Parte 1
Los espíritus de la noche se asomaron con cuidado por la única ventana abierta de la casa. Dentro, con una pequeña linterna y oculta bajo las sabanas, una adolescente leía las páginas de un libro antiguo. Lo había robado del despacho de su padre y ocultado en su habitación hasta que este se fuera a trabajar. Estaría ausente por varios días, por lo que tan solo tendría que preocuparse de su madre y lo precavida que era respecto a ese tipo de lectura.
Pero, aún consciente de los peligros, sentía los lazos de la lectura envolviéndola. Atrapándola entre sus páginas. Era mágica, entretenida y hechizada.
Un ruido llamó su atención. Salió de su escondite improvisado y alumbró con la linterna la entrada de su habitación, descubriendo a su madre apoyada en el marco de la puerta. Parecía enfadada y entendía porqué.
—¿Qué haces despierta a estas horas?
—No conseguía dormirme —respondió, escondiendo el libro entre las sábanas.
Bien sabía, por experiencia, que ese tipo de lectura estaba prohibida en la casa. Tan solo su padre podía leer sobre aquellos oscuros cuentos con los que cualquier niño habría quedado traumatizado si no sintiera verdadero interés por los seres que habitaban en la oscuridad. Una oscuridad ajena a la que el ser humano conocía.
Noelia intentó sonreír con cansancio. Y cómo no, su madre no cayó en su treta. Demasiado bien la conocía.
—Saca eso de ahí. Espero que no estés jugando a la Nintendo—la escuchó decir antes de que las sábanas fueran removidas y el libro quedase al descubierto—. Mañana hay clase. Deberías... ¿Cómo tienes esto? ¡Es de tu padre!
—Lo tomé prestado de su despacho —respondió—. Es para...¿un trabajo de clase?
—Si vas a mentir, prepárate mejores excusas.
Al ver que su madre se llevaba consigo el libro, con pocas intenciones de devolvérselo, se levantó de la cama y salió detrás de ella suplicándole que se lo dejase para acabarlo y prometiendo que nunca lo leería de nuevo. Sin embargo, sus palabras no sirvieron de nada. Su madre se volteó y la golpeó con el libro en la cabeza. Fue una acaricia disfrazada.
—Te he dicho que tengas cuidado con este tipo de cosas, ¡y siempre ignoras mis advertencias! —gritó—. La gente como nosotras no puede leer lo que quiera. ¿Sabes lo peligroso que es? ¡No tienes ni idea!
No era la primera vez que hablaba sobre la peculiaridad de su familia, una maldición que hoy día seguía sin experimentar y mucho menos entender. Nunca había podido leer en voz alta... De alguna manera que no llegaba a comprender, su familia se había obsesionado con el poder de la lectura y la protegían de los efectos secundarios que traía consigo.
—Solo es un libro, mamá.
—¡Noelia!
Sabes lo que pasa cuando te llama con ese tono. Cierra la boca y vuélvete a la cama, Noelia. No compliques más las cosas. Se dijo a si misma, bajando la cabeza.
No había vuelta atrás cuando su madre la llamaba de esa manera. Si seguía insistiendo solo conseguiría un buen castigo, que bien podía ampliarse por cada palabra que saliese de sus labios. Era mejor volver a la cama que seguir caminando a ciegas por un camino lleno de pinchos. No debía arriesgarse por una lucha perdida.
—Está bien —se rindió—. Lamento haberlo cogido sin permiso.
—No lo vuelvas a hacer.
Asintió con la cabeza y volvió a su habitación. Ya tendría otra oportunidad de leerlo.
De vuelta a su habitación, derrotada, Noelia se tiró a la cama y maldijo en voz baja por su despiste. Si hubiera recordado a tiempo la manía de su madre por comprobar que su hija estuviese debidamente dormida, habría escondido el libro con antelación. Estaba tan envuelta en sus páginas que no había caído en cuenta en su figura y mucho menos en todo lo que desencadenaría la situación si llegaba a ver lo que había robado.
Todo lo que quería evitar se había cumplido en escasos minutos.
Que suerte la mía.
Noelia suspiró.
