Capítulo 3
El tintineo de unas campanillas nos da la bienvenida en el local cuando Ivi abre la puerta de forma apresurada. Llueve, y las tres estamos empapadas de la cabeza a los pies. Jadeantes, nos apartamos de la entrada para dejar salir a unos clientes y nos tomamos unos segundos para recuperar el aliento. Aquí dentro hace calor y no aguanto mucho tiempo con la chaqueta abrochada.
—¿Siempre se pone a llover así de la nada? —pregunto sin poder evitarlo, mirando por la ventana hacia la calle llena de charcos relucientes por los faros de los coches. El cielo está tan encapotado que parece que está a punto de anochecer cuando, en realidad, apenas son las tres de la tarde.
—Bastante... Sobretodo en esta época —reconoce Lucy, retirándose el pelo empapado de la cara.
Ivi, a su lado, compone una mueca de disgusto. Su mirada está clavada en la clientela del restaurante, abarrotado a estas horas, en busca de una mesa libre.
—Se suponía que hoy iba a hacer sol —refunfuña—. Oh, esos de ahí se están levantando, vamos.
La seguimos entre las mesas hasta el sitio libre que acaban de dejar una pareja de ancianos. Está al lado de las ventanas y todavía está llena con los platos de los clientes anteriores. Ivi ya se está quitando la cazadora, pero yo prefiero asegurarme y detengo a un camarero que va cargado con una bandeja llena con otro pedido.
—Perdona —me disculpo. Parecía llevar prisa—. ¿Podemos sentarnos o tenemos que esperar a...?
El camarero, un chico de pelo cobrizo y ojos grises, mira hacia la mesa que le señalo y sonríe con la sonrisa cordial que le otorga su oficio. Tiene la cara cubierta de pecas.
—Oh, no, podéis sentaros —asegura—. Enseguida lo recojo y os atiendo.
—Gracias. —Pero él ya se está alejando en dirección a la cocina.
—Y ese, amiga mía, es el hijo de los dueños —proclama Ivi justo cuando me siento.
La contemplo sorprendida.
—¿De verdad? —Me vuelvo para intentar verlo una vez más, pero ha desaparecido.
Ivi asiente y sonríe, divertida, y a su lado Lucy pone los ojos en blanco mientras murmura algo sobre cotilleos inevitables y estudia la carta del restaurante.
—¿Es que conoces a todos los chicos del pueblo? —ironizo.
—No a todos, solo a los interesantes. —Alza las cejas con sugerencia y yo río negando con la cabeza—. Además, Roy iba conmigo a clase en secundaria. Tiene una hermana muy adorable. ¿A que sí?
De pronto, mira hacia la derecha y yo doy un respingo al descubrir al mencionado junto a nuestra mesa. ¿Cuándo ha llegado? Él no contesta enseguida, pero esboza una sonrisa torcida y se pone a recoger los platos. Cuando se incorpora, le dedica a Ivi una mirada digna de un zorro malicioso.
—Lo es —reconoce—, pero cuidado con los rumores que esparces sobre mí, Ivi, o te pondré una orden de alejamiento por cotilla y stalker obsesionada.
Ella, lejos de amedrentarse, le sonríe encantadora y apoya un codo en la mesa recién limpiada, colocando la barbilla sobre su mano.
—¿Es que te permiten amenazar a los clientes mientras trabajas?
—Ah, ¿pero eres acaso un cliente? —cuestiona él a su vez. No obstante, le tiende la hoja del menú.
—Por supuesto que lo soy —replica mi amiga, ignorando mi cara de desconcierto general y de nula comprensión sobre la conversación—. De hecho, voy a pedir...
Ni ella puede desvelar qué quiere para comer ni Roy puede soltar el comentario que estaba más que claro que se guardaba pues otro camarero, cargado con una jarra de agua y un cesto con pan, lo coge del brazo para llamar su atención.
—Son y media ya, Roy —le comunica, sañalándole un reloj que hay en la pared detrás del mostrador—. Como no te des prisa vas a llegar tarde.
Roy palidece de inmediato y la urgencia queda plasmada en su cara, como si de repente le hubiesen prendido fuego o amenazado de muerte.
