Capítulo 9.


El agua bajo mis pies me tambalea con inseguridad en cuanto piso uno de los botes que hay atados al muelle de madera que se adentra un par de metros en el lago. Puedo imaginarme a los niños (o no tan niños) correr y saltar al agua con chapuzones gigantescos. El sol me calienta la cara y la tela de la cazadora. De vez en cuando sopla una brisa fresca de otoño que huele a lluvia, pero nada es capaz de romper la calma que se respira en este sitio. Nada, excepto la estridente risa de Ivi a mis espaldas.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunto, dándome la vuelta pero sin salir de la embarcación.

Hemos terminado de almorzar y ahora en la gruesa manta tendida sobre las piedras de la orilla solo quedan una bolsa de pipas, un paquete de galletas a medio terminar y una botella de agua. Ivi, todavía con una sonrisa de oreja a oreja, abraza a Lucy y la estrecha contra sí ignorando sus quejas.

—Que esta pillina de aquí ha hecho avances con su Ethan y se lo tenía muy callado.

Incluso desde donde me encuentro, puedo ver a la perfección cómo el rostro de Lucy se colorea hasta la misma punta de las orejas y empuja a Ivi para separarse de ella. Como medida contra su bochorno, agarra las galletas y se pone a comer. Ivi intercambia una mirada conmigo y me apresuro a regresar junto a ellas bajando de la pequeña embarcación con un salto.

—Eso es traición —declaro, acercándome con prisa—. Quiero detalles. Cuenta, cuenta.

Lucy enrojece todavía más.

—No hay nada que contar —masculla, mordisqueando su galleta cual ardilla pequeña y adorable—. Solo tenemos que hacer un proyecto y le he pedido ayuda. Se le dan muy bien las fotos.

—¿Y ha dicho que sí? —me intereso, dejándome caer en la manta junto a ellas y apoderándome de las pipas. Me hago con un puñado y le tiendo la bolsa a Ivi. Entre las dos, parecemos unas abuelas de pueblo cotilleando a la sombra de un banco.

Lucy asiente en silencio, apenas un leve movimiento de barbilla. Es tan tierna que en el instante siguiente decido que si Ethan no se da cuenta de la chica que tiene delante es que está ciego o es idiota. O las dos cosas.

—¡Eso es genial! —exclamo.

—Solo me va ayudar con unas fotos, nada más...

—La oportunidad perfecta, está claro —la interrumpe Ivi. Se aparta un mechón de pelo que le ha colocado el viento en la cara y gesticula hacia Lucy con una pipa todavía entre los dedos—. Piénsalo. Tú. Ethan. Fotos. Los dos solos. Si no lo enamoras cara a cara, que sea a través del objetivo de la cámara.

—Exacto —concuerdo completamente a favor con la idea.

El sonrojo de nuestra amiga sube de nivel a la vez que se atraganta con la galleta. Preocupadas, pero sin poder dejar de reír, la ayudamos a que vuelva a respirar y le tendemos la botella de agua.

—Respira, mujer, respira. —Ivi le acaricia la espalda para calmarla—. Que tampoco es para tanto. Sí, Ethan está como el queso, y sí, es simpático. Pero también le he visto ser más infantil que un niño de cinco años, así que tan perfecto no es. Tú piensa en eso cuando te sonría y todo irá bien. Aunque bueno, desmayarte delante de él y que te ayude tampoco es mala idea...

—¡Ivi!

El manotazo que se gana en el brazo más que dolerle le hace reír y, con cariño, rodea a Lucy por los hombros y la abraza.

—Perdona, perdona. Era broma. Si yo te quiero mucho.

—Sí, al igual que quieres a Jared y no lo admites nunca —replica ella, mordaz, e Ivi se aparta como si hubiese recibido un calambrazo.

—¿Qué? ¿Jared? ¿Ese tipo? No. Nunca. Ni hablar. Jamás.

Alzo una ceja al tiempo que abro una pipa con los dientes y la contemplo como contemplaría una madre a su hijo que asegura no haber comido chocolate cuando tiene toda la cara pringada del mismo.

—Yo también lo he visto y llevo aquí unas semanas. No nos engañas, Ivi. Aunque tampoco entiendo por qué te empeñas en ocultarlo, si es majísimo y está más claro que el agua que está loco por ti.

