Parte 2


—Esta pesadilla empieza a superarme.

—Conozco esa sensación —Ien acortó la distancia—, pero tú ya lo sabías. Lo leíste en el libro.

Su historia favorita de todas las que había era a la que pertenecía Ien. Los dragones, la política, el romance... Su forma de ser y su lealtad hacia la que todos consideraban su hermana le había convertido en su personaje favorito. Por eso, con tan solo una mirada, pudo reconocerle. No necesitó de una vocecilla interior para saber quién tenía delante. La atmosfera que le envolvía, la tormenta, era su marca. Recordaba cómo muchos de los personajes de la historia le categorizaban como monstruo, demonio y bestia. Apelativos que bien podían ser de otros muchos, y no de él.

—Estás más tranquila de lo que esperaba —admitió Ien—. ¿Puedo saber porqué?

—Eres el tercero que veo en la mañana, y algo me dice que no serás el último.

Ien asintió con la cabeza.

—Todos están emocionados.

—Pronto me despertaré y la pesadilla acabará.

—Esto no es una pesadilla, Noelia. Será mejor que te hagas a la idea antes de que... —Ien lamió la sangre de sus manos y miró al cadaver cuyo corazón había sido robado—. La vieja siempre nos dijo que había personas especiales como nosotros. Mis hermanos y yo fuimos perseguidos mientras tú, en este nuevo mundo al que nos dejaste entrar, vives tan cómodamente que hace que te envidie.

—Yo no soy cómo tú.

—Tu magia es muy distinta a la mía.

En la historia, por decreto del rey, todos los seres como Ien debían ser ejecutados. Tan solo algunas chicas tenían algo de suerte, pues estas eran conducidas a la residencia del monarca. Los orfanatos que se ocupaban de estos niños tan especiales eran atacados por dragones, produciéndose masacres que quedaban fijas en la mente de aquellos que conseguían sobrevivir. Ese había sido el caso de Ien y sus hermanos mayores.

—Viniste solo —dijo sin pensar—. Solo saliste tú.

—Lo prefiero.

—Siempre intentando proteger a los tuyos.

Las palabras salieron por si solas antes de que pudiese ver el peligro que estas avecinaban.

—Tú ya leíste mi historia. Sabes a quién quiero proteger y lo lejos que puedo llegar para conseguirlo.

Debe ser por eso que te elegí, pensó. Eres mi favorito y no dejarás de serlo en esta pesadilla.

Ien acortó la distancia y apoyó la frente contra la suya.

—Eres real —murmuró Noelia—. Eres real.

—Mantente a salvo, por favor. Eres la única capaz de resolver este embrollo.

—¿De qué estás hablando?

El joven ekko se desvaneció frente a ella al tiempo que un grito provino del sotechado del edifico.

—¡Ven aquí, Noelia! ¡Vas a coger un resfriado morrocotudo por idiota!

Con Ien fuera de escena, Ana la condujo a los baños del instituto para que se secara. Allí se apresuró a sacar su cambio de ropa, el chándal para la clase de educación física, y se lo tendió. Ana tenía una talla más que ella por lo que se notaba a primera vista que su ropa le pertenecía a alguien más. Aún así, lo agradeció. Se había calado al estar hablando con Ien tanto rato y de haber permanecido por más tiempo podría haber cogido un constipado si no lo había pillado ya.

—Gracias —murmuró, secándose el pelo.

Ana se encogió de hombros y sonrió.

—¿Qué harías tú sin mí? —Apoyó la cabeza en su hombro y la abrazó—. ¿Estás bien? Afuera parecías muy alterada y juraría que estabas hablando con otra persona. ¿Había alguien allí antes de que yo apareciera?

Podría decir la verdad. Podría...

—No, no había nadie.

—¿Estabas cantando bajo la lluvia?

—Pidiendo un deseo, más bien.

Ana no la soltó por un buen rato, no hasta que su instinto maternal dejó de estar tan impaciente. En verdad, ver a Noelia bajo la lluvia gritando a la nada la había preocupado de sobremanera. Después de todo, y con sus cosas, Noelia era la más tranquila y pacifica del grupo y verla así significaba problemas. El agua mansa podía ser la más peligrosa, y Noelia era el mejor ejemplo de ello. Estar alterada no era propio de ella.

—Bueno, será mejor que vayamos a clase —dijo al no obtener respuestas a sus dudas.

La lluvia paró unas horas después. El cielo se despejó y solo en el suelo quedaron muestras de lo que había sucedido. Las nubes se aclararon y la temperatura subió. Cualquiera diría que no había llovido. Parecía como si todo hubiera sido parte de un truco de magia, desapareciendo tras el acto final. Ien había provocado la lluvia, pero quién podía asegurarlo a parte de ella.

Noelia suspiró.

Podía entender que estaba pasando de ver con claridad las piezas del complejo puzle que había aparecido esa mañana en su cama. El problema es que no tenía ni la primera pieza en su poder. Estaba atrapada en la ignorancia y sin poder moverse. Las palabras de Annatea tampoco eran de ayuda. No quería morir y mucho menos dentro de una pesadilla de tal calibre. Quería despertar.

La pregunta es sencilla. ¡¿Cómo despierto?!

A lo largo de la mañana, durante las clases, se había pellizcado varias veces obligándose a despertar. Y nada, tan solo consiguió que su piel se irritaba inútilmente necesitando una crema para calmar el ardor.

