Capítulo 14.

La clase de Historia del Derecho se me hace interminable y mis apuntes sobre el último tema son más bien pobres, pues he sido incapaz de concentrarme. Cuando, por fin, el proyector del techo se apaga y se encienden las luces, tengo que parpadear varias veces, molesto y sintiendo los ojos irritados. Al menos el día de hoy ya se ha acabado.

Recojo mis cosas y me pongo en pie, agarrotado. El cuello me cruje cuando lo inclino hacia un lado y siento que se me relajan las cervicales. Mientras espero a que Liam haga lo mismo, miro distraído por la ventana. Por fin ha dejado de llover y el bosque está envuelto en una ligera niebla. Cruzando el campus hacia el edificio que hay enfrente, varios estudiantes con batas de laboratorio deambulan por sus cercanías y vuelvo a recordar que tengo planes para esta tarde.

—¿Vendrá Adam? —pregunto, aunque sospecho que la respuesta será negativa.

Liam, en vez de contestar, me enseña una serie de mensajes en su teléfono. La reacción de Adam ante la noticia de que Jared ha dejado de estar soltero y que vamos a jugarle una mala pasada son tres simples palabras: "Bien por él."

No me sorprendo por el tono seco que se intuye al leer el mensaje ni tampoco comento al respecto. Mi relación con él es complicada y últimamente está cada vez más desaparecido. En cierto modo le entiendo; yo también tengo deseos de olvidarme del mundo.

Salimos de clase en silencio y nos dirigimos hacia las escaleras centrales del edificio. Ahí, Ethan nos saluda llegando desde el otro ala arrastrando tras de sí por la muñeca a una chica que intuyo que es Lucy. Es una cabeza más menuda que su acompañante y el pelo castaño le llega hasta poco antes de la barbilla. Se la ve incómoda.

—Bueno, ¿nos vamos ya? —dice animado cuando se detiene frente a nosotros.

Me encojo de hombros e Ethan interpreta eso como un sí.

—Genial. Vamos en tu coche —declara, autoinvitándose.

No menciona nada más, pero algo me dice que mi ataque de esta mañana tiene algo que ver. Sin embargo, prefiero no indagar y, de nuevo, me encojo de hombros y comienzo a bajar las escaleras.

A mis espaldas, Lucy farfulla:

—Ethan, de verdad que no hace falta. Puedo ir en bus.

—Tonterías. Hay sitio de sobra. Venga, vamos.

Y así, la arrastra hasta la salida y por todo el aparcamiento. A mitad de camino nos despedimos de Liam, que ha dejado el coche en otra dirección, y prometemos encontrarnos ahí.

El trayecto dura poco más de diez minutos y es Ethan el que se encarga de parlotear por los tres. Conduzco yo, pero la compañía me ayuda a solventar el viaje y llegamos a la cafetería sin más complicaciones que mi pulso errático y las palmas sudorosas.

Ethan, al pasar a mi lado, me palmea el hombro y se adentra en el local como si fuese el dueño del mismo, saludando con entusiasmo a Marta y preguntando por Roy.

—En casa, dijo que tenía que estudiar. Oh, hola Alec.

Respondo al saludo con una sonrisa fugaz y Marta se centra en la tercera persona que ha entrado con nosotros.

—Perdona cariño, has venido varias veces pero no me sé tu nombre.

—No se preocupe —se apresura a contestar—. Soy Lucy.

Marta sonríe, tan encantadora como siempre, y entrecierra los ojos intentando descubrir qué clase de relación tiene con nosotros. No obstante, antes de que pueda decir nada o impedir que saque conclusiones precipitadas, un revoltijo pelirrojo se abre paso entre las mesas y se estrella contra mis piernas.

—¡Alec!

La hermana de Roy me abraza la cintura, entusiasmada, y me regala una sonrisa a la que le falta un diente. Su alegría es contagiosa y me descubro sonriendo y acuclillándome para estar a su altura. Divertido y sorprendido por verla aquí, le pellizco la nariz cubierta de pecas y respingona.

—¿Tú no deberías estar en el cole, renacuaja?

—¡Estoy mala! —declara, como si fuese algo de lo que estar orgulloso.

Su madre, detrás del mostrador, suspira y procede a explicarse:

—Ha vomitado esta mañana y ha tenido un poco de fiebre. He preferido tenerla vigilada y la he traído conmigo o no habría dejado a Roy concentrarse.

