Capítulo 30.

Me despierto con el ruido de una puerta cerrándose y pisadas fuertes. Desubicado, parpadeo hacia la nada, sintiendo las legañas en las pestañas y reconociendo poco a poco mi propio cuarto. Por algún motivo hay movimiento en la planta baja, pero tengo el cerebro demasiado espeso como para preocuparme por ello ahora mismo.

Con un gruñido, me obligo a incorporarme y algo pesado cae al suelo. Es mi móvil, apagado, muerto y sin batería. De manera vaga, recuerdo que anoche me metí en la cama mientras hablaba con Selene y, visto lo visto, tiene toda la pinta de que me quedé dormido a mitad de conversación. Otra vez.

Alguien rebusca en mi cocina, en un patrón que reconozco incluso medio dormido, y ahogo un bostezo. Me levanto con un suspiro, recojo el teléfono del suelo y, tras ponerlo a cargar, me acerco a la ventana. El domingo ha amanecido con pesadas nubes en el cielo y una nevada irrisoria que mantiene los copos de nieve flotando en el aire en espirales perezosas. La carrocería negra del coche de Jared reluce frente a mi garaje, y esa es la última confirmación que necesitaba para saber quién ha vuelto a invadir mi casa.

Me tomo mi tiempo en bajar, priorizando una ducha hirviendo y el recoger la ropa sucia que me voy encontrando para poder hacer más tarde la colada. Cuando descubro una pelusa traidora adherida a una de las patas del taburete del baño, tomo nota mental de que un día de estos debería hacer limpieza general y bajo las escaleras arrastrando los pies.

Tal y como me esperaba, me encuentro a Jared poniendo agua a hervir como si mi cocina fuese la suya. Bostezo otra vez, adormilado, y paso a su lado para meter el montón de ropa en la lavadora. El reloj de la pared me desvela que apenas son las ocho y media de la mañana; demasiado pronto para ser fin de semana.

—Me he despertado por tu culpa —murmuro. No pregunto qué hace en mi casa. En cambio, saco dos tazas del armario y las dejo a su lado antes de ir a inspeccionar mi triste frigorífico. En el aire flota un penetrante olor a antiséptico y lejía—. ¿De dónde vienes, por cierto? Apestas a productos de limpieza.

—Del hospital. Peter me ha permitido hacer de alumno interno, ¿recuerdas?

—No.

Al final, saco la leche del frigorífico y Jared bufa, en absoluto sorprendido por mi falta de interés y mi escasa memoria a menos de veinte minutos de haberme despertado. Él procede a servir el café en mi taza, echa el agua caliente en la otra y yo me dejo caer en una de las sillas. El olor del café se junta con el olor del hospital y hago una mueca. Es muy temprano para estar pendiente de tantas cosas.

—Me ducharé —promete Jared cuando ve mi gesto.

—Por favor.

—Pero déjame primero ser persona, ¿de acuerdo? —Rescata un sobre perdido de manzanilla de uno de los cajones, lo echa al agua y se hunde en el asiento. Tiene unas ojeras kilométricas—. Llevo despierto toda la noche. Los turnos de guardia son asesinos.

—Te ofreciste voluntario —le recuerdo, y él gruñe sobre su taza, removiendo el sobre para que se disuelva más rápido. Tiene tantas ganas de socializar como yo—. Lo que me sorprende es que Peter haya dicho que sí. ¿No dijiste que las prácticas en el hospital las empezáis a partir de segundo?

—Insistí yo —reconoce—. Ventajas de conocer al director del hospital y esas cosas. Además, aunque no me remuneren las horas, sigue siendo de provecho. Nunca hay experiencia suficiente en la medicina. —Hace una pausa y le da un trago tentativo a su bebida. Compone una mueca y se levanta en busca de azúcar—. Digamos que hago de auxiliar del auxiliar. No es un mal trato, si obviamos que Peter me amenazó con unas tijeras sobre no tocar nada.

Esa imagen es ciertamente interesante, pero me trago mi comentario y me concentro en mi café. Jared regresa, azucarero en mano, y se desploma en su silla como un saco de patatas. De alguna manera, sin importarle que eso esté prácticamente hirviendo todavía, se bebe media taza de golpe. Está claro que se encuentra en piloto automático y que apenas piensa en qué es lo que está haciendo. Eso me obliga a preguntar:

—¿No deberías estar durmiendo, entonces? Estás que no te tienes en pie.

—Debería —admite, y procede a lanzarme una mirada resignada con la propia vida—. Pero, por si se te ha olvidado esto también, te recuerdo que hemos quedado en desayunar todos en el restaurante de Roy en, como, menos de dos horas y ambos nos hemos comprometido a ir. He venido a acoplarme a tu coche. Paso de conducir esta vez.

