Capítulo 4
Tuvo que esperar dos largos y tediosos días para que el temperamento receloso del leopardo se convirtiera en una amarga distancia, Roxy se lo merecía, en realidad ella tenía una lista de personas que murieron por su culpa y eso estaba grabado en su mente, antes de Evan ella atrajo a otros seis alfas al clan, ninguno de ellos sobrevivió, tampoco intentaron quitarle el lugar a Richard. Todos estaban muertos, víctimas de las duras condiciones de vida a las que estaban obligados a vivir.
—Quiero saber toda la verdad.
Al oír la exigencia de esa voz suave, Roxy levantó la mirada del libro que desde hace una hora intentaba leer, distraerse era un trabajo muy duro, pero desde que tenía al leopardo a una pared de distancia, esa tarea se había convertido en todo un desafío.
—Ya te dije todo.
Evan se movió, del marco de la puerta al sillón doble frente a ella, sus cristalinos ojos azules abarcando cada parte de su rostro, el enojo y la desconfianza volvieron a teñir el aire.
—He estado pensando mucho. Intento con todas mis fuerzas no verte como una araña que atrae hombres a su telaraña, pero no puedo, dime la verdad Roxy, toda.
«Confía en él, dile toda la verdad, tal vez así comience a aceptarnos»
Roxy tomó aire y lo soltó despacio, dejó el libro sobre la mesa pequeña en el centro después de sentarse. Evan tenía al leopardo en sus pupilas dilatadas, lo podía sentir arrastrándose, llamando a su pantera y eso era algo a lo que no estaba segura de poder acostumbrarse.
—Desde que Richard tomó el control del clan hemos estado buscando a otros alfas que sean capaces de acabar con él, y tú eres el séptimo.
Se había guardado muchos detalles para aplacar su reacción, aunque por la tensión de su cuerpo y las garras expuestas, ahorrarse eso no sirvió mucho.
—¿Y qué sucedió con ellos?
Roxy abrió los labios, los cerró y volvió a abrir y cerrar, le estaba costando soltar lo poco que le quedaba, las palabras se le atascaban y parecía que su voz se había esfumado. Evan y su mirada azul se apoderaron de ella, haciéndole bajar la mirada. Roxy no se consideraba un cambiante muy dominante, pero su carácter le ganaba a su naturaleza pudiendo enfrentarse a cualquiera, sin embargo, con Evan no podía.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz se alejó del tono peligroso volviendo a ser suave.
Con esfuerzo volvió a mirarlo y su estómago tembló con el gruñido de la pantera.
—Sí —murmuró, inhaló profundo y se concentró en decir todo—. Ellos... Murieron.
Evan cerró sus labios en una línea delgada y tensa, luego giró su atención al paisaje más allá del ventanal curvo, sus manos se volvieron puños y pronto el olor a sangre le envolvió, supo que sus garras lastimaban su piel de tanto apretar.
—Entonces —dijo con la oscuridad llenando su voz—. ¿Me trajiste aquí para morir?
Ahora tenía la furia dirigida a ella, quemaba sobre su piel, irritaba al felino en su interior que todo lo que quería hacer era rodar sobre su espalda y mostrar el lado vulnerable «¿Desde cuándo somos así?» ignorando la necesidad, intentó responder.
—Sí, digo, no..., no vas a morir.
Evan emitió una risa para nada alegre.
—¿Por qué murieron los anteriores?
—Los primeros dos leopardos fueron cazados por los guardianes cuando decidieron huir. Un lince murió por hipotermia al pasar dos días de castigo en el pozo. Dos jaguares murieron por heridas graves en una pelea contra los seguidores de Richard y el último alfa leopardo se fue por una infección grave, no teníamos la medicina para curar sus heridas.
Contuvo el temblor en su voz, hablar de ellos siempre le afectaba mucho y ella detestaba verse débil, sobre todo cuando ella era la principal culpable de sus muertes al conducirlos al clan en su desesperación por librarse de Richard. Ella quería tanto que los problemas se acabaran..., que estaba dispuesta a todo por lograrlo, la muerte de ellos era el precio de su necesidad. Pero el clan continuaba sumido bajo nubes oscuras, y a menos que mataran a Richard, nada cambiaría.