Annie asiente, de acuerdo con algo que lo más seguro es que haya comprendido a la mitad, y me vuelve a abrazar, esta vez por el cuello. Río y alzo a la niña de nueve años en brazos. Ethan, a mi lado, compone una mueca de orgullo herido exagerada.

—¿Y para mí no hay ningún hola? —protesta dramático.

La coleta medio deshecha que tiene Annie por peinado me roza la nariz cuando se vuelve hacia él.

—Hola Ethan.

En ese momento la campanilla de la puerta vuelve a sonar y Liam aparece. Annie, nada más verlo, salta al suelo y va a su encuentro.

—¡Liam!

—Hey enana. —Con una sonrisa divertida, alza una mano y Annie pega un salto para chocar los cinco.

Ethan vuelve a lamentarse:

—Soy el mejor amigo de su hermano y es al único que ignora.

—Seguramente porque te ve casi todos los días —suelta Lucy y él compone una mueca.

—Sigue siendo injusto —protesta y se encamina hacia una mesa libre.

Lucy, con pinta de no saber muy bien qué hacer, lo sigue y lo ayuda a mover otra mesa con sus respectivas sillas para que quepamos todos. Entonces, Annie me da unos toquecitos en el brazo.

—¿Vamos a buscar a Roy?

No necesito pensármelo demasiado.

—Vamos.

—¡Sí! —Entusiasmada, me agarra de la mano y comienza a arrastrarme hacia la calle—. ¡Liam tú también!

El aludido resopla, divertido, y nos sigue al exterior.

La vivienda no está muy lejos y llegamos en cinco minutos, guiados por Annie, quien se dedica a saltar de baldosa en baldosa como un saltamontes, con el pelo rebotando a su espalda y contándonos cualquier cosa que se le pasa por la cabeza.

—El viernes voy a ir de excursión —anuncia cuando aparecemos por su calle, una peatonal con pisos de no más de tres plantas cada uno.

Nos detenemos frente a un portal con el número cinco grabado en el cristal y se pone de puntillas para llamar al telefonillo.

—¿En serio? —Liam, justo detrás de ella, le sigue la corriente—. ¿Y a dónde vais a ir?

—Al lago. ¡Vamos a buscar caracoles y a hacer una granja!

—Eso es... fabuloso —masculla Liam, quien no se esperaba semejante declaración. Tengo que reconocer que yo tampoco, pero la niña parece más que feliz con la idea.

—También quiero encontrar ranas —añade—. ¡Y peces! Sé que hay muchos.

Justo entonces, la voz de Roy se escucha a través del interfono.

—¿Si?

—Roy, abre, somos nosotros —digo.

—¡Ethan te busca en la cafetería! —exclama su hermana, subiéndose a los barrotes metálicos de la puerta.

No recibe respuesta, pero un segundo después el portal se abre con un zumbido ruidoso y entramos en el edificio. Annie no pierde el tiempo y sube corriendo por las escaleras hasta el primer piso, donde una de las dos puertas que hay en el rellano la espera entornada. Cuando nosotros llegamos, Roy la está regañando por no quitarse los zapatos llenos de barro al entrar.

—Mira la que has liado —gruñe, señalándole un rastro de tierra que llega hasta el salón—. Ahora mismo te quitas los zapatos y vas a por la fregona a limpiar esto.

—Perdooon.

Annie, arrepentida, se quita las zapatillas y nos esquiva, cabizbaja y descalza, en dirección a la cocina. Roy, en cambio, suspira con paciencia y por fin nos mira.

—Hola chicos —nos saluda y alcanza de la estantería unas servilletas para limpiar la mayor parte del estropicio que ha creado su hermana—. ¿Estáis todos ya?

—Faltan Jared, Ivi y Selene —contesto—. Llegarán en un rato.

Roy asiente y se incorpora, zapatillas sucias y servilletas en mano. Va con ellas directamente hasta el baño y las deja en el bidé; los pañuelos los tira a la basura. Liam, en el pasillo, se cruza de brazos y se apoya en la pared mientras el otro comienza a quitarle la suciedad a los zapatos.

—¿Me vais a decir qué tenéis planeado? —pregunta.

La sonrisa de Roy es maliciosa y perversa.

—Nop. Te arruinaremos la sorpresa. Ethan tampoco lo sabe —ríe y me mira a mí—. Aunque debo decir, Alec, que no me esperaba esto de ti.

—Frustración y deseo de venganza acumulados —es mi única respuesta y Roy acaba soltando una carcajada.

Deja los zapatos de su hermana escurriéndose y se pone en pie secándose las manos con una toalla.

