Capítulo 20.
—¿Qué haces aquí?
Las palabras de Alec son apenas un gruñido inconexo lleno de rabia mientras da un paso al frente. Por lo tenso que está, puedo adivinar que se está controlando para no abalanzarse sobre Mark en este preciso momento.
El aludido, por el contrario, se detiene a pocos pasos de las escaleras, hace una floritura con la mano y esboza una sonrisa torcida.
—Nada en especial, en realidad. Solo quería ver cómo te había estado yendo este último año. —Acaba la frase casi en un susurro. Su sonrisa desaparece y se le oscurece la expresión—. ¿No te parece injusto? Tú aquí, viviendo como si nada, despreocupado, cuando mi hermano ha llegado incluso a mudarse sin decirle nada a nadie... Te recordaba más empático, Alec.
La frase suena a acusación y está llena de rabia y yo no puedo evitar preguntarme qué clase de relación tienen ambos y qué es lo que ha pasado para que Alec actúe así. Al mismo tiempo, intento no pensar demasiado en el hecho de que él también es un licántropo y que, ahora mismo, estoy en medio de dos muy cabreados.
No entiendo de qué están hablando, y tampoco tengo el valor suficiente para hacer ningún movimiento. Alec, a medio paso por delante de mí, se tensa y sus puños se cierran con violencia. Le rechinan los dientes.
—¿Más empático? —Suena incrédulo, furioso—. Tienes que estar bromeando. Destrozasteis mi vida. ¿Qué más quieres de mí?
Ante esa pregunta, Mark suelta una espeluznante carcajada. De pronto, un retorcido buen humor se apodera de él.
—¿De ti? Nada en absoluto. —Vuelve a torcer una sonrisa—. No eres tan importante como te piensas. Como he dicho, solo tenía curiosidad.
Alec vuelve a gruñir.
—Largo —escupe con asco. Es como si no soportara tenerlo delante, como si Mark fuera el origen de todos sus males.
Mark, en cambio, lo único que hace es ampliar su sonrisa y meter una mano en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Alza la que tiene libre, se rasca una ceja con un nudillo y se encoje de hombros.
—Podría irme pero... —De pronto, su mirada viaja de Alec a mí—. ¿Qué vas a hacer con ella? Tus ojos son amarillos, Alec. ¿Qué harás? ¿Mentirle en la cara?
Se me corta el aliento y, por instinto, retrocedo un paso. No se supone que debería estar escuchando esto, y tampoco verlo. Los ojos de Mark, por el momento oscuros, humanos, me traspasan de lado a lado como si fuesen capaces de ver a través de mí. Me recorre un desagradable escalofrío y lo único que quiero es estar en cualquier otra parte.
Tengo que salir de aquí.
De pronto, Alec da un paso y se interpone entre ambos, arrancándome de mi aturdimiento y ocultándome de Mark. Tomo una brusca bocanada de aire, aturdida y mareada por la sensación de peligro que me inmoviliza y que me impide pensar con claridad.
—Ella no tiene nada que ver con esto —declara, tenso—. No la involucres.
Su frase se convierte en una clara advertencia, pero no me permito el lujo de sentirme aliviada.
—Oh, Alec. No te equivoques. —Mark parece estar divirtiéndose de lo lindo poniéndolo de los nervios—. Lo has hecho tú, no yo. Yo solo estoy aquí por mi hermano. Tú no me importas en lo más mínimo. Bueno, no, miento. En realidad estoy bastante cabreado. Por tu culpa Adam se niega a volver conmigo, con su familia. ¿Cómo piensas responsabilizarte de eso?
¿Adam?
Ese nombre levanta alarmas en mi cabeza, pero, una vez más, la voz incrédula de Alec me desconcierta.
—¿Responsabilizarme? —Avanza otro paso y Mark vuelve a quedar a la vista—. No te atrevas a utilizar esa palabra conmigo. —La profundidad de su gruñido es más como el de un animal. Como el de un lobo a punto de saltar—. Tu padre...
