Capítulo 17.
Llego a casa después del trabajo cargado con bolsas de la compra y un cansancio que me hace arrastrar los pies por el pasillo hasta la cocina. Lo primero que hago en cuanto dejo todo sobre la encimera es ir y abrir todas las ventanas, tanto las de la cocina como las de la sala de estar. El silencio absoluto pronto queda oculto por los sonidos del bosque y, por fin, siento que puedo respirar dentro de estas paredes.
Mi cena son las sobras del mediodía mientras reviso lo que ha avanzado Liam con el trabajo que tenemos que entregar a finales de semana y doy gracias a que el contenido forme parte del temario que estamos dando, o de lo contrario no sabría cómo organizarme para conseguir tiempo para los exámenes que siento cada vez más cerca.
Queda poco para la medianoche y a lo lejos se escuchan truenos que anuncian tormenta. Dejo de poder concentrarme y la misma inquietud de siempre se me instala bajo la piel. Hay demasiado silencio rodeándome y comienzo a sentirme extraño dentro de mi propio cuerpo.
Voy al baño a lavarme la cara, buscando hacer algo que me despeje, cualquier cosa. Pero no funciona y mi reflejo me devuelve una mirada demasiado perdida en sí misma mientras el agua del grifo sigue corriendo.
El estruendo es demasiado grande dentro de esta casa vacía, pero sé que de cerrarlo, la angustia será todavía peor. No soporto el silencio; no por las noches.
De pronto, mi móvil comienza a sonar olvidado en el salón. Su melodía me trae de regreso a la realidad y consigue que tenga el valor de cerrar el agua y volver a moverme.
Consigo llegar hasta él antes de que se termine la llamada y ver que es Jared no me sorprende tanto como debería. Contesto sin decir nada y durante un largo momento ninguno de los dos pronuncia palabra.
Al final, es Jared el que rompe el silencio:
—Esta noche habrá tormenta.
—Lo sé.
Y como si quisiera corroborarlo, otro trueno, mucho más cercano que los anteriores, retumba en el cielo. Las cortinas de las ventanas se hinchan como fantasmas por culpa del viento y los tictac del reloj de la cocina y del salón se escuchan descoordinados. Se me crispan los nervios.
—¿Me paso por ahí?
Su pregunta es genuina; tanto, que hace que me sienta culpable de su preocupación. Frustrado y cansado, me paso una mano por la cara y suspiro. Me conoce demasiado bien, pero no puedo permitirme depender de él cada noche complicada que tenga.
—¿No tenías un parcial mañana o algo así? —pregunto, intentando salirme por la tangente.
—Está más que preparado, y siempre puedo seguir repasando en tu casa. Así que no me cambies de tema y contesta. ¿Necesitas que vaya?
Maldigo sin palabras los momentos en los que se vuelve tan serio, pues siempre acabo acorralado. Es mucho más sencillo tratar con él cuando está haciendo el imbécil. Sin embargo, sigo sin querer acceder. No puedo, ni quiero, convertirlo en mi sombra más de lo que ya es.
—No —digo al fin—. Estaré bien.
Otro trueno se burla de mí, erizándome la piel. Comienzo a pasearme por el salón, ansioso, incapaz de quedarme quieto.
—Alec... —comienza. Su tono me pide que no mienta.
—Estaré bien —insisto—. Es... soportable. No puedo ni quiero tenerte siempre de guardaespaldas, ¿de acuerdo? Me las apañaré. Creo que me pondré al día con un par de asignaturas. O lo intentaré, al menos.
Durante un momento, lo único que obtengo es silencio.
—Bien. —El suspiro que suelta está cargado de argumentos y reprimendas mudas—. Tú ganas. Te veré mañana.
Traducción: mañana te inspeccionaré de pies a cabeza hasta adivinar cuántas horas has conseguido dormir.
Accedo al trato a regañadientes; tampoco es que me queden muchas más opciones.
—Nos vemos mañana —prometo—. Y... —dudo. La imagen fugaz de mis padres me sacude. Hace más de un año que no los veo—. Gracias.
—Llama si empeora —es lo único que pide antes de colgar, y sé que estará pendiente del móvil toda la noche.