La pesadilla se aferraba a ella, y al parecer, no tenía la intención de soltarla por el momento.

Ana y Dante, como era costumbre, la acompañaron hasta un parque cercano donde sus caminos se separaban. La casa de los mellizos estaba a medio camino de la suya por lo que no era extraño que se fueran juntos del instituto. Muchos ya lo sabían aunque su grupo no fuera popular. Dante se despidió con un abrazo de oso y un beso en la mejilla mientras Ana se inclinó con la risa en sus labios.

—Mañana nos vemos, su majestad.

Ana solo quería animarla y recurrió a sus trapos sucios para conseguirlo.

—¡Sueña conmigo! —gritó Dante al alejarse junto a su hermana.

Noelia ocultó su sonrisa de ojos ajenos y se despidió con la mano cuando estos se perdieron en la lejanía.

No puedes negarlo, tonta. Te gusta.

Retomó la marcha y dejó de lado aquellos pensamientos. No podía comerse la cabeza con eso. Dante era su amigo y nunca sobrepasaría la línea. Ninguno de los dos podía.

Cerca de casa, justo en el parque que había frente a su morada, otra visita inesperada apareció. Esta vez, al contrario que Ien, no había cadáveres de por medio. Ambas estaban calladas y entretenidas en los columpios de los niños, quizás reviviendo memorias pasadas que Harres había arrancado de sus almas.

No había duda. Eran ellas. Trihy y Lisba.

Sus vestimentas correspondían al momento de la carnicería, cuando en el cuento las almas ofrecidas a los demonios eran reunidas en un sofisticado banquete a la espera de ser devoradas. Era curioso. Las historias del libro mostraban la crueldad en su estado más puro, pero era en esta donde el humano tomaba el papel del monstruo y el demonio se reducía a ser un simple mandado. Las almas ofrecidas, los niños sacrificados, eran elegidos por sus más allegados con la excusa de salvarse de un destino tan desgraciado.

—Lo siento —murmuró antes de entrar en la casa, recordando la sangre en las manos de Ien y en la ropa de aquellas dos—. Lo siento.

Dentro, su madre la saludó como un día cualquiera. Parecía haber olvidado lo sucedido por la noche, o el hecho de que su querida hija había robado el libro. Su sonrisa no mostraba ningún rastro del enfado y la decepción que horas atrás había visto en su rostro al llevarse consigo el origen de todos sus fantasmas. Ien, Nuria, Annatea... Todos habían salido del libro, y de un modo que seguía sin comprender.

Noelia subió a su habitación y comprobó que la nota siguiera en el armario. Así era.

—Me quedé en la historia de...

No iba a dejar el libro incompleto, iba a leerlo. Alguna pista habría en él.

Si no hacía nada, si dejaba que todo siguiese su curso, los personajes iban a seguir saliendo y atormentando su vida hasta incluso provocar su muerte. Ya Annatea lo había predicho, y la preocupación de Nuria por protegerla reafirmaba esas palabras. No todos estaban de su lado.

—Tengo que buscar una solución.

Sabes qué hacer.

Buscó el libro por el despacho de su padre y no lo encontró. No estaba en la estantería habitual ni en las tablas del techo donde su padre colocaba las cosas de más valor por su dificil posición. Recordó la caja fuerte de detrás del cuadro de Doré y esperó encontrar el libro allí. No lo halló.

—¿Estás buscando algo, cariño?

Su madre se apoyó en el marco de la puerta y esperó su respuesta.

Noelia no esquivó la verdad, esta vez no. Necesitaba el libro si o si.

—¿Dónde lo metiste?

—Está escondido —dijo, encogiéndose de hombros—. Intuí que pasaría esto, así que lo escondí en un lugar donde no pudieses encontrarlo. Eres tan cabezota como tu padre, y escuchar no suele ser una de tus cualidades.

—Necesito el libro.

—Déjate de tonterías y ve a comer.

El único lugar por el que podía empezar a buscar respuestas era el libro. Si la primera pieza no podía tomarla, ¿podría con todas las demás? Estaba claro que no.

—¿Por qué no quieres que lea en voz alta? ¿Por qué no quieres que lea ese dichoso libro? —preguntó. El silencio de su progenitora consiguió romper una parte de ella, su paciencia—. ¡ES UN LIBRO!

—No me levantes la voz, Noelia. ¡Soy tu madre!

—Pues explícame... Necesito el libro, mamá. Dime dónde lo pusiste.

—No.

Su tajante respuesta no fue suficiente, ¡claro que no lo fue! Necesitaba ayuda, no trabas.

—¡Mamá!

—¡Noelia! —Realmente se parecía a ella. Los polos iguales chocaban tanto entre sí que era demasiado evidente. Y al contrario que con su padre, siempre peleaba con su madre aunque fuese por tonterías—. Ahora deja de hacer el idiota y vete a comer. La comida se está enfriando.

No miró atrás. Se fue dejándola sola en el despacho.

Estoy jodida...y tengo hambre.

Comió a toda prisa y se encerró en su habitación.

No podría buscar con su madre en casa, así que esperó pacientemente haciendo mientras tanto los deberes del instituto a que su madre fuese a comprar. Siempre lo hacía, y hoy no iba a ser una excepción. De ese modo, la tarde pasó entre ejercicios de matemáticas y ecuaciones químicas hasta que un grito proveniente del salón la alertó. Había llegado la hora.