—No termines esa oración si no tienes pruebas, Alec. —De forma violenta, lo señala con un dedo. Su sonrisa cambia por un profundo ceño fruncido y sus ojos destellan por un momento en dorado—. Solo te encontraste a tus padres muertos. No estuviste ahí, así que no vayas lanzando acusaciones, por tu propio bien.
Por un segundo, no comprendo lo que acabo de escuchar. Alec, en cambio, se sacude como si hubiese tocado un cable pelado.
—¡¿Solo?! —Hay tanto dolor escondido en esa palabra que es como si sangrara—. Tu padre es un asesino —escupe con odio—. No necesito pruebas para saberlo.
—Cuidado con lo que dices. —Ahora es Mark el que advierte, una amenaza que promete dolor si se llega a cruzar el límite. De pronto, cierra los ojos e inspira hondo. Cuando vuelve a abrirlos, un segundo después, estos vuelven a ser oscuros—. ¿Sabes qué? No he venido aquí para esto. Ya he visto lo que quería ver.
No añade nada más y da media vuelta, dispuesto a adentrarse en el bosque. Sin embargo, no tengo la oportunidad de relajarme ante su partida porque, entonces, Alec añade con sorprendente claridad:
—Adam no volverá, no contigo.
La declaración flota en el aire, pesada y helada, y detiene a Mark en seco. Cuando se vuelve, sus ojos son gélidos, y resplandecen, y a mí el miedo me congela la sangre.
Está furioso.
—Te lo advertí.
Y, de pronto, sin que yo tenga tiempo de procesarlo, en su lugar aparece un lobo enorme y de pelaje oscuro que se abalanza sobre nosotros en menos de un parpadeo.
No, sobre nosotros no.
Sobre Alec.
Lo embiste como lo haría un tanque y lo lanza al suelo mientras yo ahogo un grito y retrocedo a trompicones. Los dos ruedan por la grava con violencia y los gruñidos del que hasta hace un momento era Mark me embotan el cerebro.
No puedo pensar, y tampoco reaccionar. Soy incapaz de moverme mientras contemplo cómo, a pocos pasos de mí, Alec hace todo lo posible por quitarse al lobo —no, al lobo no, a Mark— de encima. Pero Mark es enorme, y letal, y sus fauces han atrapado su brazo derecho como tenazas. La sangre cae, y Alec gruñe de dolor. Aun así, atrapa su hocico con su otra mano con firmeza e intenta que Mark abra la boca. En cambio, lo que consigue es que hunda los colmillos con mucha más fuerza que antes.
Los dos gruñen, uno de rabia e ira y el otro de dolor.
Entonces, escucho a Alec sisear entre dientes:
—No dejaré que me mates.
Mark vuelve a gruñir, lleno de furia, y por un momento ninguno de los dos se mueve. De algún modo comprendo que están en una especie de punto muerto, pese a que es Alec el que ha resultado herido y el que está tumbado en el suelo. Se me ocurre que tal vez Mark no pretendía morderle el brazo, sino algo mucho más vital, como el cuello. Se me ocurre que, tal vez, Mark tampoco lo suelta para que Alec no tenga tiempo de reaccionar.
Porque Alec también es un licántropo.
Él también es capaz de transformarse en lobo. Sus ojos también se vuelven amarillos y sus padres están muertos.
Están muertos y la familia de Mark está involucrada.
Y Mark tiene un hermano que se llama Adam y el otro nieto de Alice se llama igual que él y no sale de casa y...
Jadeo con fuerza y trastabillo hacia atrás, temblando.
No.
No, no, no, no, no.
Esto no puede estar pasando.
Esto no puede estar pasando.
Esto no puede estar pasando.
Tropiezo con la moto y por poco no me caigo al suelo. La cabeza me da vueltas y, de pronto, tengo dos pares de ojos ambarinos mirándome con fijeza.
Una parte de mi cerebro registra la expresión aterrada de Alec por haber llamado la atención, pero mi mirada está puesta en Mark, en mi primo.
