Capítulo 34.
Por fin tenemos vacaciones, aunque en realidad estas son un timo. No tenemos clase, ni prácticas ni laboratorios a los que acudir, pero tenemos montañas de apuntes que entender y memorizar porque, en cuanto se acaben las fiestas y regresemos a la universidad, los globales nos esperarán con los brazos abiertos y toda la intención de vernos sufrir. De hecho, ya lo hacemos.
Ivi, Lucy y yo hemos quedado para estudiar en mi casa, y todo el salón se ha convertido en un laberinto de papeles, cuadernos y libros que parecen ladrillos. Ni siquiera mi abuela se ha atrevido a entrar aquí, excepto para avisarnos de que hay bocadillos en la cocina para cuando queramos tomarnos un descanso.
Apenas hay sitio en el salón. Yo me he apoderado de la mesilla para el café, Lucy de mitad del sofá y una butaca e Ivi ha llenado la alfombra de apuntes y esquemas sobre Anatomía, incluidos algunos dibujos garabateados de varios órganos.
Yo, por mi parte, estoy sufriendo por intentar entender uno de los últimos temas de Histología, lápiz y subrayador en mano; tarea complicada si te pierdes cada cinco palabras. Le pediría ayuda a Ivi, si no fuera porque ella desistió con la misma asignatura hará cosa de una hora.
Frustrada, mordisqueo el lapicero mientras leo la descripción de una lámina que sospecho que puede entrar en el examen. Estoy en un punto en el que todas las células me parecen iguales en las fotos, pero no me queda más remedio que aprendérmelo, aunque sea memorizando la dichosa imagen. Ivi, en la otra punta de la habitación, murmura para sí las capas de la piel y sus funciones. Lucy, por otro lado, nos ignora a las dos hecha un ovillo en el sillón con el portátil en el regazo y los auriculares en los oídos.
Estoy tan concentrada en lo mío que apenas registro que alguien llama al timbre de casa, con toda seguridad mi padre, que se habrá vuelto a dejar las llaves. No le doy más vueltas y sigo comparando dos imágenes que a mí me parecen idénticas, al menos hasta que un brazo me rodea por detrás y alguien me besa el pelo.
—La cabeza te está echando humo. —Alec, aparecido de la nada, me dedica una sonrisa a la vez que me sustituye el lápiz por un vaso de cartón humeante que huele a café—. Ten. Tienes pinta de necesitarlo.
Acepto el intercambio aturdida, todavía incapaz de asimilar su presencia. Él, en cambio, me ignora a favor de tenderles a mis amigas un vaso idéntico a cada una. Tanto Ivi como Lucy se ven tan sorprendidas como yo.
Es Lucy la primera en espabilar y farfullar un gracias antes de darle un sorbo tentativo a su bebida. Entonces mira a Alec con adoración.
—Es de avellana.
—Ofrenda de paz por interrumpir. —Me guiña un ojo y yo niego, derrotada y encantada por su gesto a partes iguales.
—¿Qué haces aquí? ¿No tendrás que estar trabajando? —indago antes de tomar mi primer trago. Ivi ya se ha apoderado del suyo y parece estar en la gloria.
Alec me dedica una mirada paciente.
—Selene, terminé hace dos horas. —Mi cara de desconcierto absoluto debe de ser de lo más graciosa, porque se ríe entre dientes mientras toma asiento en el reposabrazos del sofá; el único hueco de toda la habitación que no está ocupado. Le lanza un vistazo a la sala abarrotada antes de sugerir—: ¿Por qué no os venís a mi casa? Hay más espacio y estaréis más cómodas.
Lucy, que se ha quitado un único auricular, lo apunta con un dedo, café en mano.
—Solo si nos llevamos los bocadillos de Alice. —Piensa medio segundo—. Y si nos cedes la opción de quedarnos a dormir si se nos hace tarde.
Esa última condición era el plan inicial de esta quedada, y sospecho que Lucy no quiere ceder y pretende mantener la idea original pero en otra ubicación. Consciente de lo delicado que es el tema de Alec y el concepto "dormir", estoy a punto de lanzar alguna excusa para que renuncie a la idea cuando el propio Alec se me adelanta.