—¡...y pásatelo bien en la fiesta de esta noche! —Escuchó decir a su madre—. ¡No vengas muy tarde!

Miró el reloj y suspiró. Quedaban tres horas para que Dante y las chicas viniesen a buscarla.

—Tengo poco tiempo —se dijo al escuchar el sonido de la puerta. Tenía la casa para ella sola—. Tengo que darme prisa, o Dios sabe qué pasará.

Seguramente acabes muerta, ¿no? Eso es lo que más temes y a la vez esperas. Desaparecer.

El tiempo pasó y nada encontró. Revolvió la casa y nada encontró.

—¡NOELIA!

La voz de Dante la sorprendió cuando estaba luchando contra el polvo. Ya habían llegado.

Salió del sótano corriendo y abrió la puerta. Un dueto de brujas la saludó y un brujo malditamente encantador la abrazó nada más verla. Dio igual el polvo, su aspecto mediocre y el estropicio del comedor. Dante la envolvió entre sus brazos y ronroneó al tenerla una vez más a su lado. Era incapaz de resistirse a él, y lo sabía aun con todos los problemas que controlaban su vida en ese momento. Tenía miedo, miedo de perder a sus seres queridos por un error que había cometido. Un equivoco que no comprendía, un acto inconsciente que había hecho que muchas de las criaturas del libro saliesen y vagasen por su mundo con total libertad.

—¿Dónde está tu disfraz? —preguntaron Ana y Alicia al mismo tiempo.

—Me dormí.

Antes de cualquier ataque de histeria por parte de algún miembro del grupo, Ana tomó las riendas de la situación. La separó de su hermano y la arrastró al interior de la casa, específicamente a su habitación.

—No pasa nada. Yo me ocupo.

Las tareas se repartieron. Ana se ocupó del maquillaje, Alicia del peinado y Dante de la ropa.

Todo habría resultado en estupenda y divertida reunión entre amigos de no ser por el cadaver que apareció en su espejo. Solo había una persona que tuviese la apariencia de un esqueleto y de una hermosa mujer en un mismo cuerpo, y al contrario que todas las demás visitas, se trataba de una diosa. Y Hela no había aparecido sola, traía consigo a Fenrir.

—Chicos, ¿podéis dejarme un momento sola?

—¿Y eso? —preguntaron los tres al unísono.

—Por favor.

No se opusieron. Salieron sin rechistar.

—Rezaba porque tú no salieras —admitió.

—Tu suerte te abandonó hace mucho tiempo —dijo Hela sonriendo con su parte humana y su parte cadaver. Era perturbador mirarla y mucho más verla moverse—. ¿Asustada?

—Me estoy haciendo a la idea de esto, así que no. Ya aparecieron varios antes que tú.

—Pero ninguno es un dios, ¿no?

—No, ninguno es un dios.

La sonrisa se la diosa se amplió.

—Los dioses controlamos el destino.

—El destino no puede ser dominado por nadie ni por nada —defendió—. Tiene gracia que una humana deba enseñar tal lección a una diosa.

—No juegues con fuego, Noelia. Puedes llegarte a quemar.

La diosa se fue al rato, por lo que hizo entrar a las chicas y a Dante cuando estuvo de nuevo sola.

Ninguno de los tres supo que había pasado en su habitación, y a qué se debía el griterío. No preguntaron, por suerte. Hicieron a un lado las dudas y centraron sus pensamientos en la fiesta. Ya habría más días para interrogar a Noelia y descubrir qué narices le sucedía. Ya la habían descubierto hablando sola bajo la lluvia y ahora esto. Algo pasaba, si, pero preferían mantenerse al margen hasta que la propia Noelia lo admitiese por voluntad propia.

—Bueno, pues ya estás lista —dijo Ana al colocarla el sombrero puntiagudo de Dante.

—Pero...

—No me importa, te lo digo en serio —se apresuró a decir Dante ante su inseguridad—. Estoy mejor sin él. Además, luce mucho mejor en ti. En otra vida pasada debiste ser bruja, ¿a que sí, chicas?

Ana asintió con la cabeza y Alicia farfulló una maldición en voz baja. Al contrario que los mellizos, Alicia pertenecía a una familia católica y desde muy pequeña defendía con sumo gozo las ideologías que la habían impuesto y ahora tomaba como suyas propias. Podían ser amigos pero las diferencias de una familia a otra estaban ahí. Y la realidad era esa. No todos nacían con la misma suerte, ni mucho menos con los mismos padres.

—No vamos a entrar en un debate ideológico —dijo la joven—. Pero sí, te queda bien.

Noelia se miró en el espejo y aplaudió la maestría de Ana con el maquillaje. Había quedado mucho mejor de lo que imaginaba. Tanto, que parecía otra persona. Colocó el sombrero a su gusto y sonrió. El pelo rizado, negro y voluminoso se amoldaba al disfraz, deslizándose por su espalda hasta llegar a su cadera. Era una bruja moderna, pero una bruja al fin y al cabo.

—Estás preciosa —susurró Dante a la altura de su oído antes de besar su mejilla—. Esplendida.

—¡EL MAQUILLAJE, IDIOTA!

