Capítulo 6.

—Por favor.

—No.

—Vengaaa.

—No.

—Vamos, no seas aburrida. Por favor.

—No, Jared. No pienso comprar esa monstruosidad.

Jared, al otro lado de las perchas que estaba mirando, hace un puchero de reproche infantil. Creo que lleva más de cinco minutos intentando convencerme de comprar una camisa horrible, de rayas naranjas y verdes, con un estampado de ¿abejas? En realidad ni siquiera sé lo que es eso, y tampoco pretendo averiguarlo.

—Aguafiestas —se queja, aunque mantiene la prenda lo más lejos que puede de sí mismo, como si fuese un medio de contagio de enfermedades infecciosas.

—Si tanto quieres esa camisa, ¿por qué no te la pruebas? Ya sabes, para hacernos una idea de cómo queda y tal.

Ante la propuesta maliciosa de Ivi, Jared compone una mueca de asco automática y, con los dedos como si fueran pinzas, alza la camisa arrugando la nariz y frunciendo el ceño.

—No pienso ponerme algo tan hortera ni aunque me fuera la vida en ello —declara con tanta seriedad que cuesta no reírse de él—. Antes me quedo desnudo.

—Pues yo creo que te quedará fabuloso —contraataco, ganándome una mirada fulminante de parte del rubio que tengo al lado.

—Eso no lo dudes —declara, ofendido—. Soy irresistible. Pero incluso yo tengo mis límites y no quiero que me salga urticaria por culpa de esta cosa, muchas gracias.

—Halloween se acerca, podrías usarlo de disfraz —sugiere Ivi, midiendo la camisa con gesto calculador y serio. Parece estar considerándolo de verdad.

Jared, como respuesta refleja, lanza la horrible camisa encima de un montón de camisetas dobladas en un mueble bajo y se frota las manos en los pantalones, como si así pudiera limpiarse de la experiencia de haber sacado la prenda de la percha donde estaba colocada. En mi opinión, para eso necesitará lejía como mínimo.

—Sois malvadas —se lamenta.

Ivi le dedica una sonrisa tan encantadora como peligrosa.

—Tú empezaste. —De pronto, le planta un montón de camisas en los brazos—. Y ahora pruébate esto y deja de perder el tiempo.

—A esto lo llamo yo sobreexplotación —gruñe. Sin embargo, acepta la ropa y se encamina hacia los probadores.

Ivi, en cambio, no deja de sonreír y le empuja por la espalda para que no se detenga. Se nota que se está divirtiendo, pero sé que si se lo menciono, lo negará de inmediato y puede que incluso se ponga de morros.

—A esto lo llamo yo compromiso. Y ahora a trabajar, señor modelo.

Jared bufa y pone los ojos en blanco, pero obedece y se pierde tras las cortinas de uno de los probadores. Nosotras nos sentamos en un pequeño banco que está puesto específicamente para los acompañantes y nos preparamos para esperar.

—¿Y bien? —digo al cabo de un rato—. ¿Sigues sin aguantarlo?

—Por favor, no me estropees mi escaso buen humor.

Rio, negando, pero no sigo insistiendo. Podrá intentar engañarse a sí misma, pero conmigo eso no funciona, pues desde hace un buen rato ya no parece querer matarlo con cada palabra que suelta el pobre chico. Aunque, eso sí, ninguno de los dos deja de lanzar pullas contra el otro. Parece una guerra de niños pequeños, cada cual con argumentos cada vez más estúpidos y sin sentido. La verdad es que es divertido presenciarlo.

No tenemos que esperar mucho para que Jared reaparezca luciendo una camisa blanca. No nos mira, concentrado como está en intentar abotonarse los puños. En mi opinión, le queda demasiado bien, aún cuando las mangas le vienen algo estrechas y en la zona de los hombros le quede la tela demasiado tensa.

—Te queda algo pequeña —murmura Ivi, estudiándolo de arriba a bajo sin pudor alguno. Parece una modista estudiando su trabajo.

—Ah, ya.  —No parece extrañado y sigue intentando abrocharse las mangas—. Soy algo más alto que Alec, así que en realidad a mí me iría bien una talla más grande, pero como no es para mí...

