Capítulo 24. La noche del leopardo

Advertencia: este capítulo contiene contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo, aunque eso implique que perderás información de la historia que será importante de cara a próximos capítulos.

Aún seguía lloviendo de una forma calmada. Comenzaba a sentir frío por todo mi cuerpo. Mis brazos estaban cruzados intentando emanar algún tipo de calor, pero mis ropas mojadas no servían de mucho. Lucci no se había quejado en ningún momento. ¿Cómo era posible que pudiera soportar todo esto? Se nos dificultaba en la búsqueda de un refugio con tantos animales de por medio y el bosque denso. Por favor, una cueva, lo que sea. Quisiera que esto acabase pronto. Una hoguera vendría de perlas ahora mismo.

Mi cuerpo se estaba debilitando. Me detuve en seco para admirar el cielo nublado y casi oculto por las hojas de los árboles. Dejé que unas gotas cayesen por mi rostro. Miraba a la absoluta nada buscando o pensando un modo de sobrevivir. Mis gafas estaban empañadas por el agua y seguirían así hasta el confín de los tiempos. ¿Dónde estarán los chicos? ¿Estarán bien? Solo espero que los poseedores de las frutas del diablo no hayan caído al río o, mucho peor, al océano. De pronto, sentí una mano coger la mía y me obligó a caminar.

El moreno no estaba dispuesto a perderme de vista. Un momento, me estaba cogiendo de la mano. A diferencia de la mía, la suya estaba caliente. ¡Dios! Me habré puesto roja como un verdadero tomate maduro. Sus pasos eran acelerados queriendo llegar a un sitio. Dime, por favor, que encontró un refugio. Efectivamente, detrás de las hojas que entorpecían nuestro camino, se encontraba una especie de cueva oscura. Mejor eso que estar debajo de las copas de los árboles. Aunque esperaba no encontrarnos ningún bicho gigante que quiera devorarnos.

Fui corriendo hacia la cueva y respiré aliviada. Lucci entró después para refugiarse de la lluvia, pero dirigió su mirada hacia el exterior. Algo tenía en mente.

—Buscaré madera para hacer una hoguera —dijo, antes de salir.

Yo me quedé ahí sentada en el suelo frío y abrazada a modo de mohín. No paraba de temblar, esperando a que esto acabase pronto. Cuando los peninsulares vienen a las islas, por ejemplo, no pasan frío porque nuestro clima les favorecía. Pero a nosotros, si baja unos cuantos grados, ya teníamos que poner una rebeca. El clima de aquí no era nada tropical. Era sumamente extraño. Lucci no tardó ni cinco minutos en volver a la cueva con unas cuantas maderas en sus manos. Que destreza. Acabé dándome cuenta que él hacía de incógnito como carpintero.

Colocó las maderas en el suelo juntándolos de una manera posible que pudiera encender fuego. También trajo hojas un tanto mojadas, pero suficientes para dar combustible a la llama. Piedras pequeñas encontró en el suelo y las iba raspando, provocando que apareciera alguna que otra chispa. Y, ¡ahí está! La llama se prendió. ¡Ay, que calentito! Me pegué lo más posible a la hoguera estirando los brazos para que me llegara el calor.

—Será mejor que te quites la ropa, si no quieres resfriarte.

Oh, cierto. Me había olvidado por completo la ropa. Espera, ¡¿qué?! Vi como Lucci se estaba quitando la parte de arriba mostrando así sus abdominales y pectorales bien trabajados. Me quedé atontada perdida viéndolo. ¡No, Laura! ¡Reacciona! ¡¿Acabas de oír lo que te dijo?!

—No voy a desnudarme delante de ti —bufé con la cabeza a otro lado muriéndome de la vergüenza.

—La ropa no se secará sola —dijo.

Vi que consiguió una liana proveniente de los árboles y lo iba atando a los extremos. Iba a tender la ropa ahí, casi encima del fuego, para que vayan secándose.

—Eso lo sé. Pero esta sería tu oportunidad en verme casi desnuda, y no quiero eso.