Un golpe voló hacia él aterrizando en su rostro.

—Lo siento, lo siento...

Las predicciones metodológicas no acertaron ese día y el frío otoñal les pilló por sorpresa. Ninguno contaba con carnet de conducir y a esa hora los buses habían sido suspendidos hasta el día siguiente. Pero, por suerte, un milagro apareció a veinte minutos de comenzar a andar en dirección al centro de Valladolid donde se encontraba la playa.

—¿Vais a la fiesta, no? —preguntó Diego desde el interior del coche—. Nosotros también.

—Subid —dijo Rubén disfrazado de zombi—. Os llevamos.

El frío, la distancia y las horas fueron excusas suficientes para aceptar.

—Gracias, chicos —agradeció Noelia al subir.

—Ya ves.

Rubén y Diego entablaron conversación rápidamente con los mellizos. Los cuatro dejaron de lado los rumores que circulaban por el instituto y pasaron a hablar sobre los organizadores de la fiesta. Al parecer, no solo los alumnos de último curso se habían encargado de prepararla. Alicia no había obtenido todo el material, tan solo partes. Tres instituciones se habían juntado, tres clases de próximos graduados que habían decidido aliarse en su último año. Era por eso que intencionadamente debían cobrar la entrada y así hacer frente a todos los gastos de una sola noche.

—Menos mal que trajimos dinero de más —dijo Ana—. No teníamos ni idea.

—Era de esperar —siguió Dante—. Son tres institutos reunidos en la playa con barra libre. El local que alquilaron va a exprimir todo su almacén en nosotros. Es normal que quieran cobrar.

—¿Cuánto es?

—Diez euros, creo —respondió Diego a la pregunta de Alicia.

Noelia asintió en un intento por parecer atenta a la conversación. Su mente, en realidad, estaba perdida en el paisaje que llegaba a ver por la ventana y los caminos que podía optar cuando llegaran a la playa. Tenía dos opciones: beber y olvidarse de todo o estar alerta a visitas inesperadas. Una diosa, una jodida diosa, se había materializado en su habitación en compañía de su querido guardián. No necesitaba leer el libro para saber quién era, ¡pertenecía a la mitología nórdica! Había miles de películas sobre ella aunque no todas eran fieles a la historia original.

Matarme habría sido muy fácil para ella, ¿por qué no lo hizo?

Nuria era un cadaver, Trihy y su hermana humanas, Annatea un fantasma, Ien un ekko y Hela una diosa. Todos podrían haberla matado...

—¿De qué me protegías, Nuria? —preguntó a la noche, sin percatarse del par de ojos que la observaban desde el otro lado del coche—. ¿Qué era aquella silueta?

No habían cenado y perderse en el alcohol sin comida de por medio era un error de principiantes. Al llegar, el famoso dúo se unió a ellos y pararon en un puesto de bocatas antes ir a la playa. Y una vez que sus estómagos estuvieron saciados, se encaminaron hacia la fiesta de Halloweeen.

La playa de las Moreras estaba envuelta en telarañas de mentira, fantasmas de pega y tumbas falsas. Las pocas farolas que iluminaban el único paseo no eran suficientes para todo el perímetro. Una gran parte del territorio estaba sucumbido en la más profunda oscuridad en contra posición de la luz que emitían las farolas, cuyo único foco era la luna perdida entre las nubes del cielo. Parecía el escenario perfecto para una historia de miedo, en la que el asesino se camuflaba entre los adolescentes y empezaba a acabar con toda vida que se pusiese en su camino. Era el lugar perfecto para que la sangre tomara protagonismo y la muerte apareciera en su figura más bella. Después de todo, en una noche así, la muerte era quién controlaba los corazones de todos aquellos que se ocultaban en disfraces intentando esconderse de los muertos que salían de sus tumbas por solo veinticuatro horas.

En Europa la gente se disfrazaba y se emborrachaba mientras la gente en América se juntaba con sus familias para poder reunirse con sus difuntos. Unos burlaban a la muerte mientras otros se reunían con ella y aceptaban su destino.

Envidio a aquellos que entienden su futuro y viven acorde a él. No todos pueden aceptar la muerte.

Dante hizo una reverencia y se perdió de camino al local. La fiesta y el alcohol lo llamaban.

—Mi hermano es idiota —soltó Ana cruzándose de brazos—. Juro que no le pienso ayudar cuando empiece a vomitar y se sienta hecho una mierda.

—Eres demasiado buena como para abandonarle —dijo Noelia—. Le aprecias demasiado.

—Al menos no soy la única tonta.

Ana sonrió y siguió el mismo camino que su mellizo. Solo se quedó ella atrás y lo prefirió.

La situación era complicada. Podía reconocer a los personajes por las descripciones que daba el libro, pero si estos se habían disfrazado y colado en la fiesta era casi imposible saber quiénes eran. A penas podía saber quién era quién a su alrededor. Sus voces eran reconocibles, no sus rostros. Los disfraces más currados eran armaduras infranqueables y esperaba que ninguna de sus visitas tuviese tanta paciencia. Ahora mismo, incluso, podía estar rodeada y no saberlo.

Prefiero estar sola y ser la única vulnerable a poner en peligro la vida de mis amigos.