—Estoy impaciente —reconoce con una sonrisa de oreja a oreja—. Será divertidísimo.







Cuando regresamos a la cafetería, veinte minutos después, nos encontramos a Ethan y a Lucy pegados hombro con hombro debatiendo sobre algo con una cámara de fotos en la mano.

—Sigo sin ver la diferencia —está diciendo Lucy.

—¿Cómo que no? —Le arrebata la cámara y toquetea un par de botones antes de enseñársela de nuevo—. Mira, en esta el encuadre...

—Hola gente —interrumpe Roy, lanzando la cazadora al primer asiento libre que encuentra.

Lucy, como un resorte, se aparta de Ethan y se yergue en su sitio. Este se limita a saludar al recién llegado con un parpadeo y una simple palabra:

—Traidor.

—¿Y ahora qué he hecho?

—No incluirme en tus planes.

Parece ofendido hasta la médula y Roy ríe para nada arrepentido. Deshecha sus palabras con la mano.

—Si te lo digo pierde la gracia. Además, yo solo ayudo. Que por cierto, será mejor que me ponga manos a la obra antes de que lleguen o tendré que irme a clase antes de ver el resultado y por nada del mundo pienso perdérmelo.

Ni Ethan ni Lucy, y tampoco Liam, entienden de qué está hablando y lo observan alejarse mientras se arremanga el jersey. Al pasar a mi lado me guiña un ojo y se adentra en la cocina tarareando para sí.

—¿Es tu cámara, Ethan? —pregunta entonces Annie, ajena a todo y curiosa por lo nuevo.

Ethan le presta atención al instante y le retira la tapa.

—Sí. ¡Sonríe!

Annie le dedica una sonrisa sin dudar y él le toma una foto en menos de un segundo, enfocándola con simple, pero seguro, movimiento del objetivo. Instantes después, Annie se pega a él temblando de emoción.

—¡Quiero ver!

—Mira. —Le enseña la fotografía como si esta fuera un secreto—. Sales muy guapa.

La niña asiente, contemplando su retrato con gesto serio.

—Es cierto —proclama, arrancándonos una risa colectiva a todos.

Así, sin pretenderlo, la espera a que lleguen los demás se convierte en una improvisada sesión de fotos para Annie dentro de la cafetería, donde Lucy es la encargada de cambiarle de peinado cada dos por tres a petición y exigencia de la niña. Nadie se le opone.

—¿Nos hemos perdido algo?

Selene, salida de la nada, aparece junto a la mesa seguida de Ivi y Jared. Annie, que estaba sentada en el regazo de Ethan analizando sus últimas veinte fotos, alza la cabeza, cámara en mano y la enseña como si fuera un trofeo.

—¡Me he vuelto famosa! —proclama, sin importarle que no conozca a Selene de nada y con el único objetivo de presumir metido en la cabeza. Entonces, como por arte de magia, repara en las manos unidas de Ivi y Jared y amplía los ojos—. ¿Es tu novia?

Ivi, al escucharla, le suelta la mano casi por acto reflejo, aunque Jared se la vuelve a atrapar casi al segundo y la abraza con fuerza. Cuando mira a Annie, cómplice, parecen los mejores amigos:

—Sí. ¿A que nos vemos bien juntos?

—Es muy guapa.

Jared se ríe, completamente de acuerdo, e Ivi no sabe dónde meterse. Ethan, mientras tanto y con cuidado, le quita a Annie la cámara de las manos antes de que esta pueda caer al suelo. Ella ni siquiera se percata.

—¿Cómo te llamas? —le pregunta.

—Ivi. —Se aparta de Jared y se agacha para susurrarle al oído—. Quiero hacerle una sorpresa a Jared, ¿me quieres ayudar?

Annie no tiene ni que pensárselo.

—¡Claro!

Se baja del regazo de Ethan y alcanza la mano que le tiende Ivi. Jared, por su parte, no entiende nada e Ivi le guiña un ojo.

—Ahora volvemos —promete y se va con Annie hacia la cocina, donde Roy la está esperando.

Entonces Ethan se recuesta en su asiento y contempla a Jared con las cejas alzadas y una sonrisa socarrona.

—Te lo tenías muy callado, ¿eh?

—Ocurrió ayer —espeta este. Se quita la cazadora y se sienta delante de Lucy—. Además, ¿por qué tendría que contarte nada?

—Existe algo llamado compromiso amigo.

—Si vas a inventarte algo, que sea creíble.