—Ahora mismo mi prioridad es que no te resfríes. Soy hombre y puedo entender que te morirías de la vergüenza si te veo y pudiera tener una reacción, no obstante, no quisiera que te resfriases por mi culpa.

¿Dónde estaba el Lucci pervertido? ¿Desde cuándo se volvió amable? ¿Me había perdido de algo importante? No lo sé con certeza. De mi boca salió un suspiro de rendición puramente dura y comencé a quitarme la ropa. De hecho, me iba a quedar en ropa interior como él. Intentaba todo lo posible en no ver su entrepierna y ocultar mi cuerpo con mis brazos y piernas. Lucci se encargó de tender la mía sin ninguna objeción de por medio. Las llamas eran hipnotizantes. Color rojo y naranja que eran peligrosas para cualquier mortal.

En mi cabeza buscaba alguna solución para enfrentarnos a Zorn. Un Antiguo que vivía en la isla Oua con la lluvia y el viento a su favor. La ira era su comida favorita. Más enfado absorbía, más poderoso serán sus ataques. Esto no era para nada bueno. Y también estuve pensando en las palabras de Vertrauen y Lust. Un poder que solamente lo tenía yo. Un poder capaz de aniquilar a los Antiguos porque destruyó al creador de las frutas del diablo. Pensar todo esto me daba dolor de cabeza. Quería respuestas ya, pero más preguntas surgían en mi ser. ¿Por qué yo estaba aquí?

Mis párpados se cerraban a cada momento que pasaba el tiempo. El cansancio me estaba doblegando y mi cuerpo cayó al suelo. Sí, tenía mucho sueño. Mis ojos pardos miraron a Lucci quien estaba apoyado en la pared con los párpados cerrados. ¿Estará dormido? No, porque susurró un «duérmete». Él se encargaría de hacer guardia, mientras yo descansaba en esa cueva oscura y lúgubre.

Y me desperté. No sé cuánto tiempo estuve dormida, pero ya me sentía un poco mejor. Me senté para dar un largo bostezo y estirando mis brazos como pude. El exterior se volvió oscura y aun lloviendo. Eso significaba que se volvió de noche. Lucci todavía se encontraba en esa posición y su rostro estaba relajado. Es decir, tuve la sensación de que estaba dormido. Dudé unas cuantas veces si acercarme a él y comprobarlo. No quisiera llevarme un susto de por vida. Me acerqué a gatas manteniendo una distancia entre él y yo, y alcé la mano para moverla delante de su rostro.

Ninguna reacción. Definitivamente, se quedó dormido. Solo esperaba que ningún monstruo haya entrado. Aunque si fuera así, ya nos hubiera devorado. ¿Y qué hago ahora? ¿Ser una vigilante? La cueva era amplia y no sé cuanta profundidad tendrá. Me gustaría averiguarlo por mí misma. Mi cuerpo se levantó dispuesta a explorar el camino oscuro que engullía el boquete. Pero antes cogí madera cubierta por fuego. Una especie de antorcha, vamos. Debía darme prisa antes de que se extinguiera la llama.

Rezaba no encontrarme nada indebido. Ni siquiera a Zorn. ¿Te imaginas? Ya estaría cagando en todos los muertos. Aparté un poco la antorcha porque no notaba corriente fría, sino todo lo contrario. Que extraño. ¿Qué era esta cueva? A treinta pasos de mi posición vi algo brillante en una esquina de la cueva. Tragué saliva antes de asomar la cabeza y ver que había ahí. Para mi sorpresa era un lago cristalino que brillaba con total intensidad y desprendía vapor, como si fuera un baño termal.

¿En serio? ¿Es un lago termal? Dejé la antorcha en el suelo para que se extinguiera solo y me acerqué con mucha curiosidad. La luz que desprendía era de un azul cristalino muy bonito e hipnotizante. Metí mi mano y, ¡sorpresa! Estaba caliente. Repito de nuevo: ¡¿en serio?! Encontré una maravilla de la naturaleza. Esta cueva estaba conectada de algún modo con una montaña volcánica. O estamos casi en el interior de uno. Mola, pero era peligroso. Daban ganas de darse un baño y estar lo más relajado posible.

