Capítulo 32.

Para cuando mi madre llega a casa, la lasaña se ha enfriado sin remedio. A todos se nos ha esfumado el apetito; la declaración de Adam, el peligro que guardan sus palabras, es demasiado real y el estómago se me cierra por acto reflejo, haciendo que la mera idea de probar bocado me dé náuseas.

Es papá el que se encarga de poner al día a mamá sobre lo que se ha perdido, permitiendo que yo me escabulla a mi cuarto en silencio por lo que queda de fin de semana. Me tiro en la cama de cualquier manera, con los pies todavía rozando el suelo, y anclo la vista en el techo. Hay una grieta en la capa de pintura que conduce hasta la lámpara y me quedo absorta mirando cómo las motas de polvo se retuercen bajo la bombilla.

La conversación con Adam me ha dejado agotada y sin fuerzas. Mi primo ha demostrado ser una persona inaccesible, huraña y que piensa que todos están en su contra. No ha dicho ni una sola palabra amable desde que apareció, ni siquiera a Alice, que regresó a casa diez minutos después de que él saliera con aire decaído y resignado. Y eso, sinceramente, es algo que no entiendo. ¿Qué le cuesta ser considerado con una persona que se preocupa por él? ¿Por qué sigue ahuyentándola así?

No entiendo a Adam, y dudo que llegue a poder hacerlo nunca. Al fin y al cabo, no quiere saber nada de mí y se ha asegurado de dejármelo bien claro. Aunque, después de lo de hoy, yo tampoco tengo ganas. Además, se supone que es lo mejor, ¿no? Quiero decir, así es menos probable que Mark y su padre me relacionen con ellos. ¿Cierto?

Vuelvo a recordar su advertencia, pero corto el pensamiento en seco antes de poder darle todavía más vueltas. No quiero amargarme más de lo que ya estoy ni quiero vivir con miedo por algo que, siendo sincera, no depende de mí. No quiero huir. No quiero estar pendiente de mi propia sombra, a la espera de que un lobo de ojos dorados me salga al paso cuando menos me lo espero.

Suspiro, frustrada y resignada por absolutamente todo, y saco el móvil del bolsillo. Le mando un mensaje a Alec, diciéndole que Adam ya se ha marchado y que la conversación podría catalogarse como desastrosa. Lo lee al minuto, y comienza a escribir su propia respuesta antes de desistir y decidir que es más sencillo llamarme.

—No es por defenderle —comienza en cuanto atiendo la llamada, sin molestarse en saludar, y de fondo escucho una puerta abriéndose y cerrándose—, pero es Adam. De todos, solo se lleva bien con Liam, así que define tu concepto de desastre.

—Me ha dicho que me aleje de él o su familia me acabará matando —contesto, mi voz plana y sin emoción. Me sorprendo a mí misma de lo firme que sueno.

Hay una pausa, en la que lo único que oigo son sus pasos bajando las escaleras. Me muerdo el labio, sin saber cómo interpretar su silencio. Entonces, Alec suspira.

—Eso suena como algo que diría Adam, sí. —No parece muy impresionado, y por teléfono no sé decir si está fingiendo o si de verdad sigue calmado—. ¿Te ha dicho algo más?

—Que no le interesa conocerme.

Alec, desde el otro lado de la línea, resopla y puedo imaginármelo poniendo los ojos en blanco.

—Él se lo pierde.

No añade nada más, pero sus palabras consiguen que le sonría al techo, sintiéndome de pronto reconfortada. Me pongo de lado, aplastando el teléfono entre el colchón y mi mejilla, y alcanzo un cojín para estrujarlo con los brazos.

—¿Tú qué tal? —pregunto pasado un momento, sin querer seguir dándole vueltas al asunto de mi primo. Ya me he amargado lo suficiente por él en un día.

—¿Ahora mismo? Aburrido. —No menciona el evidente cambio de tema y yo se lo agradezco en silencio. Me llevo las rodillas al pecho y el cojín me roza la barbilla—. Jared sigue en mi casa y se ha vuelto a apoderar de mi cuarto para dormir. Pretendía limpiar y poner la colada, pero con él aquí va a ser que no.

