostrar mi rostro. Y me he dado cuenta que no me metes como otras personas. Y tú deberías pensar lo mismo. Cuando te vi con ese traje de baño siempre me he preguntado esto: ¿por qué lo oculta?
—¿Por qué no soy una top modelo como Nami o Robin?
Una risa se le escapó a Katakuri para luego mirarme. No tenía ninguna gracia porque era cierto. Yo siempre decía que uno debe amarse así mismo, pero siempre estaba esa inseguridad de lo que podía pensar la otra persona. Por eso siempre lo ocultaba. Y no era justo porque él me lo enseñó.
—Y estoy muy seguro que tienes puesto un sujetador y debe ser muy incómodo para ti.
—A ustedes, los hombres, no les da vergüenza estar desnudos en la cama.
—¿Quieres que lo haga? —preguntó con un tono de burla.
—¡Ni lo hagas! —¡No estaba preparada para verlo completamente desnudo!
Volvió a reírse el condenado. Se estaba divirtiendo de mis respuestas obvias que no iban a cambiar por nada en el mundo. Inflé un poco los mofletes un tanto molesta.
—¿Qué prefieres? ¿Sexo duro o lento?
—¡¿Por qué me preguntas eso?! —exclamé, incorporándome de golpe en la cama.
—Curiosidad —refutó.
—¡¿Y tú te crees que te voy a responder eso?!
—Por intentarlo —rio de nuevo—. ¿Algún fetiche?
—Katakuri, me estás haciendo preguntas sexuales que yo no te pienso responder —respondí con un tono de nerviosismo.
—Pero yo te puedo responder. —Su cuerpo se iba girando, aproximándose hacia a mí. ¡Mierda! No me gustaba esto—. A mí me gusta el sexo duro y tengo un fetiche muy particular.
—¿Cuál fetiche? —¡No preguntes, toleta!
—Te doblo en edad y tu cara es de una niña. —Tengo miedo de su respuesta—. Ganas de jugar. Que tú seas mi niña y yo tu Daddy.
¡No! ¡Sueño, no! ¡Esto ya era demasiado! Vale que escribí libros como Daddy’s Corporation o Daddy and Kitten. ¡Pero esto no! Me iba a dar un paro cardíaco al escuchar esas palabras provenientes de Katakuri, que me tenía atrapada con su cuerpo, es decir, sus brazos me aprisionaron no pudiendo escapar de sus garras. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Y yo diciéndome que él no haría nada. ¡Eso me pasa por confiar demasiado de un hombre atractivo como él! La cercanía del peli-granate cada vez me ponía nerviosa. Esos ojos destellaban deseo. Mamá, socorro.
Un momento, había una salvación y esto me podía ayudar ante esta situación. Lo que diré era la pura realidad. Estaré protegida ante los colmillos y la perversión de Katakuri.
—Hay un problema: eres muy grande para mí. Me romperías en dos —aclaré.
El grandullón enarcó las cejas reflexionando un poco. Por favor, dime qué se retiraría. A ver, no me importaba hacerlo con él, ¡pero si fuera de un tamaño normal y corriente! Ya había visto un montón de imágenes con respecto a su miembro y vi una que casi me mató por completo. Katakuri cerró sus ojos a modo de concentración. No me estaba gustando nada. De repente, su cuerpo se iba encogiendo poco a poco ante mis ojos. ¡No! ¡Dime qué no! Y los volvió a abrir, mostrando su nueva imagen. Yo diría que medía más o menos que Cracker.
¿Esto era posible? ¡Claro que lo era! Me lo acababa de demostrar ante mis propios ojos. Una sonrisa socarrona salió de sus labios satisfecho de aquel acto. Si alguna lectora me estuviera viendo, me diría: ¡huye por tu vida! ¡Te va a romper en dos!
—Ventaja de ser un hombre mochi, pero no dudaré por mucho tiempo —se sinceró conmigo.
—Entonces, me dará tiempo a escapar —dije, haciendo ademán de hacerlo. Sin embargo, él me aprisionaba aún más con su cuerpo—. ¡Katakuri, hablo en serio!
—Y yo también hablo en serio. De verdad, ¿te cuesta ver que realmente me gustas, Princess?
—¡No me cuesta! ¡Ya me has confesado lo suficiente para saberlo! —grité por puro nervio—. Solo que… no soy de goma.
—¿Quieres que mate a Mugiwara y encuentre su fruta del diablo para que lo consumas?
—¡No seas cruel!
—Solo bromeaba —ríe bajito.
—Es que pensáis que soy de goma. Puede que el sexo de la mujer sea elástico, pero no todas pueden llegar a relajarse a la primera polla que vean.
—¿Te das cuenta de que estábamos hablando de una cosa y luego hablas de sexo? Y luego dices que somos los pervertidos.
—¡Porque me provocáis, maldita sea!