—Genial... —murmuró—. Esto es... Ni siquiera sé porqué me molesto en intentar comprenderlo.
Evan se levantó y se acercó al ventanal, apoyó una palma sobre la superficie y bajó la cabeza. Inmersa en la sofocante culpa, Roxy quería acercarse, pero este no era el momento, el leopardo estaba confundido, preocupado, furioso y al borde de estallar.
No era seguro.
«No nos hará daño» susurró la pantera, pero Roxy se mantuvo en su lugar, nerviosa e inquieta.
—Evan, sé que estás furioso conmigo y que ahora me odias, pero todo lo que hice y lo que hago es para liberar a mi clan.
Silencio, profundo y escalofriante silencio, hasta que sus pasos reclamaron su atención y el aroma fresco inundó sus sentidos, lluvia y menta, frío.
—No te odio —dijo para su sorpresa—. No puedo, conozco esa necesidad de poner a la familia a salvo, he vivido en un clan antes... —Hizo una pausa, Roxy supo que casi decía algo de más—. Solo que tú exageraste demasiado las cosas.
Roxy sintió su propia furia subir por su cuerpo, ella no estaba exagerando nada, la gente a la que amaba se estaba muriendo por culpa del peor alfa del mundo y ella no estaba dispuesta a quedarse mirando.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó.
Ya anticipaba su respuesta, Evan iba a irse y sería cazado por orden de Richard porque ya sabía demasiado. Pensar en eso le hizo estremecer, la idea de verlo muerto..., no, ella no quería que eso se volviera una realidad.
«Entonces, advierte lo que le espera»
—Me quedaré.
Una gran sonrisa de alivio se le escapó, la cual no fue correspondida, Evan continuó igual de serio y peligroso.
—Pero no voy a pelear con Richard, yo no quiero liderar un clan.
Roxy quiso refutar, presionar para hacerle cambiar de opinión, no pudo.
—De acuerdo, entonces nosotros dos...
—Veremos a donde nos llevan nuestros animales.
Era una media aceptación al innegable hecho de que eran compañeros de vida, y aunque la decepción estaba ahí, golpeando su corazón, Roxy se conformaba con eso.
—Ven —dijo la levantarse—. Tienes que conocer a mis amigos.
Un poco reticente, Evan le siguió hasta la salida, la casa del árbol estaba construida alrededor del tronco, la madera lo cubría, y estaba dividido en tres secciones, la habitación amplia, una cocina pequeña y la sala de estar. Agachándose al llegar al final de la sala, a medio metro del ventanal delantero, Roxy levantó una abertura cuadrada grande, dejando ver los escalones anclados al tronco que permitían la entrada y salida. El frío golpeó su piel, haciendo que tuviera que abotonarse su chaqueta de mezclilla vieja.
—Deberías abrigarte —sugirió al bajar.
—Las bajas temperaturas no me afectan.
Roxy saltó al suelo, sus tobillos dolieron y ella tuvo que tragarse un quejido. En silencio, le indicó el camino a través de la colina cubierta por un frondoso bosque, bajaron hasta el arroyo y siguieron por un terreno más estable hasta llegar a la granja central.
—¿Cuál es la extensión del territorio? —preguntó.
Roxy odiaba cansarse por una simple caminata, antes ella tenía mucha energía para gastar en extensas carreras a través de los bosques, ahora con su balance de peso llegando al límite, sentía que la debilidad pronto comenzaría a complicarle las cosas.
—Quince kilómetros a la redonda —respondió cuando recuperó el aliento—. Y unos cuantos metros más hasta llegar al desvío sesenta y siete.
Salieron a la amplitud de la granja repleta de cultivos extensos, separados por una brecha de hierbas salvajes en el medio, los trabajadores no detuvieron sus tareas por ellos, de hacerlo sufrirían las consecuencias de los cuatro guardias que se encargaban de mantener el orden.