Se interrumpe él solo cuando ve que Ivi se acerca para ayudarlo con los minúsculos botones.

—Gracias —murmura él con una sonrisa.

Ivi solo le dedica una rápida mirada y retrocede un par de pasos sin decirle nada. Con gesto pensativo, se reúne conmigo y le hace un gesto a Jared para que se dé la vuelta mientras ella no deja de analizarlo.

—Mmm, ¿qué piensas, Sel?

Ante su pregunta, lo miro de arriba a bajo e intento concentrarme tanto como ella, pero, siendo sincera, su cara me distrae demasiado.

—La verdad es que me cuesta imaginarme a Alec teniéndolo a él delante —admito en un ataque de sinceridad en el que ni yo misma me reconozco.

—Si os ayuda, puedo ponerme una bolsa en la cabeza, o algo.

—Dudo que seas capaz —declara Ivi, cruzándose de brazos con actitud retadora.

Jared, como toda respuesta, sonríe con malicia y le guiña un ojo.

—Por una buena causa, lo que sea. —De pronto, ubica a una dependienta al fondo de los probadores y la llama—. Perdona, ¿me podrías dar una bolsa de papel?

—¿¡Qué!? —exclamo, incrédula. Me vuelvo tan rápido hacia él que me cruje el cuello. Incluso Ivi ha puesto cara de sorpresa—. No estarás hablando en serio.

—Muy en serio.

No parece estar mintiendo. ¿Dónde está el sentido común de este chico?

—¿Te estás escuchando? —añade Ivi, gesticulando de una forma que no soy capaz de describir pero que refleja muy bien el poco sentido de toda la conversación.

La dependienta nos mira a los tres como si fuera un partido de Ping pong con una expresión que grita que, claramente, no entiende nada de lo que está pasando.

—¿Os puedo ayudar en algo? —dice al fin, atreviéndose a hablar aunque más bien parezca que se está planteando irse bien lejos de aquí.

—¿Tenéis bolsas de papel? —pregunta Jared, ignorándonos a ambas.

—Eh, sí, claro, en Caja. ¿Por qué...?

—Ignórelo —interrumpe Ivi—. Solo quiere hacer el idiota y no sabe cómo.

Se ha metido entre ambos y fulmina a Jared con una mirada escalofriante. Para evitar mayores problemas, me apresuro a disculparme en nombre de los tres y la despido de la forma más convincente que puedo. Por la cara que ha puesto cuando se ha ido, me queda claro que si no llama a Seguridad será todo un milagro.

A mi lado, mi amiga sigue regañando y blasfemando a Jared entre siseos furiosos mientras él tiene la expresión de no haber roto nunca un plato. Me cuesta todo mi ingenio y mitad de mi paciencia convencerla de que lo deje estar y de que elijamos de una vez la dichosa camisa.

Quince tensos y eternos minutos después, salimos de la tienda con una camisa azul metida en un sobre para regalo y una bolsa de papel extra.

El portazo que da Ivi al subirse al coche deja en claro que los pocos pasos que había conseguido avanzar Jared, los acaba de retroceder por dos.






—Necesitarás algo más que una disculpa para que te perdone. Lo sabes, ¿verdad?

Estamos en un restaurante, sentados cara a cara en una mesa justo al lado de la ventana. Habíamos decidido parar a comer tras las compras y, pese al ambiente tenso y mi enorme sorpresa, Ivi declaró que se iba a seguir con el plan inicial.

Ahora mismo estamos los dos solos, yo con un batido entre las manos y él con un café enfriándose frente a sus narices. Ivi, por su parte, nos ha dejado un rato a solas para ir al baño.

Jared, como toda respuesta, asiente. Tiene la mirada fija en la calle, ausente. De nuevo, llueve a cántaros y los nubarrones hacen que parezca que la noche ha llegado demasiado pronto.

—De todas formas, ¿a qué vino eso? —continúo, incapaz de comprender del todo la escena que puso fin al buen humor de la tarde.