—Hecho —dice, resuelto y casi sin pensárselo dos veces. Acto seguido se vuelve hacia Ivi—. ¿Ivi? Por lo que sé, Jared lleva todo el día en mi casa. Puedo avisarle y se irá antes de que lleguemos. No le importará.
Lo sugiere sin juzgar, un simple apunte carente de malicia que busca que ella se sienta lo más cómoda posible. Ivi no contesta enseguida, y tanto Alec como yo la miramos expectantes. Y luego está Lucy, que lo más probable sea que sepa que no le hemos contado todos los detalles de la ruptura, y observa las reacciones de nuestra amiga al mílimetro, por si así puede completar el rompecabezas de lo que le ocultamos.
Al final, Ivi se encoge de hombros.
—No hace falta, no te preocupes. —Y sonríe para que sepamos que habla en serio—. Estaremos estudiando, y a él se le da bien explicar la mayoría de cosas que nosotras no entendemos, así que nos vendrá bien su compañía.
Parece decidida, y Alec no insiste más. Solo asiente y procede a ayudarnos a recoger todo el estropicio. Avisamos a mi abuela de que nos vamos, nos hacemos con toda la merienda que nos ha preparado y nos subimos al coche de Alec cargadas como si fuésemos a hacer una mudanza.
El trayecto hasta su casa es ameno, salpicado de anécdotas del trabajo de Alec que nos hacen reír. Al llegar, las luces de la planta baja están encendidas y el coche de Jared resalta sobre el jardín nevado. Alec deja el suyo justo al lado, delante del garaje, e Ivi es la primera en salir para dirigirse directa a la puerta. Aun así, nos espera a todos para entrar y las tres nos estremecemos en cuanto nos libramos del frío de fuera.
—Poneros cómodas —nos dice Alec pasando a nuestro lado para adentrarse en la cocina—, voy a subir la calefacción. ¡Jared! Tenemos compañía.
Como la sala de estar confluye con el pasillo de la entrada por carecer de pared, vemos cómo el aludido se queda perplejo por un instante ante nuestra presencia. Está en manga corta —algo que no me sorprende pese a que aquí dentro no hace tanto calor— y frente a él, esparcidos por la mesa de comedor en la que está sentado, hay una veintena de papeles y un portátil ocupando casi todo el espacio. Nos mira, sobre todo a Ivi, y tarda un par de segundos en reaccionar.
—Ya lo veo. Y he de decir que estoy sorprendido —reconoce, por si no era obvio. Se levanta de su asiento y va a nuestro encuentro para ayudarnos con las cosas—. ¿Quién es la responsable de venir aquí?
Me mira a mí, como opción más probable, y una sonrisa tira de sus labios. Lucy, la más cercana a él, bufa, deja su mochila de cualquier manera sobre el sofá y me señala.
—Su novio —declara, y las cejas de Jared se alzan en absoluta incredulidad. Mi amiga lo ignora solo para alzar la bolsa con comida—. ¿Dónde dejo esto, por cierto?
—Trae. Ya lo llevo yo. —Jared se la quita de las manos, intercambia una rápida mirada con Ivi y a mí me da un codazo al pasar a mi lado antes de adentrarse en la cocina. Desde ahí, exclama—: ¡Podéis quitar lo que hay en la mesa! Haceros hueco, que sé que los libros pesan. Oye, Alec, ¿qué enfermedad has contraído que te ha dado por...?
—¿Estás bien?
La pregunta de Lucy hacia Ivi me desconcentra de las palabras de Jared y hace que me fije en mis amigas justo a tiempo para ver a Ivi asentir mientras se instala en el único hueco de la mesa que hay libre.
—Perfectamente. Todavía es algo incómodo, nada más. —Al decirlo me mira, y yo comprendo que se refiere a la parte no humana de la conversación.
—Ya... —Lucy no tiene pinta de que se lo haya tragado, y nos contempla a ambas con un ceño fruncido que promete que en algún momento se enterará de qué es lo que está pasando. Sin embargo, lo deja pasar esta vez y se pone a apilar los apuntes de Jared en un único monton para crearse sitio—. Bueno, pues manos a la obra. Que yo he venido aquí a estudiar.