—Mierda. Mi madre me va a matar como Annie espere otra vez, y sobretodo con la que está cayendo —masculla, con la calma perdida. Sin que parezca que le importe nada más, se aleja de nuestra mesa y comienza a desatarse el delantal que lleva atado a la cintura—. Atiéndelas tú —pide—. Ivi, chicas, lo siento, otro día hablamos.
Las tres lo vemos soltar la prenda encima del mostrador, ganándose una reprimenda de una mujer que se parece demasiado a él, y querer salir corriendo del local. Y recalco querer porque justo en ese momento se tropieza con un grupo de cinco chicos que acaban de abrir la puerta. Parece que se conocen, pero no consigo entender lo que se dicen antes de que Roy continúe su carrera y salga a la calle sin que parezca importarle la lluvia.
—Entonces... —la voz del otro camarero me obliga a regresar a mi presente—. ¿Qué van a tomar?
Yo ni siquiera he mirado el menú, así que no tengo ni idea de qué es lo que sirven aquí. Lo cierto es que esta quedada ha sido una improvisación de último momento por parte de, otra vez, Ivi y su "es demasiado pronto para volver a casa".
Pero ella también parece estar sorprendida y por un momento pierde el hilo de sus pensamientos, poniéndose a leer la carta a toda velocidad para no hacer al chico esperar demasiado. Es Lucy la que nos saca del apuro:
—Una césar y unas patatas, por favor. Y de beber agua.
El camarero asiente, escribe el pedido en una pequeña libreta y luego nos mira a nosotras, interrogante. Yo, agobiada, no me lo pienso demasiado:
—Lo mismo.
—Que sean tres —añade Ivi al instante y, cuando intercambiamos miradas, ambas debemos esforzarnos por no reír a carcajada limpia.
Solo cuando él se aleja nos permitimos soltar la risa que estábamos conteniendo. Lucy, en cambio, solo niega con la cabeza, dándonos por perdidas.
—De acuerdo, eso ha sido incómodo —reconozco.
Ivi le quita importancia sacudiendo la mano.
—No te preocupes. Teniendo en cuenta quiénes son sus amigos, este restaurante ha visto cosas más raras. ¿Verdad Lucy?
—No pienso meterme —declara ella al instante.
—Oh, vamos. —El tono de su voz se asemeja al de una queja y creo que no hace un puchero por muy poco—. Dices eso, pero bien feliz que estabas cuando viste que él estaba en tu misma carrera, ¿eh?
Eso despierta mi interés en menos de un parpadeo y, como atraída como con imán, me inclino sobre la mesa para poder escuchar mejor.
—¿Él? —repito—. ¿Quién es él? ¿Roy?
Pero Lucy ha adquirido el color de un tomate y hace malabares con Ivi para intentar taparle la boca mientras la segunda se ríe sin pena alguna. Como puede, señala dos mesas más allá de nosotras, a mi espalda, hacia el grupo de chicos que detuvieron a Roy en la puerta. Procuro estudiarlos por el rabillo del ojo sin resultar demasiado evidente, aunque Lucy me obliga a volver a mirarla a ella antes de que pasen apenas dos segundos y pueda distinguir algún rostro. Creo que mi cuello acaba de crujir.
—¡No mires!
—Vale, vale. Pero más cuidado, que me rompes el cuello.
Me suelta al segundo y parece querer poder esconderse debajo de la mesa.
—Lo siento es que... ¡Ivi! —se queja, lloriqueando, y la sacude por el hombro como queja por el mal rato que está pasando.
—Oye, que tampoco es para tanto. Ni que lo hubiera gritado a los cuatro vientos... Dudo que nos hayan oído, además de que no he dicho su nombre. No seas tan dramática.
—¡Has dicho más que suficiente!
—¿Podéis ponerme al corriente, por favor? —pregunto entonces, harta de no estar enterándome de nada.
Y es entonces, justo cuando nos llega la comida, que Ivi pone una expresión de que le he dado luz verde a algo bastante problemático. Se apodera de una patata en cuanto el plato queda delante de ella y, empuñando el tenedor con demasiado entusiasmo, procede a explicar:
—No creo que te haya dado tiempo a ver nadie por culpa de esta exagerada —Lucy la mira mal pero ella la ignora y se mete un tomate en la boca—, pero el mejor amigo de Roy, Ethan, ahí presente, es el crush de Lucy desde bachillerato. El problema, mi querida Selene, es que es demasiado tímida como para cruzar dos palabras con él.