—Está loco por cualquier tía buena —replica en respuesta con el ceño fruncido—. El año pasado salió con tres, sin ir más lejos.

—¿Llevas la cuenta?

El comentario de Lucy se gana dos pipas tiradas a la cara con escasa puntería y yo me alejo un poco solo para poder preguntar:

—¿Las tres a la vez?

—No, pero...

—Hazme caso —la interrumpo, habiendo escuchado suficiente—. Fuentes confiables me han confirmado la teoría. Sé sincera y no lo dejes escapar. Es un buen chico.

—Es un engreído y un listillo que cree tener la razón en todo.

—Pues bien que le diste tu número de teléfono —suelta Lucy, a quien puse al corriente al día siguiente de la quedada y la comida en el restaurante.

La mirada de Ivi es mortal, y justo cuando abre la boca para replicarnos una vez más, el móvil le suena con la notificación de varios mensajes consecutivos. En cuanto lo saca del bolsillo de su abrigo, alcanzo a leer que son de Jared. Aunque también podría haberlo adivinado por la agria expresión que acaba de poner.

—Hablando del Rey de Roma —me burlo.

Lucy ríe con ganas e Ivi nos dedica una mueca, pero no nos contesta y lee lo que acaba de recibir.

—Parece que ya han acabado lo que tenían que hacer. Nos pregunta que si viene a por nosotras.

Me encojo de hombros, indiferente.

—Podríamos volver —sugiere Lucy—. ¿Qué hora es?

—La cuatro pasadas —dice Ivi.

—Dentro de nada comenzará a refrescar...

—Pues volvamos —declaro, estirándome a gusto y disfrutando del sol que todavía calienta el lago.

Ivi teclea algo rápido como respuesta y, segundos después, recibe un único mensaje.

—Estarán aquí en unos quince minutos.

—¿Alec también? —No puedo evitar extrañarme—. ¿Han hecho las paces?

—Ni idea. Es lo que parece.

Pensativa, tiro las cáscaras en una pequeña bolsa que tenemos para la basura y me tumbo en la manta boca arriba, recordando la mala cara que tenía Alec cuando se subió al coche y su posterior mutismo. Estaba furioso, quedaba más que claro por la tensión con la que se movía.

—Estaba bastante cabreado —murmuro, recelosa de creer que una discusión como esa haya pasado al olvido con tanta facilidad.

Sin embargo, Ivi se encoge de hombros, y no sé si es porque no le importa o porque desconoce las razones.

—Por lo que sé, Alec tiene poca paciencia y Jared no tiene pelos en la lengua. Algo le habrá dicho que le haya molestado. Pero son amigos desde hace años, si se han aguantado hasta ahora...

No añade nada más y yo tampoco insisto. Nos quedamos así, las tres tiradas en la manta y disfrutando del buen tiempo mientras esperamos a que vengan a recogernos. El silencio que nos rodea es tan acogedor que estoy a punto de quedarme dormida cuando, media hora después, se escuchan las ruedas de un coche sobre la gravilla.

En cuanto Jared se baja del coche, Ivi no pierde el tiempo en saltar hacia él hecha un basilisco. No le da tiempo ni a saludar.

—¡Llegas quince minutos tarde!

—Esto... ¿perdón? —Baja las pocas escaleras que separan el parking de la zona de mesas y viene hacia nosotras. Alec se queda atrás, apoyado en la carrocería del coche—. Nos retuvieron más de lo esperado.

—Pues avisas.

Jared, en vez contestar al instante, se la queda mirando y ella frunce todavía más el ceño. Una sonrisa traviesa aparece en sus labios y alza las cejas de forma sugerente. Va a hacerla rabiar todavía más.

—¿Tanto ansiabas verme, Evelyn?

—Ni en tus mejores sueños —gruñe esta al instante. Se da la vuelta con brusquedad y se dirige hacia las bolsas que habíamos traído—. Ahora sé útil y ayúdame a llevar esto.

Jared, detrás de ella, pone los ojos en blanco y la sigue sin rechistar. Nos saluda a Lucy y a mí y me guiña un ojo. Yo rio, divertida y resignada a partes iguales. ¿Cómo puede Ivi negarse a ver lo que es tan evidente?

—Ivi es demasiado cabezota —suspiro, presenciando cómo se desarrolla una nueva ronda de pullas y provocaciones ante nuestros ojos.

Lucy, a mi lado, asiente de acuerdo.