Por un momento me dan ganas de abrazarla y no soltarla nunca. Me siento culpable —y sé que Ivi también, al igual que todos los chicos— de estar ocultándole cosas, pero todos estamos de acuerdo en que lo mejor es no involucrarla en esto si podemos evitarlo, por su propio bien.
—¿Por qué tienes tantas ganas de perder neuronas? —pregunto en su lugar, ayudándola a hacer espacio antes de empezar a sacar mis propios apuntes—. ¿Sabes que las muertas no se regeneran no?
—Al paso que va, se volverá vegetal antes de cumplir los treinta —se burla Ivi, quien consigue que Lucy le lance una goma de borrar a la cabeza.
—Así me ahorro una crisis existencial, qué sabrás tú —espeta, e Ivi le saca la lengua antes de reír.
Justo entonces Jared y Alec reaparecen, vasos y jarra de agua en mano respectivamente, y los cinco nos ponemos manos a la obra. Tenemos un semestre que aprobar.
Tal y como predijo Ivi, Jared ha acabado siendo nuestro profesor particular una vez más y yo, por fin, empiezo a entender las imágenes de Histología. Nos hemos refugiado los tres en una esquina de la mesa, para molestar a Lucy lo menos posible con nuestra conversación aunque ella nos haya asegurado que sabe estudiar con ruido.
—Estudio con dos niños pequeños y un preadolescente en casa que se pelean cada cinco minutos —nos espetó cuando nos ofrecimos a irnos a la cocina—, así que puedo aguantaros a vosotros perfectamente.
Acto seguido, procedió a colocarse los auriculares y a olvidarse del resto del planeta. Y tal vez sea cierto lo que dijo, porque no ha vuelto a levantar la mirada de su portátil desde hace hora y media.
Nosotros, en cambio, alternamos el revisar los apuntes con hacernos preguntas de exámenes viejos que Ivi ha conseguido de alguna manera a través de una interminable cadena de conocidos. Estoy sentada entre los dos, pero ambos se han enfrascado tanto en el contenido del temario que hablan casi como si no hubiesen roto nunca y la sesión de estudio transcurre sin silencios incómodos. Ahora mismo, de hecho, Ivi le está leyendo a Jared una serie de preguntas de examen mientras este se entretiene balanceándose sobre las patas traseras de la silla y lanzando una y otra vez una bola de papel al aire.
—A excepción del tejido epitelial —está recitando Ivi—, ¿qué otros tejidos elementales hay?
—¿En serio? —Atrapa la bola y mira a Ivi con expresión herida—. ¿De verdad me estás preguntando algo tan básico?
Ivi, acostumbrada a las payasadas de Jared, pone los ojos en blanco y le golpea el brazo con el montón de fotocopias que está sosteniendo.
—Tú contesta.
Jared resopla, cual niño castigado a recoger su cuarto, y reanuda su balanceo mientras enumera con aburrimiento:
—Tejido conjuntivo, muscular y nervioso. —No se molesta en mirar a Ivi para que esta le confirme que lo ha dicho bien y procede a seguir quejándose—. Por favor, dime algo más complicado. Hazme pensar o me acabaré durmiendo.
Ahora soy yo la que pone los ojos en blanco e Ivi me secunda.
—¿Quieres un café? —pregunto a la vez que Ivi comienza a ojear las fotocopias de los exámenes en busca de una pregunta rebuscada.
Jared, por otra parte, se toma un segundo en comprobar la hora antes de contestar. Son casi las siete de la tarde.
—Sí, me vendría bien. Necesito estar despierto para la guardia de esta noche.
—¿No deberías estar durmiendo, entonces? —pregunta Ivi con el ceño fruncido.
Él le sonríe.
—Esto también es importante. —Hay un segundo, un instante, en el que presencio cómo los dos se quedan hipnotizados mirándose el uno al otro. Después, Jared se vuelve hacia mí y tuerce una sonrisa divertida, muy diferente a la que acaba de esbozar hace un momento—. Además, como Peter se entere de que he sacado menos de un notable en cualquiera de los exámenes, me estrangula, me reanima y luego me despide acusándome de idiota. Eso y que desde que sabe que estoy de exámenes no se cansa de hacerme preguntas cada vez que puede. Así que Ivi, por favor, dispara. ¿Qué tienes para mí?