Caminó entre la gente y observó el tablero en el que seguramente se desarrollase un juego de estrategias. Estaba en una clara desventaja de la que esperaba salir airada. No notó nada extraño. Todos estaban agrupados en grupos, bebiendo y bailando. Nadie estaba aislado excepto ella.

—Puede que sea demasiado pronto.

A la orilla del rio, con los pies descalzos, se sentó y observó la luna sobre el puente medieval. La vista era espectacular, tan hermosa que maldijo para sus adentros cuando un borracho se subió a la barandilla del puente y empezó a bailar como si nada. Ignorando la altura, el agua y su estado. Si caía y nadie saltaba a su ayuda, estaría muerto al amanecer.

—¿Quién dejó a ese tonto solo? —preguntó, levantándose y yendo hacia él.

Estaba a unos metros del puente cuando el chico gritó y se desplomó sobre el agua. Una silueta negra estaba detrás de él al momento de caer y ahora sujetaba algo entre sus manos. Un corazón.

—Deberías tener cuidado. Te metiste en la boca del lobo y no eres quién para enfrentarte a ellos.

Ien la abrazó por detrás, impidiendo que corriera hacia el cuerpo del chico. Se revolvió sin mucho existo. Su fuerza no era comparable a la del joven ekko, y de quererlo, bien podría electrocutarla.

—Pásatelo bien, Noelia. Disfruta de la noche antes de que esta te tome a ti.

—¡IEN!

El joven ya se había esfumado en la pequeña tormenta que invocó frente a ella cuando consiguió girarse y plantarle cara. Nuevamente, estaba sola y perdida. Sus manos se fueron a su cabeza y gritó con todas sus fuerzas. La impotencia de verse inmóvil ante un enemigo desconocido era mucho mayor a lo que su control podía tolerar. Los límites habían sido superados y ahora solo pensaba en perderse y olvidar.

—¿Noelia? —La voz de Dante llegó a ella terciopelada—. ¿Qué haces aquí sola?

—Disfrutaba de la vista.

Intentó caminar de vuelta al local pero un brazo la detuvo, interponiéndose.

—Llevas muy rara desde ayer, y esto ya empieza a ser... ¿Qué está pasando?

—No es...

—No sabes mentir, Noelia. Así que si pretendes hacerlo, te pido que no lo hagas.

Sonrió, aunque su intención no fuera esa. Quería acortar la distancia y fundirse en el anhelo pero sus pies estaban atados al suelo y no podía dejarse llevar por sus propios deseos. Debía ser realista y aguantar el dolor que provocaba rechazar los sentimientos que seguían anidando en su corazón.

—Me hubiera gustado ser sincera mucho antes —dijo, besando su mejilla—. Lo siento.

—¡¿A dónde vas?!

Pocas veces la había levantado la voz. Y aunque la tomó por sorpresa, Noelia no respondió.

Se reunió con Ana en el local de la playa y la convenció para que se fuera a bailar con Alicia. Así podría beber sin que nadie la parase, sacando provecho a la barra libre y a la media hora que le tomaría a Dante encontrarla. El último lugar en donde la buscaría sería el más evidente de todos.

El primer vaso de whisky desapareció mucho más rápido de lo que esperó.

—¿Whisky a palo seco? —Escuchó decir a su lado—. ¿Problemas de amores?

—Preferiría que fuera eso —respondió, descubriendo que el que le había hablado no era otro que un hombre con un disfraz histórico. Reconoció el pico médico de la peste negra en cuanto posó sus ojos en él—. Sería todo más sencillo.

El desconocido río.

—Querida brujilla, he de decirte que el peor mal es el de amores. Te lo aseguro.

—¿Tienes experiencia? —le preguntó—. Parece que así lo fuera.

Detrás de la máscara, por un momento, pareció sonreír.

—Me encariñé de alguien que me llevó a la ruina.

—Elegiste mal, entonces.

—Me dejé engatusar, sí.

Noelia miró de reojo al hombre sin antes dar un sorbo a su vaso. No pertenecía a la fiesta.

—Dime, ¿qué te llevó a colarte en una fiesta de niñatos? El más mayor aquí tiene veinte años.

Intentó no parecer desconcertada cuando el susodicho empezó a carcajearse frente a ella, llamando la atención de todos los que estaban en la barra pidiendo. Después, con asombro, observó como su rostro quedaba expuesto al ser removida la máscara de médico. Ya no parecía un pajarraco tétrico.

Su sonrisa era perturbadora.

—Estoy en busca de mi preciada adquisición. Se escapó y pretendo recuperarla.

Noelia se mordió la lengua al volver a posar su mirada en él y tomó aire antes de soltar la bomba.

—Lo más importante para Trihy es su hermana, no tú. Deberías entenderlo, Darío. Eligió a sus seres queridos antes que a sí misma y ambos sabemos a qué grupo perteneces. Enfrentó a una ciudad llena de demonios para salvar a su hermana...

Darío sonrió y se relamió los labios antes de mirarla fijamente por primera vez. Noelia se ocultó bajo el sombrero y su melena al sentir aquellas dagas envenenadas atravesando su cuerpo. Darío era un simple humano en la historia a la que pertenecía, pero un humano que había conseguido encandilar a los demonios y aprovecharse de ellos para mantenerse vivo y no ser un sacrificio más como sí lo eran todos los demás niños con los que era confinado en la ciudad de Harres.

—¿Y qué harás tú, Noelia? ¿A quién elegirás?

