V

Se metió por calles, por lugares donde su padre ni siquiera se atrevería a cruzar, así eran ellos, preferían zonas seguras, zonas donde pudieran seguir pretendiendo lo que no eran, estaba sudada con el cabello pegado a su rostro, quiso dar un paso más pero sus pies parecían querer romperse, se sentó sobre las escaleras de un casa y decidió tomar un poco de aire antes de perderse en cualquier lugar.

—Hey, bonita —llamó alguien desde la banqueta, tenía mal aspecto, sucio y definitivamente era un adicto.

Lillian se puso de pie rápidamente y salió corriendo al ver como el instinto del otro se activaba.

Corrió pero sus piernas no tenían la fuerza para darle velocidad y por lo tanto trastabilló.

El hombre la agarró por el brazo y entre gritos terminó inyectándole algo en el cuello, la visión de Lillian se nubló, sabía que aquel chico no era bueno, aun cuando miles de veces te decía que no te dejaras llevar por las apariencias, efectivamente las de él no era precisamente de intenciones buenas.

Intentó suplicarle pero su boca la sentía babosa, aquello la había paralizado y lo que apenas distinguía de su visión, era nada, más que leves sombras de un lugar que cambiaban de formas.

—Mira lo que traje —escuchó decirlo airoso. Quiso moverse pero su fuerza era nula; aun así el chico la tiró al suelo.

Sabía que moriría sino es que abusaban de ella primero, los jaloneos eran obvios aun cuando intentaban levantarla del suelo, Lillian suplicó dentro de sí que fuesen rápidos... o no.

Abrió los ojos mirando al chico directamente, ese quien le había inyectado algún paralizante, este le gritó a su amigo que se detuviera porque ella estaba despierta. El otro la ignoró y la siguió llevando en brazos hasta que de pronto escucharon un siseo.

Uno de ellos pensó que había alguna serpiente bajo sus pies pero no había nada.

El chico andrajoso buscó por todas partes.

Hasta que él que llevaba en brazos a Lillian se detuvo y temió mirar lo que hacía el siseo tan intenso tan cerca de su oído.

—Sé un buen chico —murmuró Lillian.

La sangre comenzó a gotear en la nariz de aquel hombre mientras soltaba a Lillian quien había caído con la cara al suelo, no podía moverse, eso era algo que no podía remediar.

Pero dentro de su inmovilidad peleaba contra algo, algo que parecía carcomer su interior, su raciocinio, no era como cerrar los ojos, dormir y soñar, era algo que soñaba con hacerla desaparecer y tomar posesión de todo lo que le pertenecía.

Los siseos vinieron acompañado de voces que sólo ella podía escuchar, dentro de aquel episodio pudo mover la mano, y ahí donde tocaba el suelo comenzó a ponerse negro, la voz de Lillian salió deforme, y un gemido le siguió, le dolía lo que aquello le provocaba.

Los que le habían hecho daño corrieron despavoridos al no poder dar crédito de las cosas que pasaban.

Algo dentro de ella le obligaba a rendirse mientras ella peleaba en negativa, los huesos de su hombro se salieron de su lugar seguido de un grito atroz de Lillian quien comenzó a llorar a causa del dolor.

«Todo lo que te es querido me pertenecerá», dijo aquella voz en su mente.

El otro hombro profirió un sonido bastante abrumador mientras ella gritaba e imploraba que se detuviera mientras se arrastraba con ambos brazos lesionados, no podía moverse pero se ayudaba de sus pies.

Una risa socarrona le indicaba que aquello no podía salvarla, ella previó que aquello le lesionaría también los pies. Pero tomó aire para pedir por auxilio, hasta que un hombre lo escuchó y la vio en una posición bastante extraña, llamó a la ambulancia mientras intentaba ayudarla pero era demasiado para la pobre Lillian quien al final pudo más el cansancio emocional contra ella.

***

Cuando despertó el aroma le resultó familiar, estaba de nueva cuenta en el hospital, con ambos brazos vendados.

Se sentía terriblemente cansada como para pelear con la aguja o gritar por asistencia pero podía sentir el cansancio en los ojos de forma descomunal. Sentía la boca seca y tosió un poco. Pero la tos se descontroló y comenzó a toser más y más.

No podía agarrarse de ningún lado, pero terminó vomitando algo negro y espeso. La enfermera que pasaba para su revisión al momento de abrir la cortina, la miró horrorizada y salió corriendo, volviendo con el doctor detrás de sí.

—¿Señorita ingirió algo que no debía? —preguntó el doctor en tono serio luego de pedir que limpiaran aquello.

—No —respondió sintiéndose extraña y vio a sus padres a lo lejos—. Debo irme —rogó mientras se quitaba el suero sin contratiempos, el doctor le ordenó que se recostara pero ella lo empujó mientras corría lejos de la mirada de sus padres quien habían comenzado a correr detrás de ella.

Lillian miró el baño que estaba cerca y se encerró ahí poniéndole el seguro. Rogándole a la chica que estaba dentro que esperara un momento.

Lillian no quería tener que lidiar con sus padres, no después de cómo le habían hablado, sobre todo su madre, oh, si tan sólo ella no existiera posiblemente su padre no le demostraría aquel odio grabado en su rostro.

Respiro profundamente mientras la chica que estaba ahí la miraba intentando buscar palabras para decirle que todo estaría bien, pero no lo estaría, no después de que aquella chica rubía se miró al espejo y vio con horror lo que había frente a ella, una chica ojerosa, con esa mirada que no le pertenecía.

Comenzó a llorar, ella había sido una buena hija y no se merecía tal cosa, si tan sólo esa noche no hubiera pedido esos deseos, cambiar el mundo, intentar demostrarles a otro que el mundo era diferente.