Pero él no me reconoce, no hay forma alguna de que sepa quién soy, y si se abalanza sobre mí, es porque, para él, soy la mayor debilidad de Alec en este momento.
—¡Selene!
El grito de Alec coincide con el salto que da Mark hacia mí, con las fauces abiertas y los ojos reluciendo en sed de sangre. No sé cómo consigo moverme, pero logro agacharme a tiempo para evitar que su cuerpo se estampe contra el mío. En su lugar, los dos perdemos el equilibrio y yo me encuentro rodando por el suelo. La moto acaba sobre mí y un dolor agudo me atraviesa el costado derecho y la muñeca izquierda.
La cabeza también me palpita con fuerza y me trago un gemido de dolor. Por un momento veo doble y lo único que distingo con claridad es la carrocería negra de la moto a pocos centímetros de mi cara.
Alguien gruñe cerca de mí, y el pánico me inunda mientras estoy atrapada debajo del pesado vehículo. Me retuerzo con urgencia, intentando salir de mi propia prisión de metal, pero las prisas y la sensación de peligro que no dejan de susurrarme en el oído entorpecen mis movimientos.
Más gruñidos, golpes y cuerpos rodando por el suelo.
Intento no pensar en eso y me concentro en empujar la moto hacia arriba y en arrastrarme de debajo de ella a pesar del dolor que me sacude el cuerpo. Cada movimiento hace que el costado me palpite, y mi mano es más inútil que otra cosa, pero aprieto los dientes e ignoro todo en la medida de lo que puedo.
Siento que a mi alrededor se ha desatado el caos pero yo por fin he conseguido salir de debajo de la carrocería y, por un instante, mi pequeña victoria es lo único que me importa.
Luego, medio segundo después, la realidad me golpea en forma de dos borrones llenos de dientes que se gruñen sin cesar entre mordiscos y embestidas.
No debería sorprenderme ver a Alec transformado, no sabiendo lo que es, pero aun así lo hago y, durante un momento, lo único que veo es a un lobo completamente blanco enfrentándose a otro de pelaje oscuro, casi negro. Parecen las dos caras de una misma moneda, polos opuestos, pero ambos comparten la misma furia y la misma brutalidad mientras intercambian mordiscos y golpes.
En un momento dado se separan, y Alec se coloca justo delante de mí sin dejar de gruñir, interponiéndose entre Mark y yo como un escudo. Un escudo que sangra.
Su pata derecha delantera está cubierta de sangre y apenas la apoya en el suelo y, aunque me esté dando la espalda, puedo distinguir varias heridas desperdigadas por su cuerpo que tiñen su pelaje de rojo. Aun así, no pierde de vista a Mark ni flaquea ante su gruñido amenazante.
No sé si yo le sigo interesando o si, ahora que Alec también se ha transformado, se centrará solo en él, pero no pienso esperar para averiguarlo. Tengo que moverme y encontrar un sitio donde esconderme, pero la casa está dolorosamente lejos y para llegar hasta ella tengo que esquivar a Mark, lo cual dudo que sea capaz de hacer. Eso, y que no tengo ni idea de si está abierta.
Busco a mi alrededor, desesperada por encontrar una solución o una salida, cuando mi atención cae sobre un destello plateado que cuelga de la moto que me tenía atrapada hace unos instantes. Ahí, todavía ancladas al contacto, están las llaves de Alec. Todas las llaves. Incluida la del coche que tengo justo detrás.
Se me acelera el pulso a causa de la repentina adrenalina que me inunda. Nerviosa, miro a Alec y a Mark, que siguen inmóviles, por ahora, analizándose el uno al otro, tal vez en busca de algún punto débil que permita destrozar al contrario. Me estremezco. No, no tengo que pensar en eso. Las llaves. Tengo que hacerme con las llaves.
El problema es que es imposible hacerlo sin que Mark se dé cuenta y, con cuerpo de lobo o sin él, su cerebro sigue siendo el de un humano, por lo que todavía piensa como uno y no dudará en hacerme pedazos; ya lo ha demostrado.