Él se encoge de hombros. No se le ve muy afectado por todo el asunto y parece estar pensando en cualquier otra cosa. Yo, por otro lado, sigo disconforme.

—Me da que no suele aceptar demasiado bien nada de lo que dices —murmuro y miro por encima de mi hombro hacia la puerta de los baños. Ivi sigue desaparecida—. Prácticamente la acabo de conocer pero, no sé, ¿no exagera un poco?

El susurro de mi pregunta le devuelve el buen humor y la atención con una rapidez desconcertante. De pronto, se le ilumina el rostro y suelta una inesperada carcajada. Se reclina en su asiento y recorre el borde de la taza con los dedos. Sus piernas chocan con las mías bajo la mesa.

—Siendo ella, ahora mismo está siendo considerada —ríe.

No me lo creo y alzo las cejas, incrédula.

—Estás de coña.

La sonrisa de Jared se amplía y por un segundo sus ojos acaban detrás de mí, hacia la misma puerta que acabo de mirar momentos antes.

—Es testaruda como ninguna otra —admite—. Y por orgullo ha decidido que le caigo mal desde hace dos años, puede que incluso desde antes.

—¿Pero?

Antes de contestar hace una pausa en la que por fin bebe un trago de su café. Se relame los labios y su sonrisa maliciosa vuelve a aparecer.

—Pero sé que la mayoría de sus mosqueos son la mitad de lo que parecen. De odiarme de verdad ni siquiera habría venido esta tarde, y mucho menos aguantado tantas horas. Simplemente no quiere darme la razón y reconocer que no soy el mal tipo que ella se empeña en ver en mí.

De acuerdo, no me esperaba esto. Con duda, lo contemplo escéptica y él alza las cejas hacia mí de modo sugerente aunque bastante exagerado. No puedo evitar reír y reconocer que no, no es ningún mal tipo. De hecho, es demasiado accesible, amable y divertido, y siempre parece tener una broma o comentario en la punta de la lengua. Es como si no pudieras estar de mal humor con él presente.

—Pero te gusta molestarla —añado. Bebo un sorbo de mi batido y lo miro todavía con la pajita entre los labios.

De nuevo, su risa es demasiado cristalina y sincera.

—Es mi pasatiempo número veinticinco.

Deja la frase ahí, pero es imposible no darse cuenta que en su cabeza la respuesta es mucho más larga, elaborada y con bastante más detalles. Y cuando vuelve a mirar hacia el fondo del local, la respuesta no puede estar más clara para mí.

—Estás loco por ella —suelto, incapaz de mantenerme callada. Es demasiado evidente.

Él me mira a los ojos y por una vez su respuesta no es automática ni despreocupada. Por un momento temo haberlo molestado metiéndome en donde no me llaman y, justo cuando abro la boca para disculparme, Jared sonríe. Sus ojos azules son de pronto demasiado profundos.

No dice nada que confirme o desmienta mis palabras, pero no hace falta. Su silencio y su sonrisa son aclaración suficiente. Cuánta razón tuvo el que dijo que un gesto vale más que mil palabras...

La lluvia sigue aporreando el cristal y el semáforo que hay justo enfrente se pone en rojo. Los coches se detienen y los faros me ciegan. Ivi todavía no vuelve y me veo deseando que se retrase un poco más. Llamo la atención de Jared con un golpe de mi pie contra el suyo.

—¿Te has planteado ser más serio con ella? —murmuro. Por inercia, comienzo a revolver mi bebida con la pajita—. Tal vez vez si dejas las bromas de lado...

—La seriedad no es lo mío, trae demasiados problemas —contesta. En contradicción con sus propias palabras, su expresión carece de humor. Vuelve el rostro hacia la ventana y por un momento su atención se pierde en algún punto entre la calle, la lluvia y sus pensamientos—. Si puedo evitarlo, prefiero no ser el responsable de una relación, sea del tipo que sea. Aunque, por supuesto, no siempre me funciona...

De pronto, vuelve en sí en lo que tarda en parpadear y me dedica otra sonrisa deslumbrante y risueña.