Tampoco le habría dejado, viendo que está contemplando la mesa como si esta fuese una buena y aceptable almohada. Es evidente que no está acostumbrado a esta nueva rutina a la que se ha inscrito, y es raro ser el que más despierto está de los dos. Normalmente, el que se cae muerto de sueño por las esquinas soy yo, no él.

Consciente de lo que debe de estar sintiendo en estos momentos, y de lo difícil que tiene que resultarle mantener los ojos abiertos, me levanto y le arrebato la taza medio vacía de las manos.

—Ve a tumbarte un rato —le digo mientras yo me trago lo último de mi café y voy hasta el fregadero—. Tienes el tiempo justo para una siesta.

No tengo ni que insistir. Tras un asentimiento escueto, Jared se pone en pie y procede a arrastrar los pies hacia el pasillo. Ahoga un enorme bostezo y murmura:

—Como me despiertes antes de los cinco minutos previos a irnos, te destripo —advierte con un gruñido—. Me apodero de tu cuarto. Buenas noches.

No se molesta en esperar una respuesta y desaparece escaleras arriba farfullando para sí autocríticas sobre quién le manda ofrecerse como voluntario a semejante tortura. No tardo en escucharlo deambular por mi cuarto, antes de que el ruido de la ducha inunde toda la casa. Apenas dura cinco minutos ahí dentro, antes de que le vuelva a oír tropezar por mi habitación. Después, silencio.

Cuando estoy seguro de que está dormido del todo, y que ningún ruido cotidiano será capaz de despertarlo, comienzo a recoger la cocina. Mientras tanto, no puedo evitar preguntarme si yo también luzco así de deshecho cuando tengo una mala noche. Un turbio presentimiento me dice que no, que yo me veo mucho peor.



Una hora y tres cuartos más tarde, arrastro a Jared hasta el coche. Dormir le ha sentado bien, y aunque no se ha deshecho de todo el cansancio, al menos ahora parece un ser humano y no un espectro. Por supuesto, eso no impide que murmure quejas cada dos por tres.

—Estás siendo un dramático de manual —le digo cuando aparco frente a la casa de Selene, mirándolo a través del retrovisor.

Jared, que se ha apoderado del asiento trasero tumbándose en toda su longitud, me gruñe sin dignarse en levantar el brazo con el que se está tapando la cara.

—No eres el más indicado para hablar —espeta—. Además, si no contamos la siesta en tu casa, llevo despierto unas veinte horas seguidas. Estoy en mi derecho de ser un cadáver, así que déjame en paz.

—Pues para ser un muerto, hablas bastante.

Mi comentario se gana un insulto inconexo que me hace poner los ojos en blanco. Consciente de que no tiene intención alguna de moverse, salgo del coche y le dejo dormitar en lo que Selene tarda en salir. Subo los cuatro escalones de su entrada de dos en dos y, sintiéndome de pronto inseguro, llamo al timbre. Solo he estado aquí un par de veces; insuficientes para sentirme cómodo.

Desde el interior escucho voces y pasos apresurados. Pocos segundos después, Selene me abre la puerta con una sonrisa y un coletero entre los dientes.

—Hola Alec, pasa. —Se hace a un lado mientras termina de hacerse una trenza—. Dame dos minutos y estoy.

—No te preocupes, no hay prisa —aseguro, siguiéndola hacia el salón por el estrecho pasillo—. Tengo el cadáver de Jared durmiendo en el coche. No nos echará en falta.

Selene se ríe, poco o nada sorprendida por el dato, y me hace un gesto para que tome asiento mientras espero.

—Lo sé —admite a la vez que recoge lo que parecen ser unos informes caídos sobre la alfombra. En la mesilla para el café hay varios más junto a una taza vacía y los apila en un pequeño montón desordenado mientras continúa diciendo—: Me envió un par de mensajes quejándose del sueño que tenía en cuanto salió del hospital. Le dije que se quedara en casa durmiendo, que a ninguno nos importaría, pero se ve que no quiso hacerme caso.

—Se aburre demasiado, eso es lo que le pasa.

Selene se vuelve a reír, pero no me contradice. Un instante después, Alice aparece en el salón. En cuanto me ve, sonríe.

—Ya me parecía a mí que había oído el timbre —dice a modo de saludo. En la mano lleva una bufanda y se la tiende a su nieta—. Ten. Por algún motivo estaba en mi habitación.

—Gracias, abuela. Llevaba buscándola días. —La deja en el respaldo de uno de los sillones—. Voy a por mis cosas, ahora vuelvo.

Justo cuando desaparece por el pasillo, Thomas decide que este es un buen momento para hacer acto de presencia, tostada con mantequilla y mermelada en mano. Le da un mordisco a su desayuno y se apoya en el marco de la puerta. Me saluda con un gesto.

—Hola, Alec.

—Buenos días.

