Capítulo 19. El despertar del tigre

Advertencia: en este capítulo hay contenido adulto. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo.

Desde la llegada de Lust me sentí rara. O extraña. La palabra exacta de cómo me sentía era la última. Esperaba no volver a encontrarme con ese demonio porque su presencia me ponía nerviosa. Los chicos no sacaron del tema. Yo les mencioné que nos estábamos acercando a una isla, pero custodiado por dos Antiguos. Debíamos de estar preparados para enfrentarnos a ellos porque serán un poco más fuertes que los dos anteriores. Todo estaba la mar de tranquilo. La brisa del océano jugaba un poco con mis cabellos y el olor a mar salada inundaba mis sentidos. Al abrir los ojos avistaba unas montañas a la lejanía.

Houla se llamaba la isla. ¿Cómo será? Sentía curiosidad en mis ojos, pero no me encontraba bien como pasear por la zona. No era que estuviera mala de barriga, sino esa sensación de molestia. No sabría cómo explicarlo. Wahr y Vertrauen. Verdad y fe. Una combinación muy peligrosa. Si uno mentía sobre su fe a algo, el demonio de la verdad lo descubrirá. Y a saber que pudieran hacer porque cada uno tenía su propia habilidad. Esto era preocupante. Solo esperaba que los chicos no hicieran ninguna locura. Cada vez que nos acercábamos, observaba que las casas eran de la época antigua.

Es decir, de pura madera y algo de ladrillo. Nada moderno. Me daba la sensación de que esta isla tendría un lado misterioso y oscuro. Franky echó el ancla, ya casi llegando al puerto. Había gente y me fijé que, tanto hombres como mujeres, llevaban un hábito. Típico de los monjes y las monjas. ¿No me digas que este sitio era un lugar religioso? Que yo era media atea. No parecían alterarse ante nuestra presencia. Eso era buena señal. Ya Luffy se exaltó muy emocionado de pisar tierra firme. Los demás también bajaron con ganas de explorar el lugar.

—¿No bajas, Laura-san? —me preguntó Brook.

—No me encuentro bien. Me quedaré vigilando el barco. Ustedes tengan cuidado.

—Entonces, ¿nos quedaremos tú y yo solos? —susurró Cracker muy cerca de mí oído. ¡Ni de coña! Le tiré de las coletas para que bajara de sopetón abajo.

—Lo siento —me disculpé, a modo de broma.

—¿Estás segura que no quieres que mi hermano esté ahí en caso de que ataquen el barco? —sugirió Katakuri. ¡Yo preferiría que estuvieras aquí conmigo!

—Sé cuidarme sola. No os preocupéis por mí.

¡Al fin estaba sola! Bueno, en realidad no era así, ya que estaba con Poupou. El libro animado no se iba a separar de mí en ningún momento porque Luffy le pidió que me cuidase. Joder, no me hacía falta un número, pero no podía negar las órdenes del capitán. Estiré mis brazos un tanto cansada y me fui directamente a mi cuarto. Poupou me dijo que se quedaría vigilando el barco. Él parecía estar muy relajado, aunque en el fondo sé que no era así. El pobre no quería encontrarse con los dos siguientes demonios. No tardé mucho en llegar a mi cuarto, cerrar la puerta y acostarme en mi cama. ¡Ay, mi espalda! Ya no servía para esto.

Todavía me sentía rara. Y ese sentimiento crecía más cada vez que estuviera a solas con uno de los chicos. Eso pasó anoche en la enfermería con Marco. Él y yo sentíamos algo que no cuadraba. Una especie de tensión no resuelta se forjó en ese cuarto. Y menos que se rompió porque apareció Chopper con mucha ilusión de aprender más del rubio. En serio, no sé qué hubiera pasado entre nosotros dos. Ni siquiera lo habíamos hablado. ¿Será acaso tensión sexual? Maldito Lust y sus perversidades. Debía mantener la mente centrada en otra cosa. En la pequeña estantería había libros que me dio Robin. Ya que no tenía móvil era la única forma de entretenerme.

