Capítulo 18.


Después de varios días sin verla en persona, por fin coincidimos con Lucy a la salida de la universidad. En cuanto se acerca, Ivi la abraza como si hubiesen estado separadas todo un siglo y la arrastra con nosotros en nuestro camino hacia el coche de Alec. Según su último mensaje, acabará su última clase en unos diez minutos, así que he decidido esperarlo en el aparcamiento para aprovechar que ha salido el sol después de varios días de lluvia.

Justo cuando descubro el coche de Jared no muy lejos del de su mejor amigo, Ivi se detiene en seco.

—¡Se me acaba de ocurrir una idea! —exclama, girando en redondo y con una gran sonrisa resplandeciendo en sus labios.

Tanto Lucy como yo la miramos de forma suspicaz; su arrebato es demasiado sospechoso.

—¿Qué clase de idea? —pregunta Lucy.

Ivi compone una mueca indignada.

—Nada de lo que sea que estés pensando —asegura, y Jared, a mi lado, ahoga una risa.

—Ilústranos, entonces —digo yo.

Su sonrisa vuelve a aparecer al instante y se aparta el pelo que el viento insiste en llevarle al frente.

—¿Qué os parece si hoy vamos a comer al lago?

—Ivi. —La voz de Lucy está cargada de paciencia—. Estamos en pleno noviembre. No es el mejor momento para hacer picnics. Ayer mismo llovía a cántaros y han anunciado que este fin de semana lo más probable es que comience a nevar.

—Oh, vamos. ¡No hace tanto frío! —En contra de sus palabras, el vaho se eleva en el aire con cada exhalación—. No ha llovido en toda la noche, ¡y hace sol! Serán solo un par de horas. Me apetece estar al aire libre ahora que todavía podemos.

—Ni siquiera tenemos comida —insiste Lucy, cruzándose de brazos. Luego, me mira a mí—. Dile por qué no es una buena idea, a ver si a ti te hace caso.

De pronto, me siento en una encrucijada. Lucy me contempla a la espera de ser la voz de la razón mientras que Ivi me dedica ojos de cordero degollado. La idea no me parece del todo mala, pero Lucy tiene su parte de razón, así que no sé de parte de cuál ponerme.

Incapaz de decidir, apelo al otro integrante del grupo y el que, supongo, nos llevará al lago de acabar accediendo.

—¿Tú qué dices, Jared?

—Yo voto sí —contesta con una sonrisa divertida—. Evelyn tiene razón. Tenemos que aprovechar ahora que todavía podemos ir a algún sitio.

Lucy bufa y pone los ojos en blanco.

—Por supuesto. Los novios apoyándose mutuamente en las locuras del otro. No sé ni por qué pregunto.

Ante su cara de completa irritación, Jared se ríe sin vergüenza alguna e Ivi la abraza desde atrás y apoya la barbilla en su hombro.

—Vamos, Lu, nos lo pasaremos bien.

—Como me resfríe te las verás conmigo —la amenaza, sin mucho éxito.

Justo entonces, Alec aparece y su expresión pregunta por sí sola qué es lo que está pasando.

—¿Qué hacéis parados aquí en medio? —pregunta, intercambiando una mirada entre Jared y yo.

Su mejor amigo esboza una sonrisa de oreja a oreja antes de contestar:

—Hacer planes para esta tarde en los que tú también participarás.

—Paso. —Ni siquiera se ha detenido un momento a pensarlo—. Tengo trabajo.

—Hoy es jueves. No empiezas hasta las seis. Hay tiempo de sobra.

Alec frunce el ceño, disconforme. El tono de Jared rozaba la seriedad, y algo me dice que en el fondo, como siempre, hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Normalmente califico a Jared de ser un metomentodo ruidoso y pesado, pero también ha demostrado que no hace las cosas sin motivo. Ver el rostro cansado de Alec es lo que hace que decida echarle un cable.

—La idea es ir a comer al lago —explico—. Será tranquilo, y no nos quedaremos mucho. Solo para desconectar un rato, nada más.

Ahora soy yo la que recibe el escrutinio silencioso de Alec hasta que, tras un par de segundos en los que pienso que no aceptará, suspira y asiente de forma casi imperceptible.

—De acuerdo —accede, casi resignado—. Estoy dentro.

No me doy cuenta de que estoy sonriendo hasta que Jared se acerca a Alec y le palmea la espalda con una sonrisa satisfecha.

—¡Perfecto! —exclama—. ¡Por fin te animas a hacer algo interesante!