Sin embargo, me contuve porque estaba Lucci por aquí. Me negaba a desnudarme y que me encuentre de esa manera. Pero era mi gran oportunidad de probar un lago terminal en toda mi puñetera vida. Solo unos minutos. Unos minutos. Como se notaba que me estaba autoconvenciéndome. ¡Venga, va! Me quité la ropa interior quedándome completamente desnuda, incluso las gafas, y me zambullí en el agua. ¡Qué rica por Dios! Había mucha diferencia abismal con esto y con la hoguera. Mis huesos se estaban relajando mucho.

Nadé hasta una roca que había ahí para apoyar mi espalda en ella. Esto era una especie de spa, literalmente hablando. Al ser una isla lúgubre tenía sus cositas bien ocultas. Ahora mismo estaba maravillada con el agua caliente. Solo me faltaba la comida y ya lo estaría disfrutando al máximo. Apoyé la cabeza para mirar el techo. Esas rocas puntiagudas brillaban a causa de la luz del lago. ¿Habrá algún tipo de alga para que esté así? Tenía la sensación de poder tocarlas con las manos. Silencio reinaba en este lugar, aunque de vez en cuando se escuchaba alguna que otra gota caer en el agua.

Estaría así para toda la eternidad. Mis párpados se cerraron, mientras mantenía una sonrisa de oreja a oreja disfrutando del momento. Debería volver, pero estaba muy a gusto ahí. Si pudiera, podría meter la cabeza debajo del agua. Pero me daba cosa abrir los ojos y encontrarme con algo indebido. Mi segundo miedo era estar en el océano y desconocer que hay debajo de mis pies. El mar era grande y todavía no se descubrió al 100%.

—Me había preguntado donde te había metido. Pero nunca pensé encontrarte aquí disfrutando del lago.

Mi cuerpo respondió al escuchar la voz de Lucci. Metí toda mi figura un poco redonda y dirigí mi mirada hacia la orilla. El moreno me observaba como un verdadero depredador con ganas de marcar a su presa. ¡Yo y mi maldita suerte!

—¡Date la vuelta! —grité, colocando mis brazos en mis pechos a modo de protección y que no se viera nada.

—¿Por qué? Parece un buen sitio para estar relajado —dijo. Su tono de voz era demasiado varonil para mi gusto.

—Si quieres darte un baño, espera en esa esquina hasta que termine.

—¿Y por qué esperar si podemos hacerlo juntos?

—¡Ni se te ocurra!

Pero mi grito fue demasiado tarde porque el moreno se despojó de lo único que le protegía de su virilidad. Yo cerré los ojos con rapidez. Tanto que podrían llamarme la vaquera del oeste. Ni lo mires. Ni lo mires. Escuché como él entraba en el agua y se aproximaba hacia a mí, y yo poco a poco me encogía con mucho miedo y deseando que esta tortura acabase pronto. Otra vez esa tensión que me pasó con Zoro. No. No, imposible. Me atreví a abrir los párpados y encontrar a Lucci a unos escasos metros de mí. ¡¿Por qué yo?!

—Hablo en serio. Vete —murmuré.

—¿Eso también se lo dijiste a Roronoa? —preguntó. En esa pregunta había algo de recelo.

—¿De qué me hablas?

—Allá en aquella isla, ambos olíais a sexo —especuló. Me puse tan roja ante ese comentario. ¿Qué coño sabe él?

—Tu olfato te engaña —respondí muy nerviosa.

—Mi olfato nunca me ha fallado. Dime: ¿también se lo dijiste a él?

—¡Claro que sí! —exclamé.

—Pues parece que has caído. Igual pasará entre nosotros dos. —Se acercaba más y más a mi cuerpo con la intención de acorralarme.