—Dudo que a tus camisetas les importe mucho permanecer un día más en la cesta de la ropa sucia —me río, y él protesta a medias por mi falta de empatía—. De todas maneras, ¿qué piensas? ¿Hay algo entre Ethan y Lucy o no?

Porque desde que le lancé la indirecta a Ethan este se ha vuelto más consciente de Lucy que antes, más atento, y de alguna manera parece que siempre acaba orbitando a su alrededor. Y sé que a Lucy no le molesta, o le hubiese dicho algo desde el minuto uno. Ahora, que reconozca que le gusta de manera abierta, ese ya es otro tema aparte.

—Tal vez —concede Alec, sin querer confirmar nada seguro—. Aunque me preocupa más la insistencia de Lucy por querer saber qué pasa con Jared e Ivi. Como siga así no vamos a poder ocultárselo mucho más tiempo.

—¿Tan malo sería decírselo? —Estrujo todavía más el cojín que estoy abrazando y me pongo boca arriba. Alec, a través del móvil, suspira.

—¿Sinceramente? Ahora mismo ya no sé qué pensar. Si supiera que se lo tomaría a bien diría que adelante. Haría las cosas más fáciles y todo. Pero viendo cómo ha reaccionado Ivi... Dudo que cualquiera de nosotros quiera arriesgarse a aterrarla a ella también. A veces, la ignorancia es una bendición.

No sé qué contestar a eso, porque tiene razón. Mi lado egoísta quiere decírselo para no tener que seguir ocultándole cosas, para poder volver a ser las tres como antes y poder hablarle de forma abierta y sin dar rodeos. Por otro lado, soy consciente de que esperar a que Lucy se lo tome a bien es casi como soñar con cuentos de hadas y tampoco quiero eso. No quiero que ninguno de nosotros sea la causa por la que podríamos perder su amistad o, peor, hacerle daño. Así que puede que sea mejor esperar a que las cosas se calmen y, tal vez, en un futuro, poder contárselo sin el peligro de que Mark o cualquiera aparezca de pronto para tirar todo por la borda.

Estoy a punto de decirle todo eso a Alec cuando el teléfono vibra a mi lado por un segundo, con un mensaje que corta un instante la llamada. Curiosa, alcanzo el móvil y reviso la notificación. Me sorprende ver que es de Ivi, de todas las personas, y mi sorpresa solo aumenta cuando leo que necesita mi ayuda y que por favor vaya a su casa.

—Alec —digo mientras me incorporo en la cama—, lo siento, tengo que colgar. Ivi me ha pedido que vaya a verla.

—¿Va todo bien? —La preocupación en su voz es evidente, y refleja bastante bien la mía propia.

—No lo sé —reconozco. Mientras alcanzo las zapatillas que había dejado tiradas por ahí, escucho el tono lejano de un móvil sonando desde el teléfono de Alec—. Eso es lo que voy a averiguar. Hablamos luego, ¿vale?

—Sin problema. Si me necesitas no dudes en llamar.

—Lo haré, tranquilo.

Me despido de él y bajo las escaleras a la vez que me rehago el moño que llevaba antes de tirarme en la cama. Abajo, en el salón, me encuentro a mis padres viendo las noticias y a mi abuela dormitando en el sillón con un libro en el regazo.

—Papá, voy a salir un rato. ¿Me prestas el coche?

—Claro, las llaves están en el cuenco de la entrada.

Apenas me dedica una mirada, más centrado en el telediario que en otra cosa. Mamá, en cambio, se da la vuelta para verme por encima del respaldo.

—¿A dónde vas?

—Al centro. Voy a encontrarme con Ivi.

—Conduce con cuidado —me advierte—. Las carreteras siguen heladas.

—Lo haré —prometo—. ¡Adiós!


Diez minutos después, tras dar varias vueltas en busca de aparcamiento, llamo al timbre de casa de Ivi, preguntándome qué ha podido pasar. No he recibido ningún detalle más, ni un solo motivo de por qué quiere que nos veamos, y eso no es normal en ella. ¿Habrá tenido otro ataque de pánico? ¿Ha salido a la calle y se ha vuelto a encontrar con algún licántropo? ¿Con Mark?

Cada opción es peor que la anterior, pero no sé cómo detener a mi retorcida imaginación para que deje de sugerirme escenarios tan graves. Tal vez solo necesite ayuda con los apuntes que le di hace dos días o tenga dudas sobre cómo hornear algún postre. Sí, seguro que es eso y no nada relacionado con lobos, hospitales ni traumas.