Era una amante más de la literatura por muy dispuesta que estuviera su familia de alejarla de los libros. Y por encima de todo, le gustaba el arte de la pluma. Quería escribir historias, alejarse de la realidad y volar.
—Mañana buscaré el libro y seré más previsora. Solo contaré con unos minutos.
Tomó un papel y apuntó la página por la que se llegaba. Recordaba las minuciosas descripciones y el temor del narrador. Tenía presente, además, el nombre de tan horripilante relato: Blood. Un nombre curioso.
Tengo que esconder esto, o estaré castigada de por vida.
Su madre, conociéndola, era capaz de rebuscar por todo el cuarto algún rastro del libro, ya fuera una simple fotocopia o un resumen de cada historia. Así que, previsora de ella, ocultó la nota en el fondo de su armario.
—Listo —murmuró—. Ahora ya puedo dormir tranquila.
Eso hubiera querido de no ser por lo que pasó después.
Al ocupar el colchón y taparse con las sabanas, justo al apoyar su cabeza en la cómoda almohada, los cristales de la ventana explotaron mientras un grito desgarrador proveniente de la calle se fundía con la oscuridad de la noche. Algo temerosa, se acercó a la ventana con los pies descalzos esquivando los cristales y así ver que había sucedido. Bien todo podía ser el resultado de un mal sueño. Fuera no había nada. Solo los columpios del parque que parecían moverse al tiempo que el viento sometía a los árboles a su frenético baile.
—Puede que el viento rompiera los cristales —dedujo, buscando algún golpe en la pared—. ¡Duele!
Retrocedió hasta la cama donde se quitó el cacho de cristal que había quedado incrustado en la suela de su pie. La herida era grande a pesar del tamaño de la pieza, así que tomó una prenda vieja y la ató a su tobillo. Podría ir a por una toalla al baño pero eso solo ocasionaría que su madre se preocupara y echara la culpa al libro. Tampoco esperó que el armario se abriera de golpe y cientos de manos cubiertas de un extraño tinte negro se cernieran sobre ella haciendo que retrocediese hasta el final de la cama. Cerró los ojos esperando que se tratara de una alucinación. Sintió, entonces, el roce de una mano acariciando su mejilla. Era real.
Intentó no gritar y esperar a que todo acabase.
—Despierta, despierta...
Abrió los ojos y deseó que las manos hubiesen desaparecido. Un rostro emanó del interior del inmueble y se cernió sobre ella provocando el grito que con tanto afán había intentado acallar en el interior de su garganta. No tenía cuencas, tampoco piel. Era el rostro de un cadaver putrefacto, de un monstruo. Creyó que sería devorada pero la criatura desapareció al abrirse a puerta. Su madre, una vez más, había conseguido sorprenderla y salvándola de un peligro desconocido.
Por su bien, y la curiosidad que pretendía saciar con las páginas del libro, tuvo que recomponerse y actuar "adecuadamente" para no levantar sospechas.
—¿Y ese grito?
—La ventana me asustó —respondió con rapidez.
—¿A qué te refieres? —preguntó su madre—. La ventana está bien.
Tenía razón. Los cristales estaban intactos y no había fragmentos esparcidos por el suelo.
Me hice una herida y estaba... Al mirar a la zona afectada vio que no había sangre.
—Perdona, mamá. Fue un mal sueño —murmuró, asimilando lo que estaba sucediendo—. Ya me duermo.
—Mañana hay clase y no pienso dejarte que faltes a ninguna hora para que puedas dormir. Son las tres de la mañana —la reprochó—. Duérmete ya o mañana parecerás un mapache. Y ni el maquillaje podrá tapar tus ojeras.
—No me va el maquillaje.
—Razón más para dormir.
A la mañana siguiente, cómo no, perdió el autobús y tuvo que ir corriendo al instituto. A primera hora no llegó por escasos segundos. La profesora de esa clase no dejaba que nadie entrara después de ella y no dudó en dejar atrás a varios alumnos cuando estos no alcanzaron el aula a tiempo.
Mierda.