—Además, ¿dónde queda la gracia si hago eso? No soy ningún santo, ni pretendo serlo. Tampoco pienso rogar por atención. No obstante, antes que forzar, prefiero quedarme al margen. Mejor disfrutar de sus respuestas ingeniosas y malhumoradas a recibir su verdadero desprecio. No crees, ¿Sherly?

—¿Sherly?

La incredulidad en mi voz es inevitable. ¿De dónde narices ha salido ese apodo?

La expresión de Jared es la de la más pura inocencia, sin embargo, sus ojos son los de un zorro astuto y malicioso.

—Una variación personal de Sherlock. Tu inteligencia se merece una recompensa.

—¿Serviría de algo protestar?

—Nop.

—Me lo imaginaba.

—Porque eres Sherly.

—Para.

Le doy un puntapié bajo la mesa y su única respuesta es reírse de mí a carcajada limpia.






Cuando Ivi regresa por fin del baño, Jared todavía continúa llamándome por su ingenioso apodo cada vez que puede y disfrutando de lo lindo haciéndome rabiar. Parece un niño pequeño con un juguete nuevo y algo me dice que no volverá a usar mi nombre real en lo que le queda de vida.

—Me voy —anuncia Ivi en cuanto llega a la mesa y yo por poco escupo el último sorbo de mi bebida.

—¿Cómo que te vas? —repito, incrédula.

Busco apoyo o alguna señal de que he oído mal en Jared, pero él se limita a esperar a que mi amiga continúe y no se pronuncia en lo más mínimo. Tampoco parece demasiado sorprendido.

Yo, por mi parte, no entiendo nada.

—Mi madre trabaja por aquí cerca y su turno está por acabar así que me vuelvo con ella.

—Pero, ¿estás segura? Fuera sigue lloviendo a mares.

—Tengo paraguas —dice, y me lo enseña para demostrar que no miente y, también, para dejar claro que no va a cambiar de opinión.

¿De verdad sigue molesta?

—Bueno —suspiro, resignada—. En ese caso nos vemos mañana en clase, supongo.

Ivi asiente, sonriente, y se vuelve hacia nuestro acompañante de compras y modelo temporal. Deja la sonrisa de un lado y olvidada y lo apunta con un dedo y el ceño fruncido.

—Contigo sigo molesta —espeta.

Jared ni se inmuta.

—Lo sé.

—Como pago, serás mi chófer durante una semana.

—De acuerdo.

Ni siquiera se lo ha pensado y el reflejo de una sonrisa acude a sus labios. Sin embargo, recupera la compostura al segundo y la mira con toda la seriedad y solemnidad del mundo. En mi opinión, y visto lo visto, tiene más futuro como actor que como médico.

Ivi, ante la rapidez de su respuesta, no parece demasiado satisfecha y se cruza de brazos con una mirada de no me fío ni un pelo.

—Los gastos de la gasolina corren por tu cuenta —le advierte.

Ahora sí, la sonrisa de Jared vuelve a hacer acto de presencia sin contención alguna.

—Me lo había supuesto. Está bien.

Ivi frunce el ceño todavía más que antes. Está claro que la situación no es la que ella se esperaba.

—Tendrás que ser puntual.

—Lo seré —asegura—. ¿Te preparo también el desayuno, Evelyn?

—No te pases —gruñe y Jared tuerce una sonrisa que tiembla en su esfuerzo por no reír.

Ivi lo fulmina con la mirada y comienza a rebuscar en su bolso hasta sacar un bolígrafo. Acto seguido, sorprende a Jared cogiéndolo de la mano y comenzando a escribir en su palma con más bien poca amabilidad.

—Mi dirección y mi número. Tienes permitido una sola llamada o mensaje dentro de cinco minutos para poder guardar el tuyo. Luego ni se te ocurra molestarme; aqui la que se pondrá en contacto siempre seré yo, ¿entendido? Comienzas mañana a las ocho menos cuarto. No llegues tarde.

Jared solo atina a asentir una sola vez, todavía confundido y sorprendido, e Ivi sonríe triunfante. Se despide de mí con un corto abrazo, deja su parte de la cuenta sobre la mesa y sale del restaurante sin volver a mirar atrás.