Me dejo caer en el sofá, resignado, y me tumbo intentando no pensar demasiado en la conversación con Jared. No funciona. Sus palabras han destapado recuerdos que no consigo olvidar y que me rondan cada vez que me quedo a solas con mis pensamientos dentro de esta casa desierta.
El viento no deja de silbar entre las ramas de los árboles y la brisa fría de la noche entra por la ventana a placer. El segundero de los relojes sigue avanzando, impasible, mientras resuena por todas partes.
Recupero mi móvil y abro la lista de reproducción de canciones. No me lo pienso demasiado y le doy a una cualquiera; lo único que quiero es apagar este silencio. La música comienza a abrirse paso por el pequeño altavoz del teléfono y lo dejo encima del reposabrazos que tengo por encima de la cabeza.
Le dije a Jared que estaría haciendo tareas de la universidad, pero tengo la mente demasiado llena de recuerdos turbulentos. Me tapo la cara con un brazo para evitar deslumbrarme con la luz del techo y cierro los ojos intentando adentrarme en la música para huir de todo lo demás.
Deambulo por la casa sin buscar nada en concreto. A mi alrededor huele a manzana, a canela y a azúcar caramelizado. Me noto sonreír, deleitándome con el aroma. Alguien está horneando tarta de manzana y mis pies me conducen hasta las escaleras, seguros de sí mismos.
Escucho voces, una conversación ligera y risas ocasionales. Las cortinas del salón están recogidas y por las ventanas los rayos de sol entran a raudales, iluminando todo. Cuando me adentro en la cocina, descubro a mi madre sacando del horno el pastel y a mi padre moliendo azúcar.
Los dos sonríen al verme, pero antes de que ninguno llegue a decir nada, el sol se oculta por una nube que envuelve todo en penumbras. Mis padres desaparecen con la rapidez de un espejismo, al igual que la cocina, mi casa y el olor de la tranquilidad de un domingo cualquiera.
De pronto, me rodean árboles. Estoy en medio del bosque y las sombras se retuercen por todas partes. Por encima de mi cabeza resuenan truenos y la lluvia comienza a aporrear mi cuerpo entumecido.
Escucho gruñidos ahogados por la tormenta, pisadas rápidas y carreras que sacuden los matorrales y helechos y aullidos que me erizan la piel. Se me acelera el pulso y la ansiedad y el pánico me vuelca el estómago del revés. Las paredes blancas de mi casa se distinguen entre los troncos y yo, sin pensar, echo a correr.
Un muy mal presentimiento me entumece el cuerpo. Una parte de mí ya sabe qué está pasando, pero otra no quiere aceptarlo. Si consigo llegar a tiempo, si esta vez consigo ser lo suficientemente rápido, podré evitar que ocurra.
Pero esto es una pesadilla, y mis pies parecen hundirse en el barro en vez de conseguir avanzar. Siento que corro en el sitio, y mi casa sigue tan lejos como al principio. En mis oídos no dejan de repetirse el estruendo de un portazo y reproches que piden que me olviden y que me dejen en paz.
Quiero gritar, enmudecer mis propias palabras y borrarlas de la historia. Los lobos aúllan invisibles en las cercanías y la tormenta anega tanto el suelo como mi alma. Cada paso me cuesta una barbaridad y la desesperación me inunda al ver que no logro acortar la distancia que me separa de mi casa.
En algún momento el jardín trasero se hace visible, pero sigo demasiado lejos y no puedo hacer otra cosa sino observar, horrorizado, cómo una vez más mis padres caen al suelo bajo el estruendo de un disparo que sacude tanto el bosque como mi consciencia.
Me despierto justo cuando en el cielo retumba un trueno y me incorporo exaltado, sudando y temblando, y con un grito ahogado en la garganta.
Tardo poco en comprender que ha sido otro sueño más, que vuelvo a estar en el salón y que en algún momento me he quedado dormido. Fuera llueve con fuerza y desde el móvil sigue surgiendo una melodía a la que no le presto atención. La pongo en pausa y bajo los pies del sofá.
Me froto la cara, exhausto, y noto los dedos torpes. Una rápida mirada al reloj de la pared me indica que son las doce y media de la noche. He dormido poco más de veinte minutos y ahora mi propia casa me asfixia. Siento que las paredes se retuercen a mi alrededor y que me impiden respirar.