La puerta se cerró, dejándola afuera junto a otros dos compañeros. Era el dúo de fumadores, que pocas veces atendía en clase. Se dedicaban todo el día a parlar y muchas veces, hartos ya de su comportamiento, los profesores les echaban de clase y acababan sentados en uno de los bancos del patio hasta que daban las dos de la tarde y volvían a sus casas.
Noelia maldijo en voz baja.
—Perfecto —dijo Rubén—. Toca paseo mañanero.
—Podemos ir al centro comercial que hay a cinco minutos de aquí —sugirió Diego a su lado—. Quiero ver las novedades de la tienda de videojuegos. Llevo esperando meses para uno.
—La tienda va a estar llena. Lo sabes, ¿no?
Dentro de sí, muy en el fondo, una vocecilla despertó al oír aquello. Era una aficionada de los videojuegos, y realmente quería ver las novedades de la temporada. Su madre desconocía su gusto por los juegos de asesinos que habitualmente jugaba gracias a su padre, quién le dio a conocer uno de sus favoritos: Assassin's Creed.
Se giró hacia los chicos ya cuando estos empezaron a irse.
—¿Puedo ir con vosotros?
Diego sonrió.
—Claro que sí, Noelia. Bienvenida al club.
—Me vais a tener que poner al día, chicos —susurró, uniéndose a la comitiva.
Los chicos resultaron tener razón. La tienda de videojuegos estaba llena de gente, y una enorme cola sobresalía del local a la espera de poder pagar las nuevas adquisiciones. Entraron con bastante rapidez, esquivando a algunos clientes. Ellos tan sólo estaban ahí para ver, no para comprar. Rubén se dirigió a la zona de Xbox mientras Diego se entretenía en la sección de PlayStation. Y Noelia se quedó rezagada en la parte de Nintendo, la más cercana a la salida.
Su padre le había regalado una Nintendo switch a escondidas en las pasadas navidades, y hoy día su madre desconocía la existencia de la consola al fondo del armario. Tenía bastantes juegos, pero siempre había uno que sobresalía entre la mayoría.
Ojeó la listas de juegos y no encontró ninguno que le llamase la atención. Todavía quedaba un tiempo para que sacasen el siguiente de Assassin's Creed. Así que, hecha su parte, se dirigió a donde los chicos se encontraban no sin antes chocarse con alguien.
—Lo siento —dijo casi de inmediato, frotándose la frente.
Muy avergonzada, volvió a disculparse.
La persona con la que había chocado no dijo nada, poniéndola a un más nerviosa. Solo escuchaba su respiración forzada, tan solo eso. Sonaba tan extraño que llegó a preocuparse y pensó que el golpe había sido mucho peor de lo que pensó. Fue entonces cuando levantó la mirada del suelo y descubrió de quién se trataba.
El grito se enredó en sus cuerdas vocales
Esto debe ser una broma. No puede ser. ¡Que alguien me ayude!
Tenía un cadáver a escasos centímetros de ella, ¡un cadaver! Los ojos de la mujer se fijaron en algo que había fuera de la tienda, y si bien su semblante lucía tranquila, sus labios se movieron en un intento por decir alguna palabra cuando ese algo que con tanta atención observaba fue acercándose. Noelia no sabía si girarse o correr por su vida. Lo único que tenía claro es que el cadaver la había tomado de los hombros e intentaba comunicarse con ella a duras penas.
Tragó saliva.
Esto debe ser un sueño.
Era la primera vez en su vida que observaba un cadaver, y mucho más desde esa distancia. Una cosa eran los juegos y otra muy distinta la realidad detrás del trabajo de diseñadores profesionales.
El miedo podía nublar sus sentidos, no su vista. La mujer estaba destrozada. Solo bastaba una mirada para tener claro el horror por el que había pasado en sus últimos momentos de vida. Dos flechas atravesaban su torso mientras múltiples heridas de arma blanca cubrían sus extremidades. Y cual guinda del pastel, un enorme corte dividía su garganta. La habían degollado, y no sabía si antes o después de su muerte. Pero, aún así, estaba más que claro el Infierno que tenía impreso.
No...