Libros de historia. Ojalá pudiera leer las páginas que contenía Poupou en sus alas y averiguar más de este océano tan peligroso. Diecisiete antiguos. Todos ellos hijos del creador de las frutas del diablo. ¿Cuáles serán sus intenciones con los Yōnkos y los Gōrosei? Esa pregunta no se la habíamos realizado a Lust. Seguro que sabía algo. El segundo Antiguo más poderoso en este océano. Y con mucha razón porque su poder era inmenso. Y la forma de persuadir a sus presas me daba mal rollo. Estuve a punto de coger un libro hasta que escuché que alguien tocó la puerta. El único que estaba en el barco era Poupou.

—Adelante.

Él era mi compañero de cuarto, así que no se lo podía negar. Lo único que me había extrañado era que no escuché sus aleteos típicos. ¿Debería preocuparme? Me giré para ver qué pasaba y mi cuerpo reaccionó tal manera que un poco más y hago caer la estantería.

—¡Zoro!

—Oye, no me grites que recién me desperté —dijo, mientras dio un largo bostezo.

—¡¿No se supone que estabas con los chicos?!

—¿Eh? Te dije que recién me desperté de mi siesta. Al despertarme, me fijé que no había nadie y al único que vi era a Poupou. Le pregunté dónde estaban todos y me dijo que los únicos que estaban aquí éramos nosotros y tú —explicó.

¡¿Este desgraciado estaba en el barco y yo no me di cuenta?! Y mira que yo tenía las gafas puestas, pero estaba cegata perdida. Al menos no era Lucci ni Cracker. Ya los otros tres no tenía idea. Volví a la estantería para tomar el libro, pero otra vez ese sentimiento que era raro. Una tensión inundó en esta habitación. Esperaba que Zoro no lo notase porque tendríamos un problema severo. Ignóralo, Laura. Ignóralo. Repetía una y otra vez para tener la cabeza centrada. Y me tendré al sentir la respiración de Zoro muy cerca de mí. Hice un movimiento rápido para alejarme de él.

—Debería ir a ver cómo está Poupou —excusé.

Caminé hacia la puerta como una forma de escapatoria. Sin embargo, unos brazos me detuvieron a tiempo. Todo mi cuerpo se heló. Ese sentimiento estaba creciendo cada vez más. ¿Eran cosas mías o estaba notando una calufa increíble?

—¿Te puedo hacer una confesión? —preguntó. Sus labios estaban muy cerca de mí oído—. Anoche tuve un sueño erótico. No paraba de hacértelo. Y tus gemidos eran tan dulces.

—D-De verdad que tengo que ver cómo está Poupou —tartamudeé. ¡Dios, su tono de voz era demasiado sexy!

—¿Por qué tienes que huir siempre de algo que también quieres? —preguntó—. Me siento extraño teniéndote cerca. Como si quisiera liberar está tensión que hay entre nosotros.

—Zoro —susurré su nombre.

—¿No crees que debemos liberarlo?

—No es buena idea.

—¿Por qué? —cuestionó. Su respiración, el calor corporal que emanaba, provocaba en mí una sensación tan extraña que nunca tuve—. Laura, por favor.

—No pidas algo que yo no quiero —le supliqué.

—Tú lo deseas. No me lo niegues. —Él se atrevió a morder mi lóbulo a lo que yo me encogí de mi sitio.

—Zoro te estás dejando llevar por esa sensación —susurré—. Sé que en el fondo intentas controlarlo.

—¿Y si no fuera así? ¿Y si realmente quisiera liberarlo? Tú me gustas. Yo te gusto. No hay dudas sobre eso.

No. Debía luchar ante esos deseos impuros. Además, desconocía que podía pasar si me dejaba llevar. No negaba que él fuera atractivo, fue el primer hombre quien me fijé. Él estaba esperando una respuesta mía y yo estaba ahí quieta pensando con mucha claridad. Eso sí, no paraba de temblar. Su nariz rozaba con mi oído, un modo de tentarme. ¡Suplicaba que Poupou apareciese y que rompiese está tensión! Zoro, por favor, no estabas facilitando las cosas. Seguía jugando con mi oreja y sus manos acariciaban mis brazos. El calor que emanaba me empezaba a gustar. Cerré mis párpados ya embaucada por ese poder tan desconocido para mis sentidos.

Esto se había convertido en una especie de baile o ritual. Nos movíamos al compás de nuestras respiraciones. Mierda. Este chico me estaba coqueteando de una forma erótica. Me giré para encararlo y no dudó en besarme sin pudor. Su lengua danzaba con la mía buscando la dominancia absoluta. Sus manos descansaban en mi trasero para apretarlo con fuerza. Joder, este niño era alto. No paraba de temblar y parecía que él estaba disfrutando. Los pulmones me gritaban con urgencia, ya que necesitaba oxígeno y que llegara a mi cerebro. Zoro me leyó el pensamiento y se separó de mí. Dios, jadeé como nunca. Esto fue impresionante.