—Interesante sería que dejaras de incordiarme alguna vez.

Jared lo ignora y lo arrastra entre los coches hacia el suyo. De un momento a otro, se adjudica el cargo de organizar todo:

—Tú y Sherly iréis al lago a buscar un buen sitio mientras las chicas y yo vamos a comprar comida. Sherly, tienes la tarea de vigilar que este idiota no se escape, ¿de acuerdo?

Asiento, sin pensármelo demasiado, y Alec se libra de él con una sacudida. Aunque se nota que quiere decirle un par de cosas, se las guarda para sí y se limita a sacar las llaves del coche del bolsillo de su cazadora.

—Hazme un favor y no tardéis —es lo único que pide.

—Tranquilo, ya me encargaré yo de meterle prisa.

Dicho esto, Ivi lo pesca de un brazo y tira de él hacia su propio coche, tres más allá, mientras Jared protesta indignado. Lucy los sigue de cerca y atrás nos quedamos Alec y yo, perdidos entre coches aparcados y ráfagas ocasionales de viento que nos recuerda que estamos a las puertas del invierno.

—Bueno —suspira Alec—, ¿nos vamos?

—Solo si de verdad quieres apuntarte.

No quiero que venga por obligación, ni que se sienta en una especie de encerrona o algo por el estilo.  No tiene que seguirnos la corriente si de verdad no quiere formar parte. Tal vez lo que quería era descansar antes de irse a trabajar y le hemos arruinado el horario.

Sin embargo, la respuesta de Alec es formar una pequeña sonrisa.

—Dije que iría, ¿no? No le des más vueltas.

No espera a que conteste y se sube al coche, dejándome sin más opciones que no sea imitarlo. Y solo ahora, mientras Alec maniobra en silencio y con cuidado para salir del aparcamiento, es cuando me doy cuenta de lo familiarizada que me he vuelto con esta escena, con él al volante y conmigo observando sus expresiones y movimientos.

A veces, como ahora, no necesitamos decir nada y el tiempo se limita a fluir entre los dos con comodidad y pereza, despacio, a su propio ritmo. No sé muy bien cuándo ni cómo hemos llegado a este punto, pero es agradable, pacífico incluso. Como si su mera presencia me fuera suficiente.




Llegamos al lago en poco tiempo. Dejamos el coche atrás y descendemos por las desgastadas escaleras de piedra que conducen hacia la zona de mesas. Todo está desierto. No hay nadie aquí aparte de nosotros dos y el viento mece las canoas y los botes del embarcadero y sacude las copas de los árboles en suaves susurros.

Sin nada mejor que hacer mientras esperamos a que los demás lleguen, nos acercamos a la orilla. Las piedras crujen bajo nuestras pisadas y el silencio vuelve a arroparnos con manos gentiles. Al menos, hasta que Alec decide romperlo.

—Se me olvidó preguntar qué tal el examen de ayer. —Me mira de reojo, con las manos escondidas en los bolsillos de la cazadora y su murmullo perdiéndose en el viento. La brisa le revuelve el pelo en todas direcciones.

De golpe, el recuerdo de ese extraño momento en la cafetería regresa a mi mente. Siento que enrojezco. No sé en qué estaba pensando ni qué hizo que actuara tan... así, pero ahora me siento incapaz de mirarlo. Esbozo una sonrisa nerviosa y me subo la cremallera del abrigo hasta el límite para poder esconder el rostro todo lo posible.

—Bien —mascullo—. Fue más fácil de lo que pensaba.

—Me alegro.

No añade nada más, y yo siento que me arden las orejas de la vergüenza repentina. Seguimos caminando, dirigiéndonos hacia el curioso templete que forma parte del propio embarcadero, y yo no puedo evitar observarlo una vez más. Vuelve a estar inmerso en su mundo, pero al mismo tiempo procura acompasar sus pisadas a las mías, permaneciendo a mi altura. Parece distante, pero al mismo tiempo es cercano; una contradicción curiosa que no me desagrada en lo más mínimo.

Me gustaría saber qué es lo que está pensando.

Alcanzamos el templete y nos detenemos en el borde del embarcadero. El agua del lago se extiende bajo nuestros pies como un agujero dispuesto a tragarnos en cualquier momento.

—Habla conmigo —murmuro, casi sin darme cuenta.

Alec se sobresalta, como si volviera en sí de pronto. Se vuelve hacia mí con expresión sorprendida antes de transformarla en una arrepentida. Me dedica una tenue sonrisa.