Que me parta un rayo ahora mismo porque esto ya era demasiado para mi pobre corazón. Todo iba tan perfecto hasta que hemos llegado a esto. ¿Qué hice yo en la otra vida? Sus dedos, ahora aún más pequeños, acariciaban con sutileza mi mejilla izquierda a modo de estar relajada. No lo iba a estar porque sé sus intenciones. Encima llamarle de ese modo. Había tensión sexual entre nosotros. Lo sé. Mi respiración se volvió un poco irregular y los ojos del peli-granate seguían brillando cual estrella iluminando la noche.
Mierda. Otra vez ese sentimiento llamado pasión. Katakuri se aproximó a mi rostro sin dejar de mirarme y dándome señales a modo de pedir permiso para besarme. Mis manos temblorosas cogieron su cabeza acariciando esos cabellos salvajes que, a veces, se tornan de color carmesí a la hora de matar a sus enemigos. Y no hubo dudas ninguna. Me besó suavemente queriendo probar mis labios sin titubeos. Y otro beso. Y otro. Con mucho cuidado porque sus colmillos eran capaces de desgarrar alguna que otra carne.
Sin embargo, ese beso tímido se convirtió al instante uno fogoso donde su lengua exploraba con devoción mi boca y yo casi no podía seguirle el ritmo. Mierda, mira que había visto como comía el condenado y podía afirmar que su músculo era jodidamente grande. Mis pulmones y mi corazón me pedían a gritos oxígeno. Y pareció que me leyó el pensamiento porque se iba separando despacio de mí. Nuestras bocas estaban unidas por un hilo fino de saliva que lo rompió, pero no esperó un minuto más para comerme a besos.
Agarré con fuerza sus cabellos casi pidiendo que no siguiera, aunque creo que no servía de nada porque Katakuri estaba en un estado de desfogarse completamente. Pero eso no era todo. Una de sus manos descansaba en mi trasero para apretarlo con fuerza y masajearlo. Un gruñido gutural salió de su garganta, satisfecho de lo que estaba tocando. Como si mi culo fuera algo maravilloso. Y la otra se coló entre mis ropas llegando a la altura de mis pechos atreviéndose a tocar uno de ellos aún cubiertos por mi sujetador. Repito: sus manos, con este tamaño actual, eran grandes capaces de agarrar por completo mis pechos o mi trasero.
Exclamé en mi interior «aleluya» porque Katakuri paró con los besos. Y todo no acabaría ahí. Su lengua viperina se entretuvo en mi cuello a lo que, fallo mío, ladeé la cabeza dejándole total acceso. Lamía y mordía casi dejándome alguna que otra pequeña marca que no se destacaría mucho después. No deseaba morderme con fuerza porque él conocía perfectamente su fuerza bruta. Él era la bestia y yo Bella como en el cuento. Su respiración chocaba en mi oído a punto de decirme algo:
—Haz cumplir mi fetiche. Quiero oír de tu boca esa palabra porque no he parado de soñarlo una y otra vez imaginándolo de verdad. Por favor, Princess —susurró para luego morder mi lóbulo muy juguetón.
Si lo digo, temía que liberara la bestia interna y me destrozara por completo. No sería capaz de mantenerme de pie por mucho tiempo. El maldito no dejaba mi oreja tranquila. Una manera de incitarme. Joder, tendré que saciar su petición diciéndolo. Mis labios temblaban y hablé bajito.
—Daddy.
Katakuri se detuvo de golpe para mirarme con los ojos y las orejas bien abiertas.
—Repite —me ordenó.
—No lo repetiré —aclaré. Sin embargo, un chillido agudo salió de mi garganta porque él tomó con fuerza mi pezón, no antes bajar la copa de mi sujetador—. ¡Katakuri!
—Es una orden, Princess —habló, empleando un tono muy varonil. Joder, si me hablaba de esa manera todos los días, mojaría las bragas sin dudarlo—. Repite si no quieres recibir un castigo. Y dilo un poco más alto.
—Daddy.
—Más alto. Me es casi difícil entenderte.
—¡Daddy! ¡Daddy! ¡Daddy! —repetí una y otra vez para dejarlo feliz como una perdiz.
Silencio en la sala. Demasiado incómodo para mi gusto. Y mi cuerpo se tensó, mi vello se erizó al escuchar un sonido ronco por parte de Katakuri. ¡Grave error en mirarle la cara! El maldito estaba sonriendo descaradamente mostrando más sus colmillos, sus mejillas estaban un poco coloradas y sus ojos brillaban con más fuerza. Creo que activé el detonante. Una bomba de relojería hecha humana. Mi sexto sentido no se activó porque no me esperé el siguiente movimiento rápido: Katakuri tomó mi pulóver junto con mi camisa para subirlos ocultando una parte de mi rostro. Solo mi nariz y mi boca estaban descubiertos.
—¡Katakuri! —le regañé y yo solo recibí a cambio un apretón muy fuerte de las chichas de mi barriga.
—Esa no es la palabra adecuada, Princess. —¿Ya estábamos en el juego?