¡No podía mirarle a la cara porque su único ojo visible brillaba con mucho deseo! Me estaba dando mucha vergüenza. Otra vez esos roces con la punta de su nariz, pero esta vez por mi mandíbula. Lo hacía suave, sin prisa alguna. Sus dedos tanteaban el terreno queriendo adentrarse por esas ropas holgadas. Mis manos estaban apoyadas en el pecho de él. Tan caliente y robusta. Un calor intenso creció en mi rostro porque el peliverde lamió el contorno de mi rostro. Atrajo más mi cuerpo, mientras él se sentaba en la cama y así poder estar encima de su regazo. No podía concentrarme, sabiendo que estaba notando un bulto ahí mismo.

Poco a poco una de sus manos iba ascendiendo, ya atreviéndose a adentrarse por mis ropas. Sin embargo, lo detuve a tiempo, recibiendo una cara de confusión por parte de Zoro. Cuando se trataban de hombres fornidos como él, me sentía insegura con una gran impotencia en mi ser. Era cierto que había hombres que les agradaba ver el cuerpo de una mujer gorda o con otras facciones, pero yo era un caso excepcional, como muchas otras mujeres. Por sorpresa mía, el peliverde tomó mi mano acariciando mis dedos con su pulgar. Era una forma de decirme que estuviese relajada. ¿Cómo lo iba a estar con semejante muchacho?

Enfrente de mí mis ojos estaban visualizando la gran cicatriz que le dejó Mihawk aquella vez. Debió de dolerle, pero Zoro era un verdadero monstruo que aguantaba todo el dolor del mundo. Incluso soportó el de Luffy cuando se enfrentó a Kuma. Un verdadero hombre que cargaba sobre sus hombros el dolor de su capitán. Y otra cicatriz en su ojo izquierdo que lo acaricié con cuidado. Rumores contaban que se lo hizo durante el entrenamiento con Mihawk. ¿Lo perdió definitivamente? Sus labios se posaron en los míos abrazándome con fuerza. Pero ese gesto fue una oportunidad de quitar mi pulóver.

Yo reaccioné como cualquier mujer haría. Rodeé mis brazos para que no se destacara mis chichas por esa camisa. ¿Eran cosas mías o había sonreído a modo de diversión? Acercó su rostro no a besarme, si no a hincarle el diente a mi cuello. Ni que yo estuviera sabrosa. Iba lamiendo las marcas. Su aliento era caliente, capaz de derretir un cubito de hielo. Era una forma de distraerme para quitarme la camisa dejándome vulnerable.

—¡No! —grité y, al momento, me giré, dándole la espalda.

Me estaba muriendo de la vergüenza porque no quería que viese mis pechos no tan redondos. En esa posición, Zoro aprovechó para volver a abrazarme y torturar nuevamente mi lóbulo. Sus dedos acariciaban con suavidad mis brazos para que los apartase. Yo tenía la mirada desviada muy avergonzada. Poco a poco iba apartando mis extremidades para dejar visibles mis pechos. Debía admitir que no eran bonitas como las de Nami o las de Robin. No eran firmes, sino caídas. Zoro no se complicó tanto en tomarlas con sus manos tanteando terreno. El calor se volvía más inminente que nunca.

Cerré los ojos dejándome llevar por esa exquisita sensación que tanto había echado de menos. Las masajeaba no bruscamente. Yo era una chica que casi no gemía por vergüenza, pero cuando uno hacia bien las cosas, sacaba cualquier sonido proveniente de mis labios. Y él lo estaba consiguiendo. Atrapó uno de mis pezones para pellizcarlo una y otra vez. Yo me encogía de mi sitio retorciéndome. Musité por lo bajo a que siguiera porque me estaba gustando mucho. La otra mano descansaba en mi vientre apretando con fuerza esa barriga que sobresalía.

—De verdad que eres muy linda —susurró. Poco a poco iba descendiendo hacia mis pantalones para desabrochar el botón—. Así estabas en mi sueño.

—No estás ayudando mucho —le dije. Mi cara estaba roja como un tomate.

