Capítulo Cincuenta y Seis
Capítulo Cincuenta y seis.
17 de diciembre, 2013.
—Se despertó —murmuro a Doug viendo los ojos adormilados de Jeff observarme.
Doug ríe y abre la puerta de su apartamento.
—Bueno, son las cinco le toca su biberón —indica haciéndose a un lado para que yo entré.
—No metí pijama, pero aquí él debe de tener.
—Sí, ve a mi habitación y yo busco lo necesario para cambiarlo.
Jeff está despierto, pero adormilado y mientras Doug lo cambia en la habitación, yo me encargo de preparar su biberón para que continúe durmiendo.
Sonrío, está es la manera en la que debió ser desde que Jeff nació.
Vuelvo a la habitación con el biberón listo, Doug me da a Jeff y comienzo a alimentarlo. Sus ojos se cierran pero sigue succionando.
—En dos días es la cita con el pediatra —murmuro.
—Y ahí estaremos.
— ¿Sabes quién estuvo en la última cita con el pediatra?
—No, no soy adivino, princesa.
Ruedo mis ojos mientras Jeff continúa comiendo. Veo a Doug deshacer el nudo de la corbata y eso es bastante sexy.
—A Cameron...
—Ehmm ¿Quién es Cameron? —pregunta sacándose los zapatos y luego los calcetines.
Jeff deja de succionar y me doy cuenta que ya se acabo su biberón, procedo a liberar sus gases.
—El pasante que estuvo cuando traje a Jeff al mundo —Doug deja de hacer lo que hacía y frunce el ceño.
— ¿El pasante de mierda?
—Bueno, se llama Cameron, pero sí, él. Preguntó si estabas siendo buen padre, le dije que estabas siendo el mejor. Igual dejó su número.
—Puedes tenerlo, igual no te hará falta llamarlo —Me guiña un ojo.
Me pongo de pie y me acerco a él, quien besa la frente de Jeff. Voy hacia la habitación de Jeff y lo dejo en su cuna, lo cubro bien con las mantas y bajo la tonalidad de la luz, no la apago del todo. Tomo el monitor de bebés para saber cuando despierte y salgo de su habitación.
Voy a la que era la antigua habitación de Ethan, pero salgo de nuevo a la habitación de Doug, está desabrochando los botones de su camisa.
—Oye, no tengo con qué dormir.
Él alza la vista y asiente .
—Ya te doy algo, aquí hay cosas tuyas. Nunca viniste a buscarlas de hecho.
—Bueno, si a eso vamos, tú nunca diste un comunicado sobre nosotros terminando —indico sentándome en su cama—. Me da pereza pararme frente al espejo para quitar los broches de mi cabello, ayúdame por favor.
Me mira y luego extiende lentamente una sonrisa. Está actuando un poco raro, pero es Doug después de todo.
—Claro, solo dame un minuto —dice saliendo de la habitación rápidamente.
Me quito mis zapatos de tacón mientras él vuelve. Tarda al menos tres minutos en hacerlo.
—Tenía sed y de una vez comprobé que Jeff duerme.
—Lo acabo de acostar hace cómo veinte minutos, ahí está el monitor de bebé, está durmiendo, Doug. Ha aprendido a dormir un poquito más.
Se encoje de hombros y sube a la cama, se ubica detrás de mi y siento sus manos en mi cabello retirando cada diminuto broche plateado y brillante. Creo que me pusieron muchos, además de que hay unas pocas trenzas finas que armaban el peinado.
—Oye, deshazte de las trenzas también.
—De acuerdo, mandona.
Rio y cierro mis ojos ante lo relajante que son sus dedos en mi cabello.
—Son unos bonitos broches, parecen incluso muy costosos.
—Bueno, los tomaré cómo un recuerdo de la boda —bromeo.
—No sueles usar muchos broches, pero estos son bonitos, podrías usarlos de vez en cuando.
—Son muy elegantes, tendría que ser una ocasión especial, no me digas que ahora eres experto en moda femenina.