Una corazonada alumbró la niebla de su mente. Recordaba que en una de las historias del libro de su padre, especialmente en una cuyos enamorados se enfrentaban al conflicto entre dos hermandades, al principio del relato, una joven era asesinada y descrita en su lecho de muerte con las mismas heridas que el cadaver presentaba. El cual seguía sin moverse de su lado, intentando comunicarse.
Retrocedió al darse cuenta de la verdad. En la trama, la chica moría por una joya que conectaba el Cielo con el plano mortal donde habitaban los seres humanos. Y la mujer que tenía frente a ella, en ese mismo instante, portaba consigo la joya de la historia. Aquel péndulo maldito que había llevado a todos sus guardianes a una muerte desdichada, impidiendo que sus almas pudiesen descansar en paz.
Inconscientemente, la señaló.
—Eres tú —murmuró—. Nuria.
Su nombre debió ser el detonante, pues se revolvió y la empujó al interior de la tienda colocándose a modo de escudo. Estaba escondiéndola de algo que no alcanzaba a ver entre la multitud. Algo malo.
—No entiendo nada —se dijo—. Estoy soñando.
Nuria podía no hablar, pero entendía cada palabra que decía.
Movió la cabeza de un lado a otro en señal de negación. No era un sueño, esa era su respuesta.
—¿Cómo no va a ser un sueño? —preguntó con bastante intensidad, llamando la atención de la gente que se amontaba a su alrededor. Tomó su móvil y habló por él—. Eres Nuria, ¿no? ¿Eres la chica de la historia?
El cadaver movió la cabeza. Ese era un claro sí.
Quería preguntar más cosas e intentar entender que estaba sucediendo. Pero, de repente, algo golpeó los cristales del escaparate. La gente creyó que se debía a la multitud, a los empujones y el poco equilibrio de muchos. Noelia supo que se trataba de otra cosa al ver la reacción de Nuria. Sus labios se movieron lentamente por primera vez y alcanzó a comprender cuál era su mensaje.
Corre.
—¿Qué quieres decir con eso?
Volteó hacia la salida y no vio nada extraño. Solo gente luchando por conseguir los últimos ejemplares. Niños empujando, adolescentes gritando, adultos farfullando... No había nada que saltase a la vista e indujese aquel terror que veía reflejado en los movimientos del cadaver. Sin embargo, cuando pensaba girarse, vio una sombra negra moverse entre la multitud. Una misteriosa silueta que desapareció cuando sus ojos dieron con ella.
—Ya tenemos que volver, Noelia. ¿Lista?
El sitio que antes había ocupado el cadaver de Nuria lo tomó Rubén y su amplia sonrisa. Alguien había conseguido reservar el juego que quería gracias a sus contactos en el local.
—Es verdad. Debemos volver al instituto —alcanzó a decir entre la conmoción.
Nuria había desaparecido. No había rastro de ella en todo el lugar, solo en sus recuerdos.
Por un momento, ilusionada, Noelia pensó que el cadaver había sido un producto de su imaginación. Una broma de su mente que había jugado con su cordura, ya que durante el camino de vuelta al instituto no ocurrió nada fuera de lo normal. Las risas y los divertidos comentarios de los chicos consiguieron que olvidara lo sucedido y le restase importancia. Tanta, que al llegar a su respectiva clase, sus pies se anclaron al suelo y su cuerpo se congeló cuando diferenció la figura de la niña Agrippa subida en su pupitre. Nuria y ella pertenecían a la misma historia por lo que su presencia allí bastó para asustarla.
Annatea miró en su dirección y sonrió.
—Nuria no se pudo mantener quieta, ¿eh? —murmuró—. Esto es más divertido de lo que pensé. Aunque me hubiera gustado disfrutar más del espectáculo sin participar en él.
—No es posible.
Estaban separadas por más de veinte adolescentes y toda una clase pero Annatea la escuchó.
—Deberías haber escuchado a tus padres, Noelia. Algunas veces tienen razón.
Podía correr y esconderse.
Podía correr y preguntar.
Podía gritar y huir.
Y no hizo nada de eso. Se mantuvo mirando al fantasma, recordando cuál era su papel dentro de la historia. Annatea había sido uno de los primeros portadores de la llave, de la joya que Nuria había protegido hasta su muerte. Ambas habían muerto por proteger un tesoro cuyo valor nadie comprendía en su totalidad. Y mientras una era un juguete más de la muerte, la más joven y astuta se había convertido en un ser muy poderoso aun careciendo de un cuerpo mortal.