—Y ahora comparten carrera —añado.
—Exacto.
Miro a Lucy, que come con pena y bochorno su porción de ensalada, y descubro que sus orejas están rojas de la vergüenza. Siento pena por ella; Ivi es demasiado directa.
—Suerte —es lo único que digo.
Ella asiente y masculla un gracias.
Durante la siguiente media hora nos dedicamos a comer y a charlar sobre temas que procuro que no incomoden tanto a Lucy, aunque más de una vez la sorprendo lanzando miradas fugaces más allá de mí, en su dirección.
—Ah, estoy llena —suelta Ivi con un suspiro satisfecho, reclinándose sobre el respaldo de su asiento—. La comida de este restaurante está demasiado buena.
Fuera sigue lloviendo como si no hubiera un mañana y cuesta creer que a primera hora el sol hizo acto de presencia. El ambiente húmedo que se ve através de la ventana y el dejar de sentir el hambre corroyendo nuestros estómagos causa que nos invada un sopor increíble y que la mesa se quede en un silencio extraño, sin llegar a ser incómodo pero sí vacío, ausente y meditabundo, cada una perdida en sus propios pensamientos.
—Voy a ir a por un café —declaro entonces, poniéndome de pie—. A este paso me voy a quedar dormida y, como ninguna tiene paraguas, no podemos irnos todavía.
Ivi asiente y Lucy me pide que le traiga otro a ella también, con leche y mucho azúcar.
De camino al mostrador paso al lado de la mesa de los chicos, pero, por mucho que quiera descubrir quién es tal Ethan, no tengo ni idea de qué aspecto tiene y lo único que puedo hacer es descartar al chico que reconozco como Jared y que, siendo sincera, no me esperaba encontrar aquí, mucho menos en el mismo grupo.
Entonces, Roy vuelve a hacer acto de presencia, esta vez acompañado de una niña de unos diez u once años que corre hasta una puerta que pone "Personal" dejando tras de sí un rastro de pisadas de agua mientras una mochila amarilla rebota en su espalda.
—Hola de nuevo —saludo cuando paso junto a él.
Roy, que estaba concentrado en cerrar un paraguas, alza la mirada, extrañado. Tarda un par de segundos en reconocerme.
—Oh, hola. Eres una de las amigas de Ivi, ¿no? —Asiento—. ¿Os vais ya?
—No, a no ser de que tengas el poder de detener la lluvia. Iba a por unos cafés.
Él ríe, comprendiendo.
—Que os aprovechen entonces —dice, y se va a juntarse con sus amigos.
Lo reciben risas y burlas, todo entremezclado en un ambiente alegre y amigable que parece no tener fin. Uno de ellos suelta algo que no logro entender y Roy le contesta sacudiendo el paraguas empapado en su cara. Las carcajadas no se hacen esperar.
—Te lo tenías merecido, Ethan —ríe Jared, y por fin el flechazo de Lucy acaba teniendo rostro y voz para mí.
Es el único del grupo, aparte de Jared, que es rubio.
Cuando le veo sacudirse el pelo con rabia para secarlo un poco, decido que es suficiente cotilleo y regreso a mi principal objetivo: los cafés.
No tardan en servírmelos y el siguiente problema que encuentro es que me han llenado ambas tazas hasta el borde. ¿Cómo voy a hacer para llegar hasta mi mesa sin derramar nada?
Con duda, me vuelvo de nuevo hacia la señora que me había atendido y que tanto parecido tiene con Roy. Supongo que es su madre.
—Perdona...
Pero no puedo continuar, pues, de la nada, sobresaltándome, exclama:
—¡Roy! —vocifera—. ¡Que llegas tarde a clase! ¡Deja de entretenerte!
—¡Ya voy!
Tanto a la madre como al hijo parece que les da igual que estén en medio de un local con más gente, supongo que es porque el restaurante es suyo. Miro por encima del hombro, esperando ver a Roy viniendo hacia aquí, pero el hecho es que apenas se ha movido dos pasos, enfrascado en la conversación que mantiene con sus amigos. Vuelvo a mi problema:
—Esto, perdona...
Pero, de nuevo, no puedo terminar la frase, esta vez por culpa de otro camarero que ha llegado al mostrador y que parece necesitar instrucciones de su jefa. Suspiro, ya sin paciencia, y decido que da igual. Cojo las dos tazas como puedo y avanzo a pasos cortos y de tortuga, con la mirada fija en el café que se tambalea de forma peligrosa en el borde.