En cuanto abro la boca, siento que vuelvo a ser examinado de pies a cabeza como si estuviera bajo un microscopio. Thomas, en cambio, no parece tener problema alguno y continúa degustando su tostada sin apartar sus ojos de mí. No sé qué más decir.

—¿Te quedarás después a comer?

La repentina pregunta me pilla con la guardia baja, y por un momento solo sé contemplar al hombre con la mente en blanco y ninguna respuesta coherente. Vuelve a dar un bocado, y el ruido del pan resuena de pronto con demasiada fuerza, intimidante, incluso.

—No quiero molestar... —farfullo, incapaz de leer su semblante o de distinguir alguna emoción más allá de la serenidad profesional. Thomas tiene demasiado control sobre sus expresiones faciales y acabo de descubrir que eso no me gusta en absoluto.

—¿Qué tontería es esa? —Alice, bendita sea, se apodera de la conversación con aire indignado—. Tú nunca nos vas a molestar, cielo. ¿Verdad, Thomas?

Se vuelve hacia el hombre con una ceja alzada y amenazante, pero él no se inmuta y se reacomoda en su sitio.

—Mientras sepa comportarse...

Al instante, Alice pone los ojos en blanco y resopla.

—Oh, por favor, Thomas, no empieces. No seré tu madre, pero sé lo suficiente de tu adolescencia como para avergonzarte todo lo que te queda de vida.

Para mi sorpresa, la amenaza no asusta a Thomas. En su lugar, se ríe de buen grado y se termina la tostada. Se frota las manos para librarse de las migas y, para mi desconcierto, me lanza una mirada divertida antes de volverse hacia Alice.

—Perdón, perdón —se excusa, enseñando las palmas en son de paz—. Seré bueno. Mira, incluso haré yo la comida esta vez, ¿de acuerdo? Prometo no envenenarla.

—Eso va en contra del código deontológico, papá.

Selene, a la que no he oído bajar las escaleras, pasa a su lado chocando un brazo con el suyo. No se ve sorprendida por los desvíos que ha tomado la conversación y se acerca al sillón donde había dejado antes la bufanda para recuperarla. Después, se despide de Alice dejando un beso en su mejilla.

—Adiós, abuela. Volveré en un par de horas. ¿Lo aguantarás mientras no estoy?

Está claro que se refiere a su padre, y el aludido protesta indignado a la vez que Alice se ríe encantada.

—Oh, no, nada de eso. Esta vez se queda solo —declara, y nos lanza una mirada a mí y a Selene acompañada de una sonrisa maliciosa—. Voy con vosotros. Hace mucho tiempo que no veo a los chicos. Ya va siendo hora de que les recuerde que todavía sigo viva.

Alice es la única que se ríe de su propia broma, pues los demás estamos demasiado sorprendidos por el arrebato como para poder seguirle el hilo. Sin embargo, en cuanto nos esquiva a los tres y sale al pasillo para dirigirse al abultado perchero lleno de abrigos, está claro que habla en serio. Selene intercambia una mirada conmigo, pero yo solo soy capaz de encogerme de hombros. Pocas cosas son capaces de hacer que Alice cambie de opinión sobre algún asunto.

Selene pronto parece llegar a mi misma conclusión, pues de pronto suspira con cierto aire resignado, sonríe y niega para sí misma. Después, se acerca a su padre y le da un corto abrazo.

—Sé bueno mientras mamá vuelve de trabajar, ¿vale?

Thomas bufa.

—Te recuerdo que yo soy el padre en esta relación.

—Tú pórtate bien —insiste su hija, sin poner esfuerzo alguno en ocultar su sonrisa. Entonces me agarra por la muñeca y tira de mí hacia la salida—. ¡Quiero lasaña para comer, por cierto! —anuncia, justo cuando atravesamos la puerta con Alice pisándonos los talones.

—¡Y yo faisán asado! —es la respuesta que obtiene, medio segundo antes de que el portazo ahogue cualquier otra réplica. La risa de Selene inunda la calle.




Para mi sorpresa, no somos los últimos en llegar. Ethan no está, pero ese dato pronto desaparece de mi mente cuando una pequeñaja pelirroja se abalanza sobre nosotros en cuanto cruzamos la puerta del restaurante.

—¡Selene!

Con un grito de alegría pura, Annie se lanza sobre Selene con un abrazo de oso que la hace reír. Realizan una torpe pirueta y la hermana de Roy levanta la cabeza con una enorme sonrisa que desvela un diente caído.

—Alguien ha recibido la visita de un ratoncito —dice Selene, y Annie se ríe, asiente, y se aparta de ella solo para poder rebotar sobre la punta de sus pies con energía ilimitada.

—¡Se me cayó ayer! ¡Me han traído unas acuarelas y una pulsera!