Un sudor frío me cubre la espalda de pronto y yo procuro no ser demasiado obvia mientras vuelvo a mirar las llaves, que están tan cerca y a la vez tan lejos. Un metro me separa de ellas, y el coche está a uno y medio, tal vez dos. No sé si podré ser tan rápida como necesito serlo pero... Es ahora o nunca.
No pienso. Simplemente, me lanzo hacia delante, sobre la moto.
Mark gruñe, Alec también.
Yo me clavo el manillar en el estómago y Alec intercepta a Mark antes de que este pueda llegar a mí.
Los dos ruedan una vez más por el césped, lanzando hierba y tierra por los aires y enredándose en los jirones de ropa que había desperdigados por el suelo a causa de sus transformaciones.
Dejo de mirarlos, no tengo tiempo para prestarles atención. Así que, a la vez que me descubro rogando por que a Alec no le pase nada y agradeciéndole en silencio por estar defendiéndome, agarro las llaves y las saco del contacto con un tirón brusco.
La superficie serrada de algunas de ellas se me clavan en la piel, pero no me importa y, con los dedos temblando, acciono el mando del coche.
El sonido del seguro de la puerta bajándose es música para mis oídos. Ahora solo falta llegar hasta el vehículo.
Me pongo en pie, todavía temblando y sintiendo que mis piernas me van a fallar en cualquier momento y una punzada de dolor en el abdomen me dobla hacia delante. Entonces, Mark estampa a Alec contra la carrocería con tanta fuerza que consigue abollar la puerta trasera.
Ahogo un grito y, al segundo siguiente, lo único que me separa de Mark es la moto caída. Él me observa retroceder un paso, como si estuviera decidiendo si es mejor ir a por mí o seguir haciéndose cargo de Alec.
Solo que no tiene tiempo de decidir, pues Alec se recupera más rápido de lo previsto y, como si no tuviera una de las patas inutilizadas, empuja a Mark a un lado, haciéndolo rodar por el suelo. Gruñe en su dirección, con el lomo erizado, antes de lanzarme una rápida mirada. Es como si todo su cuerpo gritara que me dé prisa. Luego Mark se libra del aturdimiento y yo dejo de ser importante.
Una vez más, se convierten en una maraña negra y blanca que se retuerce de un lado a otro entre saltos, mordidas y gruñidos mientras Alec procura mantener a Mark alejado a la vez que se defiende a sí mismo.
No me doy el lujo de sentirme culpable por usar a Alec como distracción y escudo; él puede transformarse, yo no. Ahora mismo, lo que necesito es quitarme de en medio y no pierdo más el tiempo para correr hasta el coche, abrir la puerta, y encerrarme dentro.
La parte racional de mi cerebro me grita que, de darse el caso, un mero cristal y planchas de metal no van a ser suficientes para protegerme, pero esto es mucho mejor que estar ahí fuera y, por fin, siento que puedo respirar en condiciones.
Mi muñeca izquierda duele con cada movimiento, lo que me hace pensar que me la he torcido en la caída, y, cuando hago el intento de tocarme el costado, una aguda punzada de dolor me dice que eso ha sido muy mala idea.
Aspiro entre dientes, maldiciendo mi mala suerte, e inspiro hondo para que mis pensamientos consigan un orden y un mínimo de sentido. Todavía me tiemblan las manos, y fuera el Infierno sigue desatado.
La idea de arrancar el coche y largarme de aquí sin mirar atrás es tentadora, puede incluso que demasiado. Pero, si hago eso, ¿qué ocurrirá con Alec? No puedo dejarlo solo, herido, y sin garantías de que podrá librarse de Mark y salir medianamente ileso.
Además... Todo apunta a que Mark es mi primo, y no puedo simplemente hacer la vista gorda y fingir que nada de esto me concierne. Porque... Lo hace. Mucho. Y Alec no se merece ser abandonado así, no después de estar jugándose el pellejo y la vida para protegerme.
Pero, ¿cómo puedo ayudar?
