Capítulo 03

|Decisión|

Inuyasha con sus puños fuertemente presionados, seguía con ira aquel insecto de Naraku quién zumbaba por los aires sin cesar.

Se sentía basura en ese instante, había permitido que Kagome fuera capturada por ese despreciable bastardo que odiaba con todas sus fuerzas.

Había sido descuido suyo, de eso estaba más que claro.

¿Por qué jamás se le ocurrió usar sus sentidos para comprobar si la chica estaba cerca? ¡¿Por qué?! Claro, se había distraído… con ella.

¡Maldita sea!

Se gritaba a sí mismo, presionando fuertemente sus dientes junto a sus colmillos.

La había descuidado una vez más y no se lo perdonaba, ya no podía simplemente, el tan solo pensar que ese imbécil había tocado sus preciosos cabellos le hervía la sangre.

Por su gran y estúpido descuido, ahora Kagome corría peligro.

Que gran mierda.

De pronto, aquel insecto que Inuyasha seguía, desapareció.
— ¡¿Pero qué demonios?! —exclamó al notar que el insecto se desvaneció junto al viento.

¡Maldición! La única pista que tenía para saber el paradero de Naraku se había desvanecido misteriosamente.

¿¡Qué haría ahora!?

Un grito ahogador junto a un enorme gruñido escapó de los labios del peliplata.

Presionó sus puños a más no poder con sus manos temblorosas debido a la furia y temor contenido en ese instante.

— ¿Qué es lo que sucede, Inuyasha?

Inuyasha se giró al instante.

La sacerdotisa de ojos fríos estaba apoyada en el árbol sagrado recibiendo almas. Inuyasha no se había percatado de su presencia hasta ahora, por su evidente preocupación.

—Kikyo. —murmuró entre dientes, con su vista baja permitiendo que su fleco cubriera su mirada desesperada.

Ella sonrió, mientras observaba la situación desesperada en la que se encontraba el híbrido, entonces suspiró.

—Algo me dijo que estarías aquí, entonces aquí estoy. —respondió con su frialdad única.

¿Qué hacía? ¿Le preguntaba si había divisado a Kagome o a Naraku? ¿O incluso al maldito insecto? ¿O simplemente salía huyendo para no perder más tiempo? Gruñía a sus adentros.

Necesitaba ir en busca de Kagome cuanto antes, pero no tenía una sola pista.

Tal vez ella había visto algo.

—Kikyo… tú—

Pero no lo dejó terminar, la sacerdotisa sin importarle interrumpió la complicada pregunta de Inuyasha.

Éste ante esto gruñó a sus adentros, esperando escuchar lo que la sacerdotisa tenía que decir.

—Veo que no te arrepientes de tu decisión, Inuyasha. —dijo la chica observándolo con la mirada fija, notó la desviación continua de éste observando todo con suma rapidez, estaba preocupado, eso se notaba a leguas.

—Creo que eso había quedado bastante claro hace unos momentos. —respondió apresurado al escucharla.

Con sus dientes ya más relajados y su vista baja recordó lo sucedido...

...

 
—Kikyo… debo decirte algo muy importante. — Se le notaba inseguro, pero ya lo había decidido, ya había decidido quién sería su acompañante eterna.

— ¿Si, Inuyasha? —dijo la sacerdotisa con tono pensativo, observando con insistencia las estrellas de aquella fría noche.

—Mi corazón ya no corresponde a ti…—murmuró Inuyasha con un gran esfuerzo, tratando de formular las palabras adecuadas.

—Es ella, ¿me equivoco? —preguntó Kikyo con sus ojos tristes, creando una leve sonrisa en su rostro.
Aún con ello, su voz era quebrantada, mientras que buscaba la mirada de Inuyasha quien la desvió rápidamente al suelo, sonrió levemente mientras miraba a un lado.

—Sí, es Kagome. —murmuró con esfuerzo mientras que sentía como la chica respiraba agitadamente.

—¿Qué… tiene ella que no tenga yo? —preguntó la sacerdotisa levantando su cabeza y cambiando de inmediato su rostro neutral a uno enojado.

Caminó rápidamente hacia el peliplata, obligándole a que le mirara a los ojos.
— ¿Acaso te estás escuchando? ¡Me estás cambiando por mi propia reencarnación! Ella nunca debió venir… —exclamó esperando una respuesta, que no llegó.
— ¡Responde! —Avanzó quedando a una corta distancia de Inuyasha, quien le miraba con sus ojos ambarinos sorprendidos, no se esperaba esa reacción.

No la culpaba, ella tenía razón, pero las circunstancias provocaron que su amor volviera a florecer, mas no por ella.

La miró fijamente durante unos segundos para luego volver a observar la interesante tierra con sus fieles rocas, sintió como la sacerdotisa con rudeza tomaba de su hombro, tragó saliva y nervioso le miró perplejo.