Alza la mano, para que todos podamos ver su muñeca adornada con cuentas de colores y flores. Jared, con una sonrisa y más vivo que en todo lo que llevamos de mañana, la sorprende levantándola en brazos.

—Te queda genial. ¿Te has traído las acuarelas? —Annie asiente—. ¿Qué tal si pintamos un cuadro para Alice?

La niña, que hasta el momento no le había prestado demasiada atención a la anciana que nos acompaña por estar más ocupada presumiendo de su diente caído, mira a Alice con renovado interés y sonríe de oreja a oreja.

—¡Sí! ¿Podemos pintar un conejo? —pregunta, dejando que Jared la lleve en volandas hacia la parte trasera del local, a la habitación privada donde Annie suele hacer los deberes cuando nadie puede quedarse en casa con ella.

—Por supuesto.

—¿Y un ratón también? Quiero pintar al Ratoncito Pérez.

—Lo que quieras, mocosa.

Abandonan la sala de mesas debatiendo sobre qué pintar, con las miradas de todos nosotros siguiendo sus pasos. No hay nadie más ahora mismo en el restaurante; Marta ha decidido mantenerlo cerrado un poco más de tiempo de lo habitual para dejarnos desenvolvernos a nuestras anchas un rato. A mi lado, Alice se ríe.

—Es una niña encantadora. Está creciendo estupendamente.

Roy, quien se había acercado con su madre en cuanto nos vio llegar, sonríe y mira hacia la puerta que reza Solo personal con cariño.

—Es demasiado lista para su propio bien —comenta Marta, riendo—. No para quieta. Es bueno verte otra vez, Alice. Se te echaba de menos.

Alice esboza una sonrisa de disculpa, pero no se defiende ni argumenta por qué se ha mantenido alejada de casi todos sus conocidos por años enteros. Tampoco es que sea necesario.

—Ahora estoy aquí —dice en su lugar, riendo de buen grado—, y tu hijo ya está tardando en darme un abrazo. Ven aquí, cariño. ¿Desde cuándo te has vuelto tan maleducado?

Roy acepta la reprimenda como la broma que es en realidad y se agacha para poder estrechar a Alice entre sus brazos, riendo y disculpándose. Es evidente que se alegra de verla.

A él lo sigue Liam, y la diferencia de altura entre él y Alice es irrisoria. Aun así, de alguna manera, Alice consigue que Liam parezca pequeño entre sus brazos mientras le plantan dos sonoros besos en las mejillas.

—No sabéis lo contenta que estoy de veros a todos. Habéis crecido tanto...

Alice parece a punto de echarse a llorar, y Marta se acerca a ella para poder darle apoyo en caso de necesidad. Selene me coge de la mano y todos sonreímos. Liam murmura:

—Siento no haber podido hacer que Adam viniese también. Hablé con él anoche pero...

—Bah, ese nieto mío es igual de cascarrabias que el resto de su familia. No te preocupes por él, cielo. Ya le visitaré yo en otro momento.

Habla resuelta, igual de segura y vivaz que siempre, y ni siquiera la mención de su otro nieto desaparecido consigue enturbiarle el ánimo. En cambio, se engancha del brazo de Liam y lo arrastra hasta la mesa más cercana para poder ponerse al día. Algo me dice que hará lo mismo con todos nosotros mientras estamos aquí, pero sé que ninguno podrá negarle nada.

En ese momento, Selene me abandona a favor de Roy, abrazándolo con alegría ahora que se ha librado de Alice. En seguida se ponen a parlotear sobre perros y distintas razas —ahora que Annie no está a la vista—, lo que me recuerda que estamos a las puertas de la Navidad. Contemplo a Selene desde mi posición apartada, preguntándome qué podría darle que la hiciera sonreír al menos tanto como lo está haciendo ahora.

—Me alegra que se haya integrado así de bien. Y así de rápido.

El comentario de Marta me arranca de mis cavilaciones. Se ha acercado a mí en silencio, y ahora contempla a su hijo sonreír mientras abraza a Selene por los hombros como parte de una broma que se estaban contando. No les he prestado la atención suficiente como para mantener el hilo de la conversación, pero la comodidad entre los dos es evidente, y Selene parece más segura a cada segundo que pasa con los chicos.

—Todos están poniendo de su parte —contesto entonces—. Selene no es una presencia que se pueda ignorar.

Marta sonríe ante mi respuesta y me lanza una mirada de reojo.

—¿Lo dices por experiencia propia? —bromea, y yo de pronto siento que quiero desaparecer.

—Ahora entiendo de dónde ha sacado Roy su personalidad —protesto, ignorando deliberadamente la pregunta, a lo que ella suelta una carcajada desvergonzada. Acto seguido, me palmea en el brazo con afecto y se dirige hacia la mesa en la que se han sentado Alice y Liam.