—Annatea.
La niña volvió a sonreír y se inclinó en su dirección a modo de reverencia.
—Espero que no hayas muerto para nuestro próximo encuentro.
Y desapareció.
Seguramente, de no estar rodeada de todos sus compañeros, se hubiese derrumbado ahí mismo. Habría soltado cada lágrima que ahora ocultaba y habría gritado de la impotencia, del miedo. No era un sueño, tampoco una pesadilla. Era la realidad, la maldita y traicionera realidad de la que no podía escapar. Estaba atrapada en su propia dimensión, cuya paz estaba siendo alterada por criaturas que horas atrás había conocido a través de las páginas de un libro.
Debió de ser muy evidente su inestabilidad, su horror, pues varios se percataron de la extrema palidez que tenía. Especialmente, Diego y Rubén con los que había entrado y seguían a su lado. Ambos se preocuparon por ella y la aconsejaron ir a enfermería, pero ante la llegada de la profesora esa opción quedó descartada. Les agradeció el detalle y se encaminó hacia su pupitre. Este estaba en las filas de atrás junto a varios miembros de su grupo. Y cómo esperaba, sus queridos amigos no pudieron mantenerse callados por mucho tiempo y la arrollaron con preguntas de todo tipo, curiosos por su ausencia y en especial por su aparición en compañía del famoso dúo.
Respondió con el silencio, y pareció ser suficiente con la intervención de los mellizos.
—Dejadla en paz —dijo Ana desde su mesa—. Ahora que está pachucha necesita descansar.
Dante asintió con la cabeza, de acuerdo con las palabras de su hermana.
—Pero...
—No hay más que decir —dijo Dante, interrumpiendo a Alicia que se revolvía ansiosa por saber la causa que había llevado a su amiga a aparecer con el dúo que tantos rumores habían protagonizado—. Ya nos contará en el recreo. Dejémosla descansar.
—Sí, lo necesita.
Alicia aceptó a regañadientes.
—Está bien.
Así, gracias a los mellizos, pudo descansar. O eso intentó, Nuria y Annatea interrumpían en sus sueños haciendo que se despertara del susto y con el sudor cubriendo su frente. Tan solo Dante se percató de su estado cuando abrió los ojos de nuevo y notó su tiritar. Estaba asustada, y Dante se dio cuenta de ello. Y a una fila de distancia, la preguntó mediante señas si estaba todo bien.
—Estoy bien —murmuró—. Estoy bien.
Miente todo lo que quieras, Noelia. No servirá de nada. Debes despertar.
A la hora del recreo, ya un poco más tranquila, acompañó al grupo a los bancos donde solían sentarse. Dante se puso a su lado y la abrazó, luciendo muy preocupado. No preguntó y tampoco esperó que ella tomase la iniciativa. Solo la envolvió con sus brazos y permaneció junto a ella.
Noelia sabía que de no ser amigos, ambos estarían en una relación. Dante era muy atento con las personas que apreciaba y sabía cuando debía intervenir y cuando era mejor permanecer callado. Incluso Ana lo había admitido delante de todos. Ambos podían ser una pareja si la amistad no estuviese en medio. Eran la debilidad del otro, y su temor les impedía dar el paso.
—Hay que ponerse de acuerdo —habló Ana—. ¿A qué hora quedamos para ir a la fiesta?
—Según tengo entendido, o eso oí decir a los de último año, la fiesta se llevará acabo en la playa de las Moreras. Se alquiló una terraza para la barra libre pero la música estará en la orilla. La idea es que la gente vaya disfrazada —explicó Alicia demostrando una vez más lo cotilla que podía llegar a ser. Era callada, sí, pero pocas cosas se la escapaban. No había persona en el instituto que estuviera fuera de su alcance—. Yo diría de quedar a las diez. Podemos ir a cenar y luego a la playa.
—Es importante comer antes de emborracharse —comentó Dante con su singular sonrisa—. Y yo hoy pretendo perder el control, así que me disculpo de antemano por todo lo que pueda pasar.