—Por favor que sea solo eso —ruego a la nada, estremeciéndome sin saber si es por el frío o por algo más.

El viento sopla en la calle y las farolas están encendidas por la penumbra que le da a la tarde el cielo encapotado. Los adornos navideños alegran un poco el ambiente, pero yo noto los dedos entumecidos y me doy cuenta de que ya llevo un rato esperando.

Estoy a punto de llamar una vez más cuando la luz del interior del portal se enciende gracias a una Ivi que baja los tres escalones de la entrada con prisa y el abrigo a medio abrochar. La contemplo de hito en hito, sin entender nada.

—¿Ivi?

—Hola. —Me sonríe nerviosa mientras se recoloca las gafas. Se muerde el labio y comienza a caminar calle abajo, hacia el centro del pueblo—. Gracias por venir.

—¿Me dirás qué ocurre en algún momento? —pregunto, sin perder detalle de cómo necesita de tres intentos para conseguir subirse la cremallera del abrigo.

—Te necesito —explica sin mirarme. Intenta hacerse un recogido que no le sale hasta que, harta, se decanta por una coleta que evita que el pelo se le vaya a la cara.

—¿Para qué? —Su falta habitual de detalles me está estresando.

Estoy a punto de agarrarla por el brazo para pedir una explicación en condiciones cuando suelta la bomba:

—Voy a verme con Jared. Y necesito que estés tú también.

Me detengo en seco, creyendo haber escuchado mal. Ivi solo llega a dar dos pasos antes de darse cuenta que ya no la estoy siguiendo. Se gira, con una sonrisa tímida y mucho más nerviosa que antes. Se mordisquea el labio y las gafas se le resbalan hasta la punta de la nariz antes de que ella vuelva a colocárselas.

—No puedo seguir así —reconoce—. Estoy harta de quedarme en casa, de tener miedo de cruzarme con cualquiera y de entender solo la mitad de las cosas. Además, le he estado dando vueltas a lo que me dijiste y... Me guste o no tengo que hablar con él. Pero no me atrevo a hacerlo sola. Eso es algo que me supera, y siento no habértelo dicho antes pero temía que dijeses que esto es algo que tengo que hacer por mi cuenta y...

No dejo que continúe y en su lugar la abrazo como puedo con tantas capas de ropa que las dos llevamos encima. Estando así de cerca me doy cuenta de que está temblando, pero en sus ojos no hay lágrimas sino la decisión de llegar al final del camino que ha elegido recorrer, sea cual sea ese.

—Te habría acompañado de todas formas —aseguro, apartándome de ella y alcanzando su mano con una sonrisa alentadora—. Solo tenías que pedírmelo.

Ivi me devuelve el apretón y murmura un gracias avergonzado. Reanudamos así el camino, agarradas de la mano y con un ritmo mucho más calmado que antes. Por un fugaz instante me pregunto si Alec está al tanto de este encuentro, teniendo en cuenta que Jared estaba en su casa. Aun así, no le digo nada a Ivi para no estresarla todavía más y las dos nos tomamos nuestro tiempo para llegar hasta una cafetería que no conocía.

La calle es una peatonal que desemboca en una pequeña plaza. Ahí, al final y medio escondido por un Papá Noel hinchable colocado frente a la puerta de una librería, se divisa el escudo iluminado de la policía local. Entiendo entonces que el sitio lo ha escogido Ivi, con sus términos y condiciones y, la verdad, no me sorprende en lo más mínimo.

Cuando entramos en el local descubrimos que Jared ya está ahí, sentado en un reservado y con la mirada y la atención perdida en una taza humeante mientras, por debajo de la mesa, su pierna se mueve arriba y abajo con insistencia nerviosa. Solo hay tres clientes más, una pareja de ancianos sentados en la otra punta y un chico que trabaja en un portátil abstraído del mundo por unos cascos enormes.

El calor de la cafetería le empaña las gafas a Ivi, que se las cuelga del cuello del jersey una vez se desabrocha el abrigo a la vez que avanza a grandes zancadas hacia la mesa. La sigo resignada, intentando mentalizarme con todas las posibles opciones de cómo puede acabar esta reunión.