—Lo siento, me había abstraído.

Me acerco a él un poco más y juntos contemplamos el lago y el bosque que se extiende más allá de sus límites. El sol calienta lo suficiente como para que el frío no sea más que una sensación tenue.

—¿En qué pensabas? —me atrevo a preguntar.

El suspiro que suelta está cargado de más palabras que las que contiene su respuesta:

—En lo atemporal que se siente este sitio. Da igual las veces que venga, sigue igual a cuando era pequeño.

—¿Y no es eso algo bueno?

—Depende, supongo. —Se encoge de hombros—. A veces sentir que eres el único que cambia es asfixiante.

No soy capaz de adivinar qué está tratando de decir, pero sí que siento la soledad de su tono, la frustración y la resignación de su expresión ausente. Hace tiempo comprendí que hay algo que lo atormenta, pero hoy es la primera vez que me lo dice él mismo, aunque sea con metáforas y entre líneas.

Siento que es un paso, aunque todavía no sepa hacia qué dirección.

Sonrío, y decido que, ahora mismo, la mejor forma de distraerlo es hacer que se deje llevar. Lo agarro por el brazo y tiro de él para apartarlo del borde del embarcadero.

—En ese caso —digo, animada—, es una suerte que estemos al aire libre, ¿no crees?

Le guiño un ojo y una ráfaga de viento me da la razón echándome el pelo en la cara. Resoplo.

—De acuerdo, esto ya es pasarse —protesto, sabiendo que ahora tengo un nido de pájaros por peinado.

Entonces, Alec se ríe, tal vez por mi aspecto, o por la escena en sí. No tengo forma de saberlo, ni me importa averiguarlo, y sigo arrastrándolo de regreso a la orilla. Él me sigue, obediente y siguiéndome la corriente, y mi sonrisa se amplía. En algún momento, nuestras manos se han unido sin que fuera consciente de ello. Ninguno de los dos se aparta.



Al final, la comida consiste en unos bocadillos procedentes del restaurante de la familia de Roy junto con varios trozos de empanada de atún, queso y una caja de ensalada del supermercado para cada uno. De postre, fruta.

Se ve que es improvisado, pero a ninguno nos importa demasiado y le hincamos el diente a todo lo que hay a nuestro alcance. El ambiente es alegre e incluso Alec, que no habla demasiado, se anima a intervenir más de una vez, aunque sea solo para desmentir a Jared y empezar con él alguna discusión sin sentido que dura poco pero que mantiene viva la conversación y los cambios de tema.

Después de comer, e invitados por el sol que hace relucir la superficie del lago, rescatamos una gruesa manta que tenía Jared en el maletero y la extendemos en la orilla sobre los parasoles de ambos coches para evitar el frío del suelo.

Nos apretujamos los cinco como podemos en el reducido espacio y dejamos que la tarde avance con pereza. Ivi, encerrada en los brazos de Jared y sentada entre sus piernas, se recuesta contra él y cierra los ojos para que el sol le dé de lleno en la cara. Lucy, entre ella y yo, alterna su atención entre nosotros y su móvil y Alec se mantiene en silencio tumbado boca arriba en el otro extremo de la manta. Se ha tapado la cara con un brazo para evitar la luz y si contesta a algo que decimos, es más bien con monosílabos soñolientos. El frío no es más que una molestia ocasional traída por breves ráfagas de viento.

—¿Vas a reconocer ahora que tengo buenas ideas, Lu? —pregunta divertida Ivi al cabo de un rato—. ¿No es esto mejor que estar encerrados en casa?

La mira con los ojos entrecerrados, y Lucy arruga la nariz de forma graciosa. Se niega a mirarla y sigue trasteando con su teléfono.

—Reconozco que no eres tan desastre como aparentas.

Ivi le da un manotazo indignado y Jared y yo soltamos una carcajada coordinada.

—Me ofende la poca confianza que tienes en mí últimamente.

Ahora sí, Lucy alza la mirada. La contempla casi sin emoción.

—Siempre he tenido la misma. Es solo que desde que estás con este —señala a Jared con el propio móvil— haces más locuras.

El aludido vuelve a reír, incapaz de ver la mueca de Ivi. En cambio, le dedica a Lucy una sonrisa torcida, pícara.

—¿Soy una mala influencia, entonces?

—Sí. —Ni siquiera lo ha dudado—. Y ni se te ocurra coquetear conmigo, Jared Scott, que nos conocemos.

Él alza las cejas, tentado por la advertencia, y yo dejo caer una mano sobre el hombro de mi amiga.

