Prólogo
El sol se elevó entre los pinos del bosque, la cansada caminata que los niños soportaban y un frío que pelaba la piel no los detuvo, algo pero los perseguía, no podían detenerse. Sabían que el dolor del frío sería nada al dolor del cubo.
—Mirika. —habló una voz entre el silencio del bosque. Ella ignoró su voz, su alma se partía por su carga, lo apretó más a su pecho, tratando de no pensar que su hermano estaba muerto. Solo tenía once años y era un genio en su campo.
—Mirika, dámelo.
Mirika que había rehusado a dejar a su hermano en ese laboratorio de crueldad. Así lo tuviera que llevar en brazos de rodillas, ella lo haría. Se lo debía.
—No, Kai. No puedo. —su voz, un susurro roto.
No podía, no cuando había fallado en salvarlo.
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