—No te caigas, no te caigas... —murmuro entre dientes, concentrada en mantener el equilibrio y el pulso inamovible.
Y, entonces, cuando ya solo me quedan la distancia de dos mesas para llegar, todo desemboca en desastre:
—¡Roy!
—¡Que ya voy!
Roy se da la vuelta con rapidez, harto de que su madre le meta prisa, y su codo choca conmigo. Como reacción en cadena, las tazas salen volando y el café, ardiente y humeante, acaba en el suelo, en la mesa y, lo que es peor, en la camiseta de uno de sus amigos. En el suelo solo hay porcelana rota.
—Mierda. —Es lo único que se escucha en todo el silencio que se ha instaurado en el grupo.
El que ha hablado ha sido Roy, pero yo tengo la mirada puesta en la verdadera víctima de todo el accidente, quien contempla la mancha marrón que se ha extendido por su ropa como si no comprendiera muy bien por qué está ahí.
De pronto, entro en pánico.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! —exclamo, apresurándome a coger unas servilletas e intentar arreglar todo aquel desastre—. ¿Estás bien? ¿Te has quemado?
El chico por fin parece ser capaz de reaccionar y se pone en pie con cuidado. Tiene café hasta en los pantalones y yo solo deseo poder morirme.
—¡De verdad que lo siento!
—No... —Ni siquiera parece saber qué contestar—. No pasa nada. No ha sido tu culpa.
—Claro que no —añade Jared—. Ha sido la de Roy por no mirar por dónde camina. —Y estalla en carcajadas, como si no le importara que su amigo esté en tal estado.
—¡Oye! ¡Ha sido un accidente! —Luego se vuelve hacia su otro amigo—. Alec, lo siento.
—Como que ya da igual, ¿no? —masculla Ethan, y por su tono parece estar divirtiéndose de toda la situación.
—Ethan —lo reprende otro, un tipo enorme que está sentado a su izquierda.
—¿Qué? Hagas lo que hagas esa camiseta ya está arruinada.
Señala la prenda y yo recuerdo que tengo al chico al lado goteando café. No se ha pronunciado en ningún momento, pero ni me atrevo a mirarlo a la cara de toda la vergüenza que siento ahora mismo y sigo intentando limpiar algo con las servilletas.
—De verdad que lo siento —mascullo.
Sus dedos agarran mi muñeca, deteniéndome, y yo me encojo en mi sitio.
—Da igual, en serio —dice, hablando por primera vez. Suena resignado—. Como dice Ethan, ya no tiene remedio. Aunque bien podrían morderse la lengua —gruñe en su dirección y Jared ahoga otra risa.
Aunque eso último no estaba dirigido a mí, siento que la cara me arde del bochorno y solo puedo contemplar su camiseta, antes blanca y ahora marrón. Me quiero morir. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?
Alzo la mirada, dispuesta a disculparme una vez más, y me encuentro con unos ojos azules, serios y cansados, enmarcados por un pelo negro y ondulado. Abro la boca, pero ningún sonido llega a surgir de ella pues otra persona hace acto de presencia:
—¿Qué ocurre aquí?
Es la mujer del mostrador.
—Mamá.
La voz de Roy suena arrepentida, pero su madre solo tiene ojos para su amigo.
—Oh, Dios mío, Alec, estás hecho un desastre —dice horrorizada, aunque enseguida recupera el control de la situación—. Ven, no puedes quedarte así. Deberíamos tener alguna camisa limpia en la trastienda.
Alec asiente y me suelta por fin. Justo entonces aparecen Ivi y Lucy, que me miran preocupadas. No digo nada, pues la escena habla por sí sola.
—Y tú —sigue diciendo la mujer, esta vez hacia su hijo, quien se encoge con un respingo—. Limpia esto.
—Pero...
—Y más te vale no llegar tarde a clases.
Dicho esto, da media vuelta y arrastra a Alec, bajo la atención de todo el mundo, hasta la misma puerta donde momentos antes había desaparecido la niña. Roy, a pocos pasos de mí, suspira y se revuelve el pelo, frustrado y de mal humor.
—De todas formas ya voy tarde —es lo único que dice antes de ponerse a limpiar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top