Justo entonces, Ethan hace acto de presencia haciendo que una repentina ráfaga de aire frío inunde el local. Para sorpresa de todos, viene acompañado.

—¿Llegamos tarde? —pregunta nada más cruzar la puerta, con Lucy pocos pasos por detrás con pinta de estar planteándose si todavía está a tiempo de dar media vuelta mientras masculla un saludo colectivo.

Por desgracia para ella, Selene se vuelve al segundo siguiente. Su sorpresa al verla es evidente, pero esta no tarda en verse sustituida por una sonrisa enorme que le ilumina el rostro. En tres rápidas zancadas ya la tiene abrazada con un agarre férreo.

—¡Estás aquí! —exclama, encantada.

El sonrojo de Lucy le llega hasta las orejas, y no tiene valor para mirar a nadie a la cara mientras masculla:

—Te dije que me lo pensaría...

Ante eso, Selene afloja el abrazo solo para poder mirar a Ethan más allá del hombro de Lucy. Intercambia una mirada silenciosa con él y arquea una ceja. Ethan, para mi eterna perplejidad, parece acobardado e incómodo de pronto.

—Se lo mencioné de pasada el sábado. No dijo que no —explica, encogiéndose de hombros mientras se quita la cazadora. Su voz no vacila en ningún momento, pero se niega a mirar a nadie a los ojos.

Roy, a pocos pasos de distancia, sonríe de pronto, encantado y con el aroma de la travesura rodeándolo como un manto. Ni corto ni perezoso, se acerca hasta su mejor amigo y se apoya en su hombro.

—Qué amable eres, Ethan querido. —El comentario se gana un agudo codazo bajo las costillas, pero él no se da por enterado y fija su atención en Lucy, quien por fin se ha librado del agarre mortal de Selene—. Bienvenida a nuestro macrodesayuno de principios de mes —declara con voz de camarero practicada, tan dulce y servicial que resulta hasta ridícula—. Es una tradición que llevamos practicando desde generaciones, fundada por nuestros tataratatarabuelos al llegar a estas montañas y que como ves, seguimos manteniendo aún a día de hoy. En cuanto al menú, tenemos desde tostadas y café básico, hasta sándwiches elaborados magistralmente, fríos o calientes, repostería variada, infusiones traídas desde...

—Oh, por Dios, Roy, cállate ya.

La reprimenda de Marta lo corta en seco, aunque ella también parece estar divirtiéndose por toda la palabrería improvisada de su hijo. Sin embargo, en vez de unirse a la conversación, lo que hace es lanzarle al pecho un delantal salido de la nada y señalarle la cocina con un gesto.

—Tú te vienes conmigo, jovencito. Ya que no estoy ganando dinero por vuestra culpa, al menos me vas a ayudar a preparar todo.

Roy, por supuesto, no protesta. Nunca es capaz de llevarle la contraria a su madre y hoy no va a ser el día en el que cambien las cosas. No obstante, sugiere una segunda opción al mandato inicial:

—Tengo una idea mejor. —Sonríe, cual zorro malévolo, y agarra a Ethan por el hombro con dedos de hierro—. Mamá, tú descansa. Hay manos suficientes aquí. Ethan, acompáñame a mis dominios.

Acto seguido, procede a arrastrarlo hacia las cocinas sin miramientos y con la mirada determinada de obtener todas las respuestas que anda buscando, sean cuales sean esas. Y, entonces, sin previo aviso, pero no para mi sorpresa, Selene se acopla con una sonrisa entusiasmada.

—Yo también me apunto —declara, y al instante queda claro que Ethan tiene muy pocas probabilidades de sobrevivir. La risa encantada de Roy solo afianza mis temores.

Liam, sentado todavía frente a Alice, es quien lanza el primer suspiro de la mañana.

—Ven a sentarte, Lucy —sugiere, con un tono de voz que evidencia que se está armando de paciencia para todo el día—. No saldrán de ahí en un buen rato.





Jared reaparece de nuevo una media hora después, con un brochazo de pintura azul en la barbilla y los dedos salpicados de rojo y verde. A su lado, Annie avanza sosteniendo orgullosa un dibujo de una casa torcida junto a un bosque representado por tres árboles y lo que parece ser un perro salchicha marrón.

—¡Es un lobo! —aclara ofendida cuando Lucy le pregunta si es su mascota. Después, señala la cabeza del animal con un dedo manchado de témperas—. Tiene los ojos amarillos, ¿ves?

En realidad, al lobo apenas se le ven los ojos, pues las acuarelas se han mezclado y el amarillo casi ha sido tragado por el marrón. Aun así, Lucy asiente, dándole la razón aunque está claro que no entiende nada.

Para evitar que Annie diga nada más comprometedor, Alice se la lleva con la excusa de limpiarle las manos manchadas. También se lleva el dibujo y Lucy frunce el ceño, confundida.