—Perdóname Kikyo, sé que tú hiciste mucho por mí, pero tú estás muerta. De no ser por Kagome, yo seguiría sellado en el árbol sagrado y tú no estarías aquí siendo infeliz, cargando rencor en tu corazón y alimentándote de almas para permanecer con vida. Es momento de avanzar, tuvimos un hermoso pasado que terminó con un trágico final, no fue culpa de nosotros, pero es momento de afrontar y avanzar de manera correcta. —Entonces, bajó su mirada ambarina. —Ya basta Kikyo… yo sé que tú no eres feliz conmigo, sé que la Kikyo que conocí murió y la que tengo ahora solo tiene odio, es hora de que seas libre de toda esa carga. —respondió, separándose con delicadeza de ella, dejándola sorprendida por el rompimiento repentino.

Inuyasha volvió a suspirar, con sus ojos llorosos. —Yo no puedo irme al infierno contigo, lo sabes... Primero necesito vengarme  de Naraku por lo que nos hizo y después ser feliz de verdad, ya no quiero cargar con este dolor. —Acabó de hablar Inuyasha con sus ojos apagados, mientras esperaba el adiós y comprensión de esta…

¿Acaso habían sido muy duras sus palabras?

Su corazón se retorcía lleno de todos esos sentimientos confusos, se quería ir, escapar, huir, TODO, pero no hasta que ella lo hiciera primero.

Entonces Kikyo sintió el romper de una rama y el revoloteo de unas hojas… Era ella.

Sonrió medianamente, el plan había comenzado.

—Por favor, Inuyasha, solo un beso… aunque sea por última vez. —susurró en tan solo centímetros de los labios del peliplata, quien miraba el suelo.

La sacerdotisa hecha de barro y huesos, con los ojos llorosos, y un gesto en su rostro que daba a conocer más de su merecida misericordia extendió sus brazos por el cuello del ambarino quien dejaba que respondiera el silencio.

—Eh… Ki-kyo. —murmuró confuso ante aquel repentino cambio, con sus ojos observaba como la chica se acercaba peligrosamente hacia él.

¿Pero qué demonios era lo que sucedía?

Se preguntaba el ambarino confundido al sentir los cálidos brazos de la sacerdotisa en su cuello. Por un momento había creído que esas palabras habían sido más que suficientes pero al parecer estaba equivocado.
Con balbuceos presentes, Inuyasha solo pudo pronunciar en un susurro su nombre cuando sintió los labios de la chica sobre los de él…

No debía... ¡No debía maldita sea!

Le había costado tanto superar su pasado para que ahora ella llegara con sus extrañas acciones y le confundiera de nuevo.

Alivio sintió el peliplata apenas la chica se separó de él con delicadeza, soltó un gran suspiro y con sorpresiva mirada escucho aquellas palabras nacidas de la chica.

—Te amo, Inuyasha.

¡¿Pero qué sucedía?!

Kikyo jamás había sido así con él, siempre fue fría, ni siquiera un ‘Te quiero’ nacía de sus labios desde que le devolvieron la vida, solo era odio e indiferencia hacia él.

Pero ahora, repentinamente ella volvía a ser la dulce y tierna Kikyo de la que él se había enamorado.

—Yo… —murmuró el ambarino, muy que confundido. Levantó su mirada ambarina y con pasos fugaces se separó de la chica.
—Ya no te puedo corresponder, lo siento, no es necesario que sigas fingiendo. —respondió, fijando su vista en esos ojos fríos oscuros, ella en respuesta solo se encogió de hombros y se marchó.

¿Qué había sido eso?

...

Regresando al ahora, Kikyo sonrió maliciosamente, aproximándose nuevamente hacia Inuyasha, quién se quedó inmóvil.

—Si es a esa niña a quién buscas, créeme que es demasiado tarde. —sonriente estaba ¿Kikyo? Aún no sabía que pasaba, ella no era así, entonces con furia preguntó:

— ¡¿Qué es lo que sabes Kikyo?! —exclamó furioso el hanyou separándose brutalmente de la sacerdotisa, quien le miraba con notorio desinterés.

—Esa niña de seguro ha debe estar muerta en manos de Naraku. —murmuró sonriente.

¡¿Era ella realmente Kikyo?!

¿¡La verdadera Kikyo?!

—¿¡Qué demonios has hecho!? —exclamó furioso el ambarino mirando asesinamente a la sacerdotisa.

—Lo que debí hacer hace mucho tiempo. —dijo huyendo del lugar, desapareciendo rápidamente.

— ¡MALDITA SEAS, TRAIDORA! ¡TÚ NO ERES KIKYO! —exclamó desesperado, corriendo a todos lados llenando aquel bosque de gritos.

¿Cómo pudo ella hacer algo así? Era imposible que ella fuese capaz.

— ¡¡Kagome!! ¡¡Kagome!! Por favor resiste. —exclamó Inuyasha, corriendo a cualquier dirección sin destino alguno.

De pronto, una brisa se aproximó a su oído.

Inuyasha confundido ante ello, se detuvo.

Aquella brisa parecía llamarle.

Sin pensarlo, decidió obedecer a su instinto y seguir a esa extraña brisa que le envolvía.

Se dejó llevar y corrió fugaz, rogando que por favor, todo estuviese bien...

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