—Será mejor que vaya a ayudar o Ivi le acabará estrangulando y se quedará sin su no novio.

Rio con ganas y asiento, diciéndole que yo iré a hacerle compañía a Alec, pues no tenemos tantos bultos como para necesitar cuatro pares de manos. Cuando me acerco al coche, lo veo perdido en sus pensamientos con las manos en los bolsillos, contemplando el bosque con aire ausente y distraído. Parece exhausto y, como siempre que le he visto, un ceño fruncido le ensombrece la expresión. Por un momento, me pregunto si sabe sonreír.

—Hey —digo a modo de saludo cuando llego a su lado.

Su reacción y respuesta es mirarme de reojo y fruncir el ceño todavía más si cabe. Está claro que no entiende por qué le hablo y le sonrío intentando romper el hielo. Pero, ¿cómo acercarse a alguien que está cerrado herméticamente en sí mismo?

—Me alegra ver que estás de mejor humor.

La incredulidad en su cara es digna de un cuadro y, para no reír, me coloco a su lado y anclo la mirada en el bosque. La carrocería del coche se siente caliente contra mis piernas y yo también introduzco las manos en los bolsillos sin saber qué más hacer con ellas. Durante un largo minuto, el silencio fluye entre los dos como un río turbulento e incruzable. La situación es incómoda, pero el orgullo me impide irme sin haber conseguido que hable conmigo.

El suspiro cansado que suelta me desconcierta.

—Siento lo de esta mañana —murmura sin atreverse a mirarme y hablando como si cada palabra le supusiera un martirio—. No teníais por qué pagar por mi mal humor.

No dice nada más y se sume de nuevo en sus pensamientos, rumiando algún recuerdo que no tiene pinta de ser feliz. Ivi dijo que no era alguien paciente, pero ahora mismo la sensación que me da es más bien que es una persona que se ha rendido hace mucho, que grita sin voz y se resigna a no ser escuchado por nadie. Al fin y al cabo, esas ojeras no pueden no ser por nada. De pronto, siento que quiero animarlo de alguna forma.

—Bueno, yo te tiré un café ardiendo encima y te arruiné una camiseta. Diría que estamos en paz.

—Supongo que sí —admite.

Su sonrisa es diminuta y fugaz, pero ahí está. Se le relaja el gesto y cuando me mira de reojo, sus ojos azules me atraviesan de lado a lado. Sonrío en respuesta y recuerdo que en mi habitación todavía hay una bolsa de regalo que le tengo que entregar.

—En realidad... —Dudo, sin saber muy bien cómo soltarlo para que no se niegue—. Quiero pagarte por el destrozo.

—No es necesario —dice al instante, otorgándome por fin toda su atención—. Ya te dije que no fue culpa tuya. Es solo una camiseta, no es el fin del mundo.

—Por favor.

En un impulso que no sé cuándo ha sucedido, le he agarrado del brazo, como si temiera que se quisiera escapar. Alec, sorprendido, mira nuestro contacto sin comprender muy bien qué está pasando. Yo tampoco, pero al ver que lo ha dejado aturdido, no lo suelto y, en cambio, le miro sin parpadear.

—Me sentiré mal si no me dejas recompensarlo —admito—. Y aunque te niegues me sentiré la persona más ruin del planeta, no podré dormir, me acabaré confesando a la policía, me encerrarán en un psiquiátrico por demente y tendrás que vivir con esa culpa por el resto de tu vida. No quieres eso, ¿verdad?

Alec me contempla con los ojos bien abiertos, incrédulo y estupefacto.

—Eh... ¿no?

Su respuesta casi me hace reír y me aparto de él con una sonrisa satisfecha. Seguro que ahora mismo se está planteando ingresarme en ese psiquiátrico, pero yo he cumplido con mi objetivo y no puedo pedir más. Por un instante creo que me va a replicar, pero al final se resigna y suelta un suspiro.

—¿Cuál es tu idea?

—¿Otro café? Prometo que este no acabará sobre ti.

Alec asiente y otra sutil sonrisa tiende a aparecer en su rostro.

—Está bien, pero esta tarde no va a poder ser. De hecho, estoy aquí solo porque tenía mis cosas en el coche de Jared —admite, contemplando cómo su amigo viene hacia nosotros cargado con dos bolsas y soportando los improperios de Ivi a la vez que se ríe de ella.