—Será una semana interesante —murmura Jared entonces. Sigue con la mirada fija en su mano y, por su expresión, me atrevería a decir que teme cerrar el puño por miedo a que se borren esas letras escritas en tinta azul.

El comentario me sale solo:

—Se te cae la baba.

Segundos después me gano un puntapié malintencionado en la espinilla. Sin arrepentirme en lo más mínimo, aunque dolorida, comienzo a reír y Jared me tira una servilleta a la cara con precisión y puntería. De acuerdo, me lo merecía.

—Eres peor que Ethan y Roy juntos —gruñe cuando salimos a la calle.

Para no abrir los paraguas en la decena de metros que nos separan del coche, comenzamos a correr bajo la lluvia.

—¿Eso es un cumplido? —exclamo para hacerme oír.

Las luces del coche parpadean al ser abierto y me apresuro a resguardarme dentro. Cierro con rapidez y tal vez demasiada fuerza. Jared entra segundos después —ha tenido que dejar pasar a un coche— y se sacude el pelo mojado.

—Definitivamente no —me responde categórico y yo río entre dientes.

Mete las llaves en el contacto y enciende la calefacción. La radio regresa a la vida también al mismo volumen bajo de siempre. Luego, mientras espera a que los cristales se desempañen, saca el móvil del bolsillo y procede a guardarse el número de Ivi y a mandarle un mensaje que por educación prefiero no leer, aunque reconozco que me muero de curiosidad. Lo que sí alcanzo a ver es que, como nombre de contacto, Evelyn sustituye al Ivi con el que ella misma se presentó en su momento e insiste en que la llamen.

—Dame el tuyo —dice de pronto. La lluvia aporrea el parabrisas con furia y sin descanso.

—¿Eh?

—Tu número.

Me muestra el móvil con la pantalla hacia mí y yo, por pereza a decírselo de palabra, extiendo la mano para que me lo deje un segundo. Me lo cede y se olvida de mí para poder adentrarse en el tráfico lento y torpe del pueblo. Es increíble cómo, estés en el sitio que estés, la lluvia es capaz de ralentizar absolutamente todo lo que toca.

—Se. Le. Ne —digo en voz alta, deletreando con claridad mi nombre a medida que lo tecleo en la pantalla. Un conveniente semáforo en rojo me permite incluso mostrárselo.

—Eres consciente de que lo cambiaré en cuanto recupere el móvil, ¿no?

Mi respuesta es dedicarle una mueca, lo que le arranca una breve carcajada. Por fin el semáforo cambia de color y el tráfico congestionado avanza.

—¿Dónde vives?

Lo miro de reojo.

—¿Seguro? Puedes dejarme en cualquier parada de bus.

—¿Con la que está cayendo? Ni hablar. —Al verme poco convencida todavía, añade—: Con dos testarudos a mi alrededor ya tengo suficiente. No te vuelvas una tercera. ¿Dónde vives?

—Todavía no me sé la calle, tiene un nombre extraño —reconozco avergonzada—, pero son de las últimas del pueblo. Cuando estemos cerca sabré decirte por dónde.

—¿En qué dirección? —pregunta y justo entramos en una rotonda. El ruido insistente del intermitente me pone nerviosa de pronto.

—Hacia la universidad. Es la misma carretera.

Jared asiente, comprendiendo, y no parece necesitar más indicaciones para saber qué salida tomar. Ventajas de vivir en el mismo sitio toda la vida, pienso con resentimiento. A mi, por el contrario, todo me sigue pareciendo extraño. Aunque bueno, ¿qué me esperaba? Llevo aquí poco más de una semana.

—¿Y bien? —me pregunta de pronto.

—¿Y bien qué?

—¿Cómo va la mudanza? —pregunta, como si me hubiese leído la mente.

No puedo evitar suspirar. Las señales comienzan a anunciar las distintas salidas del pueblo y desvíos hacia la Reserva. Nosotros giramos hacia la izquierda, siguiendo un cartel que reza "Universidad", y las casas comienzan a espaciarse entre sí, dejando sitio a los árboles y la vegetación; de vez en cuando se vislumbra a lo lejos la verja que delimita el parque.