—Lucci, por favor. —Estaba tan nerviosa que me era imposible darle un puñetazo—. ¡Esto lo haces porque no te gusto realmente! ¿Qué hombre como tú se fijaría en mí? Los chicos me dijeron que eres el hombre más frío que ha existido en esta faz de la tierra y que no muestra emoción alguna. Solo lo muestras cuando tienes que matar. Ahí lo disfrutas muchísimo. Pero con una mujer es imposible. Te habrás acostado con muchas mujeres delgadas y con ellas estoy más que segura que lo disfrutas mucho. Pero ¿con una casi gorda y casi flaca que tiene más michelines que los propios restaurantes? ¡Jamás! ¡Así que te lo pido, por favor, que te marches!

Dios, me había desahogado por completo, pero era la pura verdad. Cualquier fanático de esta serie sabría perfectamente la personalidad de Lucci. No era nada nuevo. Muchas mujeres, como yo, soñamos con tener relaciones sexuales con este hombre, pero sabemos que él era muy complicado como para tener una relación romántica. Yo no iba a permitir que un hombre con esa personalidad tan fría me hiciera daño. Ya sufrí bastante. Y Zoro... Solo fue un encuentro casual. Una relación sexual no resuelta. No habíamos hablado de ello en ningún momento, después del acontecimiento entre los dos Antiguos.

Lucci no dijo nada. Sus ojos negros estaban fijos en mí, y yo solo quería que esto acabase pronto. Estaba sintiendo un dolor en el pecho increíble. Tanto que pensé que mi corazón iba a estallar. De reojo vi como alzó su brazo y lo estiró hacia a mí para apoyar la mano en la roca. Hizo la misma acción con el otro. Me sentí cohibida que no me atrevía a mirarlo a los ojos. Mirada fijada en su pecho bien trabajado. Él poco a poco se aproximaba, impidiendo a que me escapase. ¿Qué era lo que pretendía? Esto no me gustaba para nada.

Todo mi bello se erizó al escuchar unos simples ronroneos provenientes de él. Mi cara, ahora mismo, debía estar roja porque notaba un calor inmenso en mis mejillas. ¿Qué significaba? Yo no era capaz de comprender el idioma de los felinos. Él no paraba de hacer sonidos gatunos e incluso lamió mi moflete derecho. ¡¿Qué demonios?! Yo no era una gata, que conste. Era una humana como él, pero que no se transformaba en una felina. Joder, este comportamiento me estaba poniendo nerviosa.

—Lucci, deja de lamer mi cara —murmuré. Mis manos estaban apoyadas en su pecho para apartarlo, pero algo no encajaba. Mis fuerzas me estaban fallando—. Lucci, no soy un animal.

No hacía ni puto caso el desgraciado. De repente, él rozó su nariz con el mío quedándome helada de mi sitio. Seguía ronroneando como intentando ligar y llevarme a un mundo de ensueño. Hasta que me besó. Sus labios un poco gruesos encajaban a la perfección con el mío. No paraba de temblar de mi sitio. Sus manos tocaron mi rostro para acariciar con sutileza mis mejillas.

—Tienes razón. Soy un ser frío y sin emociones, pero puedo demostrarte que realmente me gustas. A mí manera —ronroneó. Nuestras narices no paraban de rozarse—. Eso no me quita la necesidad de tenerte cerca y protegerte como si fueras mi pareja.

—No digas tonterías.

—Yo no digo tonterías. —Sus manos bajaron poco a poco metiéndose en el agua y agarrar con firmeza mis caderas—. Soy honesto con lo que pienso. Mis gestos son suficiente para enseñarte que realmente me atraes. Un hombre con mucha necesidad de marcarte como mía. Jugar, morder…

—Cállate —tartamudeé.

—Princess deja de evitarme —susurró muy cerca de mí oido—. Déjame probarte por una vez y escuchar tus gemidos.