—¿Qué queréis de mí? —le preguntó—. ¿Cómo salisteis...?

—Todo te lo debemos a ti.

La música impidió que escuchase con claridad su respuesta.

—Vi a Trihy esta mañana. Me está rondando.

—¿Por qué me lo dices?

—No lo sé.

Salió del local y huyó.

Corrió lo más lejos del local, atravesando los árboles que separaban la playa con el paseo. No había farolas que iluminaran el camino así que se guío por la luna para no chocarse contra un tronco y caer inconsciente. El alcohol ya empezaba a hacer efecto y sentía sus piernas más débiles que nunca. Quería dormir y olvidar pero aguantó y siguió corriendo hasta que sus pies la fallaron. Tropezó con algo del suelo y se golpeó en la cabeza.

—Mierda.

Sus medias se habían roto y la sangre ya empezaba a emanar de la herida de su cabeza. El sombrero estaba a unos metros de ella, tirado en un montón de hojas. Se arrastró hacia él. Sin embargo, cuando estaba por cogerlo, algo rodeó su muñeca y la mordió. Era pesado y escamado.

Gritó con fuerza al sentir los colmillos hundirse en su piel.

—¿Qué narices es...?

A la luz de la luna descubrió que se trataba de una serpiente. ¡UNA SERPIENTE!

Su mente se bloqueó y no supo cómo reaccionar. Inconscientemente, empezó a llorar. Podría haber echado a correr si estuviera en el suelo pero estaba aferrada a su muñeca y no la soltaba.

—Déjame, déjame...

Los árboles se volvieron borrosos y un brillo cegó por completo su visión. Acabó derrumbándose en el suelo, aún con la serpiente mordiendo su muñeca e inyectando su veneno en el corriente sanguíneo. No dejó de llorar aún cuando sus ojos solo veían oscuridad. Escuchó unas pasos acercándose a ella y una mano acariciando sus mejillas, alejando de ella el malestar. El dolor desapareció al entrar en contacto con esa misteriosa persona y por un momento creyó que estaba salvada. Supo entonces, al ver que se encontraba frente a un árbol con almas encerradas en sus frutos, que la pesadilla estaba llegando a su punto culminante.

Quiero despertar, quiero despertar...

—Tu contador está llegando a cero, querida. Es una pena.

La voz pertenecía a una mujer y no necesitaba ver su rostro para saber quién era. El árbol...

—No quiero morir.

—Lo sé, lo sé... Te queda mucho por hacer pero es mejor morir ahora que ellos te maten.

—No quiero morir —volvió a decir.

—Ellos te torturarán antes de matarte, ¿quieres eso?

Claro que no. Pero, ¿qué más podía hacer? No iba a rendiste tan fácil, no cuando sus amigos podían estar en un peligro. No quería que Ana, Dante y Alicia pagasen por su error.

—¿Qué hice mal? ¿Qué hice mal?

La mujer del tiempo, también llamada Kendra, respondió:

—Tendrías que haber escuchado a tus padres. Nada de esto hubiera pasado si lo hubieras hecho.

—No quiero morir.

—Entonces, si ese es tu deseo, haz algo. Te queda poco tiempo pero el suficiente para cambiar las cosas. Puede, entonces, que si la suerte esté de tu lado salgas de esta con vida y nos devuelvas a todos al lugar que pertenecemos. —Una mano se posó sobre su frente—. No estás sola. Muchos quieren volver a sus hogares aunque estos estén destinados al horror. No tengas miedo. Nosotros te ayudaremos en la medida de lo posible.

—¿Nosotros?

—Despierta y lo verás. La lucha ya comenzó.

Toda lucha traía consigo la sangre de los inocentes.

Por favor, Dios, protege a mis amigos.

No había rastro de Kendra ni del misterioso árbol cuando despertó. Tampoco de la serpiente. Estaba sola entre la arboleda y desde allí podía oír los gritos provenientes de la playa. La luna se había teñido de rojo y no daba tanta luz como antes. En verdad, la noche había devorado todo rastro de vida.

Su muñeca tenía las marcas del mordisco y junto a ella lo que parecía ser un tatuaje de una serpiente. No se preguntó cómo había aparecido eso ahí, no tenía tiempo. Necesitaba alejar a Dante y a las chicas del peligro. Debía protegerlos aún si su vida podía verse en desventaja.

Volvió a la fiesta y descubrió el Infierno que se había desatado.

Había muchos cuerpos apilados en la orilla del rio y Fenrir custodiaba la montaña. Hela daba vueltas por los cadáveres que todavía estaban desperdigados por el suelo mientras Annatea miraba la escena desde lo alto del local. No había rastro de Darío o Ien. Al contrario, alguien más se había añadido al grupo.

—¡Triana, aléjate de ella! —gritó Noelia corriendo hacia el demonio al descubrir que este tenía agarrada a Alicia del cuello—. ¡Déjala en paz!

Las ojos dorados del demonio brillaron con mucha más intensidad cuando dieron con ella, llegando a soltar a su presa para dirigirse a una de mayor calidad.

—Mirad quién apareció.

Hela sonrió desde su posición.

—Kendra debió retenerla. Esa chica se oponía a esto desde el principio.

—No es la única —dijo Annatea entre gritos—. Hay que estar alerta.