—Poco a poco —reconozco—. Mis padres todavía tienen que llegar y les echo de menos, pero mi abuela me trata bien y se ocupa de distraerme. Me consiente demasiado.

No le miro cuando contesto, así que me pierdo sus gestos y solo oigo el breve bufido de una risa contenida bajo el ruido del limpiaparabrisas y la lluvia.

—¿Y es la primera vez que vienes al pueblo? —inquiere—. Intento recordarte de algún verano o algo, pero...

—Es la primera vez —aseguro. Mis ojos siguen fijos en el exterior, perdidos en las casas y el paisaje que dejamos atrás convertido en un borrón—. En vacaciones siempre era mi abuela la que se venía con nosotros. Decía que estaba harta de los mismos cotilleos y vecinos de siempre y nunca nos opusimos. Pero ya está mayor y aunque no quiera admitirlo de vez en cuando necesita ayuda, así que decidimos venir nosotros esta vez.

Al mirarlo de reojo veo que asiente y hace un sonido extraño a modo de comprensión. Su atención está fija en la carretera mojada, al menos en apariencia. Nos estamos acercando a los límites del pueblo y una señal que anuncia el lago roba mi atención por un momento.

—¿Tienes algún otro familiar aquí o solo vive tu abuela?

—¿Pretendes hacer un informe o algo? —pregunto, mirándolo divertida.

Jared ríe y quita las manos del volante un segundo como señal de inocencia. Se encoge de hombros y me observa de reojo con una sonrisa.

—Solo intento conocer mejor a mi nueva amiga. ¿O es que tienes algo que esconder?

—En absoluto. —Por un momento pienso en el segundo motivo que me ha traído hasta estas montañas, pero lo aparto enseguida de mi mente—. Tengo entendido que un primo se ha quedado a estudiar aquí, pero no tenemos mucho trato... Oh, aquí. Gira a la derecha.

Le señalo con rapidez un desvío custodiado por dos enormes cedros y Jared obedece mis indicaciones sin rechistar. No tardamos en volver a estar rodeados por edificios y pequeñas casas de dos plantas de aspecto pintoresco. Detrás de ellas, el bosque le pone fin al pueblo con una frontera compuesta de hojas y troncos impenetrables. Está apunto de anochecer y las farolas crean espectros y fantasmas de luz en los charcos y la calzada mojada.

—Aquí está bien. Puedes dejarme aquí —anuncio, quitándome el cinturón de seguridad. Al instante, una alarma protesta con una lucecita roja que parpadea en el salpicadero.

Jared frena y pone el intermitente. Por un segundo observa el exterior antes de centrarse en mí. Tiene el ceño fruncido.

—Sigue lloviendo a mares —dice con obviedad—. Puedo dejarte en...

—No hace falta, en serio —le aseguro y me agacho para coger la bolsa de regalo que hay a mis pies—. Ya me siento mal por que hayas tenido que dar todo este rodeo para traerme. Y la calle no tiene salida —añado. Abro la puerta y enseguida el olor a mojado y a montaña me golpea el olfato—. Un poco de lluvia no va a derretirme. Nos vemos mañana, Romeo.

Jared capta la broma al segundo y suelta una alegre carcajada. Le tiendo el móvil que había quedado en mi poder y lo recupera al tiempo que me hace una seña con la cabeza para que me baje del coche.

—Ya me vengaré —promete—. Ha sido una tarde agradable.

—Tenerte de chófer no ha estado tan mal, lo reconozco.

Me agacho para poder verle desde fuera y le sonrío con burla. La lluvia no pierde el tiempo en comenzar a mojarme.

—Y de modelo —añade con un guiño. Yo río—.Y ahora corre, Sherly, que te estás empapando.

Asiento pues, en efecto, el pelo ya se me está pegando a la cara, y cierro la puerta del coche. Me despido de él una última vez con la mano y comienzo a correr hacia la casa de mi abuela. Un trueno resuena sobre las montañas y, por primera vez desde que estoy aquí, no son los lobos los que me dan la bienvenida.

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