—¿No ibais a pintar un ratón? —le pregunto entonces a Jared.

—Y lo hicimos. Y un conejo también. —Con un suspiro cansado, se deja caer en el asiento libre al lado de Liam—. Pero mientras esos se secaban decidió pintar otro. El Ratoncito Pérez y el Señor Orejas están a buen recaudo sobre el sofá, pero este quería dárselo a Roy.

El mencionado sigue abducido en la cocina, junto con Ethan y Selene preparando Dios sabe qué. Sin embargo, Marta nos ha aligerado la espera sirviéndonos café. Liam le tiende el suyo, casi intacto, a Jared, quien lo acepta con un gesto agradecido.

—¿Desde cuándo os habéis intercambiado los papeles? —pregunta, alternando la mirada entre un cansado Jared y yo.

Jared se toma su tiempo en tomar un largo trago de su nueva y amarga adquisición antes de pronunciar cuatro palabras que lo explican todo:

—Prácticas en el hospital.

La mirada que le lanza Liam es indescifrable, pero Jared lo ignora a favor de continuar vaciando el contenido de la taza. Entonces, Lucy cruza los brazos por encima de la mesa y se inclina hacia delante.

—Jared, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro. —Se encoge de hombros.

—¿Ivi y tú habéis roto?

La bomba cae sin previo aviso, y Jared al instante se atraganta con el café. Tose con violencia, dejando la taza a duras penas y lanzándome entre medias una mirada desesperada de auxilio. Pero, ¿qué puedo decir al respecto? Ni siquiera yo entiendo muy bien cómo están las cosas entre ellos dos ahora mismo —más allá del evidente y tenso punto muerto— y decirle la verdad está fuera de discusión.

—No... No hemos roto.

La respuesta de Jared sale ahogada, dolorida, y sin aliento. No nos mira a ninguno, y se dedica a alcanzar una servilleta de papel para limpiar las pocas gotas que han conseguido caer sobre la mesa. Lucy no le quita los ojos de encima.

—Pues entonces explícame por qué os evitáis como la Peste cuando tu supuesta novia sigue en rehabilitación postraumática y deberías ser tú uno de los que más apoyo tiene que darle.

La acusación es un golpe bajo que hace que los dedos de Jared se crispen. Tenso y nervioso, arruga la servilleta entre sus manos sin compasión alguna. Intercambio una mirada con Liam, sin saber cómo sacar a mi mejor amigo de esta o cómo cambiar de tema sin que resulte evidente que estamos ocultando algo.

—Es... complicado —atina a decir Jared, negándose a dirigirle un solo vistazo a Lucy.

—Pues explícamelo —insiste. No tiene piedad—. Explícame por qué, si no habéis roto, has desaparecido de su vida de la noche a la mañana y ella con suerte te nombra. ¿Qué le has hecho, Jared?

—N-Nada —farfulla, y sus dedos vuelven a arrugar la servilleta con vicio. Parpadea, y en sus ojos aparece un reflejo dorado que hace que, sin pensar, le dé un puntapié en la espinilla por debajo de la mesa. Pega un bote, pero su mirada vuelve a ser azul. Ancla su atención en la mesa—. Hemos tenido ciertas... discrepancias. Eso es todo. Estamos intentando solucionarlo.

Lucy frunce el ceño y, todavía con los brazos cruzados, se reclina en su asiento.

—Discrepancias —repite despacio, dejando bien claro que no se lo está creyendo. A su lado, Liam alcanza su móvil en silencio para mantenerse prudentemente alejado de la conversación—. ¿Puedo saber de qué tipo?

—¿No es eso algo personal? —Intenta salirse por la tangente forzando una sonrisa. Lucy ni siquiera parpadea.

—Eso me es indiferente. Soy una de sus mejores amigas y quiero respuestas. Ivi lo está pasando mal, tú no estás ahí para ella y quiero saber por qué.

—No es... —Su posible argumento muere antes de llegar a ser pronunciado. En su lugar, Jared inspira hondo y, por fin, recupera el control de sus expresiones. Alza la mirada hacia Lucy. Está serio—. Es Ivi la que está manteniendo las distancias, no yo.

—¿Por qué?

Es evidente que Lucy todavía quiere obtener respuestas, pero también que no se esperaba la franqueza con la que la está contemplando Jared. La mayoría de la gente está acostumbrada a la versión risueña y alegre, la que parlotea y bromea sin parar a la vez que hace gala de un ego enorme. Pero ese Jared no se encuentra hoy. En su lugar, el que está sentado ahora mismo a la mesa es la versión desprovista de actuación, la que frunce el ceño, tiene ojeras y tics nerviosos, apenas habla y esconde sus pensamientos bajo una mirada fría e inaccesible.

—Eso tendrás que preguntárselo a ella —contesta, dejando claro que no quiere hablar más del tema.