—Lo dice el que hace una hora le ponía nombres absurdos a las bacterias del laboratorio —se burla Selene, sentada justo a su lado y delante de mí.

Jared, ofendido, la fulmina con la mirada con la dignidad de un niño de preescolar.

—Sherly, eso es secreto profesional. Además, llamar a un bicho Rodolfo tiene más sentido que llamarlo Escherichia Coli.

Selene pone los ojos en blanco y se vuelve hacia mí, señalándolo como una madre sin paciencia.

—¿Ves lo que tengo que aguantar? Y eso que le tengo en el puesto de al lado y no como compañero.

—Porque no me dejaste tener como pareja de trabajo a mi novia.

—Antes de ser tu novia era mi amiga, idiota. Además, la tienes al lado, no sé de qué te quejas.

—Pero yo la conocí antes.

—Ella te odiaba.

Parecen un gato y un perro discutiendo y gruñéndose el uno al otro.

—¿Seguro que los novios no sois vosotros dos? —ironizo, viéndolos gruñirse tal y como Ivi hace con Jared cada dos por tres.

Al instante, recibo una patada en medio de la pierna y ahora soy yo el que recibe la mirada fulminante de Selene.

—Bromas las justas con ese tema —espeta y tengo que morderme la lengua para no reír.

Jared, por otro lado, se ve estupefacto.

—Me he perdido.

Y, con esas tres simples palabras, Selene explota.

—¡No te hagas el inocente conmigo! —le gruñe entre dientes y le planta el dedo índice tan cerca de su cara que Jared tiene que echarse hacia atrás—. ¿Quieres que recree mi conversación de ayer contigo otra vez? Porque sigo molesta.

—Eres una melodramática —protesta él, aunque sigue manteniéndose bien lejos de ella—. Solo fue un abrazo.

—¡Y un beso!

—¡En la mejilla! ¿Qué problema hay con eso?

Selene parece a punto de echar humo por las orejas y la satisfacción de ver a Jared incapaz de ganar la discusión es demasiado satisfactorio. Ethan, sin apartar su mirada de ellos, le susurra a Lucy:

—¿No eran amigos o algo así?

Ella le lanza una mirada fugaz y se encoge de hombros.

—A su manera.

Ethan asiente y Liam, al parecer ya sin paciencia, suelta:

—Parecéis dos críos en un arenero.

La discusión cesa de golpe y los dos se vuelven con idéntica expresión ofendida hacia él. La carcajada de Ethan resuena en el reciente silencio.

—Y habló el segurata.

La ceja de Liam se levanta en un perfecto arco, cual padre estricto que desafía a su hijo a atreverse a contradecirlo, y escucho a Ethan tragar saliva. De pronto, se vuelve hacia Lucy y la agarra por los hombros.

—Cámbiame el sitio —pide, pues tiene a Liam justo al lado, en el extremo de la mesa.

Lucy da un respingo e intenta echarse hacia atrás, pero choca con mi hombro. Está atrapada entre nosotros dos y la mirada que le da a Ethan está cargada de nerviosismo.

—¿Qué? —articula.

—Por favor —insiste—. Te prometo que no muerde, a ti no, al menos. A mí creo que me odia.

—Lo sorprendente es que no sepas el por qué —le dice el aludido e Ethan le dedica un ceño fruncido por encima del hombro.

—Pues no, no lo sé —replica—. Soy simpatiquísimo y maravilloso.

—Y te comportas como un crío de cinco años —añado.

Ethan me mira como si no me reconociera.

—Si vas a intervenir, que sea para ayudarme.

—Yo tengo una pregunta —interviene Selene entonces, saludando con una mano y ganándose la atención de todos.

—Dispara —dice Jared.

—¿Siempre sois —hace un gesto que nos abarca a los cuatro— así?

Jared parpadea sin comprender.

—¿Así cómo?

—Caóticos.

Por un momento, nadie dice nada, demasiado desconcertados para contestar. Jared e Ethan intercambian una mirada, pero es Lucy la que contesta:

—Sí, siempre han sido así.

—¿En serio? —Jared la contempla como si estuviéramos hablando de otra persona.

La expresión de Lucy es, por un momento, demasiado parecida a la de Liam. Alza ambas cejas, incrédula, y se cruza de brazos.

—¿De verdad no os habéis dado cuenta nunca de que cada vez que os juntáis más de dos siempre acabáis discutiendo?

—Bueno, a ver, aclaremos conceptos —media Ethan—. Discutir es un término demasiado subjetivo y amplio.