—Amenazas en vano, Lucy. Este tipo flirtea hasta con las piedras. Está programado así.

Jared pone los ojos en blanco.

—¿Qué soy? ¿Un robot?

Ivi ríe y lo mira por encima del hombro. Ahora la que tiene una sonrisa maliciosa es ella.

—¿Lo eres?

—Te aseguro que no. Y de serlo, sería el más atractivo de todos.

Casi sin pensar, extiendo una pierna y le golpeo en el tobillo.

—No seas tan engreído.

—Estoy programado así —replica al instante, con un juego de cejas y una mueca socarrona.

Lucy e Ivi se ríen y yo lo miro mal.

—Te odio.

Él me lanza un guiño y yo pongo los ojos en blanco.

Nos volvemos a quedar en silencio, cada uno disfrutando por sí mismo del momento y del lugar. Varias nubes han aparecido en el cielo y el sol se oculta a ratos tras ellas. Pronto tendremos que irnos, pero no pienso en ello más que un breve instante, decidida a disfrutar de esto lo máximo que pueda.

En un momento dado, Ivi se pone en pie con esfuerzo.

—Necesito ir al baño —anuncia, aprovechando que se ha levantado para estirarse.

Jared la contempla desde abajo, pensativo.

—Si vas a la Reserva pueden dejarte pasar a los servicios —dice. Cuando ve la mueca de pereza que compone Ivi, añade—. No está lejos, no son más de diez minutos andando carretera arriba.

Ella no parece muy convencida, pero antes de que decida si aceptar la idea o no, Lucy también se levanta.

—Voy contigo. Así damos un paseo. Necesito desentumecer las piernas.

Esto parece convencerla, pues asiente y se agacha para recoger su teléfono de la manta. Luego, me mira a mí.

—¿Vienes?

Sonrío y niego.

—Estoy bien. Id vosotras.

—Como quieras. —Se encoge de hombros y engancha un brazo con el de Lucy—. Volvemos en un rato.

Las despido con la mano y Jared solo esboza una sonrisa tranquila. Las observa alejarse de la orilla y perderse en la zona de bosque que nos separa de la carretera antes de volver la vista al frente. Echa el cuerpo hacia atrás y apoya todo su peso en los brazos. Me mira de reojo.

—Podrías haber ido con ellas, aunque agradezco la compañía.

—No me apetecía moverme —confieso, y Jared suelta una breve risa. Después, su atención recae en la persona que tengo al lado y que no ha vuelto a decir nada en un buen rato.

—Creo que se ha quedado dormido —murmura, y no sé discernir si su tono es divertido o fraternal. Creo que una mezcla de ambas.

Observo a Alec. Con cuidado, le toco el brazo que le cubre la cara. No reacciona y sigue tan inmóvil como antes. Tiene los labios entreabiertos, una mano sobre el estómago y su pecho sube y baja con suavidad.

—¿Qué hacemos? —pregunto casi susurrando, sin saber si debo despertarlo o no.

Es extraño verlo dormido. No puedo verle la cara, pero su presencia parece un rincón de tranquilidad que le otorga al paisaje otra tonalidad de colores. Me dan ganas de taparlo con una manta y atenuar la luz de la tarde que incide sobre nosotros solo para que no lo moleste.

—Déjalo dormir. —La petición de Jared suena casi con cuidado—. Lo necesita.

Lo miro extrañada, intrigada por saber más de todo el trasfondo que los une, de cómo siendo tan distintos, han acabado siendo mejores amigos. Jared parece darse cuenta de eso, pues esboza una sonrisa torcida que nada tiene que ver con ninguna otra que le he visto componer hasta el momento. Parece resignada, melancólica.

—¿Curiosa, Sherly?

—Un poco —reconozco. No tiene sentido negarlo—. Pero no quiero entrometerme. Si quiere que yo lo sepa, ya me lo dirá él mismo o lo averiguaré a su debido tiempo.

La pequeña sonrisa de Jared se amplía un tanto, pero su mirada sigue siendo seria, cargada de recuerdos y de historia.

—En realidad creo que no hay nadie aparte de ti en este pueblo que no sepa algo. Tarde o temprano te acabarás enterando.

Me encojo de hombros y me abrazo a mis propias piernas. Sin poder evitarlo, contemplo a Alec de reojo.

—A mí no me gustaría que me conozcan por rumores, y supongo que a él tampoco.