—Ignoradle. Ya me ocuparé de él cuando lleguemos a casa —dijo Ana.
—¿De qué iremos disfrazados? —preguntó Alicia—. Pienso que todos a juego, ¿no?
Dante se encogió de hombros.
—A mí me da igual. Solo quiero beber sin restricciones de ningún tipo. Barra libre —canturreó.
Realmente, después de lo sucedido, Noelia no quería saber nada de la fiesta. La idea de encerrarse en casa y entretenerse con un maratón de películas de Netflix en compañía de un bol de palomitas sonaba mucho más interesante que pasar frío en la playa. Pero sabía que sus amigos no la iban a permitir hacer tal cosa. Eran capaces de sacarla a patadas de su cama con tal de que saliese de casa. No era una persona de mucha juerga, por lo que Dante y compañía sabían a qué atenerse cuando quería escabullirse.
Ana la observó de reojo.
—¿Y tú que dices, Noelia?—la preguntó—. ¿De qué quieres disfrazarte?
Tenía predilección por las brujas, por las poderosas hechiceras que servían al bando de la noche. Y todos los presentes sabían de su amor por las artes ocultas aunque sus padres no tuviesen idea de tan singular hobby. Ana sabía que iba a responder a la hora de preguntarla. Solo lo había hecho para sacarla de sus pensamientos y evitar que se aislase más.
—Bruja. Quiero disfrazarme de bruja.
Dante sonrió.
—Puede que ligue más si me disfrazo de brujo malvado. Los chicos malos se llevan ahora, ¿no? —El chico se levantó y movió los brazos como si en sus manos portase una varita mágica—. Seré el protagonista masculino de una de esas historias que lees, Ana. Esas románticas de fantasía. Tengo que pillarme una varita.
—Las varitas son para los magos, idiota.
—Pues no se diga más. Tengo que hacerme con un báculo. —Dante besó la mejilla de su hermana, tentando la paciencia de esta—. ¿Qué haría yo sin la ayuda de mi querida Anita?
—No me llames así, idiota.
Alicia tomó asiento al lado de Noelia y suspiró.
—Apostemos —dijo—. ¿Quién dará el primer golpe?
Noelia sonrió. Siempre lo daba Ana...
—Ambas sabemos quién será. No pienso perder dinero a lo tonto.
De repente, el cielo se oscureció y una tormenta sacudió el buen día con el que había amanecido Valladolid. La lluvia no tardó en aparecer y los rayos con ella. Alicia tenía miedo a los truenos así que se apresuró a meterse en el edificio. Ana y Dante la siguieron pero Noelia se quedó en el banco, dejando que el agua golpease su cuerpo. Era de las pocas personas que disfrutaba de un buen chaparrón a sabiendas de que al día siguiente tendría fiebre y posiblemente un catarro que le duraría más de una semana.
—¡Vamos!
Su primer impulso al oír el grupo de Ana fue correr detrás de ella y refugiarse en el sotechado del instituto. Pero no llegó a ocultarse de la lluvia y mucho menos a correr. Su cuerpo quedó fijo en el suelo cuando su mirada se paseó por la pista de futbol y encontró el origen de la inesperada tormenta. Allí, perdido bajo la lluvia, un joven contemplaba al suelo mientras ignoraba el cadaver que había a sus pies. Y al contrario que Nuria o Annatea, Noelia conocía ese perfil. Había soñado con él desde que sus labios habían pronunciado por primera vez su nombre.
De repente, el muchacho señaló el cuerpo inerte de la joven y volteó en su dirección. Sus ojos violetas emanaban la electricidad con la que su alma estaba vinculada, pudiendo controlarla. Ese característico color que diferenciaba a los de su clase. Chispas salieron de aquel par de esferas mágicas cuando sus miradas se encontraron.
El joven sonrió.
—Está muerta. No tiene corazón, alguien se lo comió.
Caminó hacia él como si de una magia estuviese siendo victima.
—No deberías estar aquí, Ien.
—Ninguno de nosotros, Noelia. ¿Qué hiciste esta vez?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top