—Tú ocúpate de controlar a Nuria y nosotras del resto.

Triana se relamió la sangre de sus labios y rio a carcajadas antes de aparecerse frente a ella y coger uno de sus mechones.

—Llevo queriendo conocerte mucho tiempo, querida. Y ahora que estamos aquí no sé cómo reaccionar. Quién lo diría. Alguien como tú... Gracias por tanto, Noelia. Si no fuera por ti no habría tenido tal festín para mi sola. Después de todo, soy la única que se alimenta de almas aquí.

—¿Saliste sólo tú? —la preguntó—. ¿Fuiste la única de tu historia?

—Cierta serpiente escurridiza salió, y por tu muñeca, te encontró mucho antes que yo.

—¿Alguien más a parte de vosotros dos?

Triana sabía por quién preguntaba y disfrutaba de su miedo como el demonio que era.

—No voy a darte el lujo de saberlo. Descúbrelo por ti misma.

—Me matarás antes de conseguirlo —susurró, viendo la sangre de su ropa. La verdadera masacre la había iniciado ella. Todos los cuerpos apilados eran el resultado de su locura—. Tú los mataste.

—Hacía tiempo que no me divertía tanto.

Buscó a Ana y Dante por el suelo y no los encontró.

Ellos han escapado, ellos han escapado... Están vivos.

—Eres un monstro.

Triana negó con la cabeza y la cogió del mentón.

—Puede que sí, pero el verdadero monstruo aquí eres tú. La mente maestra asume las culpas.

No entendía a qué se refería.

—¿Mente maestra?

—Annatea y Hela tenían razón. No lo recuerdas.

—¡Te lo dije, Triana! —exclamó al niña fantasma—. ¡Deberías hacerme caso alguna vez!

—¿Qué no recuerdo?

—¡Esto es mejor de lo que pensaba! —Triana seguía disfrutando—. ¡Por todos los infiernos!

Noelia se zafó de su agarre y se separó de ella. Miró a la diosa y a su querido lobo, buscando algún rastro de los mellizos en la pila de cadáveres. No podía diferenciar a nadie con los dichosos disfraces y la sangre que ahora los cubría. Sí, debían haber escapado.

Nuria se revolvió al lado de Annatea e intentó ir a su lado, más la niña se lo impidió.

—Disfruta, Nuria. Esto está por ponerse la mar de interesante.

Se aferró al poco valor que el miedo no había devorado y caminó hacia la verdad aunque esta significase entregar su alma al propio diablo.

—¿Qué no recuerdo?

—Tiene gracia que nuestro propio creador no nos recuerde —dijo Triana sin perder su sonrisa—. ¿Tan arrepentida estás de crearnos que te olvidaste todos nosotros? Somos tus creaciones.

—Eso es mentira. ¡Mentira!

Annatea bajó del tejado del local y se posicionó a su lado.

—Hace muchos años, cuando tenías diez años, te dio por escribir historias de miedo. Cuentos que llegaron a traumatizar a tu familia a pesar de que esta te animó en un principio e incluso te enseñó a teclear en una máquina de escribir. El problema vino después, cuando la maldición despertó en ti. Nosotros no somos los primeros que salimos de tus historias, Noelia. Dos más salieron antes.

—¡ALÉJATE DE ELLAS, NOELIA!

El grito de Dante no impidió que Triana la cogiera del cuello y la obligase a ver la dura verdad.

—No soy la única que tiene los ojos dorados —murmuró a la altura de su oído—. Dos más salieron antes que nosotros y permanecieron a tu lado protegiéndote.

Annatea sonrió.

—Ahí tienes tu respuesta, Triana. Solo los de tu clase pueden alterar las memorias de un humano.

El lobo detuvo a Ana cuando esta intentó acercarse a Hela. Ambos empezaron a luchar mientras la diosa les observaba divertida, ignorando el hecho de que su querida mascota estaba siendo herida por la joven vestida de bruja. Disfrutaba de las muecas de Ana cuando su esfuerzo no era suficiente y no alcanzaba a llegar hasta ella, atrapada entre los dientes de Fenrir y su oscuro pelaje.

—No puede ser verdad, no puede...

—Mira bien. Esta es la verdad que tú misma te buscaste.

—Soltadla, ¡ahora! —exigió Dante portando consigo lo que parecía ser un cuchillo de hoja negra.

Triana inclinó la cabeza y sonrió.

—No voy a soltar el trofeo por mucho grito que des. Ella nos pertenece.

—¡Noelia no le pertenece a nadie!

—Si no nos conociéramos de antes, Dante, te diría que eres un necio. Pero ambos sabemos de quién sacaste esa faceta —dijo Triana—. No puedo culparte por algo que heredaste de tu madre.

—¡Acaba con esa zorra, Dante! —gritó Ana poco antes de cortar uno de los brazos de Hela y salir volando por segunda vez cuando Fenrir arremetió contra ella—. ¡Hazlo ya!

Un círculo mágico apareció bajo Triana y Annatea y cadenas salieron de él. Noelia buscó a la única persona capaz de hacer ese tipo de magia y la encontró junto al cadaver de Nuria.

Megan movió la mano a modo de saludo.

—¡Perdón por la espera!

Noelia pateó a Triana sin mucho existo pero consiguió zafarse cuando Dante se interpuso entre ambas. Se separó de la lucha y corrió al lado de Megan, sin embargo, cierto fantasma la interceptó.