Jared, aunque estaba perdido en su mundo, se da cuenta de la presencia de Ivi a medio camino. Por su rostro pasa toda una vorágine de sentimientos encontrados, desde cariño y alivio por verla hasta culpa y desconsuelo. Al final, lo que hace es esbozar una sonrisa decaída que acompaña a su saludo.

—Me alegra verte otra vez, Ivi —dice cuando nos acercamos, con el tono de voz controlado y sin levantarse del asiento. A mí me lanza una mirada mitad cómplice mitad disculpa—. Hola de nuevo Selene.

No menciona nada sobre mi presencia en esta reunión claramente privada, pero el uso correcto de mi nombre es señal suficiente de que se toma esta conversación en serio en todos los aspectos y que intuye que hay pocas posibilidades de que acabe bien para él.

Pese a todo, mantiene la calma cuando nos sentamos en frente, más allá del temblor inconsciente de su pierna. Entre manos tiene una infusión que no parece haber tocado pero que le mantiene las manos ocupadas. Tiene la atención anclada en Ivi, pero ella no dice palabra alguna más que para pedir un capuchino a la camarera que se nos acerca.

Solo cuando se lo traen junto a mi café con leche mi amiga se decide por fin a alzar los ojos y enfrentarlo. Están cara a cara, y la tensión que hay entre ambos asfixia y oprime como una camisa de fuerza. No me gusta estar aquí, a medio camino de ambos y haciendo de mediador, pero sé que Ivi no se ve capaz de hacer esto sola y no puedo irme así como así por mucho que me encantaría estar en cualquier otra parte.

—Me ocultaste cosas —dice, comenzando la conversación con una acusación que hace que los hombros de Jared se tensen al instante. Tampoco deja que se defienda e Ivi prosigue, impasible y objetiva en su discurso—: Empezaste una relación conmigo guardando información que me afectaba directamente y que sabías que influye en mi decisión de estar contigo o no.

Jared, que parece sufrir con cada sílaba pronunciada, solo atina a murmurar:

—No era algo podía decirte a la ligera, Ivi.

—Soy consciente. —Lleva las manos a su regazo y una de ellas busca la mía para obtener fuerzas y valor. Le doy un apretón alentador y ella respira hondo antes de proseguir—. Pero el no decírmelo acabó poniéndome en peligro.

—Yo no...

Lo que sea que iba a decir Jared en su defensa, Ivi le corta alzando la mano que tiene libre. Le tiembla el pulso, pero no me suelta y tampoco deja de mirar a Jared en ningún momento.

—No estoy diciendo que sea tu culpa que ese... lobo nos haya salido al paso, y sé que hiciste todo lo posible por protegerme en ese momento. Sin embargo, quiero que entiendas que ahora gracias a ese incidente estoy aterrada. Ahora mismo no me veo capaz de seguir siendo tu novia. Te quiero, Jared, pero también me das miedo.

Es dolorosamente visible cómo esa declaración lo rompe por dentro, cómo lo hace añicos y cómo necesita de todo su esfuerzo mantenerse erguido en su asiento. Aun así, sus ojos se vuelven dorados un segundo e Ivi lo nota. Al instante se tensa y mis dedos se ven aplastados en su agarre, lleno de pánico y miedo. Jared, por supuesto, se da cuenta enseguida y aparta la mirada con rapidez.

—Lo siento —se excusa, y la voz le tiembla más de lo que podría haberme imaginado nunca con él—. Yo... —Le fallan las palabras y, frustrado, se tapa la cara con las manos. Sus dedos encuentran mechones de pelo que despeinar y del que tirar en los segundos que necesita para recomponerse. Entonces suelta una risa amarga y rota. Vuelve a mirar a Ivi, sus ojos otra vez azules y llenos de lágrimas sin derramar—. Lo siento, Ivi, de verdad. Por todo. Nunca me imaginé que esto llegara a pasar y no sabes cuánto lamento haberte expuesto a esto.

—¿Te... Te arrepientes de haberme pedido salir?

Ante esta pregunta Ivi no se atreve a mirarlo, y se centra en su taza en su lugar. Jared, por otro lado, ni siquiera parpadea cuando dice:

—De lo que me arrepiento es de haberte hecho llorar. De que hayas llegado a temerme y a odiarme. ¿Pero de ser tu novio? Jamás me arrepentiré de eso.

