Capítulo 31.

Si tuviera que describir a Adam en una sola palabra, diría que es alguien indiferente. O tal vez decaído. O siniestro. O idiota. Sí, definitivamente mi primo es la persona más idiota que he conocido nunca.

Ni a Alec ni a Jared les dedica un mínimo gesto de saludo, y yo supongo que me tengo que sentir agradecida por recibir una mirada tan hueca como desdeñosa. Es como si tuviera el rostro esculpido en piedra, con un ceño fruncido eternamente y unos labios que tienen pinta de no ser capaces de sonreír.

No sé a qué ha venido exactamente, pero parece tener tantas ganas de estar aquí como yo de que entre en casa. Resisto el impulso de cruzarme de brazos y, en su lugar, cambio mi peso de un pie a otro. Nuestra abuela —la de ambos— se remueve en su sitio sin saber muy bien cómo reaccionar ante la inesperada visita. Parece el doble de pequeña que hace tan solo unos instantes, y a mí se me calienta la sangre al saber que el culpable de su repentina inseguridad es el tipo que tengo delante. Saber que es pariente mío solo aumenta la rabia y la pone a hervir a fuego lento.

—¿Te debemos? —repito entonces, cuando queda claro que ninguno va a abrir la boca y que Adam tampoco va a dar mayores explicaciones—. ¿No te dignas ni a saludar en condiciones y ya te pones a exigirnos cosas? ¿Es que a ti no te han educado o qué?

Adam, por supuesto, frunce todavía más el ceño y me lanza una mirada fulminante con claros deseos de que me convierta en polvo. Siento a Alec tenso a mi lado, igual o más incómodo incluso que Alice, pero yo solo tengo ojos para mi querido primo.

—Métete en tus propios asuntos —espeta este. Su gruñido me arranca una sonrisa irónica.

—Tú eres mi asunto ahora mismo, primo —le recuerdo, y al instante Adam compone una mueca de desprecio digna de fotografiar. Bueno, al menos estamos dejando claro que a ninguno de los dos nos agrada la presencia del otro. Eso facilita las cosas.

—Alice. —De pronto, Adam decide ignorarme para centrarse solamente en nuestra abuela—. ¿Podemos entrar? Va a ponerse a nevar en cualquier momento.

Cierto es que el cielo se ha oscurecido de forma amenazante desde que salimos del restaurante y que el frío se ha vuelto todavía más áspero que esta mañana, pero la excusa suena por lo que de verdad es y yo no puedo evitar poner los ojos en blanco. Adam me ha estropeado lo que queda de fin de semana y no pienso perdonarlo por ello.

Entonces, Jared da un sorpresivo paso al frente y se coloca entre Adam y yo. Nos lanza a cada uno una rápida mirada que no sé si catalogarla de advertencia o de preocupación y luego le sonríe a Alice.

—Alice —dice, y al contrario que Adam, su voz es suave y cordial—, id dentro. Adam tiene razón. Hace demasiado frío como para estar fuera. Alec y yo nos iremos para que podáis hablar tranquilos.

—No hace falta que os vayáis...

La protesta de mi abuela es débil y resignada, sin fuerza real tras sus palabras. Eso consigue hacer que Alec reaccione y que se acerque a ella.

—Será mejor si nos vamos, Alice —reconoce, y la mirada culpable que recibe a cambio me crea un vacío en el estómago—. Perdónanos por no quedarnos a comer. Aceptaremos la invitación en otro momento.

Mi abuela no tiene más remedio que asentir, resignada y consciente de que el buen humor de la tarde se ha esfumado y que ahora toca hacer frente a una reunión familiar no planificada y poco o nada deseada. Se despide de los chicos con un beso en la mejilla a cada uno y, para no alargar todavía más el encuentro en la calle, procede a entrar en casa. Adam la sigue de cerca y yo me quedo sola con Alec y Jared. Este último me envuelve en un abrazo enorme que me levanta del suelo.

—Suerte —le escucho decir y sé que la necesitaré en cantidades industriales.

