Capítulo 10.

La mirada perpleja de Leonard me deja claro que no estaba al tanto de esa información. Mis dedos encuentran un hilo suelto de mi jersey y lo retuerzo en silencio, sin saber muy bien cómo continuar. Mis recuerdos me llevan de nuevo hacia ese día en el que, con catorce años, mis padres entraron a mi habitación con gesto serio y una foto en las manos.

—Cariño, tenemos que contarte una cosa —me dijo mi madre.

Se sentó a mi lado en la cama y me acarició una rodilla. Mi padre, por otra parte, arrastró la silla del escritorio hasta el centro de la habitación y se sentó con pesadez. Estaba nervioso, pues no dejaba de pasarse las manos por el pelo y de morderse el labio. Los dos intercambiaban miradas extrañas y, ante su silencio, me temí lo peor.

—¿Qué pasa? —pregunté preocupada. Había estado leyendo, pero la incomodidad de mis padres hizo que ni me acordara de poner el marcapáginas—. ¿He hecho algo malo?

Intentaba recordar algo que hubiese pasado en el último mes que justificara su mala cara, pero estaba en blanco. Mis notas seguían siendo las mismas, no tenía problemas en el instituto ni me había peleado con nadie.

—¿Se me ha vuelto a olvidar sacar la basura? —aventuré.

Mi padre torció una sonrisa y se rió entre dientes.

—No has hecho nada, diablillo. —Suspiró y volvió a peinarse con los dedos. Entonces, me tendió la foto que sostenía—. Sabes quiénes son, ¿verdad?

Extrañada, contemplé la foto. En ella estaban retratados una pareja que sonreía a la cámara vestidos de boda. La mujer se parecía a mí y se encontraba encerrada entre los brazos de su marido, riendo por algo y entrecerrando los ojos por culpa del sol. No era la primera vez que veía esa foto y sabía muy bien que en el reverso de la misma había una dedicatoria y un agradecimiento por haber acudido a la boda.

—Son mis padres biológicos —murmuré, sin comprender por qué sacaban el tema ni por qué estaban tan incómodos. Alcé la mirada en busca de respuestas—. Pero esto ya me lo habéis contado. ¿Qué pasa? No me iréis a decir ahora que sí que están vivos y que me quieren de vuelta, ¿no? Porque si es eso ni de coña...

—No, cariño, no es eso —me interrumpió mi madre. Con aire ausente volvió a acariciarme la rodilla—. Todo lo que te hemos contado es cierto pero.... —dudó—. Hay un par de cosas que todavía no sabes.

Fruncí el ceño, confusa y sin entender nada. Hasta donde yo sabía, mis padres habían muerto en un accidente y como mi abuela biológica no podía hacerse cargo de mí, decidieron adoptarme. No tenía mayor misterio y en ningún momento había sentido resentimiento alguno hacia mi abuela. De hecho, la adoraba cada vez que venía de visita. ¿Qué más tenían que decirme?

Y entonces, mi padre dijo:

—¿Qué sabes de los licántropos?

Le contemplé incrédula.

—¿Perdón?

De ese modo, comenzaron a explicarme cosas extrañas sobre lobos, genética y un montón de cosas más que no entendí en su momento. Iba todo demasiado rápido y no comprendía nada. Al principio, me lo tomé a broma. Aquello no podía ser posible, eran mitos, cuentos de terror y contenido de libros de ficción y películas. Sin embargo, la seriedad con la que me hablaban mis padres resquebrajó mi seguridad. Si ellos, médico y enfermera respectivamente, personas de ciencia, se lo tomaban tan a pecho y parecían creerse lo que estaban hablando, ¿dónde estaba mi base para dudar de su palabra? Eran mis padres, creía en ellos.

Así, me enteré de que mis padres biológicos, Kate y Ashton Dobreman, pertenecían a una comunidad de licántropos que se escondían en un pueblo en las montañas y que mi padre era quien los lideraba.

El relato se volvió más deprimente cuando pregunté por qué y cómo habían muerto en realidad, y al comienzo no entendí cuando me dijeron que había sido por culpa del propio hermano de mi padre, mi tío. Lo habían arrinconado por sorpresa la misma noche de mi nacimiento y mi padre no pudo con todos ellos. Los demás llegaron tarde y, como mi madre había muerto por una complicación del parto, me quedé huérfana.

Como temían por mi seguridad y mi abuela se veía incapaz de protegerme de la paranoia de su hijo mayor, mis actuales padres (que fueron quienes asistieron a mi madre en todo momento) decidieron adoptarme y se fueron del pueblo sin decirle nada a nadie. Para esa gente, toda mi familia, yo incluida, estaba muerta desde hacía catorce años.

En un primer momento no me lo creí, todo aquello era absurdo. Sin embargo, poco a poco, comencé a plantearme la posibilidad de que fuese cierto. Al fin y al cabo, mi abuela también sostenía la misma historia y los mismos sucesos. Y entonces lo decidí: iba a volver al pueblo. Fuera como fuese, iba a conocer el lugar de donde provenía. Se lo debía, a esos padres que no conocía pero que dieron todo por mí y también a los que tenía a mi lado en aquellos momentos y que me colmaban de amor y cariño. Tenía una identidad y una historia mayor de la que me había imaginado nunca y supe que, en algún momento, debía recuperar ese legado.




—Siempre he sabido que soy adoptada —explico, saliendo de mis recuerdos y centrándome en Leonard—, y cuando tuve la edad suficiente como para comprender lo que pasaba, mis padres me contaron el resto de la historia. También sé que todavía tengo familiares de sangre en alguna parte del mundo y que un primo se ha quedado en el pueblo. Todavía no lo he conocido, así que mi relación con él es nula por ahora.

—¿Él lo sabe?