—No te preocupes, lo haremos entre semana —lo tranquilizo—. Yo también tengo cosas que hacer esta tarde.

Y, con una coordinación sorprendente, me llega un mensaje del abogado con el que me tengo que encontrar, recordándome que hemos quedado en una hora. Ha llegado el momento de tomar las riendas de la verdadera razón por la que estoy en este pueblo.




—¿Segura que no quieres que te acerque a casa, Sherly? —pregunta Jared por cuarta vez al mismo tiempo que detiene el coche junto a la plaza que hay en el centro del pueblo. En cuanto echa el freno de mano, se retuerce en su asiento para poder mirarme cara a cara.

Le sonrío para tranquilizarlo y me quito el cinturón. En el coche quedamos solo Ivi y yo. Alec fue el primero en bajarse, reprochándole algo sobre llegar tarde por su culpa. Volvimos al mismo sitio que en la mañana y, aunque entonces no saludó ni dijo nada, esta vez sí que se despidió. A Lucy la dejamos poco después, tres calles más adelante, pues vivía por la zona.

—Segura, de verdad. Mi abuela está de visita por aquí y volveremos juntas a casa en un rato. Yo también tengo que hacer un par de cosas.

—Está bien —accede, y por un momento me recuerda a un hermano mayor preocupado en exceso—. Si necesitas que os acerque luego a las dos me mandas un mensaje e iré a por vosotras.

Vuelvo a sonreír, agradecida por la oferta, y abro la puerta para bajar.

—No hace falta, pero gracias. Veo que te estás tomando en serio eso de ser chófer.

No menciono que el plazo de una semana finalizará el miércoles, ni que el trato en principio solo incluía a Ivi; no quiero estropear el momento. Caigo entonces en la cuenta de que en cuanto me vaya, se quedarán ellos dos solos y tengo que hacer un esfuerzo titánico por no lanzarle a mi amiga una mirada significativa. Ya me enteraré luego de los detalles.

Jared, ajeno a lo que me ronda por la cabeza, ríe y se encoge de hombros.

—Soy aplicado —es su única justificación—. Entonces nos vemos mañana en clase, Sherly.

—Sí. —Me vuelvo hacia Ivi, que se ha quedado en los asientos de atrás conmigo, y la abrazo como despedida—. Gracias por invitarme, me he divertido mucho. —Le beso la mejilla y me acerco a su oído—. Sé amable y pásate delante.

Al instante, me gano un pellizco en el muslo y su sonrisa es demasiado resplandeciente.

—No hay nada que agradecer. —Por su tono de voz, ahora mismo me está mandando a paseo—. Hasta mañana, Sel.

Bueno, no sé si me hará caso o no, pero al menos lo he intentado. Cierro la puerta y el coche se aleja hasta detenerse en un semáforo en rojo que hay a una veintena de metros. Entonces, la puerta trasera vuelve a abrirse y una Ivi furiosa sale solo para rodear el vehículo y abrir la puerta del copiloto. Las carcajadas de Jared resuenan en la calle y, desde la distancia, Ivi me fulmina con la mirada antes de cerrar con fuerza. La risa sale por sí sola y sé que, el día en el que ella admita lo que siente, cantaré victoria.

Con renovado buen humor, abro la lista de contactos y busco el número de mi abuela. Todavía me queda un cuarto de hora para encontrarme con el abogado, así que me siento en un banco y pulso la tecla verde. No tengo que esperar mucho para que me conteste.

—Hola abuela.

—Oh, hola cariño. ¿Cómo ha ido la excursión?

—Me lo he pasado muy bien, el sitio es precioso. ¿Qué tal te ha ido a ti?

El suspiro cansado que escucho al otro lado de la línea me indica que no ha ido todo lo bien que ella hubiese querido.

—Acabo de marcharme. —Por la forma entrecortada en la que habla, deduzco que está caminando; de fondo se escucha el tráfico de la calle—. Ese chico... Sigue igual de terco que siempre. Menudo primo malhumorado que tienes, cariño —refunfuña de mal humor—. No he tenido ni la oportunidad de decirle nada. Solo insistía una y otra vez que no hace falta que le visite tanto ni que le lleve comida, que tengo que subir muchas escaleras y un par de tonterías más. ¡Ni que fuera una lisiada! ¡Y es mi nieto! ¡Claro que me preocupo por él! Un día de estos lo tiraré de las orejas. Ni siquiera me dice abuela, el muy cascarrabias.