De forma inevitable, pienso en la razón principal por la que llegué a este sitio. De momento nadie sabe nada de mí, pero sé que en cuanto se desvele todo lo que he estado guardando, la noticia correrá de boca en boca para todos los mínimamente implicados. Me aterra la mera idea, y casi puedo imaginar las miradas que recibiré a partir de ese momento, las etiquetas que llevaré atadas a la espalda, tal vez de por vida. Es una imagen desoladora.

—Eres bastante más considerada de lo que pensaba —murmura Jared, arrancándome de mis cavilaciones.

La miro divertida.

—¿Pensabas que te bombardearía a preguntas?

—Lo estaba esperando, sí —admite. Su atención se pierde en el lago—. Con lo cercana que pareces haberte vuelto con él, me sorprende que no me hagas ni una sola pregunta. O a él, mismamente.

—Supongo que nunca encontré el momento adecuado —digo, volviéndome a encoger de hombros. Apoyo la mejilla en las rodillas y contemplo a Jared con curiosidad—. ¿Cómo os conocisteis?

Jared se traga un bufido que parece risa.

—A saber. Llevamos en la vida del otro desde que tengo memoria. Simplemente, siempre ha estado ahí.

—¿Y siempre ha sido... así?

No sé cómo explicarme mejor, ni cómo dar voz a una pregunta que todavía no tiene forma definida en mi cabeza. Sin embargo, Jared parece entenderme. Suspira casi con cansancio.

—No, no del todo. Siempre ha sido un idiota cascarrabias, pero solo porque me dedico a molestarlo. Se me da bien sacarlo de sus casillas. —Suelta una risa que suena amarga—. Antes lo hacía porque era divertido, ahora...

No acaba la frase y me lanza una mirada extraña. De alguna forma, sé que de seguir con la conversación acabaremos en los terrenos que no quiero invadir sin permiso y Jared me demuestra con su silencio que esto es lo poco que puede decirme al respecto.

Nos sumimos en un silencio extraño, repleto de secretos queriendo ser desvelados pero que son mantenidos a raya por los dos. De pronto, murmuro:

—Lo siento.

Jared me observa con curiosidad evidente.

—¿Por qué?

—Por llegar a pensar que eras superficial.

En lugar de molestarse, Jared me sorprende con una carcajada que no se esfuerza por contener. Es como si la risa lo liberara, y el buen humor regresa a sus ojos como si nunca se hubiese ido. Entonces, se pone en pie y se acerca a mí solo para revolverme el pelo sin venir a cuento.

—¡Jared! —protesto.

—Lo estás haciendo bien, Sherly —declara, ignorándome—. No sé muy bien qué tienes, pero contigo a veces vuelve a ser más él mismo. Sea lo que sea que quieras hacer, tienes mi bendición.

Me aparto, exaltada, y notando cómo el calor se me acumula en la cara.

—¿Qué se supone que significa eso? —siseo, recordando a duras penas que Alec duerme a mi lado. Y por nada del mundo quiero que se despierte justo ahora.

—Tú sabrás, Sherly, tú sabrás.

Me guiña un ojo, me muestra una sonrisa torcida, y se aleja hacia la mesa donde hemos dejado las bolsas con lo poco que ha sobrado de comida. Veo que se hace con ellas y que se dirige al coche. Suspiro y me doy la vuelta. Vuelvo a mirar a Alec.

En algún momento se ha retirado el brazo de la cara, dejando a la vista un flequillo desordenado y negro como el carbón. No puedo evitar sonreír cuando descubro que, incluso dormido, conserva parte de su ceño fruncido. Creo que sueña, pues sus ojos se mueven bajo los párpados y de vez en cuando frunce los labios. Parece inquieto, y sus ojeras me parecen más oscuras que nunca.

Un trozo de hoja seca prendida en su pelo me llama la atención y no puedo evitar la tentación de quitársela, con cuidado de no despertarlo. Ya no hay hoja alguna que apartar, pero mis dedos siguen jugando casi por decisión propia con los mechones sueltos de su flequillo. Procuro no tocarle el cuero cabelludo ni la piel, limitándome a sentir la suavidad de su pelo pese a lo revuelto que se ve. Cuando vuelvo a mirar su rostro, descubro que sus facciones se han relajado un tanto. Sus párpados ya no tiemblan. Ha dejado de soñar.







Jared me pide que lo despierte cuando el ocaso tiñe el cielo y el frío ya es imposible de ignorar. El por qué me pide a mí que lo haga y no va él mismo prefiero no preguntármelo. En cambio, regreso a la orilla y lo observo casi con pena.