—Yo solo digo la verdad. Realmente me gusta tocar tu cuerpo y ver que lo disfrutas mucho.

—¡Zoro! —chillé, cuando sus dedos tocaban por encima de mis bragas.

Que esto fuera un sueño y no real. Qué demonios estaba diciendo. Ya estaba soñando. Un sueño que no podía despertar. De repente, me acostó completamente en la cama para quitarme por completo las ropas. Estaba desnuda. Y él me miraba como un depredador. Su ojo negro brillaba con mucho deseo. ¡No podía mirarlo! Oculté mi rostro con los brazos, no empañando mis gafas. Oí como ropas deshacerse a lo que eché un vistazo y Zoro se estaba desnudando delante de mí. Se quitó la faja, el abrigo, las botas y los pantalones sin dejar de mirarme. Yo estaba embobada viendo ese cuerpo tan evolucionado del peliverde.

Me tentaba en tocarlo y no me atrevía. Pero él tomó mis manos para que lo hiciera. Su piel estaba cálida. Cada pectoral y abdominal de este hombre estaba duro como una roca. Bien trabajado y robusto. ¿Quién se imaginaba que yo misma estuviera tanteando el terreno? El muchacho se acomodó como pudo con un antebrazo apoyado por encima de mi cabeza y volver a besarme. Se notaba su desesperación de seguir explorando. Tomó nuevamente mi mano guiándolo hasta su hombría. ¡Ah, no podía ser! Estaba grande y parecía estar vivo. Hizo una pequeña simulación para que yo lo masturbara. Esto no estaba bien. Y Zoro no se quedó atrás porque hizo lo mismo.

Estaba sensible en esa zona que gimoteé por lo bajo. Su respiración estaba muy cerca de mi oído. Podía escuchar sus jadeos, señal de que lo disfrutaba demasiado. Su frente se apoyó con la mía y, de repente, realicé un sonido que siempre hacía cuando metían un dedo o dos. Un sonido que Zoro sonrió, gustándole mucho. Comenzó a moverlos a lo que yo arqueé la espalda sintiendo esa necesidad de corresponderle, no sin dejar de masturbarlo. Esto era relativamente vergonzoso para mí, pero no negaba que me gustaba. Esa sensación extraña cada vez crecía por cada roce o beso de su parte.

Un chico de lo más serio que sabía complacer a una mujer. Los movía con más rapidez que antes, mientras que su boca se entretenía con uno de mis pechos. Mierda, si seguía así era probable que llegase el orgasmo en cuestión de minutos. Y lo peor de todo era que yo era de múltiples orgasmos. Me moriría de la vergüenza si lo averigua e intentase matarme entre orgasmos. Debía controlarme cuanto pudiese para no llegar a ese estado. Rara vez me pasaba, no siempre. Y el ser que estuviera arriba escuchó mis súplicas porque se detuvo. ¡Ay, que alivio! Pero eso provocaba en mí una frustración bastante grande.

No había acabado. Al abrir los ojos, no evité mirar ese miembro duro al descubierto. ¡Esto era mejor que ver los fanarts de la gente! ¡Lo estaba viendo en vivo y en directo! No me quería imaginar el de los otros, sobre todo el de Katakuri. ¡Ese sí que tenía un pavor increíble!

—No dejas de mirarlo —comentó Zoro—. ¿Acaso te sorprende?

—Cállate, papafrita —dije, desviando la mirada por vergüenza ajena.

Zoro no dijo nada más. Solo amplió más la sonrisa muy divertido ante la situación. Esto no tenía una maldita gracia. Su cuerpo se iba colocando, ya decidido de que era el momento. ¿Quién me iba a decir que estaría a punto de follar con el espadachín? El maldito no lo metió aún porque decidió rozar su sexo con el mío para desesperarme. Odiaba este tipo de juegos eróticos que me sacaban de quicio o me volvían loca. O que les gustaba tantear el terreno. Finalmente, iba adentrándose poco a poco a lo que hice otra vez ese sonido de pura satisfacción.

—Estás demasiada caliente.

—¿Tienes que hacer esos estúpidos calientes? No eres un pervertido.

—Pero tu reacción de apretar mi miembro me indica que te ha gustado.

—¡Cállate!