Está tan molesta que apenas ha respirado entre frase y frase y yo tengo que ahogar la carcajada que pugna por salir. Sé que la situación es delicada, pero escucharla despotricar sobre su otro nieto con tanto entusiasmo es demasiado divertido.

—Bueno —digo en tono conciliador—, no me voy a ir a ninguna parte, así que ya tendremos tiempo de conocernos y aclarar todo. No te preocupes.

—Lo sé, mi niña, lo sé, pero es que me exaspera demasiado. —Vuelve a suspirar y decide cambiar de tema—: ¿Has hablado ya con tus padres?

—Los llamaré en cuanto salga —aseguro—. ¿Qué vas a hacer tú?

—Ir a hacer la compra, que me he quedado sin huevos. ¿Segura que no quieres que vaya contigo?

—Sí, estaré bien, no te preocupes. Es algo que tengo que afrontar sola.

—Eres muy valiente, cariño. Tus padres y yo estamos muy orgullosos de ti. Te quiero mucho.

Aunque no me vea y lo haga con torpeza, sonrío conmovida.

—Yo a ti también. Hablamos luego, ¿vale? Tengo que entrar.

—Vale. Saluda a Leonard de mi parte, ¿quieres? Hace mucho que no le veo.

—Lo haré. Adiós abuela.

En cuanto la escucho despedirse, cuelgo y me pongo en pie. Delante de mí, la puerta de un pequeño local aguarda a que la traspase. En su fachada, una discreta placa metálica reza: "Leonard Scott. Abogado". Saber que es conocido tanto de mis padres como de mi abuela no alivia ni la tensión ni los nervios que me martirizan. Pero tengo que hacerlo, para eso estoy aquí, para eso he venido. Así que respiro hondo y me acerco a tocar el timbre.

Para mi sorpresa, no se escucha el clásico sonido de un interruptor que desbloquee la puerta. En vez de eso, esta se abre hacia dentro y, detrás de ella, aparece un hombre de mirada paciente y sonrisa amable. Aparenta rondar los cuarenta y solo unas pocas canas le adornan el pelo castaño. Viste unos simples vaqueros oscuros y una camisa blanca que tiene remangada, lo cual me sorprende; pensaba que me encontraría a un hombre con traje.

—¿Señor Scott? —aventuro, pues desde donde me encuentro no veo que haya nadie más.

—El mismo. Pero por favor, llámame Leonard. Tú debes de ser Selene —y con una sonrisa, me invita a pasar.

Tal y como sospechaba, la oficina está vacía a excepción de nosotros dos. La sala de espera es pequeña pero acogedora, pintada con colores claros y decorada con un par de macetas que le dan vida al lugar. Al fondo hay un pequeño pasillo con tres puertas, cada una adornada con una pequeña plaquita. Por lo que leo, una es la del servicio, otra la de un archivo, y la tercera, que es frente a la que nos paramos, es el despacho.

Me lo imaginaba oscuro, al igual que en la mayoría de películas que he visto, pero en realidad es todo lo contrario. A un lado de la habitación, dos enormes ventanales iluminan la estancia y los muebles que la pueblan. Delante de una biblioteca enorme y repleta que ocupa toda la pared del fondo, un escritorio ordenado pero lleno de papeles y carpetas ocupa casi la mitad del espacio. Delante de él, las típicas dos sillas de los clientes de turno y donde supongo que deberé de sentarme.

O no.

Con un gesto, Leonard me señala el rincón opuesto de la sala, donde hay colocados dos pequeños sillones de cuero negro con una mesilla de cristal en medio que sostiene varias carpetas. Con duda, y muy incómoda y nerviosa, tomo asiento y él hace lo mismo. Al ver mi tensión, sonríe de una forma que ya he visto antes pero que por los nervios no consigo recordar dónde.

—Relájate. ¿Quieres un vaso de agua?

—Estoy bien, gracias —murmuro, y me devano los sesos sobre cómo romper el hielo—. Esto... Mi abuela... Digo, Alice, te manda saludos.

Leonard ríe y asiente, aunque su sonrisa es resignada.