—¿Que existo? Lo dudo. —Me encojo de hombros—. La abuela ha ido hoy a verle, de hecho, pero al parecer no estaba a la labor de escuchar sobre temas familiares.

Leonard asiente, comprendiendo, y no parece muy extrañado. Por lo que me ha contado la abuela, es bastante reservado y no sale de casa a no ser de que sea estrictamente necesario, por lo que socializar con él es misión imposible. Por supuesto, ha roto todo contacto que tenga que ver con licántropos y asuntos paranormales. Desde hace un año que no quiere saber nada de su familia y si sigue viendo a Alice es porque ella no le deja mayor opción.

—¿Lo sabe alguien más?

—Que yo sepa, no. En principio íbamos a esperar a estar los tres en el pueblo. Mis padres pensaban que sería más fácil de explicar y resultaría más creíble si ellos estaban presentes, al fin y al cabo, la gente los conoce. Pero el papeleo de transferencia de pacientes está llevando más tiempo de lo previsto y yo tenía que empezar el curso así que...

—Alice me comentó algo al respecto, aunque no quiso darme mayores detalles por teléfono y hace un año que no se deja ver entre los nuestros. —No lo dice a modo de reproche, más bien se limita a exponer un hecho. Pensativo y sin dejar de analizarme, tamborilea con los dedos sobre la carpeta durante unos segundos—. ¿Eres capaz de transformarte?

Lo pregunta así, sin filtro y de golpe, tan de imprevisto que por un momento soy incapaz de contestar. Sabía que esa pregunta acabaría llegando, pero no así, no sin aviso previo. De pronto, vuelvo a sentirme incómoda.

—No —murmuro, como si no poder adoptar la forma de un lobo fuese un crimen o algo parecido.

Se supone que en algún momento de tu vida antes de los dieciocho, en cuanto comienzas la pubertad, el cuerpo debería comenzar a sufrir de forma gradual una serie de cambios hormonales y metabólicos que van más allá del acné y el mal humor, cambios que preparan a un licántropo a cambiar de forma. Sin embargo, no siempre sucede y el desarollo se estanca en un tenue aumento de los sentidos y mejor inmunidad y resistencia física que una persona corriente. La probabilidad de transformarse de un mestizo, como me han dicho que es mi caso, es de un cincuenta por ciento. Supongo que me ha tocado cruz a la hora de lanzar la moneda de la genética.

Leonard, por otro lado, no se altera en lo más mínimo y se dedica a mirar a la nada, rumiando toda la información que le he ido contando. Que no me infravalore o se sienta decepcionado por no ser como mi padre biológico es un alivio, pues no habría sabido cómo actuar de ser así. No es que me importe demasiado poder transformarme o no, al fin y al cabo mis padres son humanos los dos y no por ello les quiero menos o los considero menos persona, pero teniendo en cuenta la historia familiar...

—En ese caso —dice al fin—, creo que lo mejor será esperar a que lleguen Thomas y Sarah. Como no puedes transformarte, no veo necesario apresurar las cosas sin motivo. Ashton y Kate eran muy queridos dentro de la comunidad y revolver esos recuerdos sin que surjan malas vibras llevará su tiempo y es preferible que tus padres estén aquí para explicar todo mejor. No le digas nada a nadie hasta entonces. De lo contrario, muchos no te creerán.

Asiento, comprendiendo su punto, aunque hay cierta parte que no termino de entender.

—¿Habría sido diferente de poder convertirme?

—Un poco sí —admite—. Explicar cómo funciona todo en un solo encuentro es complicado, pero por resumirlo un poco, un licántropo que no se transforma con regularidad, se atrofia, pierde el control. En ciudades grandes pasar desapercibido es imposible, así que la mayoría vive en pueblos como este, donde la naturaleza esté a mano para perderse en ella y no causar problemas. Nosotros, como extra, tenemos la Reserva, que es un lugar controlado día y noche y donde no hay peligro de ser visto.

Con la carpeta todavía en la mano, se pone en pie y se acerca a una de las ventanas para contemplar el pueblo. Tras unos segundos, se vuelve hacia mí y su mirada queda oculta por la contraluz.

—De transformarte, te habría introducido de inmediato a la comunidad para que pudieses hacerlo a gusto y sin temor a ser vista. Con todo lo que ha pasado, la seguridad ha aumentado bastante y no confiamos en cualquiera. Para nosotros, un desconocido es una amenaza. Suena a paranoia, pero la experiencia nos ha dejado claro que la confianza es un riesgo que se paga caro.

—En tal caso suena a que seguiré siendo una extraña pase el tiempo que pase. Decir que soy hija del antiguo líder solo creará desconfianza —murmuro, admirando mis propias manos. Siento que avanzo con pies de plomo hacia un callejón sin salida.

Estoy tan sumida en mis pensamientos que no escucho a Leonard acercarse, pero sí que noto el apretón amigable que me da en el hombro. En mi regazo aterriza la carpeta que momentos antes se ha paseado por la habitación.

—Poco a poco, no adelantes acontecimientos —sugiere y sonríe con cierta picardía cuando lo miro por encima del hombro—. A tus padres todavía les quedan un par de buenos amigos en los que confiar, no te preocupes. —Con un gesto me señala los documentos que tengo entre manos—. Ahí está todo lo que tenían tus padres. De momento, las cuentas y el dinero están congelados y a su nombre; Alice no quiso apropiarse de nada y no permitió que su hermano tocara un solo céntimo. Pero quería que supieses que, aunque no los hayas conocido, no te dejaron sin nada. —Me da un apretón cariñoso en el hombro—. Estoy seguro de que estarían muy orgullosos de ti... —Le tiembla la voz—. Te habrían querido mucho, Selene. Es lo único que no quiero que olvides.

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