Necesito salir de aquí; largarme de este sitio que tanto me recuerda a ellos y dejar de pensar durante, al menos, unos minutos.
Ni siquiera pierdo el tiempo en ponerme los zapatos, pues sé que no voy a necesitarlos. Simplemente, cierro la puerta tras de mí y me adentro en la lluvia corriendo para transformarme en el mismo instante en el que dejo la primera línea de árboles atrás.
En cuanto cambio de forma mis sentidos se disparan y me abruman, acaparando todo. El olor de la lluvia, del barro y de la vegetación acarician mi olfato con embriaguez. Los sonidos del bosque se entremezclan con los de la tormenta y mis pisadas se abren paso por el bosque con rapidez pero sin rumbo.
No sé a dónde voy, ni me importa. Solo quiero correr, correr y seguir corriendo hasta que mis músculos no puedan más y el agotamiento me arrope de forma que ninguna preocupación o recuerdo consiga abrirse paso en mi sueño.
Dejo atrás árboles convertidos en borrón, cruzo la carretera y bordeo la verja de la Reserva pero sin adentrarme en ningún momento en ella. No quiero saberme encerrado, ni tener que dar media vuelta en algún momento, así que me abro paso por el bosque que rodea el pueblo a sabiendas que a estas horas y con este tiempo no me puedo encontrar a nadie.
La lluvia, al contrario que cuando soy yo al completo, no me molesta en absoluto y permito que me libere, que me abstraiga y que me empape mientras mi carrera sin rumbo continúa.
Me detengo solo cuando siento que me tiembla el cuerpo y mis jadeos me aturden y marean. Punzadas de agotamiento me cubren cada músculo pero, por fin, la cabeza la tengo despejada. La tormenta ha amainado un tanto y permite que en el bosque se distinga cierto movimiento.
Miro a mi alrededor, reconociendo dónde me encuentro, y descubro que he rodeado el lago sin darme cuenta y que he acabado en la orilla contraria a la del embarcadero de la Reserva. De hecho, no necesito caminar mucho para descubrir su superficie a lo lejos, entre los árboles.
Me acerco todavía intentando controlar mi respiración y contemplo el agua y las ondas que crea la lluvia en ella desde la orilla, sintiendo en las patas delanteras las caricias de las olas casi inexistentes del lago.
Ojalá pudiera quedarme así por siempre.
No hay atajos para volver a casa, así que regreso por la ruta inexistente que he seguido sin tanta urgencia que antes pero llevando un trote constante que mantiene mi mente centrada en lo que me rodea. Los nubarrones de tormenta ocultan la luna, así que la visibilidad es escasa aún con mis sentidos aumentados.
No tengo ni idea de qué hora es, pero tampoco tengo mucha prisa por volver a soportar la soledad de mi casa, así que paso de largo de los tramos de carretera que me encuentro y sigo bosque a través, disfrutando de los obstáculos que me salen al paso y de los rodeos que me obliga a dar el terreno.
Vuelvo a abstraerme, y mi instinto me guía por caminos que memoricé hace años sin necesidad de que esté pendiente de la dirección que estoy llevando; conozco este bosque como la palma de la mano.
Por eso, sé que no estoy muy lejos de las primeras casas del pueblo cuando me topo con dos lobos. Me detengo en seco, dubitativo y sorprendido. La lluvia me ha impedido olerlos a tiempo o escucharlos, y ambos me observan desde la distancia con cautela, semiocultos por las sombras del bosque. Son poco más que dos siluetas inmóviles entre los árboles.
Me resulta extraño que dos lobos deambulen bajo este temporal, y mucho más estando tan apartados de la Reserva y tan cerca del pueblo. Me planteo la posibilidad de que sean licántropos, alguien del pueblo que no he reconocido, pero cuando pretendo acercarme para salvar la distancia que me impide distinguirlos con claridad, oigo que uno de ellos me gruñe de forma ahogada por la lluvia. Vuelvo a detenerme, sorprendido. ¿Son solo lobos? Una extraña inquietud me eriza el lomo; esta hostilidad no es normal. Sin embargo, cuando quiero dar otro par de pasos más para intentar distinguir el color de sus ojos en toda esta penumbra, ellos dan media vuelta y desaparecen en la noche.