—Esta es la granja central —dijo, su voz se asemejó a un lamento—. Donde cultivamos nuestros vegetales.
En el pasado, esa porción de tierra estaba repleta por las alegres risas de los cachorros corriendo y jugando, mientras los adultos llenos de vida se encargaban de hacer crecer las plantas con paciencia y entusiasmo. Ahora, solo era un trabajo mecánico, intensivo y repetitivo.
—¿Por qué tienen guardianes armados?
Roxy suspiró con tristeza.
—Para mantener a todos funcionando.
Echando una mirada más profunda a los alrededores, ella vio con agrado a los tres amigos que todavía estaban para ella. Roxy se adentró al claro, sonriendo a esas tres personas que no le abandonaban a pesar de lo mal que estaban las cosas.
Ellos se detuvieron, un poco confusos y sorprendidos de ver a Evan a su lado.
Bien, esto era incómodo.
—Hola —saludó—. Amigos, él es Evan Hatchet, mi compañero.
La sorpresa fue mayor, pero por prudencia ellos guardaron silencio y se limitaron a hacer sus exclamaciones sin sonidos.
—Evan, ellos son Michelle, Sam y Finnick.
Lo que quedaba de su alegría estaba de pie frente a ella, la tenaz y fuerte Michelle, de ojos verdes y cabello castaño claro saludó con una leve inclinación. Sam, el alto hombre de color y calvo que siempre tenía algo acertado que decir, sonrió. Por último, Finnick, delgado de cabello anaranjado y ojos celestes, una chispa de energía que con el tiempo se fue reduciendo a una trémula llama encendida, saludó con una inclinación.
—Me alegro por ti —dijo Sam—. Aunque no puedo evitar notar que es un alfa.
—Tiene razón —continuó Michelle—. Pero, ¿de qué tipo? No eres un leopardo.
—¿A quién le importa? —Cuestionó Finnick con alegría—. ¡Roxy tiene pareja!
—Shhh... ¿Quieres que nos castiguen a todos? —le reprendió Michelle.
Finnick se encogió de hombros.
—Es un gusto conocerlos a todos.
De forma inesperada, Evan tomó su mano, fuerte, cálida y un poco áspera, su contacto le hizo desear acercarse más. Eso era imposible en este momento. Roxy se movió alejando la mano a pesar del gruñido molesto de su pantera.
—No es que no me agrade que me agarres de la mano —murmuró mirándole, sin embargo, Evan no quizo voltear—. Pero el contacto físico de pareja está prohibido al aire libre.
Con eso capturó su atención, y sus gélidos ojos, fascinantes.
—¿Quién es tan idiota como para prohibir eso?
—Richard Gardner —respondió Finnick en un murmullo bajo—. Nuestro tan querido y benevolente alfa. —Los demás se rieron por el sarcasmo, incluso Evan sonrió—. Es un idiota, cruel, egoísta, histérico, un imbécil a tiempo completo.
—¿Y qué otras cosas ha prohibido?
—Una lista larga —contestó Michelle—. Primero y principal, estamos bajo un toque de queda, nadie debe estar afuera de sus guaridas a partir de las diez de la noche. Segundo, los adolescentes y jóvenes no pueden formar parejas mixtas.
Evan frunció el ceño.
—¿A qué te refieres con eso?
—Todo lo que exceda a la pareja ideal según Richard —respondió Sam—. La cual debe ser heterosexual, con rango y naturaleza dominante-sumiso, y solo leopardos.
Roxy poco a poco comenzó a sentir el cambio en él, la misma postura que todos tomaban cuando comenzaban a indagar sobre las condiciones en las que estaban. Por un momento, ella anheló que viera la injusticia y el abuso al que eran sometidos a diario.
—Después —continuó Finnick—. Los solteros no pueden llevar a otros miembros del clan a sus habitaciones, Richard dice que es para proteger el lugar sagrado de amor y cariño que representa el dormitorio.