—Exacto —concuerda Jared, por primera vez en ¿meses? con él—. Decir que estamos discutiendo es demasiado. Solo diferimos en opiniones.

Selene, a su lado, bufa.

—Sí, claro. Y yo soy rubia.

—Pues si lo miras con cierto tipo de luz... —murmura Jared, analizando su pelo con demasiada atención.

—Tú a callar —le advierte—. Mi pelo es castaño y punto.

—Déjame decirte que ahora mismo se ve casi rubio —insiste, y le atrapa un mechón para estudiarlo mejor.

—Es castaño claro, Jared —añado yo, intentando ponerle fin a la escena tan surrealista que estoy presenciando.

La estupefacción de Jared es digna de un cuadro y me mira atónito. En ese momento Selene aprovecha para quitarle el pelo de entre los dedos y agitarlo frente a su cara.

—Ya le has oído: cas-ta-ño.

Jared asiente no muy convencido, más ocupado en no perderme de vista que en seguir contradiciéndola. Algo le ronda por la cabeza, pero no llega a expresarlo en voz alta porque justo entonces los tres desaparecidos regresan a nuestro lado cargados con tres bandejas, dos con cafés y la otra, la que carga Annie con orgullo, con nueve platos, cada uno con un trozo de bizcocho decorado con virutas de chocolate, lo último seguro que por obra de la niña.

—¡Hemos vuelto! —proclama alegre.

Es Liam el que se encarga de que ayudarla a colocar la bandeja en la mesa sin que se le caiga nada y Roy e Ivi reparten el resto. Cuando le llega el turno a Jared, Ivi se agacha y le pasa los brazos por encima de los hombros desde atrás. Le acaricia el pelo, deposita frente a sus narices su porción de bizcocho y le planta un beso en la mejilla que lo deja aturdido.

—Considera esto mi propia forma de decir que sí —proclama y tanto yo como Selene hundimos las narices en nuestros respectivos platos para mantener la seriedad.

—¿Acabas de hacer todo esto? ¿Ahora? —pregunta Jared, incrédulo.

Ivi se encoge de hombros y se sienta en la silla libre que hay a su lado.

—Roy me ha echado una mano —reconoce y el aludido ríe despreocupado y divertido segundos antes de hincarle el diente al postre.

—No ha sido nada —asegura—. Me gusta hacerlo.

Jared contempla el bizcocho con confusión, intentando procesar el gesto. Se le ve perdido, como si todavía no asimilara que de verdad ha conseguido estar con Ivi y toda muestra de afecto fuese en realidad una alucinación. Alcanza la cucharilla y corta un trozo. El chocolate fundido del interior se desborda por el plato y, por fin, prueba bocado.

Por un instante no ocurre nada fuera de lo normal hasta que, de pronto, tras masticar dos veces, se detiene y frunce el ceño. Tose. A Selene le tiemblan los hombros de la risa contenida y Annie lo observa todo con los labios manchados de chocolate.

—¡El chocolate de arriba lo he puesto yo! —proclama orgullosa y Jared asiente con una compostura que ha perdido hace tiempo.

Vuelve a toser y se vuelve hacia Ivi con lágrimas en los ojos.

—Evelyn... —farfulla, intentando seguir masticando. Le sale un gallo y vuelve a carraspear—. ¿De qué está hecho esto?

—De chocolate, ¿de qué más? —Su sonrisa es brillante y se lleva una cucharada de su propio plato a la boca—. ¿Por qué? ¿No te gusta?

—No es... que no me guste...

Está sudando y al parpadear se le cae una lágrima. Gruñe por lo bajo y tiene que apoyar el codo en la mesa para no salir de ahí corriendo. Su mirada se cruza con la de Annie, que sigue pendiente de él, expectante, y cierra los ojos con fuerza. Se obliga a seguir masticando y traga con esfuerzo. Jadea.

Selene, a su lado, rompe a toser, atragantada por una risa de la que Jared ni se percata.

—¿Café? —le está diciendo Ivi, tendiéndole la taza.

Jared, agónico, la acepta desesperado y toma un sorbo que escupe enseguida. Al verlo, Roy estalla en carcajadas y segundos después le sigue el resto. Jared tose sin parar.

—¡¿Qué mierda es esto?!

Las carcajadas aumentan sin pudor alguno y tanto a Ivi como a Selene se le saltan las lágrimas. Lucy, a mi lado, se ahoga con el sorbo de café que no había llegado a tragar y Annie nos mira a todos sin comprender qué está pasando.