—¡No voy a entrar a ese juego! ¡Solo dijiste que lo dijera!
—Pero también incluye el juego.
—¡Eres un tramposo!
—Sé buena niña y muéstrale a Daddy tus gemidos.
—¡Yo no…! ¡Ah!
El desgraciado no me dejó terminar porque aprisionó mis pechos con fuerza. Los chicos dicen que yo era una bruta, pero este lo era aún más. No dudó ni un segundo en desabrochar mi sujetador liberando mis pechos ya redondeados por el placer. En ese momento me sentí indefensa porque no podía hacer nada. Estaba aprisionada. Un gemido salió de mis labios cuando noté la lengua de Katakuri lamer la aureola izquierda para endurecer más el pezón. Yo temblaba a más no poder y le complacía con sonidos de excitación. Con el otro pezón lo pellizcaba sin cesar. E repitió el mismo proceso, pero al revés.
Esto de no ver nada me estaba agobiando un poco. Me mordía el labio porque llegaba a momentos de pequeños placeres que no sabría describir. Solo me dejaba llevar por esta emoción. Mis pantalones y mis bragas se esfumaron sin que él dejase de devorar mis montañas y me quitó el resto de mi ropa para tener mayor visibilidad. Estaba desnuda ante su merced. ¿Quién diría que llegaría a este punto? Me avergoncé tanto cuando Katakuri empezó a mirarme de cabeza a pies y viceversa. Esto era una terrible tortura.
—Princess —me llamó—, estoy más de acuerdo con mi hermano. Deberías no esconder más tu figura.
—Si te soy sincera, soy segura de mí misma. Pero siempre llega ese momento en que esa seguridad se desvanece, ya sea por las miradas de gente que no conozco o de alguien que me gusta.
—Te entiendo. —Acarició con suavidad mi rostro—. El mundo es cruel a veces.
—Lo sé —afirmé, tomando su mano—. El mundo no es justo.
Siempre intentabas de algún modo encajar en el mundo de las personas normales y corrientes. Y nos damos cuenta que no existía eso. Cada ser humano era especial a su modo. El peli-granate apoyó su frente con la mía para ver más de cerca mis ojos al igual que yo con los suyos. Un pequeño gemido se me escapó al notar un dedo de él estimular mi clítoris. No me gustaba que me mirasen de este modo. La palabra vulnerabilidad lo odiaba con creces. Y el condenado sonreía al ver mis reacciones.
Y ese mismo dedo resbaló, adentrándose en mi interior, moviéndose como si estuviera en su casa. Mierda, esa falange era demasiado grande y no me quería imaginar cómo será su miembro. Será capaz de llenarme completamente. Gruñidos escuchaba en mi oído. Katakuri volvió a atacar mi lóbulo mientras lo movía aún más rápido provocando que yo gimiera más alto y los dedos de mis pies se curvaran. Ninguna pizca de vergüenza tenía. Era hombre. Un hombre que necesitaba satisfacer a la mujer en toda su plenitud.
Una forma de decirme que deseaba prepararme bien para no hacerme daño. Se lo agradecía, pero esto me estaba matando. No sé cuánto tiempo tardará en darme más placer de lo habitual. Mi yo interno gritaba y suplicaba que se detuviera y me follara de verdad.
—Tu rostro me indica que quieres más —susurró, ampliando un poco la sonrisa.
—No digas tonterías —tartamudeé.
—Si quieres que te folle solo tienes que decírmelo, Princess.
—No lo haré. —Mi orgullo me lo impedía.
—Entonces seguiré así, pero te recomiendo que me lo pidas. En cualquier momento llegarás al orgasmo y yo impediré que eso ocurra. Te torturaré hasta que lo digas.
Este juego se estaba yendo de las manos. Conociéndolo, sería capaz de hacerlo. Unas cuantas lágrimas resbalaban de mi rostro por el placer que estaba sintiendo. ¡Mierda!
—¡Tú ganas! ¡Fóllame, por favor!
—Te faltó una cosa.
—¡Fóllame, Daddy!
—Eso está mucho mejor.
Repito: odiaba esos momentos de vulnerabilidad. El dedo desapareció a lo que yo respiré aliviada. No paraba de tomar bocanadas de aire. Ese rato se terminó cuando la hombría del grandullón iba entrando lentamente por mis entrañas. Menos mal que se había encogido antes porque estaba segura que me partiría en dos. Un momento, ¿cuándo se quitó toda la ropa? No le había visto. No iba a obtener respuestas porque Katakuri empezó a moverse en mi interior.
La envergadura de su miembro me mataba, literalmente. Y pensar que lo estaba haciendo con él. No me lo creía. Mi sueño estaba cumpliendo mi gran sueño. Estar así con él. Nadie me creería después de esto. En ningún momento aumentó el ritmo, aunque en su rostro me indicaba que le gustaría liberar a la bestia que llevaba en su interior. Esto era una maravilla. Realmente lo era.
Y desconocí cuánto tiempo estuvimos así durante toda la noche.
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