—No se nos permite irnos fuera del territorio —siguió Roxy—. Si Richard nota que alguien se va, manda a sus cazadores a matarlo.
Evan volvió a mirarla, reconocía esa mirada de pena, lástima y enojo, la misma que veía todos los días en los rostros de jóvenes y adultos, siendo presas en su propio hogar.
—Y la última regla de oro —terminó Finnick—. Nunca, jamás, debes contradecir ni desobedecer las órdenes de Richard.
Evan pasó una mano por su cabello negro, y su mirada vagó en un punto más allá de Michelle, tenso, se movió entre ellos y corrió para alcanzar a un chico herido que se desvaneció en sus brazos. Roxy lo conocía, era uno de los hermanos menores de Adam.
—¿Qué tiene? —Preguntó preocupado, lo giró y maldijo en voz baja al darse cuenta de las heridas en su espalda.
—Oh no —Roxy contuvo un temblor y miró a Finnick—. ¿Qué hizo ahora?
Triste, el hombre bajó la mirada.
—Besó a Giselle, uno de los guardias los atraparon ayer por la tarde, diez latigazos para él y cinco para ella.
Un gruñido peligroso se alzó en el aire y todos miraron a Evan.
—¿Qué edad tienen?
—Kean tiene dieciséis, Giselle quince.
Evan dejó el cuerpo inconsciente de Kean en el suelo.
—Son cachorros... Por Dios ¡Son apenas cachorros!
—Baja la voz —ordenó Sam, mirando alrededor por si los guardias los estaban escuchando.
—¡No! —Evan gruñó—. ¡Los cachorros no se tocan!
Viendo el peligro cernirse alrededor, Roxy se acercó y lo rodeó con sus brazos en un intento por calmarlo. Dolía, en lo profundo de su alma, la injusticia de todo, ella lo veía una y otra y otra vez, porque nadie podía amoldarse a las absurdas reglas de Richard, siempre había nuevos transgresores castigados, la sangre del clan se derramaba de a gotas cada día, y nadie podía hacer algo para remediarlo. Dolía la impotencia.
—Por favor, por favor Evan, no grites, no reclames, controla la rabia que estás sintiendo. —Ajustó más el abrazo, hasta que todo lo que pudo oír fue el latir acelerado de su corazón—. Ellos pueden matarte por maldecir y gritar, y yo no quiero perderte.
Era su pequeña, frágil y luminosa esperanza, el alfa que prometía ser diferente. Y Roxy quería aferrarse a eso, aunque Evan no quisiera ayudarla.
El leopardo al que sostenía con todas sus fuerzas, se calmó poco a poco, hasta rodearla con sus brazos y corresponderle de una forma torpe.
—Curen sus heridas —ordenó, en su voz todavía podía sentirse al depredador peligroso—. Por favor.
Ninguno de sus amigos tendría que haber obedecido a un completo extraño, y sin embargo, no opusieron resistencia alguna. Finnick y Sam tomaron a Kean con cuidado y se lo llevaron, Michelle quedó junto a ellos hasta que se separaron.
—Hiciste bien —ella le dijo con una pequeña sonrisa—. Tenemos que conservarlo.
Michelle se inclinó de forma discreta ante Evan, ladeando el cuello un poco lo miró a los ojos por un breve instante y luego se fue por el mismo camino que los demás.
—¿Qué acaba de pasar? —Evan preguntó, su tensión estaba disminuyendo.
—Sin querer, ya tienes el respeto y apoyo de los rebeldes.
Evan la miró con absoluto temor ampliando sus ojos azules.
—Eso significa problemas —dijo mirando alrededor, a los trabajadores que nunca voltearon a verlos—. Y yo no quiero eso.
Con su pantera todavía aturdida rememorando el abrazo, Roxy se atrevió a sonreír, atravesando el nudo de angustia e impotencia, su voz se oyó firme:
—Solo es cuestión de adaptarse y sobrevivir.
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