Le miro preocupado, temiendo que esta conversación le haya vuelto a hacer caer en el pozo deprimido y frustrado del que apenas acaba de salir, pero él me ignora.

Justo cuando el momento amenaza con volverse todavía más incómodo de lo que ya es, Ethan aparece como por arte de magia y, ni corto ni perezoso, se acerca a Lucy y la abraza desde atrás. Toda su persona huele a repostería, y en cada mano lleva un tarro de mermelada diferente.

—Necesitamos tu opinión —anuncia, ignorando por completo la forma en la que Lucy se sonroja por la repentina cercanía y alzando cada tarro para que pueda verlos bien—. No nos decidimos por un sabor para rellenar unos pasteles.

—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —protesta ella, incómoda. Tiene la cabeza de Ethan prácticamente sobre la suya.

—Porque Roy y Selene no se ponen de acuerdo, Marta y Alice nos están ignorando y según ellos, mi criterio es penoso —explica, refunfuñando ofendido en la última parte. Entonces retrocede un paso, para el alivio de Lucy, y se coloca frente a ella—. Así que, necesitamos una tercera opinión antes de que esos dos acaben incendiando algo. ¿Puedes venir conmigo a detener la guerra?

Ante la mirada expectante de Ethan, Lucy es incapaz de decir que no. Reprime un suspiro y asiente, arrancándole a él una sonrisa encantada a la que ella no hace caso. En su lugar, le lanza un último vistazo penetrante a Jared, una promesa en sí misma de que la conversación solo se ha puesto en pausa, y se pone en pie.

Ethan la guía hacia la cocina parloteando quejas hacia Selene y Roy, y los tres que quedamos en la mesa los vemos desaparecer por la puerta de la cocina que hay tras el mostrador. No entiendo muy bien qué acaba de pasar, al menos hasta que veo que Liam vuelve a dejar el móvil encima de la mesa, en el mismo sitio donde había estado antes de que Lucy comenzara su interrogatorio. Se vuelve hacia Jared.

—¿Estás bien?

—Sí. —Lo dice con un suspiro, pero parece ser sincero. Tiene pinta de estar cansado, más que cualquier otra cosa.

—¿Crees que deberíamos decírselo? —pregunto yo entonces, aunque sin tenerlas todas conmigo—. Dudo que te deje en paz hasta averiguar lo que ocurre.

Pero Jared se encoge de hombros, y alarga el brazo para alcanzar la olvidada taza de café, ya frío. Bebe lo poco que quedaba de un solo trago.

—Si Ivi quiere contárselo, que lo haga —dice sin emoción—. O cualquiera de vosotros, para el caso. Yo no pienso hacerlo. Ya he sido la causa de suficientes traumas.





Por fortuna para todos, el resto de la quedada transcurre sin mayores incidentes. Lucy no vuelve a tener la oportunidad de acorralar a Jared; Selene, Ethan y Roy se encargan de mantenerla distraída con diversos debates y temas.

Como siempre, la cocina de Roy es deliciosa y nadie tiene queja alguna con respecto a la comida. Marta y Alice nos acompañan a la mesa, conversando entre ellas como viejas amigas que no se han visto desde hace mucho. Annie, por supuesto, pasa de regazo en regazo y de silla en silla, entreteniéndose contándonos sus peripecias en el colegio o los últimos dibujos que ha visto en la tele. No para quieta, pero a ninguno nos importa hacerla el centro de nuestra atención.

Poco antes del mediodía decidimos marcharnos por unanimidad para que Marta pueda abrir el restaurante a gusto y sin estar nosotros entorpeciendo. Entre todos, recogemos tanto la sala de mesas como la parte de la enorme cocina que se ha usado y Marta nos despide uno a uno con un abrazo y repartiendo las sobras en bolsas de papel para llevarlas a casa.

Cuando llega mi turno, la madre de Roy me estrecha entre sus brazos con fuerza. Antes de que pueda apartarme, me besa en la mejilla y me sonríe mientras se toma la libertad de peinarme con los dedos.

—No sabes lo que me alegra verte tan animado otra vez —reconoce con una sonrisa. Yo se la devuelvo con torpeza, incómodo, y ella añade—: Es una chica maravillosa —murmura, observando cómo Selene se despide de Annie con un juego de manos. Roy, a su lado, se ríe de su hermana cuando esta se equivoca—. A tus padres les hubiese gustado conocerla.

Vuelvo a sonreír, esta vez con amargura. El recuerdo de ambos escuece, y el saber que nunca podré conocer su opinión sobre Selene, ni sobre nada de lo que me espera en la vida, duele más de lo que estoy dispuesto a admitir. Aun así, la mano que me coloca Marta en la espalda es cálida y reconforta. De alguna manera, el gesto mantiene a raya las lágrimas.