—Gracias —farfullo contra su pecho. Cuando me aparto, me fijo en su gesto cansado—. Y tú ponte a dormir. Estás feo.

Eso último logra arrancarle una carcajada espontánea y sincera. Asiente, comprometiéndose a hacerme caso, y se dirige de vuelta al coche despidiéndose con un último gesto con la mano. Alec, por el contrario, se queda a mi lado un poco más.

—¿Vas a estar bien?

Me mira preocupado, conocedor de lo corta que es la mecha de mi paciencia con Adam, y por un momento le veo capaz de ofrecerse a acompañarme dentro solo para intentar evitar que estrangule a mi primo. Pero no voy a pedirle que venga conmigo. Esto es algo que tenemos que resolver nosotros tres y, además, no hace falta ser un genio para darse cuenta de la tensión que existe entre ellos dos, sobre todo ahora tras el ataque de Mark.

—Lo estaré. Tal vez le pise algún pie por accidente, otra vez, pero nada más.

Alec me dedica una mirada en blanco, pero no me lleva la contraria. En su lugar, me acerca a él y yo me fundo en su abrazo permitiéndome fingir por un par de segundos que dentro no me espera una persona que aparentemente me odia. Siento que Alec me besa en el pelo y yo me pongo de puntillas para besarlo en los labios.

—Hablamos luego, ¿vale? —digo como despedida.

Él asiente y, poco después, observo cómo se sube al coche, arranca y da media vuelta para salir de mi calle. Solo entonces me animo para entrar en casa, donde me recibe la escena de Alice insistiendo en que Adam se siente a comer, este negándose de forma obstinada, y mi padre presenciando todo con la cadera apoyada en el fregadero y un vaso de agua en la mano.

Mamá todavía no ha vuelto de trabajar, al parecer, pero mi pedido de lasaña ha sido cumplido y la misma se está enfriando en el centro de la mesa mientras mi abuela y primo medio discuten por la comida. Intento contar hasta diez. Doy gracias por llegar al tres.

—Vas a comer. —Mi declaración corta de raíz cualquier frase y, esta vez sí, me cruzo de brazos mientras fulmino a Adam con la mirada—. Me da igual las pocas ganas que tengas de aguantarnos, pero es la hora de comer, me has fastidiado la tarde y vas a sentarte a esta mesa te guste o no.

Cómo no, él vuelve a fruncir el ceño, como si así pudiera espantarme y hacer que deje de estar plantada en el marco de la puerta para impedir su salida.

—Esta no es tu casa —dice, con un toque de condescendencia que me crispa los nervios.

—Es más casa mía que tuya —siseo entre dientes—, así que te callas, te sientas y comes. Y ya luego, si te comportas, hablamos.

Le estoy tratando como a un niño pequeño y es evidente que él también se ha dado cuenta porque se le tensa un músculo en la mandíbula y escucho cómo le rechinan los dientes.

—Deja de comportarte como si supieras qué está pasando en esta familia —gruñe, la voz grave y cargada de rabia apenas contenida—. O como si tuvieras alguna influencia sobre mí.

Da un paso al frente, esquivando a Alice y acercándose a mí con los puños cerrados y los nudillos blancos.

—No te conozco, jamás te he visto, y mucho menos te considero pariente. Porque, a ver si lo adivino —sus palabras se cargan de pronto de una tensa ironía—, has llegado aquí, te han contado una historia interesante sobre lobos y asesinatos, y ahora todos tenemos que bailar a tu antojo como la hija pródiga perdida que eres, ¿no? Pues felicidades, diviértete. Pero conmigo no cuentes, prima.

Ahora es él el que escupe la palabra, como alquitrán venenoso, y sus ojos relucen por un largo y amenazador segundo en dorado. Un escalofrío me recorre la columna al ver esa mirada tan parecida a la de Mark, pero la terquedad y mi propia indignación me impiden retroceder. Adam me odia sin motivo y no pienso regalarle el gusto de verme temblar.