No puedo transformarme, ni tampoco enfrentarme a Mark sin morir en el intento porque él es un licántropo furioso que no parece tener reparo alguno en arrebatar una vida y yo apenas puedo dejar de temblar y de estremecerme ante cada ruido y golpe que sigo escuchando.
No tengo ni la habilidad ni el conocimiento para enfrentarme a un lobo, mucho menos a un licántropo, y el único al que conozco que podría ayudarme está demasiado lejos ahora mismo. Tardaría demasiado en ir hasta el pueblo, dar con Leonard, y arrastrarlo hasta aquí.
Por otra parte, ¿qué otras opciones me quedan? Porque dudo mucho que llamar a la policía sirva de algo en una situación tan... paranormal como esta y...
Mi tren de pensamientos se detiene en seco frente a una idea que, tal vez, y solo tal vez, podría funcionar.
Con manos inestables y pulso tembloroso, saco el móvil del bolsillo para encontrármelo con la pantalla partida y cubierta de grietas. La desesperación me inunda por un segundo, creyendo que se ha vuelto un trasto inútil, hasta que veo que la pantalla se sigue encendiendo.
—¡Sí! —no puedo evitar exclamar, aliviada de ver que todavía funciona. Lo desbloqueo con rapidez, procurando no centrarme demasiado en los sonidos de lucha que sigo escuchando, y entro en los contactos—. Vamos, vamos, vamos. Leonard... Leonard... Aquí.
Le doy a llamar y me llevo el móvil al oído, rogando por que conteste cuanto antes. Mientras dos tonos de llamada se suceden de forma lenta y dolorosa, Alec sigue peleando con Mark y me doy cuenta de que ahora cojea más que antes. ¿No se suponía que tenían curación acelerada? ¿Cómo de despiadado está siendo Mark para dejarlo así?
Por fin, al cuarto tono, y justo cuando creo que no va a contestarme, la voz de Leonard resuena en mi oído.
—¿Selene? —Se le escucha confundido, y cansado, y algo más sobre lo que no me detengo a pensar. El tiempo corre.
—¿Sí? Hola. ¿Estoy hablando con la policía?
Pese a que el pulso me va a mil por hora, procuro articular cada palabra alto y claro, alzando la voz más de lo normal. Para mi satisfacción, el efecto es casi automático y Mark se detiene con una brusquedad forzada.
—¿Selene?
La voz extrañada de Leonard exige explicaciones y yo rezo para que a él no se le escuche demasiado antes de apresurarme a añadir:
—Sí, este es el número de la policía, ¿verdad? —Para asegurarme de que Leonard no diga nada que pueda ser escuchado, bajo el volumen de la llamada—. Sí, tiene que venir cuanto antes. Se han escapado dos lobos de la Reserva y están justo delante de mi casa, peleando.
Al fondo de la llamada Leonard dice algo que no logro entender pero que se escucha urgente. Sin embargo, no me permito prestarle atención; mis ojos están fijos en Mark, quien claramente está escuchando lo que estoy diciendo porque gruñe y enseña los dientes con furia. Su mirada se cruza con la mía a través del cristal y, por una vez, su rabia no me estremece. Una parte de mí canta victoria.
—Sí, vivo cerca de la Reserva, sí —digo, continuando con la farsa—. Por eso tiene que venir rápido, por favor. ¿Están de camino? Sí. Sí. Gracias. No, no cuelgue, por favor. Tengo miedo, no sé qué hacer. Son dos lobos enormes y...
Por fortuna, no tengo que continuar, pues el temblor de mi voz ha sido bastante convincente, al menos lo justo y necesario para que Mark crea que de verdad estoy hablando con la policía y decida que es mejor retirarse. No tengo ni idea de si la verdadera policía local está al tanto de la existencia de los licántropos o no, pero el alivio que siento cuando le veo dar media vuelta y adentrarse en el bosque tras gruñirle a Alec a modo de promesa amenazante una última vez es mejor que cualquier sonido de sirenas.