—¿Piensas escapar, Noelia?

Annatea se fundió con el cuerpo de Alicia.

—¡NO!

Otro círculo mágico fue invocado a su alrededor protegiéndola del cuerpo poseído y del fantasma que residía en su interior, el cual se lanzó a por ella a pesar de la magia de Megan. No iba a darse por vencida.

—Tiene gracia que una niña nos creara —dijo Annatea—. ¡La mala aquí eres tú, Noelia!

—No durará por mucho tiempo —anunció Megan—. Vete a por ella, Daniel.

El zorro de nueve colas que siempre acompañaba a la única bruja de todo el conglomerado de criaturas se materializó detrás de Noelia y con solo estar en contacto con ella la hizo aparecer al lado de Megan.

Noelia era incapaz de moverse, de asimilar la información. Su mente se había apagado. El cadaver de Nuria la zarandeó para que reaccionara pero no había forma. Estaba muerta en vida.

—Tenemos que hacer algo —dijo el zorro—. Está ida.

Megan reforzó la protección pronunciando unos versos en latín y se hizo cargo de la falsa bruja.

—Está en shock.

El cadaver se revolvió inseguro y se asomó por la cornisa. Annatea maldecía desde el suelo, pues al entrar en contacto con el círculo mágico su piel ardía. Ningún cuerpo poseído sobreviviría a esa magia.

—Noelia, Noelia, Noelia...

—Vuestro fuerte no durará mucho tiempo —dijo Ien tras ellos—. Dadme a Noelia.

—¿Por qué te la daríamos? —preguntó Megan escupiendo sangre por la boca.

El uso sucesivo de magia podría repercutir en su cuerpo e incluso matarla.

—Ella confía en mí. Además, estoy de vuestro lado.

Un trueno retumbó por toda la playa seguido de un rayo que impactó al lado de Dante, salvándole de ser decapitado por la que era parte de su familia. Suerte que no tuvo Ana, quién no esquivó al enorme lobo y fue mordida por el mismo perdiendo mucha sangre. Su recuperación no era tan rápida como la de Triana. Hacía mucho tiempo que no se alimentaba...

—Más te vale que estés diciendo la verdad.

Ien cogió en brazos a Noelia y la lanzó en la tormenta donde se perdió con ella. Allí nadie podría atentar contra su vida, pero esa prisión no era permanente. En algún momento cedería a la presión.

—La muerte está ligada a la vida del mismo modo que tú estás vinculada a nosotros. Si, somos una parte de ti. Puede que algunos piensen que matándote no volverás a sus respectivas historias pero se equivocan. Nadie pertenece aquí excepto tú. Este es tu mundo, protégelo. Devuélvenos a nuestras realidades. Las historias deben seguir su curso.

Los ojos de Noelia volvieron a tener su brillo natural y una única lágrima de sangre se derramó por su mejilla.

—Si hago eso, ellos...

—Dante y Ana volverán a ocupar su respectivo lugar.

—Ellos no aparecían...

—No llegaste a la página. Te quedaste a la mitad de su relato, ¿recuerdas?

—No quiero perderlos.

—Si esto sigue así, morirán.

—¿Cómo lo sabes?

—Se acomodaron a este mundo mientras Triana recién salió y devoró todas las almas de la fiesta. No tienen tanto poder, ni ellos ni ninguno de nosotros. Un demonio no muere tan fácilmente.

Iba a responder cuando sintió un fuerte ardor provenir de su pecho. Escuchó a Ien gritar y maldecir, enviando rayos hacia la única grieta dentro de su magia. Noelia, sin embargo, no pudo apartar los ojos de la mano que la había atravesado. Una mano esquelética que solo podía pertenecer a Hela. Se giró para enfrentar a la muerte y vio a la diosa sonreír a pesar de los rayos que impactaban en ella.

—Es la hora, querida. Te pondré a dormir para siempre.

Todo se volvió oscuridad cuando Hela arrancó su corazón. Había llegado su final.

Sin embargo, ante cualquier pronostico, Noelia despertó en su cama empapada en sudor y llorando. Tenía el pijama puesto y no había rastro de sangre. El libro descansaba a los pies de la cama junto a las sabanas que había ido apartando mientras dormía atrapada en tan terrible pesadilla. Se abrazó asustada y empezó a llorar.

Menos mal. Todo se acabó.

Sus ojos se posaron en la tapa del libro y gateó por el colchón hasta llegar a él.

Annatea estaba equivocada. Yo no escribí...

Abrió el libro y buscó en su primera página el nombre del autor esperando encontrar un nombre diferente al suyo. La suerte la dio la espalda de nuevo y disfrutó de su desgracia al leer las dos letras que había plasmadas en aquella singular e infantil firma.

NM. Noelia Moras.

—No puede ser. Esto es mentira.

Lanzó el libro contra el armario, percatándose entonces de la figura que había frente a la cama. Gritó pero no del susto. Los ojos rojos de la niña cobraron vida en la tenue oscuridad de la habitación. No dijo nada, tan solo se acercó a la cama mirando fijamente a la joven que tiritaba frente a ella y suplicaba por despertarse.

Entonces, sonrió. Blood sonrió.

—¿Quieres jugar conmigo? —preguntó—. Prometo portarme bien.

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