—Eso, mi querido Jared, es mi dulce venganza —declara Selene, riéndose de su expresión de agonía.

—Mejor di picante —la corrige Roy, sujetándose el estómago de la risa, a punto de caerse de su silla, y con un móvil que no tengo ni idea de cuándo ha sacado, en la mano.

Jared sufre una arcada que a duras penas controla. Está llorando, rojo y con la frente perlada de sudor, y no me atrevo a imaginarme la cantidad de condimento que tiene que llevar esa cosa. Vuelve a toser y carraspea, en vano.

—Maldito seas, Roy —gruñe, con la voz ronca y el rostro descompuesto.

El culpable, quien sigue grabando, ríe y nos señala a Selene y a mí.

—Ha sido idea de estos dos. Yo solo la he puesto en práctica.

—¿Q-Qué?

De nuevo, le sale un gallo y tiene que volver a toser. Lucy le tiende un pañuelo por encima de la mesa y él se limpia los ojos, sin demasiado éxito. Nos mira a ambos tan herido como estupefacto y a mí me duele el pecho de tanto reír.

—Te lo merecías —me defiendo.

Jared frunce el ceño, gruñe algo incomprensible, y se vuelve hacia Selene. Ella, simplemente, sonríe.

—Te dije que me las ibas a pagar.

—Tú...

Parece estar a punto de matarla, pero ella se limita a ampliar su sonrisa como si no hubiese tenido nada que ver en todo este asunto. Entonces, Ivi le tiende una pequeña botella de agua.

—Anda, bebe, que parece que vas a morirte. Y por si te lo preguntas, sí, yo también estaba metida en esto. Me pediste salir de la forma más extraña del mundo y me has tenido en el camino de la amargura mucho tiempo.

Jared, que de la desesperación se ha bebido media botella de un solo trago, se atraganta y tose una vez más, a punto de ahogarse.

—Vosotros lo que... queréis es... matarme —balbucea sin aliento y entre toses.

Ivi, como respuesta, le besa la mejilla, riendo, y Jared gruñe.

—Me habéis puesto sal en el café —añade, como si el bizcocho no hubiese sido suficiente.

Roy levanta la mano, oculto tras el teléfono.

—Cortesía de la casa —reconoce con una carcajada.

—Deja de grabar —le espeta la víctima. Su aspecto está tan descompuesto que resulta de todo menos amenazante.

—Jamás.

—Pásame ese vídeo luego, por favor —suplica Ethan, riendo—. Necesito tener este momento en mi vida.

—Roy, ni se te ocurra —amenaza Jared.

Roy le guiña un ojo y, por fin, baja el móvil. Lo guarda a buen recaudo en su bolsillo y coge a Selene por las manos.

—Tras lo de Rebecca me volví tu fan... Ahora te tengo en un altar. Por favor, no te mueras nunca.

La declaración es tan surrealista que ella solo se ríe. El resto tardamos un poco más en procesar sus palabras pero, cuando lo hacemos, nos volvemos hacia esos dos como si fuésemos resortes.

—¿Rebecca? —repito, incrédulo. ¿Cuándo ha pasado esto?—. ¿Te has cruzado con Rebecca?

Selene asiente, sin comprender a qué viene tanto alboroto.

—Ayer, cuando te fuiste a cambiar —explica—. Me vino a hablar de mala manera y la mandé a la mierda —espeta, resuelta, y sin darle mayor importancia.

—¿Y no dijiste nada?

—Bueno... —duda y alterna la mirada entre Roy y yo—. Vino Roy, me pidió toda la tontería del autógrafo y luego llegaste tú con mi camisa puesta, te vi y pues... —Se calla, y vuelve a dudar. Se encoge de hombros—. Se me olvidó. De todas formas, ¿quién es? ¿Por qué tanto misterio? ¿Es tu novia o algo?

Roy abre la boca, dispuesto a contestar, pero consigo tapársela antes de que diga nada innecesario y que no quiero recordar.

—No es nadie —aseguro.

Está claro que no me cree pero, antes de poder seguir indagando, Ethan exclama:

—Por Dios, dame tu autógrafo ya. ¿Por qué no te he conocido antes? Eres genial.

—Yo ya lo tengo —farfulla Roy contra mi mano, orgulloso.

Yo, por mi parte, pongo los ojos en blanco. Entonces, la pregunta de Annie nos distrae a todos:

—¿Qué es un autógrafo?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top