Leonard sigue hablando al teléfono, a un volumen tan bajo que no entiendo lo que dice y yo no tengo fuerzas ni para permanecer erguida en el asiento. El miedo y la adrenalina me han destrozado por dentro y, junto con el dolor que me sacude los músculos, me han convertido en una gelatina humana que respira.
Entonces, veo a Alec cojear hasta la entrada de su casa para desplomarse como un peso muerto junto a las escaleras y el miedo regresa a mí con una oleada de pánico que me hace salir del coche a tal velocidad que me tropiezo al primer paso.
Corro como puedo hasta ahí y, sin pensar, me dejo caer de rodillas a su lado para contemplar con auténtico horror la multitud de heridas que hay a la vista.
—Dios mío —farfullo, incapaz de asimilar lo que estoy viendo, y Alec abre los ojos para lanzarme una mirada agotada, tan dorada que parece oro fundido.
Gime, adolorido, y yo no tengo ni idea de qué puedo hacer para ayudarlo. Entonces, recuerdo que Leonard sigue al teléfono.
—¿Leonard? —tanteo, regresando la llamada a un volumen normal, y Alec levanta la cabeza y me mira con lo que creo que es sorpresa, y puede que también confusión.
—¡Selene! —La urgencia de su voz hace que, por un momento, me sienta culpable por haberlo dejado colgado así—. ¿Qué está pasando?
—Esto... —Dudo, sin saber muy bien cómo resumir todo en pocas palabras—. Ha habido una pelea. De licántropos. Eh... ¿Te suenan los nombres de Mark y Alec?
Es una pregunta bastante retórica, pues soy consciente de que Leonard está al tanto de casi todo lo que pasa en este pueblo, pero no sé cómo explicar todo lo que ha ocurrido sin acabar temblando otra vez. De hecho, mientras hablo, pongo la llamada en altavoz y me quito el jersey, quedándome en camiseta interior, para poder presionar una de las heridas de Alec que peor aspecto tiene, a la altura del hombro. Él gruñe por un segundo a causa del dolor, antes de mirarme otra vez con fijeza. El dorado de sus ojos los vuelve indescifrables.
A mi lado, la voz de Leonard se eleva varios tonos:
—¿Mark? —Suena incrédulo—. ¿Mark también está aquí? —Hace una pausa y yo no puedo evitar preguntarme sobre qué quiere decir ese "también". Un mal presentimiento comienza a retorcerse en mi interior—. Espera, ¿has dicho Alec?
—Sí.
—Maldita sea... —Su frustración es palpable incluso a través del teléfono—. ¿Está contigo?
—Eh... sí. Más o menos. —Miro a Alec con duda, y él me sigue observando sin apenas parpadear. Se me eriza la piel—. Está... Transformado. Y herido. No sé qué hacer —reconozco, y la voz me falla en la última parte.
Alec, al escucharme, vuelve la cabeza para tocarme un brazo con la nariz y emite un sonido ahogado y lastimero. Sonrío, sin mucho éxito.
—Estarás bien —le prometo, aunque no tenga ni idea de qué hacer a continuación. Siento que todo esto se me está yendo de las manos. No se suponía que este día tenía que acabar así.
—Lo estará. —Una voz que no reconozco se apodera de pronto de la conversación—. ¿Está consciente?
Pese a que no tengo ni idea de con quién estoy hablando ahora mismo, asiento, antes de darme cuenta de que no puede verme.
—Eh, sí. Sí, lo está. Y a simple vista no parece tener ninguna herida demasiado grave pero eh... Creo que tiene una ¿pata? rota y también una herida que sangra bastante en el hombro. La estoy taponando.
—Bien, vale. Lo estás haciendo bien. —El hombre suena tan seguro de sí mismo que consigue que mi ansiedad baje varios escalones—. ¿Alec? Soy Peter. Por lo que tu amiga acaba de describir, vas a tener que venir al hospital. Tengo que ver esa posible fractura antes de que se te cure mal.
La respuesta de Alec es emitir un gruñido poco amenazante en respuesta que parece ser suficiente para el tal Peter.
—Bien. ¿Cómo te llamas? —De pronto, me habla a mí y yo tardo en reaccionar.