Ivi asiente y los labios comienzan a temblarle. Con movimientos inseguros, alcanza el dispensador de servilletas y saca varias. A ella también se le han llenado los ojos de lágrimas, pero se esfuerza en no derramar una sola.

—No te odio... —farfulla al borde del llanto, y por la expresión de Jared sé que lo que más desea es ir y consolarla. Pero no puede, y en su lugar me lanza a mí una mirada desesperada para que haga algo. De modo que abrazo a mi mejor amiga, y ella se estremece antes de aceptar el gesto apoyándose en mí—. No te odio —repite—, porque entiendo que me salvaste la vida aún a costa de perder lo que teníamos, pero las cosas ya no son como eran y yo... necesito tiempo. Quiero entenderlo, y quiero poder volver a estar a solas contigo, pero sigo teniendo pesadillas y ya estar aquí me está costando muchísimo trabajo.

—Lo entiendo. —La voz de Jared es suave, un arrullo tranquilizador que busca acariciar un corazón herido y asustado—. No hace falta que te excuses conmigo, Ivi. Lo entiendo. De hecho, ya con solo estar ahora hablando contigo me parece un regalo que nunca me habría atrevido a desear.

Le sonríe, comprensivo, y despacio, para darle tiempo a retirarse si ella así lo quiere, coloca una mano sobre la de Ivi, la que sostiene unas cuatro servilletas hechas bola y que acaba de usar para sonarse la nariz. Pero a él no le importa, porque sabe incluso más que yo que Ivi es una persona de contacto, que necesita afecto cuando las emociones se le desbordan y él está dispuesto a darle eso y mucho más.

Ivi, por su parte, ahoga un sollozo y se refugia en esa escueta caricia como la promesa evidente que es, la que asegura que él esperará el tiempo que ella necesite, incluso si nunca vuelven a ser lo que llegaron a ser. Las riendas, las decisiones, están en las manos de Ivi, y Jared aceptará lo que sea que ella esté dispuesta a otorgarle sin juzgar, al ritmo que ella marque y con los límites que se le pidan.

Y es por eso, porque Ivi lo sabe tan bien como yo, que deja de aguantar las ganas de llorar y farfulla un gracias que la termina de liberar de todo lo que llevaba dentro. La abrazo, porque sé que lo necesita, y ella se hunde en el gesto como un salvavidas aferrándose a mí con ambas manos. Jared, que ha retrocedido una vez más para darle espacio, me sonríe cuando le miro, asegurándome sin palabras que está bien —o que lo estará— aún con las lágrimas que él también está derramando.

Tengo delante a dos corazones rotos pero, de alguna manera, siento que por fin ambos están avanzando más allá de la oscuridad en la que se habían hundido.




¡Estoy de vuelta!

Pido perdón por la larga espera, pero es que ahora tengo que repartir el tiempo entre trabajar y acudir a un máster y literal que apenas tengo tiempo para mí misma, menos para escribir con la frecuencia que me gustaría.

Antes no estaba muy a favor de las notas al final de los capítulos, pero me he dado cuenta de que esta es la mejor manera de comunicarme con mis lectores (con vosotros) e impulsar el intercambio autor-lector, que es en lo que se supone que destaca esta plataforma. Wattpad ya no es lo que era, todo el mundo lo sabe, pero eso no impide que las conversaciones en comentarios sigan sucediéndose y, como buena autora cotilla que soy, me interesa muchísimo interactuar con quien me lee.

Por tanto, a partir de ahora (aunque no siempre), usaré este espacio tras los capítulos para abrirme a vosotros. Decidme por aquí si estáis de acuerdo o si preferís que en la publicación solo aparezca el capítulo y ya. En vuestras manos está la decisión.

Y por último, no puedo despedirme sin disculparme (a medias) por regresar con un capítulo tan poco alegre. Pero creedme cuando os digo que esto era necesario. Ya nos estamos metiendo en la parte donde surgen los problemas (los gordos) y estoy impaciente.

Dicho esto, espero que os haya gustado el capítulo. Espero vuestras opiniones y teorías. ¡Hasta la próxima!

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