Ivi tarda en volver en sí un poco más y carraspea antes de volver a centrarse otra vez en los papeles que tiene en la mano. Necesita de un par de segundos para ubicar la pregunta.
—Vale eh... Esta. ¿Cuál es el fijador más común de una muestra de tejido?
—¿El fijador más común? —Tal y como había pedido, Jared necesita detenerse a pensar un momento en la respuesta—. La parafina. Espera, no. —Frunce el ceño, dudando. La bola de papel gira entre sus dedos sin que él parezca darse cuenta. Al verle así, decido que es mejor que vaya a por café—. La parafina se usa también como agente fijador, pero se emplea sobre todo en la inclusión de la técnica universal...
Ha empezado a razonar en voz alta, y sus murmullos me persiguen en mi camino a la cocina. Justo cuando llego, Jared exclama:
—¡Formalina!
—Me caes fatal —es la respuesta instantánea de Ivi.
La carcajada de Jared surge espontánea, natural y sin previo aviso. Ivi se pica al instante y comienza a protestar, haciendo que él se ría todavía más. Niego y sonrío para mí, feliz de que Ivi se haya permitido, al menos por un instante, bajar la guardia de verdad en presencia de Jared una vez más. Y también me alegro por él, muchísimo; por fin le he vuelto a ver cien por cien relajado.
Entro en la cocina con su falsa discusión de fondo, encontrándome a Alec tan abstraído del mundo como Lucy, con cascos en los oídos al igual que ella y con un libro que parece pesar al menos diez kilos abierto encima de la mesa. No me escucha llegar, por lo que da un respingo cuando le acaricio la espalda para llamar su atención. Se quita un casco de forma automática y, ya después, se da cuenta de que soy yo quien le ha interrumpido.
—¿Cómo estás? —pregunto.
Al principio Alec se quedó con nosotros, pero pronto, en cuanto cada uno consiguió centrarse en sus propias asignaturas, se escabulló fuera del salón. Ni siquiera sabía dónde se había metido hasta ahora.
—Bien, sufriendo con el Derecho Civil. —Sonríe y apoya la cabeza en mi pecho cuando le abrazo. Entonces oye a Jared y a Ivi riendo en el salón—. Lo están llevando mejor de lo que pensaba.
Ahogo una risa corta y asiento, aunque él no pueda verme. Comienzo a acariciarle el pelo de forma distraída y él, en respuesta, me rodea la cintura con un brazo.
—Se quieren —contesto—. No creo que duren mucho separados.
Alec se encoge de hombros y me acaricia el costado con los nudillos.
—Todo depende de Ivi —dice, quizá sin atreverse a dar nada más por sentado—. ¿Necesitabas algo de aquí, por cierto?
Se aparta para verme mejor y yo niego con la cabeza y sonrío para restarle importancia. Me agacho para besarlo y él corresponde al instante. El beso es suave, tranquilo, y llena por dentro.
—Solo venía a por café —aclaro después. Miro a mi alrededor, y me doy cuenta, no por primera vez, de lo grande que es esta cocina y de lo silenciosa y fría que puede llegar a sentirse en ocasiones—. ¿Seguro que estás bien aqui? No quiero que te recluyas en tu propia casa. Si te estamos molestando...
—No me estáis molestando en absoluto. —Alec me corta antes de poder acabar la frase. A continuación, me dedica una sonrisa tímida y con aspecto de disculpa—. Me concentro mejor con gente a mi alrededor que estando solo y ahora mismo estoy cundiendo más de lo que he hecho en días, pero también necesito algo de espacio. O más bien distancia. Oído sensible, ya sabes.
Alza los cascos que llevaba puestos como prueba y yo me siento estúpida por no haber pensado en ello antes. Me río, cediendo y aceptando su explicación, y me aparto para empezar a preparar el café.
—Si quieres —digo, mientras saco cinco tazas de la vitrina que hay sobre el fregadero—, podemos repetir esto. El estudiar aquí en grupo, quiero decir.
—No veo por qué no —accede él—. Así puedo verte más todavía.
Lo dice con picardía, y yo vuelvo a reír. Me giro, sin saber muy bien aún qué es lo que voy a decirle, y él me guiña un ojo con esa sonrisa que le marca un hoyuelo. En la mano izquierda tiene un bolígrafo en el que no había reparado hasta el momento.