—Selene.
—Selene. ¿Te ves capaz de traerlo al hospital en menos de veinte minutos?
Por inercia, miro por encima del hombro el coche de Alec. No sé dónde está el hospital, pero supongo que podría ayudarme del GPS para encontrarlo.
—Creo... Creo que sí —mascullo, volviendo la vista al frente—. ¿Está lejos de la casa de Alec?
No tengo ni idea de si Peter sabe dónde estamos, pero la pregunta surge antes de que pueda pensar demasiado en ella. Por fortuna, parece que no he hablado en vano:
—No, no si esquivas el pueblo. Te lo indicará el navegador si lo pones, pero sal por el primer desvío que te encuentres antes de llegar a la universidad.
Asiento para mí misma.
—Primer desvío, lo tengo —digo, y aparto el jersey empapado de sangre de su hombro para ver si sigue sangrando. Para mi sorpresa, la hemorragia casi se ha detenido y, entonces, vuelvo a recordar que frente a mí tengo a un verdadero licántropo. A Alec.
Peter, mientras tanto, sigue hablando:
—Bien, os estaré esperando en la zona B. Intenta darte prisa. ¿Y Alec? Ni se te ocurra transformarte de vuelta.
La orden es severa y no admite réplica y Alec suelta una especie de gruñido como que va a obedecer. Se me hace demasiado raro todavía pensar que el lobo que tengo a mi lado es el mismo Alec que ha estado conmigo toda la tarde, pero sé que no estoy soñando y que ningún lobo salvaje se dejaría tocar con tanta confianza estando herido. Aun así, es difícil de asimilar. Todo es demasiado surrealista, porque una cosa es saber de la existencia de los licántropos, y otra muy distinta es ver cómo dos se transforman y se ponen a pelear delante de ti.
Y si, además, añadimos a la ecuación el hecho de que uno de ellos es mi supuesto primo y que, de alguna manera, yo también estoy relacionada con todo esto...
—Selene, soy Leonard, ¿sigues ahí?
La pregunta me sobresalta y me arranca de mis pensamientos a la fuerza.
—Sí, sigo aquí —murmuro, aturdida, porque me acabo de dar cuenta de que Alec no ha dejado de mirarme en ningún momento y no sé qué hacer al respecto. La cabeza me da vueltas.
—Lo estás haciendo genial, ¿de acuerdo? —Pese a que le estoy escuchando a través de un altavoz, sus palabras transmiten calma, al igual que esa vez en la que nos vimos por primera vez en su despacho—. Vas a tener que conducir rápido, o las heridas más graves de Alec curarán mal, pero lo estás haciendo bien. Todo va a ir bien, ¿de acuerdo? Iré a verte en cuanto dejes a Alec en manos de Peter.
A estas alturas ya me ha quedado claro que Peter es médico, así que asiento por inercia y farfullo una despedida antes de colgar, prometiendo que estaré ahí lo antes posible.
Con recelo a dejar a Alec solo, me pongo en pie y escudriño el bosque que rodea el jardín con miedo a volver a ver a Mark apareciendo entre los árboles. Pero todo está quieto y en silencio, y las prisas me obligan a girar sobre mis talones y a ir de vuelta al coche lo más rápido que me permite el dolor de mi costado.
Pierdo unos minutos preciosos en conseguir colocar el asiento a mi altura y en descubrir cómo funciona la palanca de cambios para dar marcha atrás. Después, muevo el coche lo más cerca de la entrada que puedo para que Alec tenga que andar lo menos posible y salgo del mismo para ayudarlo a subir a los asientos traseros por la puerta que no está abollada.
Es como si estuviera llevando un perro enorme y herido al veterinario, pero no lo es. Es un lobo, y es Alec, y me ha protegido y ahora tengo que darme prisa en llegar al hospital y el GPS del móvil dice que tardaré quince minutos y yo piso el acelerador al máximo para que sean diez porque el lobo que veo por el retrovisor es Alec. Alec. Alec.