—Toma —Deja sobre la palma de mi mano al menos cinco pequeños broches, se que quedan más.
—Fue una boda hermosa. No fue extravagante, fue elegante y memorable. De alguna manera era muy al estilo de ellos.
—Sí, hubiese sido genial que Hottie llegara en helicóptero.
— ¿Qué clase de idea es esa? —pregunto riendo.
—Que ella se cambiara de vestido cinco veces y los invitados cómo regalo obtuviéramos un cachorro más un perfume de marca.
— ¡Doug! —él ríe y deja cinco broches en la palma de mi mano.
— ¿Qué? Hubiese sido muy épico y ahí si podríamos decir que ellos se sobrepasaron, pero no hicieron nada de eso.
—No comí pastel.
—Al menos podemos comer pastel, los gitanos se arrojan el pastel.
— ¿Viste eso en el canal de televisión, cierto? Donde todas esas gitanas pelean y usan grandes vestidos.
—Bueno, era lo único que en Asia estaba subtitulado en inglés, el único canal —se excusa.
— ¿Hay más broches? Pensé que solo eran diez —me quejo.
—Espérate, estoy sacando el último —suspiro— ¿Princesa?
— ¿Uhm?
— ¿Tú me amas?
—Mucho.
— ¿Aun cuando pasamos ese tiempo separados?
—Eso me hizo amarte más, quiero suponer que también me amas más.
—No te imaginas cuánto. Entonces, princesa ¿Tú lo sientes cómo si no hubiésemos estado separados? Es decir ¿Estás asumiendo que estamos retomándolo de nuevo o estamos empezando desde cero?
—Desde donde lo dejamos ¿Tú quieres empezar desde cero? —pregunto alarmada.
Empezar desde cero implica: citas, conversaciones, camas separadas, visitas. Todo un comienzo.
—No, solo quería asegurarme que estamos en la misma página —Aclara su garganta—. Listo, el último broche ha salido de tu cabello, déjame decirte que es el más bonito, más brillante. Me gusta, deberías llevarlo cada día.
—A ver, dame mi broche.
Lo deja en la palma de mi mano como el resto, no entiendo por qué usaron tantos, siento que mi cuero cabelludo agradece haber sido liberado.
—Ya veo que los broches... —Bajo la vista a la palma de mi manos—Ehm... ¿Doug?
—¿Si?
—No sé si te diste cuenta, pero esto no es un broche —susurro con la vista en la palma de mi mano.
— ¿Ah, no? ¿Qué se supone que es, princesa?
Ladeo la cabeza para verlo, vuelvo a la vista a mi mano. Bueno, él no es ciego, puede ver que no es un broche.
— ¿Princesa?
— ¿Uh?
— ¿Qué es?
—No es un broche —repito sin despegar la vista de la palma de mi mano.
—Bueno, ciertamente no tiene pinta de un broche. Ya entiendo por qué me resultaba el más bonito.
— ¿Cómo llegó a mi cabello?—es lo que pregunto, él ríe.
—Alguien ingenioso.
Abro mis ojos y jadeo. Alzo la vista hacia Doug, quien baja de la cama y se agacha frente a mí para observar la palma de mi mano.
Estoy sin palabras.
—Oh, Dios mío...Doug....
— ¿Si?
—Es...Oh, es...
—Vamos, puedes decirlo.
Muerdo con fuerza mi labio inferior que comienza a temblar y vuelvo a mirarlo. Mi respuesta sale en un susurro, como si habláramos de un secreto. Quizá en este momento este es nuestro secreto.
—Es un anillo.
— ¡Ding ding! Tenemos una ganadora —Ríe, pero no oculta su nerviosismo cuando rasca la parte baja de su nuca—. No es un broche, princesa, pero fui muy sincero cuando dije que deberías llevarlo cada día de tu vida ¿Debo sostenerme en una rodilla, verdad? —pregunta, pero ya lo está haciendo—. No soy el mejor con las palabras, tampoco muy ingenioso, ya ves que me inventé todo el lío del anillo siendo un broche. Pero si sabes que te amo, te amo mucho. Muchísimo, lo suficiente para desear que seas lo primero que vea en cada despertar. Lo suficiente para quererte para toda una vida.