La confusión me impide seguirlos y me quedo en mi lugar, plantado en medio del bosque con la lluvia acaparando todo y una inquietud instintiva retorciéndose bajo mi piel.
Al final, consigo dormir tres horas seguidas antes de que el despertador me arranque de mi agitada duermevela. Estoy tan cansado que la mañana transcurre eterna e interminable, y debo de tener una cara horrible, pues en cuanto tenemos un hueco largo entre clases, Liam me arrastra hasta la cafetería casi a la fuerza.
—Un café solo para llevar. Grande, y bien cargado —pide por mí antes de que pueda al menos pararme a pensar en cómo saludar al camarero.
—¿Tan mala pinta tengo? —murmuro resignado a la vez que contemplo sin interés el pequeño expositor de comida que hay sobre la barra.
—Casi te duermes en Sociología —me recuerda.
Compongo una mueca y él me entrega el vaso de cartón que acaban de dejar junto a su cambio. Me analiza un largo segundo.
—Te ves igual que siempre —declara entonces, guardándose las monedas en los vaqueros—. Para los que no te conocen de verdad. Estás más apagado que de costumbre. Invito yo.
Su última frase parece más una orden que un favor, pero se lo agradezco igual. Robo dos sobres de azúcar que hay en un cuenco sobre el mostrador y lo sigo entre las mesas, café en mano. El ruido y las conversaciones superpuestas junto con el olor a comida me distraen lo suficiente como para volver un poco más a la vida y no caminar arrastrando los pies o algo por el estilo.
De pronto, Liam se detiene y contempla con expresión extraña algo más allá de nosotros. En cuanto me pongo a su altura, descubro qué está mirando: en una de las mesas, Jared manosea el cuello de Selene mientras Ivi los mira con gesto bastante concentrado comiendo una mandarina. No entiendo nada.
—¿Qué crees que estarán haciendo? —Liam parece tan confundido como yo.
—A saber. Es de Jared de quien estamos hablando.
Liam tuerce la boca, dándome la razón, antes de decidir solventar sus dudas yendo directo hacia esos tres. Lo sigo resignado, preguntándome con qué faceta de Jared me encontraré ahora, si la seria o la animada e irritante; no hemos vuelto a hablar desde anoche.
—¿Qué estáis haciendo? —Por algún motivo, el tono de Liam se asemeja demasiado al de un profesor con demasiada paciencia frente a una trastada.
Es Selene la que responde, escapando de las manos de Jared e inclinándose hacia un lado para vernos.
—Repasando los ganglios. Tenemos examen en... —Alcanza su móvil, que estaba sobre un montón de apuntes en los que no me había fijado hasta ahora—. Menos de cuarenta minutos. A Ivi se le resisten, y Jared se lo estaba explicando.
Intercambio una mirada con el aludido, pero él se encoge de hombros y se fija en el vaso que sigo sosteniendo. Me mira a los ojos, buscando algo que solo él sabe y, medio segundo después, sonríe y sigue el hilo de la conversación:
—Lo que sea por asegurar el aprobado de mi querida Evelyn —declara, lanzándole un guiño. Ella pone los ojos en blanco y se mete otro trozo de mandarina en la boca.
—¿Y todo eso que estabais haciendo antes? —pregunto, sin tener la menor idea de qué es lo que son unos ganglios.
Para mi sorpresa, Selene se ríe.
—Esa era yo haciendo de paciente. Al parecer, Jared tiene una forma de aprenderse las cosas bastante gráfica.
—¿Y no tengo razón? —se defiende él—. Es mucho más sencillo si puedes visualizarlo en cualquier momento.
—Sí —concuerda Ivi, engullendo otro gajo—. Pero el tiempo corre y yo los sigo confundiendo. En el fondo no eres tan buen profesor como dices ser, Jared.
Él compone una mueca indignada y la fulmina con la mirada.
—Eso es porque te distraes demasiado. Y porque te aferras demasiado a los apuntes. Ciertas cosas son más sencillas si simplemente las visualizas.