—Lo sé —reconozco a media voz—. Creo que se habrían llevado genial.

—Por supuesto que sí —asegura ella, frotándome la espalda con cariño.

No nos quedamos mucho más después de eso.

En cuanto Alice recuerda que Jared tiene el coche en mi casa, extiende mi invitación de quedarme a comer también a él. Por supuesto, Jared no tiene oportunidad alguna de negarse, y tanto Selene como yo nos reímos de su expresión resignada y de la sonrisa triunfante de Alice. Es agradable descubrir que la mujer no ha cambiado en absoluto y que sigue tan vivaz y decidida como la recordaba de mi infancia.

De hecho, es ella la que mantiene a voz cantante de la conversación mientras conduzco hacia su casa, centrándose sobre todo en recordarnos, tanto a Jared como a mí, la cantidad de travesuras que éramos capaces de hacer en un solo día de vacaciones.

—Y cómo olvidar aquella vez en la que quisisteis ir con las canoas al lago y escogisteis precisamente la que tenía una fuga —está diciendo, riéndose abiertamente de nuestras viejas desgracias—. Tuvisteis que regresar nadando desde el centro del lago.

Su carcajada inunda el coche, seguida al instante por Selene. Le lanzo una mirada traicionada, pero ella está más ocupada imaginándose la escena. Jared, sentado junto a Alice en la parte de atrás, resopla y se cruza de brazos luciendo ofendido.

—Samuel nos echó una bronca de media hora por eso —protesta, aunque los dos sabemos, ahora, que el padre de Ethan tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado por nuestra imprudencia.

—Teníamos doce, creo —comento entonces mientras me adentro en la calle de la casa de Alice, haciendo memoria e intentando recordar fechas a través de eventos y campamentos.

—Trece —corrige Jared, haciendo gala de su odiosa buena memoria—. Fue el mismo verano en el que Liam se rompió el brazo escalando.

—De verdad que no sé cómo es que seguís de una pieza —dice Selene—. ¿Tan complicado os es quedaros quietos durante cinco minutos?

Jared, detrás de ella, suelta una carcajada y se inclina hacia delante para asomar la cabeza entre los asientos delanteros.

—Pasa primero un verano con nosotros, Sherly, y lo entenderás todo.

La primera respuesta de Selene es golpearlo en la coronilla.

—Como me rompa algo por vuestra culpa me encargaré personalmente de dejaros inválidos —espeta amenazante.

Ahora el que ríe soy yo.

—¿Como tu novio también tengo que darme por aludido?

—No. De ti ya se encarga mi padre.

Al instante, un escalofrío desagradable me recorre la columna. Jared estalla en una carcajada irritante justo en mi oído y, de no ser porque estoy aparcando, le habría clavado un codazo en medio de la cara. Alice y Selene también se ríen, por supuesto, y yo ruedo los ojos preguntándome qué he hecho para merecer semejante suerte.

—Me pregunto si mamá habrá llegado ya —comenta Selene hacia nadie en particular cuando nos bajamos del coche.

—¿Hasta qué hora trabajaba? —pregunto.

—Hasta las...

No llega a terminar la frase y se detiene, confundida. En la acera, esperando delante de su casa, se encuentra una de las últimas personas que esperaba ver en mucho tiempo.

—¿Adam? —farfulla, y el mencionado reconoce nuestra presencia separándose de la farola en la que había estado apoyado. Mete las manos en los bolsillos de su abrigo, pero no hace ningún otro amago de acercarse.

—Alice —saluda, haciendo oídos sordos a su prima, y su voz resulta tan apática y grave como recordaba. Llevo sin verlo meses.

El hermano de Mark nos ignora a todos menos a su abuela, aunque a mí me lanza un rápido vistazo que no consigo interpretar. El aire se tensa. Su mera presencia parece ahogar tanto como lo hace el propio Mark. Se parecen demasiado, excepto que a Adam le falta la sonrisa irónica y cruel de su hermano. De hecho, no sonríe en absoluto; no hay emoción alguna en su rostro.

—A-Adam... —Alice apenas consigue salir de su estupor, y da un paso en su dirección, con los brazos en alto como si pretendiera abrazarlo. Cambia de opinión al segundo siguiente y toda su persona parece hundirse y encogerse. Contempla a su nieto con el ceño fruncido y el rostro lleno de dudas—. ¿Qué haces aquí?

—Necesitamos hablar —dice, y de alguna manera logra que esas dos palabras resuenen como una especie de orden—. Me debéis algunas respuestas.

Solo entonces se digna en mirar a Selene. En sus ojos hay confusión y rabia, una mezcla discordante que me pone los pelos de punta. Por segunda vez en menos de un minuto, el desagradable y reciente recuerdo de Mark me sacude.

No pienso formar parte de esta conversación.

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