»Mis intenciones son evidentes y hasta egoístas, te quiero para mí. Quiero un siempre y no un tal vez o un quizás. Lo quiero todo contigo, Hilary y ese anillo no refleja ni la mitad de todo este anhelo y deseo de recibir un sí —aclara su garganta—. Entonces, princesa ¿Quieres casarte conmigo?
Puedo sentir la primera lágrima caer mientras aun el anillo se mantiene en la palma de mi mano, él espera la respuesta expectante.
—No tienes treinta y cuatro años —señalo y mi declaración parece desconcertarlo—. Dijiste que íbamos a casarnos en diez años.
—Oh, bueno ¿Qué son diez años menos? Velo cómo que adelantamos el tiempo mentalmente y tengo un cerebro de alguien de treinta y cuatro años —Rio de manera nerviosa—. La única razón por la que pensé que necesitábamos diez años es porque pensé que yo podía estar tranquilo todos estos años sin importarme adquirir ese tipo de compromiso. Pero no es así, lo quiero ahora, porque contigo no se trata del tiempo o planear. Contigo siempre es todo, todo para ti ¿Esas lágrimas son buenas o malas? Porque estoy sufriendo aquí esperando una respuesta y la rodilla se me está cansando, princesa.
Rio y limpio con mi mano libre las lágrimas. Ruedo mis ojos.
—No dañes la proposición, tienes una rodilla fuerte que puede aguantar —aseguro—, pero para que no te quejes, mi respuesta es que necesito que deslices en este mismo instante este hermoso anillo en mi dedo. Tienes razón, debo llevarlo cada día de mi vida.
Su sonrisa es hermosa mientras toma el anillo y lo desliza en mi dedo. Espero y no sea un sueño, porque si es un sueño soy capaz de comprar yo misma el anillo y obligarlo a recrear esta escena, incluso a darle los diálogos que debe decir.
No sabía que el que Doug me pidiera matrimonio me iba a hacer tan feliz, no lo sabía hasta ahora que lo ha hecho.
Él besa mi dedo por sobre el anillo y yo doy un grito arrojándome sobre él con mis manos alrededor de su cuello. Siendo tan típica como en una película de amor en donde no puedo dejar de derramar lagrimas, besar su rostro y repetir que lo amo.
Él ríe y sostiene mi rostro con sus manos para darme un beso. Un verdadero beso.
Un beso que hace que los vellos de mi cuerpo se erice, mi corazón se acelere y mi mente solo pueda pensar en él. Introduce su lengua en mi boca y me deleito en el juego que recrea con la mía mientras mis manos se mantienen aferradas a sus brazos.
Entonces, la felicidad, el tiempo, las ganas y el deseo hacen que las cosas se vuelvan intensas con rapidez.
Soy consciente de que mis manos terminan de quitar su camisa y de que sus labios están dejando besos húmedos en mi cuello mientras sus manos luchan con las tiras y luego la cremallera del vestido. Pero lo logra.
Me ayuda a salir del vestido que en este momento resulta molesto y ciertamente un estorbo, vuelvo a subir a horcajadas sobre su cuerpo, aun en el suelo. Me besa de nuevo profundamente y siento sus manos en mis pechos.
—No tienes sujetador —murmura contra mi barbilla antes de morderme.
— ¡Hola! ¿Viste el escote de la espalda? ¿Cómo iba a usar sujetador?
Él ríe y me doy cuenta que estoy con un Doug salvaje, en el momento en el que después de besar uno de mis pechos deja un suave mordisco y tira de la liga de mi ropa interior rompiéndola. Me quedo muy sorprendida.
—La rompiste.
—Soy un hombre desesperado en este momento.
—No, eres un hombre salvaje —lo corrijo en medio de un jadeo.