Esto no ayudaba para nada. Estaba pidiendo algo que yo no quería, pero en el fondo sí. Mis labios estaban sellados y mis ojos fijos en su pecho. Otra vez se acercó a mi rostro volviendo a rozar su nariz por mi rostro. ¿Qué estaba consiguiendo con todo esto? No tenía sentido. Y mi cerebro quedó en blanco al sentir de nuevo los labios de Lucci posarse sobre los míos. Temblé. Esa era mi reacción. Estuvo un buen rato así conmigo, mientras sus dedos apretaban un poco mi cintura. Su estatura era el doble que la mía; yo podía esconderme debajo del agua para huir de ese depredador. Pero no se separó de mí y yo no podía huir porque aún me mantenía agarrada.

Mis pulmones gritaban por oxígeno. Él dejó de besar, dándose cuenta que me faltaba aire. No obstante, volvió con más furor que nunca. Su lengua recorría por mis labios y yo, inconsciente, los iba abriendo poco a poco dándole la oportunidad de darme un beso francés. ¡Mierda! Eres idiota, Laura. Me estaba pasando lo mismo que la otra vez con Zoro. Mis manos se colocaron en sus brazos para intentar empujarlo, pero él hacía más fuerza en mí. Entonces las suyas se posaron en mi trasero para elevarme y que mi rostro quedase a la altura del suyo. Yo cubrí mi pecho con los brazos muy avergonzada. Joder, se suponía que yo daba puñetazos capaces de destruir tocar y no era capaz de golpear a este pervertido.

Ahora se centró en mi cuello para morderlo y lamerlo, y sus palmas apretaban mis nalgas. Me estaba muriendo de la vergüenza. Mi boca estaba cerrada porque no quería emitir ningún sonido. A ver si así era posible que me dejase y se marchase. Y me puse muy roja al notar algo duro en mi muslo. ¡Mierda! No podía creer que sea su miembro. Mi espalda ya no notaba la pared porque me separó. Lucci caminó en dirección a la orilla para dejarme en el suelo. Desde esa posición él me estaba devorando con la mirada. Sus ojos recorrían todo mi cuerpo y yo intentando todo lo posible para protegerme.

—Deja de esconderte —dijo. Sus palmas descansan en el suelo frío para acercarse a mi rostro—. Quiero verte por completo.

Sacudí mi cabeza negándome rotundamente. Pero él mordía mis brazos casi implorando a que dejase ver mis pechos. Era un depredador desesperado en probar todo de mí y yo no le dejaba. Lo peor de todo era que estaba viendo de reojo su hombría. ¡No seas pervertida, Laura! Cerré los ojos con fuerza no queriendo mirarlo.

—Chica gritona. Y ahora una Princesa tímida —susurró muy cerca de mí oído—. No sabes lo mucho que me gusta tu comportamiento.

—No estas ayudando mucho —aclaré.

—Sabes bien que tú quieres esto —dijo. Intentaba convencerme—. Mírame y dime qué no quieres esto.

Le hice caso y mis ojos pardos observaban los suyos. Mi cara debía estar roja con todo lo que estaba pasando. Segundos pasaron y yo no le di una respuesta. En el fondo sí quería hacerlo, pero ¿qué pasará luego? Sus cabellos me hacían cosquillas porque rozaba con mi piel desnuda. Una sonrisa se formó en su rostro, como si supiera ya mi respuesta.

—Sé mía, Princess. Se mía definitivamente.

Y volví a estar callada embaucada por sus palabras. Lucci movió mis brazos con suavidad al verme un poco vulnerable ante esta situación. Un gruñido salió de su garganta mostrando mucha satisfacción al verme. Hincó sus colmillos en mi cuello, mientras sus manos se colocaron en mis pechos para apretarlos con fuerza. Gemí por lo bajo a lo que emitió una pequeña risa muy divertido. Comenzó a pellizcar mis pezones queriendo escuchar más mis gemidos. Y, de pronto, algo húmedo sentí en ellos. Su boca chupeteaba uno de mis botones rozados y mi cuerpo reaccionaba con pequeños tembleques.