Pese a todo el movimiento que hemos estado haciendo a su alrededor, sigue profundamente dormido, ajeno al resto del mundo. Le hemos tapado con la mitad de la manta que no estaba ocupando, aunque según Jared no hacía falta, y ahora parece un bulto de cuadros tirado junto al lago de cualquier manera.

Me arrodillo a su lado en silencio, sin saber cómo despertarlo sin que se sobresalte demasiado. Ahora mismo está de lado, dándome la espalda, y durmiendo como si las piedras y guijarros de la orilla fuesen el más cómodo de los colchones. No me extrañaría que tuviera dolor de espalda después de esto.

Con duda, le toco un brazo.

—Alec.

Nada. Cero reacción.

Suspiro y le saludo el hombro con suavidad.

—Alec.

Esta vez consigo que frunza el ceño. Se remueve y, acto seguido, vuelve a caer preso del sueño.

Cada vez me estoy sintiendo más culpable por tener que despertarlo. Sin embargo, sé que no puede quedarse aquí toda la noche así que, con cuidado, vuelvo a intentarlo frotándole el brazo.

—Alec —lo llamo, sin dejar de recorrer su brazo arriba y abajo una y otra vez.

Por fin, parece que reacciona. Vuelve a fruncir el ceño y abre los ojos casi a regañadientes. Inspira hondo, con la lentitud producto del sueño profundo, parpadea aturdido y se retuerce hasta quedar en una posición extraña en la que me mira por encima del hombro. Tarda en reconocerme.

—¿Selene? —murmura, y su voz se escucha ronca y torpe.

Sonrío y le froto con el pulgar la zona donde mi mano se había detenido. Un ancla a la realidad hasta que consiga despejar la mente.

—Hola —digo, moderando el tono de voz. Entre los árboles la conversación de Jared, Ivi y Lucy me llega distante—. Es hora de irse.

Alec se incorpora con cuidado, todavía con mirada perdida y cara de no saber qué está pasando. Me contempla confundido, tal vez intentando averiguar por qué estoy a su lado. A medida que observa los alrededores, parece encajar las piezas del rompecabezas. Se pasa los dedos por el pelo y se frota la cara.

—¿Me he quedado dormido? —pregunta, aunque la respuesta es obvia. Aun así, asiento—. ¿Cuánto?

—No lo sé muy bien, pero varias horas. Jared dijo que te dejáramos dormir.

Veo que tensa la mandíbula un segundo para, después, relajarse y suspirar. Asiente, distraído, y se deshace de la manda que seguía enredada en sus piernas e inspira hondo.

—¿Qué hora es?

Saco el móvil del bolsillo.

—Las cinco y media, más o menos. —Compone una mueca fugaz—. Entrabas a trabajar a las seis, ¿no? ¿Te da tiempo?

Asiente, aunque no parece muy contento. De hecho, mira a su alrededor con el ceño fruncido y parpadea con lentitud. Comprendo que sigue medio dormido.

—¿Eres de despertar lento? —pregunto, incapaz de contenerme.

—Normalmente no —gruñe. Suena tan irritado consigo mismo que se me escapa una sonrisa—. En cinco minutos seré persona, prometido.

—Tómate tu tiempo —lo tranquilizo.

Alec me ve a los ojos, y su mirada adormilada parece gris bajo las luces del atardecer. Sin embargo, es cuando tuerce una lenta sonrisa que siento que se me eriza la piel.

—Suena tentador, pero por desgracia, tengo un trabajo al que acudir.

Se pone en pie con movimientos rígidos y me tiende una mano. Acepto la ayuda sintiendo los dedos torpes y entre los dos recogemos tanto la manta como los dos parasoles. Mientras nos acercamos a los demás, nuestros brazos se rozan de vez en cuando.

Jared sonríe al vernos aparecer.

—Buenos días —se ríe, y sé por instinto que es por la cara de sueño de su mejor amigo. Sostiene una botella de agua que se la tiende a Alec a la vez que le arrebata lo que lleva en las manos—. ¿Mejor?

Parecen están hablando su propio idioma, pues Alec asiente sin decir ni comentar nada más mientras bebe. Jared, por su parte, se ve bastante satisfecho con su respuesta muda y no pierde el tiempo en dar media vuelta para devolver las cosas a su coche.

La silenciosa presencia de Alec aparece de pronto por detrás de mí, demasiado cerca. Una mano cuidadosa me toca la espalda. Su gesto desprende calidez.

—Vamos. Te llevo a casa.

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