—Ya podría asomar la nariz y decírmelo ella misma... —suspira y me mira a los ojos. La intensidad de su mirada me abruma—. He querido hacer esto todo lo informal que he podido, pero antes de nada quiero que sepas que puedes confiar en mí. Haré todo lo que esté en mi mano por ayudar.

Asiento, aturdida, y retuerzo las manos.

—Lo sé. Mis padres me dijeron que eras como un amigo de la familia.

—Cierto, aunque me sorprendió mucho recibir noticias suyas después de tantos años —admite. Me contempla con tanta atención que no sé qué busca encontrar en mí—. Cuando me contaron todo... —Resopla, incrédulo, y por un momento le veo perder la compostura. Se lleva los dedos a la sien y niega para sí mismo. Le tiembla el pulso—. Al principio pensé que era una broma de muy mal gusto. Pero ahora te veo y... Dios, eres idéntica a ella.

Y es entonces cuando lo comprendo. Le recuerdo a mi madre, a mi verdadera madre. Lo más seguro es que le recuerde a ambos y, por lo que veo, esa es una herida que todavía no ha cicatrizado. Me revuelvo en mi sitio, incómoda y sin saber qué decir. No conocí a mis padres biológicos, y aunque sé su historia y los he visto en fotos, en cierto modo me siento ajena a ellos. Pensar en mis padres no me duele como tal vez debería hacerlo. Tampoco les echo de menos.

Tal vez, si hubiese crecido sola, las cosas hubiesen sido distintas. Pero Thomas y Sarah se hicieron cargo de mí en cuanto vine al mundo, ellos me criaron, ellos soportaron mis berrinches y fueron mi modelo a seguir. En ningún momento eché en falta un amor paternal que me abrazara y arropara por las noches, ni que me aconsejara en mis dudas y temores. Para mí, mis verdaderos padres son ellos. Y creo que es mi deber dejarlo claro, aunque no sepa muy bien cómo.

—Yo...

De nuevo, dudo. Las palabras no salen. Este hombre está aquí para ayudarme, he regresado al pueblo de mis padres biológicos para cerrar ese capítulo de mi vida y descubrir quién soy realmente. Sin embargo, no contaba con cómo reaccionaría el resto de personas al verme y descubrir mi procedencia. Mi nacimiento está marcado por el dolor y las lágrimas, por traiciones y una familia rota. ¿Cómo puedo entonces llegar y decir que no añoro a esos padres por los que sus antiguos amigos todavía lloran? ¿En qué clase de ser humano despiadado me convierte eso?

—No te disculpes.

Atónita, miro a Leonard y descubro que me sonríe con comprensión, como si supiera lo que estoy pensando. De alguna forma ha recuperado la compostura y, con un suspiro cansado, se hunde en su asiento.

—Es normal que tengas dudas y no tienes por qué forzarte a sentir algo que no sientes. —Yo sigo perpleja y, al ver mi desconcierto, añade—: Alice me lo advirtió cuando habló conmigo. No quería que te sintieras presionada y en ningún momento tuve esa intención. Es solo que... bueno... —Hace un gesto que me abarca entera—. El parecido es indiscutible y hacía dieciocho años que me había hecho a la idea de que la hija de mi mejor amigo estaba muerta junto con ellos. Fue una noche horrible para todos y verte aquí es como ver un milagro.

No tengo ni idea de cómo contestar a eso pero, dado que es consciente de lo que siento, decido que lo mejor es ser sincera:

—No estaba muy segura de si lo mejor era regresar o no, pero tampoco quiero renegar de ellos —admito, atreviéndome por primera vez a mirarlo a los ojos—. Sé que es una situación complicada y que pone todo patas arriba, pero creo que se lo debo a su memoria. No quiero estar viviendo una mentira.

Al escucharme, Leonard sonríe orgulloso y se inclina para poder coger la primera carpeta del montón que tiene al lado. La apoya en las piernas, sin abrir, y vuelve a traspasarme con la mirada.

—Poner todo en orden requerirá de bastante trabajo —reconoce con bastante calma—, pero no tienes que preocuparte por eso. Del papeleo y los asuntos legales me encargo yo. Ya me he puesto manos a la obra y espero que dentro de poco tu nombre figure en todos los documentos.

—Muchas gracias.

Leonard sonríe y niega, restándole importancia, como si dijera que al fin y al cabo es su trabajo. Entonces, respira hondo y se pone serio.

—Lo primero que quiero saber es de cuánto estás al tanto.

—De todo.

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