Alzo la barbilla, dispuesta a soltar mi propio discurso, cuando el nítido y agudo sonido del cristal chocando contra el mármol interrumpe cualquier posible palabra.

—Ya es suficiente.

Mi padre, que hasta ahora se había mantenido al margen y en silencio, dice esas tres palabras como si fueran una orden absoluta. Ha dejado el vaso que estaba sosteniendo con fuerza contra la encimera, y ahora nos contempla a Adam y a mí con una mirada plana y llena de decepción.

—Por muy licántropos que seáis, no os vais a comportar como animales. Así que, os vais a sentar a esa mesa, los dos, y vais a hablar como personas civilizadas, ¿de acuerdo?

—Pero papá, él...

—He dicho los dos.

Mi padre corta mi intento de protesta sin apenas parpadear. De hecho, me lanza una mirada que hace que me encoja y obedezca sin atreverme a decir nada más. Después, se centra en Adam y alza una ceja en su dirección. Puedo ver cómo a mi primo no le hace ninguna gracia ser amonestado pero, milagro, se traga sus réplicas y se sienta en la silla más alejada de la mía con movimientos rígidos y tensos. Me sorprende que no se cruce también de brazos.

—Quiero respuestas —dice Adam entonces, con un tono mucho más moderado que hace tan solo unos instantes pero igual de seco y punzante. Clava sus ojos negros en mi persona como si fuesen afiladas dagas de obsidiana—. Digamos que me creo que seas mi... prima —la palabra se le atasca en la garganta tanto como podría pasarme a mí—, porque sé que Alice no bromearía con algo así, pero eso sigue sin resolver nada. —Hace una pausa, en la que se dedica a contemplarme de arriba abajo buscando algo que solo él sabe. Me mira con recelo, suspicaz, y al final, suelta—: ¿Por qué existes?

—Me trajo una cigüeña —espeto, antes de poder siquiera pensar en mis propias palabras—. ¿Tú qué crees?

Adam frunce el ceño y el labio superior le tiembla en una mueca de desdén que no llega a esbozar. En cambio, me mira poco impresionado, como si no fuese más que una cría insoportable a la que tiene que aguantar y mantener vigilada, y se cruza de brazos en un gesto que rebosa condescendencia.

—Se supone que tu parte de esta maravillosa familia murió meses antes de que yo naciera. Discúlpame por querer comprender cómo es que sigues viva.

—Así que sabías que tu padre tenía un hermano.

Para mi sorpresa, y la de Adam también, es mi padre el que toma la palabra de pronto. Los dos le vemos alcanzar una silla, darle la vuelta, y sentarse de cara al respaldo, con los ojos atentos y fijos en mi primo. Alice también se ha sentado y retuerce las manos en un paño de cocina sin parar, nerviosa. Adam, en respuesta, asiente con cautela y con un sorprendente respeto hacia mi padre.

—Siempre lo hemos sabido —reconoce con cuidado y a mí no se me escapa el plural de esa frase—. A mi padre le encantaba recordarnos siempre que, de no ser por su hermano, las cosas serían muy distintas. —Tensa la mandíbula e, incómodo, alcanza el tenedor que corresponde a su asiento y comienza a juguetear con él. No mira a nadie cuando murmura—: En parte tenía razón.

No añade nada más, y por un momento la cocina se envuelve en un pesado silencio en el que Adam cruza una mirada con Alice, una cargada de un significado que solo ellos comprenden y que yo solo puedo intuir. Mi abuela adopta un aire culpable, y Adam vuelve a centrarse en el desafortunado tenedor con falsa calma. Es así como comprendo que, en realidad, mi primo no quiere tener esta conversación, ni ninguna otra relacionada con el tema. Solo hace falta pensar en todas las veces en las que ha evitado a Alice y a los demás para darse cuenta de que lo único que desea es olvidarse de todo este asunto, tal vez incluso de su propia familia.

Pero está aquí, ha venido por voluntad propia, y aunque todavía no sepa muy bien por qué lo ha hecho, lo mínimo que puedo hacer es controlar mi temperamento e intentar ayudarnos mutuamente.