Y otro gemido se me escapó cuando sus dedos rozaron mi intimidad. Joder, cómo odiaba estas situaciones en las que me sentía vulnerable. Lucci no paraba de jugar con mis pechos, como si era la primera vez que veía unos. Y sus falanges pellizcaba mi botón sensible y mis gemidos cada vez eran más altos. Mi respiración se volvió agitada y un sonido de satisfacción pura y dura salió de mis entrañas, cuando sentí una invasión en mi sexo. No dudó en ningún momento en mover sus dedos y seguía torturando mis dos masas de carne. Cómo seguía así llegará el momento en que un orgasmo se aproximará.

Otro gruñido escuché y se separó de mí completamente dejando que respirase un poco. Lo agradecí con toda mi alma porque pensé que me iba a morir. Arrastró mi cuerpo hasta la orilla, al borde, porque él se encontraba dentro del agua. ¿Qué estaba planeando? Un dedo posó sobre mi vientre con unas cuantas chichas e iba descendiendo poco a poco hasta llegar a mi intimidad, atreviéndose a abrir mis labios mayores. ¡Qué vergüenza! Y una lamida calenté recibí a cambio que me estremecí por completo. Dime qué no pensara hacerme un sexo oral. Lo hizo. Lo estaba haciendo. ¿No le daba asco? No paraba de morder mi labio aguantando las ganas de hacer sonidos embarazosos.

Lucci me agarraba con fuerza para seguir torturando mi sexo y emitía gruñidos que me daba mucha vergüenza de escuchar. No supe cuánto tiempo estuvo así, pero llegué al orgasmo sin ninguna dificultad. Mordidas recibí en mi barriga; pensé que iba a arrancar un trozo. Él de pie y yo acostada con el rostro enrojecido. De repente, ahogué un gemido cuando entró por completo en mi interior. Ya no había vuelta atrás. Solo esperaba que Lucci no se transformase en su forma híbrida porque ya moriría por completo. Pero por lo que me había comentado Lust, era su deseo más profundo. El vaivén comenzó a una velocidad normal y luego iba en aumento.

Me daba vergüenza mirarlo a la cara, pero él mordió mi cuello. Era una especie de advertencia. Sus manos descansan en mi trasero apretándolo con fuerza, casi con mucha desesperación. En ningún momento dejó de moverse porque parecía gozarlo y yo también. No lo estaba negando. Mis gemidos hacían eco en toda la cueva, al igual que los chapoteos ante los movimientos bruscos de Lucci. Pero el vaivén acabó, dejándome con ganas demás. Sin embargo, me dio la vuelta quedándome en posición de cuatro. Yo reaccioné ocultando la cicatriz de la zona de mi coxis, a causa de una operación. Era fea y horrible, no me gustaba.

Mordidas sentí en mis manos porque él quería verla. Y una forma de hacerlo era volver a estar en mi interior. Lo hizo tan brusco que tuve que apoyar las manos en el suelo para no caerme. Menos mal que el suelo por lo menos era liso porque mis rodillas sufrirían. El vaivén era mucho más fuerte que antes, donde mis gemidos se mezclaban con los sonidos. No sé cuánto tiempo estuvimos así porque su ritmo se estaba volviendo arrítmico. Finalmente, ambos llegamos al orgasmo. Jadeaba sin control. Esto fue demasiado para mi cuerpo. Me sentía cansada. Unos brazos rodearon mi cuerpo sosteniéndome y elevándome del suelo.

Observé cómo recogía la ropa interior, incluso mis gafas que estaban por ahí tiradas. Se alejó del lago para volver a la hoguera. Aún aguantaba la madera y las hojas. Mi cuerpo estaba templado y lo único que buscaba era el calor humano de alguien. Lucci estaba ahí que pudiera proporcionarme eso. Me acostó y él prosiguió, estirando un brazo para que yo apoyase la cabeza. Estaba cansada. Sumamente cansada. De pronto, sentí como un manojo de pelos que me hacían cosquillas por la zona de mi nuca. Me sorprendí viendo a Lucci transformado en su forma híbrida abrazándome, protegiéndome del frío.

Su cola estaba enrollada en mi cintura para no alejarme de él. La verdad era que se lo agradecía en el fondo. Mis párpados se cerraron definitivamente quedándome profundamente dormida.

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