¿A qué clase de mundo se refería ella?

Se limpió las lágrimas y salió del baño mirando a sus padres quienes tenía el rostro preocupado, pero no había esperado ni dos segundos cuando su madre comenzó a gritarle, el señor Crowd tomó del brazo a su hija y la alejó de su furiosa madre protegiéndola.

Lillian pretendió que el mundo se había silenciado gracias a ella, o al menos eso quiso creer.

El siseo comenzó de nuevo, los ligamentos recién lesionados comenzaron a arder. Un odio que iba en crescendo desde su interior, una voz que le demandaba ser escuchada.

¿Acaso se estaba volviendo loca?

—Sólo cállate —musitó como si aquello fuese a amedrentar con ello.

—¿Qué dijiste? —escupió su madre con la mirada envenenada en su dirección.

—No te hablé a ti —dijo Lillian con el tono de voz irritado, cosa que sólo provocó más la ira de su madre.

—¡YA BASTA, USTEDES DOS! —gritó su padre mientras manejaba.

Y como si el reloj jugara con el tiempo, este retrocedió cantando su tic tac como un acto de burla hacia la creadora de la desgracia, aquella víctima que portaba la estrella de la mala suerte, la estrella maldita caída aquel día, invocada por su mismo deseo de cambiar todo lo que existe en el universo por obra del caos.

Algo la aferró hacía la vida, mientras los cristales del auto se hacían trizas, mientras pequeños fragmentos se incrustaban en los cuerpos de adelante, mirando con desdicha como su gran deseo se hacía realidad, quiso gritar y la oscuridad la carcomió por dentro degustando las desgracias de su portadora.

«Te lo dije», murmuró aquella voz dentro de la oscuridad.

Lillian sollozó sabiendo que su alma había desaparecido, las manecillas giraron tan atrás que no hubo manera de que su vida avanzará hacía un futuro, el tiempo se contrajo y aquella estrella explotó dentro de ella como un gran veneno.

Una estrella deshonesta.

***

SEMANAS DESPUÉS.

Después de días en el hospital, cuyas visitas eran demasiado frecuentes incluso después del accidente donde su madre murió y su padre sufrió graves heridas, estaba una chica rubia, escuálida con grandes ojeras, conectada al suero mientras su cuerpo no paraba de contornearse sufriendo convulsiones y rompiéndose los huesos en el proceso. Los doctores analizaron todo lo que tenían que estudiar y no había reparos de que fuese algo médico.

Porque todo tenía que solucionarlo la ciencia y cuando no había respuesta lo único que les quedaba era decir: Lo siento.

La vida de Lillian se le escurría de entre sus manos de manera fugaz, un padre afligido que miraba a su hija luchando contra sí misma. Llorando, maldiciendo, rasguñando el aire cuando no había nada.

El señor Crowd no se dio por vencido aun cuando tenía que usar una silla de ruedas y terminó a acudiendo por ayuda.

El alma de Lillian estaba demasiado consumida como para poder ayudarla, milagros y creencias en algún dios, simplemente eso no la salvarían.

A los días posteriores, los doctores sin hallar una respuesta en concreto decidieron darle el alta aun con los ruegos del señor de que sea tratada, y sin más por hacer, no tuvo más remedio que llevársela consigo, completamente sedada.

Con las horas pasar sin pausa alguna, finalmente la ayuda que necesitaba el señor Crowd llegó. Le pidió verla, le platicó por todo lo que su hija había pasado, desde la tragedia, desde la muerte de su esposa, desde todas sus heridas, de sus llantos, incluso de sus maldiciones hacía algo que no podía ver.

El padre Morán le pidió paciencia al señor Crowd, aun cuando no era un exorcista, necesitaba ver realmente la situación de Lillian.

Aquella chica de ojos dulces, risa contagiosa ya no existía más.

—Hola Lillian —anunció el padre Morán cuando entró a la habitación.

Esta se giró a verlo con gesto cansado y fugazmente sintió como si realmente hubiese un milagro. Pero fue inútil.

—¿Cree que puede salvarla?

—Sí, yo sé que Lillian pelea contra ti.

—Se equivoca, si piensa usted que soy un demonio está equivocado —murmuró Lillian con una voz mucho grave que la suya.

—¿Ah sí? —le retó el Padre mientras tomaba la biblia.

Lillian comenzó a reírse, con esa risa inocente suya.

—¿Sabía que no todo está reñido por cosas buenas y malas? A veces todo es cuestión de las cosas que deseamos, la intensidad de las cosas que queremos, de las cosas que odiamos y más amamos.

—Si fueses algo bueno, no tendrías a Lillian así.

—Nunca dije que era bueno.

—Tienes razón, pero por mucho que te crea, me temó que no puedes permanecer aquí, debes dejarla.

—Los deseos tiene precios muy altos, Padre Morán, y esos se tienen que cobrar como sea.

El padre Morán hizo la señal de la cruz mientras recitaba, pero no había nada que exorcizar ahí, por mucho que existieran los demonios y los ángeles, algunas veces existían estrellas de la desgracia, poca gente había nacido sobre esas, pero eran las que más abundaban una vez comenzaron a desear el mal.

—El tiempo es relativo, padre Morán, puede expandirse, extenderse, más no se puede regresar atrás, ella deseó muchas cosas aquella noche, cosas que se cumplirán conforme ella siga viviendo, y no le queda mucho tiempo —Lillian miró suplicante al padre Morán—. Pero dígame, a los cuántos minutos serás capaz de salvar mi alma.

Esa fue la pregunta que Lillian le hizo al padre Morán frente a frente cuando se encontró confinada en su habitación amarrada de pies y manos.

FIN.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top