—¿Sabe que yo estoy viva? —pregunto entonces, procurando dejar de lado toda la irritación que sigo sintiendo bajo la piel. Papá tiene razón: discutiendo no llegaremos a ninguna parte, así que me propongo ser lo más objetiva posible de ahora en adelante.

—De saberlo hace tiempo que estaría aquí.

Lo dice como un hecho comprobado y asumido, una ley universal que no cambiará pase lo que pase. Alza la mirada, profunda y vacía de sentimiento alguno. Me recorre un escalofrío que me deja helada y, por reflejo, escondo las manos en las mangas de mi jersey.

—¿Y tu hermano? —me atrevo a preguntar.

—No lo sé —reconoce, y se encoge de hombros—. Aunque lo dudo, en verdad. Teniendo en cuenta lo unido que está Mark a nuestro padre, de saber que tenemos una prima tardaría entre poco y nada en tomar cartas en el asunto.

—¿Sabes dónde está ahora? —Una vez más, mi padre es el que se encarga de hacer las preguntas que escuecen.

Por un instante, los ojos de Adam se aclaran y su cuerpo se tensa. El tenedor deja de dar vueltas sobre el mantel un segundo, antes de que él lo vuelva a recuperar, mucho más forzado que antes.

—No. —A la palabra le faltan un par de tonos para convertirse de verdad en un gruñido irritado—. Ni quiero saberlo. Mark eligió con quién quería estar hace un año, y yo también. Ya no nos une nada, por mucho que todos insistáis en lo contrario.

Intuyo que habla por las demás personas del pueblo, aunque él parezca que se ha olvidado por un momento que esta es la primera vez que habla con nosotros. De un instante a otro se ha puesto a la defensiva, resguardándose tras la rabia y la ira y retrocediendo de golpe lo poco que habíamos conseguido progresar.

Miro a mi padre, sin saber muy bien cómo proceder, pero es Alice la que reacciona antes que nadie. Con una serenidad que hasta ahora era inexistente, cubre el puño cerrado de Adam con su mano, haciéndolo reaccionar con un respingo. Él le lanza una rápida mirada que no soy capaz de interpretar y la ira disminuye en su semblante. Todavía tenso, se yergue en su asiento y retira la mano en un gesto poco disimulado. Acto seguido, ancla sus ojos en mi persona.

—Todavía no me has contestado.

El cambio de tema no es sutil en absoluto, pero no puedo culparlo; a nadie le gusta que los demás hurguen en sus propios tormentos. Así que me encojo de hombros, con las manos todavía escondidas por la lana del jersey, e intento quitarle hierro al asunto diciendo:

—No hay mucho que contar. No sé muy bien qué les pasó a mis padres biológicos —admito, y no puedo evitar lanzarle una mirada inquieta a mi padre. Él, como toda respuesta, sonríe con suavidad y choca su rodilla con la mía por debajo de la mesa para infundirme ánimos—. Solo sé que mi madre murió al poco de darme a luz y que a mi padre lo persiguieron pocos días después. Me quedé huérfana, me adoptaron y cuando tuve edad suficiente para entenderlo, me pusieron al día con todo lo demás. Fin de la historia.

Adam rumia la información en silencio, observándome con una intensidad que me hace querer huir. Una vez más me recuerda a su hermano, aunque al mismo tiempo es completamente diferente. Mark infunde miedo sonriendo, usando gestos y palabras bien calculadas; Adam, por el contrario, no hace eso. Apenas se mueve. No produce sonido alguno y sus ojos parecen todavía más profundos que antes. Se limita a quedarse quieto y a mirarme, poniéndome nerviosa bajo su escrutinio porque no puedo adivinar en qué está pensando por mucho que lo desee.