—No todos tienen tu mente privilegiada. —Esta vez es Liam el que lo contradice, aunque no tenga nada que ver con temas de anatomía ni medicina.
Sin embargo, entiendo su punto. Por lo que recuerdo, a Jared siempre le ha resultado sencillo entender conceptos y relacionarlos entre sí sin que nadie le dijera cómo. Eso, y que uno de sus pasatiempos es aplicar esa comprensión en montar y desmontar todo lo que acaba en sus manos.
Jared bufa, pero no añade nada más. Entonces, Selene se pone en pie.
—Déjame intentarlo —pide—. Así me servirá a mí también de repaso.
—Tengo una idea mejor. —La sonrisa que acompaña su declaración oculta cierta malicia. Sin previo aviso, se centra en mí—. Alec será tu paciente y yo seré el de Evelyn. Así ambas comprobáis cómo de bien os lo sabéis y ninguna se distrae.
Por un momento, nadie dice nada y yo no sé a quién mirar, si a Selene, para comprobar si está de acuerdo con esto, o a Jared, para dejarle claro que quiero matarlo. Esto me recuerda casi a la fuerza sus palabras en la llamada de ayer en la biblioteca y quiero, más que nunca, poder dejarlo tirado en una zanja para que lo encuentren los cuervos. ¿De verdad anoche estuve agradecido con él?
No obstante, en cuanto dejo de prestarle atención y me centro en Selene, lo único que puedo hacer es ceder ante la propuesta y sentarme en el sitio que ella misma acaba de desocupar. Dejo el café encima de la mesa y la miro, sin saber muy bien qué tengo que hacer. Ella me observa divertida.
—Tranquilo, no muerdo —bromea, acercándose hasta que nuestras piernas se tocan.
Alzo la mirada, buscando sus ojos verdes, y me descubro conteniendo una sonrisa. Es irónico cómo esas palabras se amoldan mejor a mí que a ella.
—¿Tan complicado es eso de los ganglios como para montar todo esto? —pregunto, a la espera de descubrir qué es lo que hará.
Por el rabillo del ojo compruebo que Jared e Ivi están en su propio mundo. No me molesto en prestarles atención.
Selene se ríe.
—En realidad no. Pero ya sabes cómo es. En cuanto te convences de que no puedes hacer algo, el esfuerzo que debes poner para lograrlo es el doble.
Me encojo de hombros.
—En realidad no suelo pensar demasiado en eso.
Ella asiente, y parece que quiere añadir algo cuando la voz de Jared se abre paso entre ambos:
—Sherly, los ganglios. Tic tac.
Casi al instante, ella rueda los ojos.
—Eres un pesado —le suelta con una mueca. Después, se centra en mí—. Agacha un poco la cabeza e intenta estar relajado —me pide.
Todo esto es demasiado raro y surrealista, pero obedezco y me quedo quieto. Entonces, sus dedos me sorprenden tocando por debajo de mi barbilla.
—Submentoniano, submandibulares...
Comienza a recitar nombres que para mí no tienen significado alguno y mira a Jared como si así le demostrara que está haciendo lo que se suponía que tenía que hacer. Mientras tanto, sus dedos se deslizan por debajo de mi mandíbula hacia el cuello, pasando por delante y por detrás de las orejas y siguiendo un camino que solo ella parece conocer.
Sigo sin entender muy bien qué está haciendo, pero no me atrevo a hablar para pedir explicaciones y permito que ella continúe palpando en busca de esos supuestos ganglios. Lo hace con cuidado, como si estuviera pendiente de cada porción de piel que alcanzan las yemas de sus dedos y no existiera nada más importante que eso.
Mientras sus manos recorren mi cuello hacia la clavícula, mis ojos buscan los suyos con la esperanza de comprender, aunque sea un poco, por qué siento que se me entumece el cuerpo. Pero ella sigue murmurando nombres extraños y yo no tengo el valor suficiente para interrumpirla, aunque su mirada no deje en ningún momento la mía.
Solo al final, cuando parece haber acabado y sus dedos se apartan de mi piel, me atrevo a murmurar:
—Espero que apruebes el examen.
Ella se ríe, divertida y resplandeciente desde aquí abajo.
—Dalo por hecho.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top