Después de esa declaración, sus manos me llenan de caricias, sus labios de besos y mis manos se encargan de terminar de desvestirlo.
Esto no es dulce o tierno. Es apasionado y carnal.
—Uh... ¿Protección? —pregunta jadeando deteniendo mi intento de deslizarme en él, con sus manos en mis caderas.
—Eh... eh —Sacudo mi cabeza para pensar con claridad—. No, no. Hace tres semanas bajó mi periodo y...tasa de natalidad... inyecciones, meses...
— ¿Ah?—pregunta, luego sonríe— ¡Enfócate!
— ¡No puedo enfocarme cuando te estás rozando contra mí! —le grito, pero me callo recordando que un bebé duerme al lado de la habitación. Respiro hondo, puedo sentir el sudor en mi frente—. Estoy cuidándome, tengo miedo de tener otro bebé ahora, tanto que me fui por algo más seguro, inyecciones.
—Genial, genial. Entonces sin condón —apenas termina la oración me desliza sobre él y jadeamos—. No te muevas. Espera, espera. No hagamos esto vergonzoso haciéndome, ya sabes, terminar. Espérate.
Mantengo mis manos sobre sus hombros observándolo, respira hondo.
—Adelante, ahora sí —sonríe y me besa.
Después de eso, todo es gemidos, jadeos, besos, caricias y movimientos. Es intenso y caluroso, después de todo ha sido mucho tiempo. Más de cinco meses, puesto que recuerdo muy bien que Doug y yo dejamos esto de lado cuando pise mi séptimo mes y empecé a sentirme diferente y cohibida al hacerlo.
Seguramente la espalda de Doug estará rasguñada por la mañana y seguramente yo tendré marca de sus dedos en la piel de mis caderas debido a la fuerza con que presiona cuando tras yo ascender en mi orgasmo, él lo hace.
Jadeo contra su cuello, sabiendo que recuperar la respiración tomará su tiempo.
—Había una cama...Cerca, pero usamos el piso —murmura abrazándome.
Cuando nos recuperamos, tomamos un baño lo que nos lleva un beso que luego se multiplica y termina con Doug nuevamente en mí. Tras lo que fue una ducha larga nos acostamos en la cama.
Me siento cómoda dentro de una de sus camisas y con uno de sus boxers, me abrazo a su cuerpo solo cubierto por un pantalón holgado.
— ¿Quieres un compromiso largo? —me escucho preguntar. Deberíamos dormir, ya son las pasadas las siete de la mañana y Jeff si mis cálculos no falla despertará en máximo dos horas.
—Uhmm, si quisiera uno largo te pido matrimonio en diez años —bromea—, pero tú mandas en esto.
— ¿Seguro?
—Muy seguro.
—Es decir ¿Puedo escoger la fecha?
—Puedes.
— ¿Puedo escogerla ya? Como ahorita mismo.
—Vaya, ¿Ya tienes fecha?
—Sí, sí —respondo sentándome en la cama, él ríe y me observa intrigado—. Dos mil catorce.
—De acuerdo.
—Febrero —digo y él abre sus ojos—. Febrero. Catorce. Porque tú y yo no tuvimos un San Valentine juntos, estuvimos separados. Será el primero y el más especial.
—Eso es algo así como dos meses, princesa.
— ¡Lo sé! ¡Dijiste que puedo escoger!
—Claro, claro, pero ¿Se puede planear una boda en dos meses? Febrero es prácticamente ya mismo.
—Cuando una mujer se propone algo, lo logra, Doug. Nunca dudes de la habilidad de una mujer, menos de una mujer decidida. ¿Viste la organizadora de bodas de Kae? Bueno, esa mujer va ayudarme a hacer magia. Pero es febrero, catorce de febrero.
Él tira de mi brazo y me hace acostarme de nuevo, me acurruca a su lado.
—De acuerdo, mujer decidida. Será en febrero.
—Igual será hermosa, ya verás.