—¿Y por qué has venido aquí? —dice al final, echándose hacia atrás en su asiento y volviendo a cruzar los brazos. En medio de todos, en el centro de la mesa, la comida se está enfriando, pero nadie le está prestando la más mínima atención porque Adam continúa, sin darme tiempo a contestar—. Si eras consciente de a qué te estabas exponiendo apareciendo en este pueblo, ¿por qué lo has hecho? ¿Qué ganas agitando el avispero más de lo que ya está?

Ante la acusación, la irritación que había conseguido aplacar resurge como si nunca se hubiese ido y necesito de todo mi autocontrol para no sisear ningún insulto mientras digo:

—No he venido aquí para agitar nada —me defiendo, cruzándome de brazos al igual que él, y también de piernas—. Este es el pueblo donde nací, y me guste o no, su historia también forma parte de mi vida. Quiero comprender cuáles son mis orígenes, eso es todo. Perdona por no prever que tu familia psicópata regresaría para amenazar a la mitad de la población de este sitio mientras tanto.

Soy consciente de que ha sido un golpe bajo, y sé que me he ganado a pulso la mirada fulminante que recibo de Adam, dorada por un breve pero importante instante. Aun así, pese al gruñido que también se le escapa, permanezco firme y mantengo mis ojos anclados en los suyos. Porque desde que ha aparecido no ha hecho más que lanzarme acusaciones y no voy a permitir que se salga con la suya.

—No te estoy culpando de nada —aclaro, justo cuando por el rabillo del ojo veo que Alice pretendía mediar entre ambos, tal vez para evitar que Adam me despelleje o algo por el estilo—, pero no pienso endulzar lo que ha pasado. Tu hermano pretendía matarme, y tanto él como tu padre querrán hacerlo todavía más si descubren quién soy. La familia de Alec está muerta por su culpa, y mi mejor amiga sufre de estrés postraumático también por su culpa. ¿Quieres que siga?

—No. —Adam escupe la palabra recubriéndola con ira, rencor, y otras diez emociones más demasiado enredadas como para poder distinguirlas. Respira hondo, casi a la fuerza, y sus ojos regresan a su color original con una lentitud espeluznante. Una vez más, mi primo se queda inmovil al completo y a mí se me ponen los pelos de punta mientras veo cómo el dorado deja paso al negro porque no se molesta en parpadear—. No voy a defenderles, pero déjame repetirte una cosa que parece que ya has olvidado: no eres el centro de este pueblo. Las cosas no giran en torno a ti, por mucho que tu presencia cambie ciertos asuntos. ¿Has decidido mudarte aquí aún sabiendo los riesgos? Ese ya es problema tuyo. Solo, no arrastres a los demás contigo, como veo que estás haciendo. Tú y Alec, en realidad.

La mención de Alec me toma desprevenida por completo. Miro a Adam de hito en hito, sin saber muy bien qué decir ni cómo exigirle una explicación a eso. Sin embargo, lo que hace él es ponerse en pie. La silla chirría contra el suelo con el movimiento y él no deja de mirarme.

—Todo sería mucho más sencillo si ninguno de los dos estuviera aquí —espeta, sin emoción alguna en su voz pero más peligroso que nunca, aún con los ojos negros—. Pero veo que los dos sois igual de inconscientes y que haréis lo que os venga en gana, así que al menos tened la decencia de dejarme al margen de una puñetera vez. Olvidadme y dejadme en paz. Ya estuve en medio de una disputa y no pienso repetir. No quiero crear lazos contigo, por muy pariente mío que seas por sangre. No me interesa conocerte y, si sabes lo que te conviene, te mantendrás alejada. A no ser, claro, que quieras que mi familia te encuentre.

La amenaza resuena alta y clara, y flota en el aire como una nube de tormenta densa y helada. Adam no espera respuesta y, sin mirar atrás, sale de la cocina a grandes zancadas y paso firme. Solo Alice se atreve a ir tras él, llamándolo en vano hasta que ambos salen a la calle. Dentro, bajo el escrutinio silencioso y preocupado de mi padre, yo permanezco congelada en mi sitio. Sin poder hacer nada por evitarlo, la última frase de mi primo se repite en mi cabeza como una maldición.

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