¿Desde cuándo se volvió tan fogoso este idiota? El peliverde comenzó a moverse en mi interior, sintiendo como esa cosa entraba y salía con desdén. Exploraba sin ningún tipo de limitación alguna. Mis gemidos cada vez se intensificaban por cada movimiento que me enloqueciera. Y suplicaba por todos los dioses que Poupou no lo estuviera escuchando. O que alguno llegase pronto. Volvió a jugar con mis pechos sin dejar de aumentar el vaivén. Se volvió un obsesivo con esas masas grandes que solo las mujeres tenían. Su lengua estaba caliente decidida en torturar mis pezones duros como diamantes.

Sus grandes manos no dejaban de apretar mis carnes sobrantes para dejar marcas. Me iba a dejar moratones como siguiera así. La punta de su miembro tocaba mi cérvix, llevándome al bendito cielo. El vaivén cada vez se intensificaba aún más, volviéndome más loca. Este muchacho explotará en cualquier momento. Y no me equivoqué. Dios, ¿así se sentía una mujer cuando la llenaban? No paraba de jadear no creyendo lo que acaba de ocurrir. Zoro volvió a apoyar su frente con la mía con la mirada fija en mis ojos pardos. Caricias surgieron, dejándome boba por unos momentos.

—De verdad eres preciosa —susurró—. No debes menospreciarte.

—¿Ni un qué tal? ¿Te duele algo? —pregunté a modo sarcasmo.

—Si te hubiera dolido, ya me hubieras dado un puñetazo en la cara.

En eso le daba la razón del mundo. Mis dedos acariciaban con suavidad su rostro y él se dejaba llevar. Recostó su cabeza en mi pecho para que siguiera mimándolo. A veces los hombres después del sexo necesitaban un poco de cariño. No se había quejado en ningún momento. De repente, escuché unos gritos alarmantes afuera. Mi reacción fue tirarlo de la cama para vestirme con rapidez y ver qué pasaba. Era Poupou quien estaba gritando como un loco. ¿Acaso los enemigos vinieron a por nosotros? No, lo que me encontré fue a Katakuri cargando a Franky junto con Cracker, Lucci, Smoker y Marco.

—¿Qué pasó? —pregunté, muy preocupada acercándome a ellos. Franky mostraba signos de que había luchado.

—Lo único que sabemos es que nos lo hemos encontrado en un callejón —explicó Marco. El médico empezó a curar las heridas del casi humano.

—¿Y los chicos? ¿Dónde están?

—Ellos… —comenzó a hablar Franky—, un hechizo los volvió en contra de mí.

—¿Un hechizo? —Zoro apareció, ya vestido.

—No sé qué pasó. Se volvieron locos diciendo que deben tener fe ante el regreso del Diablo del Mar.

—Esto es cosa de Vertrauen, poupou —habló el libro-búho—. Todavía tiene fe en que su padre volverá, poupou.

—¿Y tiene que utilizar a los humanos para que lo crean también? —preguntó Smoker, muy molesto.

—Él piensa que tener más humanos, más fe y resucitará su padre, poupou.

—Entiendo que Luffy haya caído, pero los demás… —Estaba igual que Zoro.

—Vertrauen es el demonio de la fe, poupou. Aquellos que tengan fe en cumplir sus sueños, él se aprovecha de ello, poupou. Y les lava el cerebro diciéndoles que deben creer en la resurrección de su padre, poupou.

Y Franky no cayó porque su sueño se cumplió: construir al Thousand Sunny. Si queremos salvarlos, debíamos derrotar a Vertrauen. No obstante, faltaba otro demonio que no sabemos cuál era su habilidad. Espera, recién me di cuenta una cosa.

—Chicos, si nos quedamos aquí, tal vez nos localicen.

—Tiene razón lo que dice Princess —dice Katakuri—. Debemos irnos cuanto antes. Ya pensaremos en como solventar esta situación.

Una situación que se había vuelto más complicada.

P. D.: Hacía tiempo que no hacía esto porque era la marca de la casa. Quiero decir, antes de comenzar a escribir One Piece, yo escribía historias de Undertale. Tuve lectores que me dedicaban dibujos de algún capítulo en concreto de alguna obra mía y yo, porque se lo merecen y mucho, subía su dibujo en algún capítulo y las mencionaba porque, de verdad, hacen un gran trabajo.

En este caso, quiero mencionar a _-DRAW-Cath-_ por dedicarme un dibujo de una de las OC que creé y es de Nerddy Bibianne.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top