—El que tu seas la novia ya lo hace hermoso.
—Hilary McQueen. Me gusta.
—Sí, amo cómo suena —murmura.
***
No alcanzo a dormir más de una hora. Jeff se despierta y decido que voy a hacerme cargo de la situación.
Mi hijo tiene un pañal sucio, por lo que me encargo de cambiarlo y limpiarlo, eso ha sido un desastre de cosas que los bebés no deberían hacer. Lo siguiente es preparar su biberón y cuando se lo doy, la fierecilla llorando se calma para concentrarse en uno de sus pasatiempos favoritos: comer.
Me siento con él en el sofá y me doy cuenta que mientras come su atención esta en los brillos de mi anillo, su vista se mantiene ahí.
— ¿Te gusta? Papi me lo dio, de hecho lo diseñó para mí.
Jeff pensando que estoy jugando deja de comer para sonreír y balbucear, rio y vuelvo a hacer que coma. Parece mentira que este es el mismo niño que lloraba en cuanto lo tocaba.
Cuando termina de comer, procedo a liberar sus gases y una vez lo hace lo dejo en el cochecito verde que Doug tiene para él, lo sitúo en la entrada de la cocina para que me vea cocinar el desayuno y se de cuenta que no está solo.
Preparo un desayuno sencillo, termino y decido que es hora de despertar a Doug, pero el timbre del apartamento suena. Rodeo a Jeff con rapidez y camino hacia la puerta.
Cuando la abro, señorita tropical borra su sonrisa y frunce el ceño. Había olvidado a la vecina nueva.
—Ehm... hola —me saluda.
—Hola, Alana ¿Qué tal amaneces?
Ella me observa de arriba abajo, notando mi vestimenta de camisa y bóxer de Doug. Me incomoda un poco, se queda ahí parada.
— ¿Y Doug?
—Durmiendo.
—Iba a invitarlo a desayunar, ¿Crees que puedas...?
—Ya he preparado el desayuno para nosotros, no me gusta desperdiciarlo —la interrumpo—, pero puedo decirle que estuviste por aquí.
— ¿Vas a estar... todo el día por... aquí?—cuestiona frunciendo el ceño.
—Ehm, no—respondo y me parece que suspira—. De hecho creo que voy a mudarme.
Ella da un respingo, Jeff lloriquea, seguramente quejándose de estar solo.
—Lo siento, pero mi bebé llora, debo atenderlo. Le diré a Doug que estuviste por acá.
Creo que murmura algo no muy agradable, pero no lo sé porque cierro la puerta notando que Jeff ya no lloriquea. Me giro y Doug adormilado lo sostiene contra su pecho y me sonríe.
—Bueno, así que... ¿Vas a mudarte? —pregunta sin perder su sonrisa, siento que me sonrojo un poco—. Solo tengo algo que decir sobre eso.
— ¿Qué es...?
— ¿Cuándo vamos por tus cosas para comenzar con la mudanza?
Rio y camino hasta él, dejo un beso rápido en sus labios.
—Calma, primero desayuna.
— ¿Quiere decir eso que vamos a traer tus cosas después de desayunar?
—Pareces ansioso.
— ¡Demonios sí! Evidentemente te quiero aquí, los quiero aquí. Conmigo.
—Eso es dulce.
—Ese soy yo siendo astuto para tenerte aquí.
—No, cariño, esa soy yo haciendo la jugada para que tu vecina mantenga sus faldas y coqueteos para otros, porque tú estás tomado.
—Oh mierda, eso me ha puesto muy duro.
— ¡Doug!
—En serio, fue malditamente caliente como sonaste posesiva,
Rio y camino hacia la cocina, él me sigue. Deja a Jeff de nuevo en el cochecito y se sienta a mi lado en la barra para comer. Comenzamos a comer en silencio, él se aclara la garganta.
—De verdad estoy muy duro —asegura tras un silencio—. De verdad, además de la erección matutina tú me has puesto así.
—Ya veremos que hacemos con eso.
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