—No sabía que eras zurdo —comento sorprendida.
Alec, confundido, baja la mirada y se contempla la mano como si no comprendiera qué tiene de especial.
—Esto, ¿si? —suena perdido en la conversación—. No es la primera vez que me ves escribiendo, o comiendo, ya que estamos. ¿Te acabas de dar cuenta?
Al instante, siento cómo las mejillas se me tiñen de rojo por la vergüenza y la culpa.
—No me había fijado antes —admito, y Alec rueda los ojos como si yo fuera un caso perdido. Sin embargo, sonríe, y sé que no está molesto por mi falta de atención—. ¿Alguien más de tu familia lo es? Hay teorías que dicen que es genético.
—No lo sé, tampoco me había interesado tanto en el tema. —Hace una pausa, en la que gira el bolígrafo sobre el nudillo del índice y observa cómo da vueltas. Cuando este se detiene, él continúa—: Mi madre lo era, y nos solíamos burlar de mi padre por no serlo él también. Éramos dos a uno, y casi siempre lo convertíamos en argumento para ganar discusiones absurdas.
Sonríe, perdido en los recuerdos de aquellos días, y su expresión se suaviza. Entonces, se ríe.
—Luego mi padre contraatacaba diciendo que había heredado sus ojos y que por eso tenía que estar de su lado. Me ponían a mí en una encrucijada y decidiera lo que decidiera, no había quien aguantara al otro por todo lo que quedara de día.
—Erais una familia muy unida, ¿verdad?
Mi pregunta surge en un susurro contenido, y Alec asiente. Me mira, con los ojos de un azul tan eléctrico que parecen relucir, y por un momento creo que me he imaginado el destello de las lágrimas. Al menos, hasta que farfulla:
—Por eso me destroza tanto haberlos perdido tras una discusión —admite, y la voz le tiembla bajo el peso de todo lo que no es capaz de decir.
Siento que se me encoge el corazón al verlo así, y no dudo en dejar todo para ir y abrazarlo.
—Oh, Alec... —murmuro, atrayéndolo hacia mi pecho. Él se aferra a mí al instante, todavía sentado, y yo le acaricio la espalda y la nuca, inclinándome para besarle el pelo con suavidad—. Estoy segura de que tus padres te perdonaron desde el mismo momento en el que saliste de casa. Y creo que hasta se sintieron aliviados de que no estuvieras cuando sucedió todo. Estás vivo gracias a eso, Alec, y no tengo ninguna duda de que te amaron hasta el último segundo.
Alec no me contesta, ni espero que lo haga. Simplemente, me abraza con todas sus fuerzas, en silencio y sin pronunciar palabra. No llora, pero sus hombros están tensos y su pulso, cuando le acaricio el cuello para intentar relajarlo, le palpita errático y desenfrenado.
No sé cuánto permanecemos así, aferrados el uno al otro y con la angustia, la tristeza y la impotencia flotando en el aire. No paro de pasarle los dedos por la espalda, la nuca y el pelo en ningún momento, recordándole a cada segundo que estoy aquí, con él, y dispuesta a ayudarlo en todo lo que necesite. De vez en cuando trazo los límites de su tatuaje y descubro que ahí reside uno de sus puntos sensibles, oculto bajo la tinta y delimitado por un lobo que aúlla hacia una luna invisible, tal vez inexistente.
Poco a poco, noto que se va relajando. Su agarre deja de ser tan tenso y me devuelve las caricias con las suyas propias. Los dedos de Alec buscan piel, tanteando el dobladillo de mi jersey hasta dar con mi cintura. Se detienen ahí para trazar círculos bajo las costillas y a mí se me eriza la piel. Aun así, es él quien suspira y cuando alza la mirada para contemplarme no resisto el impulso de besarlo.
Sus labios saben a melancolía salpicada de cariño y, cuando nos separamos, Alec alza la mano libre, la izquierda, para apartarme un mechón caído de la cara. El gesto se convierte en una caricia que enreda sus dedos en mi pelo.
—Te quiero —susurra.
Le acaricio la mejilla y él se inclina bajo mi toque. Vuelvo a besarlo.
—Y yo a ti.
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