El mismo Alec que me ha estado llevando a casa durante días, el mismo Alec que se convierte en otra persona cuando se ríe, el mismo que me ha arrastrado hasta el bosque, que me ha pedido que confíe en él y que me ha enseñado una parte de él que mantenía oculta. El mismo que me ha defendido sin importarle que él saliera herido.
Los recuerdos de él transformado y peleando con Mark se entremezclan con los de nosotros paseando por la Reserva. Su imagen de él asomado al acantilado se superpone a sus ojos dorados llenos de furia, y sus palabras antes de que nos besáramos cambian por las de Mark con un zumbido que me ensordece.
De pronto, solo puedo pensar en miradas amarillas, en garras, colmillos, gruñidos y sangre.
Esto es lo que significa ser licántropo. Y Alec es uno de ellos. Y yo soy mitad como él. Y mi familia está relacionada con la muerte de la suya. Y nos hemos besado. Y ahora, en vez de reconfortarme, el recuerdo duele y quema. Tanto, que se me llenan los ojos de lágrimas.
Pero no puedo llorar, no ahora, no cuando Alec me necesita. Así que parpadeo con fuerza y me aferro al volante con decisión. Según el navegador quedan todavía un par de kilómetros de curvas y Alec, en el retrovisor, permanece en silencio y con los ojos cerrados, tumbado en los asientos sobre una manta que encontré en el maletero. Ver cómo respira me tranquiliza lo suficiente como para volver a concentrarme al completo en la carretera.
Durante los siguientes siete minutos no me permito pensar en nada más y, cuando por fin alcanzo el parking del hospital y me desvío según la señal que indica Zona B, solo puedo preguntarme si he llegado a tiempo.
Entonces, un hombre vestido con bata de hospital me sale al paso y yo piso el freno con fuerza. En cuanto el coche se detiene, él va directo hasta un lateral del vehículo y abre la puerta trasera con decisión y urgencia. Detrás de él, saliendo por una puerta anexa en la que no había reparado, aparecen un par de enfermeros con una camilla y comprendo que el de la bata es Peter.
En el mismo momento en el que proceso esa información, el cuerpo se me relaja con un suspiro que no sabía que estaba reteniendo. Solo ahora me doy cuenta de lo mucho que estoy temblando y apenas presto atención a las indicaciones que Peter da a los enfermeros mientras sacan a Alec del coche. Él no opone mucha resistencia y yo solo sé que he llegado a tiempo. Lo he conseguido. Eso es lo único que importa.
Alec estará bien.
De pronto, la puerta del conductor se abre y unas manos frías pero amables me acarician el brazo. Me estremezco y recuerdo que sigo solo con una camiseta cuando el termómetro con suerte marca un par de grados.
—Selene, ¿verdad? —pregunta la enfermera con suavidad y yo asiento. Ella misma se encarga de quitarme el cinturón—. Ven, cielo, a ti también tenemos que revisarte y estarás mejor dentro que aquí fuera.
—Estoy bien —farfullo, aunque obedezco de todos modos y salgo fuera del coche. El frío me hace temblar.
—El doctor Moore prefiere asegurarse —insiste—. También te daremos algo para que te abrigues, no te preocupes.
No tengo fuerzas ni energías para volver a negarme, y la idea de entrar en calor me atrae lo suficiente como para seguirla a través de la misma puerta por la que he visto que se llevaban a Alec momentos antes.
Mientras atravesamos pasillos blancos que huelen demasiado a desinfectante, me atrevo a preguntar:
—¿Podré verlo?
No especifico sobre quién estoy hablando; no creo que haga falta.
—Sí. Cuando nos aseguremos de que todo está bien te llevaremos hasta su habitación —promete.
—Gracias.
La enfermera me sonríe, comprensiva y cordial, y me apoya una mano en la espalda, guiándome a través de una pequeña sala de estar que precede a otro ala del hospital. Estoy a punto de pasar de largo cuando una persona que no deja de dar vueltas como un león enjaulado llama mi atención. La incredulidad me detiene en seco.
—¿Jared?
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