Quinto latido



Martes, 15 de octubre.

Querido Beat,

Soy terrible cuando se trata de proponerme hacer algo que no me gusta. Y creo que funciona así con todos los demás, ¿verdad, Beat? De todos modos, querido Latido mío, sé que suelo dejarte abandonado durante bastante tiempo, pero mi excusa es que estoy bastante ocupada con las clases que recibo de Ezra cada tarde después del colegio. Por suerte, papá y mamá no se lo tomaron a mal cuando se los conté. Ella incluso pareció feliz de que me uniera a un club.

¡Ja!, pero si supiera la verdad...

A lo largo de estas semanas, he aprendido nuevas palabras y creo que también he mejorado con mi redacción (o es lo que quiero pensar). De todas maneras, ¿no te parece maravilloso? Ezra es un chico estupendo, con tan solo dieciséis años. Y a pesar de todo, empiezo a entender por qué los muchachos del club de periodismo, Bradley (el rubio de décimo con quince años) y Marlon (el pálido de octavo de trece años), lo admiran tanto.

¿Te lo puedes creer? Ahora ya conozco sus nombres, sus grados y también sus edades.

Hace no mucho me di cuenta de que tampoco son tan malos como aparentan; más bien, son bastante exigentes cuando de trabajo se trata. Suelen ser muy meticulosos y perfeccionistas, aunque también un poquito aburridos. Pero creo que es así como funcionan las relaciones entre personas inteligentes como ellos y tan promedio como yo. Los tres pasionales. Así fue como los consagré.

Cada vez que los veo, no dejo de imaginármelos de la forma en la que probablemente se verán en un futuro: con trajes elegantísimos y siendo perseguidos por todo tipo de personas importantes. Bradley quiere ser novelista; ya empezó a escribir su primer libro de ciencia ficción. Es muy creativo y excelente para contar historias. Marlon sueña con redactar columnas importantísimas en el New York Times o para el Wall Street Journal; le encanta indagar entre todos esos temas actuales como política, tecnología y ciencia. Ezra, en contraste, dice que le gustaría ser el editor en jefe de su propia editorial. Sueñan en grande. Y seguramente consigan todo lo que se proponen, porque he podido ver cómo se esfuerzan.

Te contaré, Beat, que actualmente están sufriendo bastante con el artículo de este mes, pues tiene que ver con el baile de Halloween, y por si te diste cuenta, ninguno de los cuatro (me incluyo), tenemos un ápice de idea de qué escribir o por dónde empezar. Estos temas no son nuestros fuertes. «Todo está en la investigación», fue lo que dijo Marlon. Y ya te los puedes imaginar, estudiando todo tipo de revistas acerca de fiestas juveniles, música de moda, las películas más taquilleras del año, e incluso artículos tontos de chicas que tienen blogs sobre confesiones en el internet. De esos sí que nos reímos la última vez.

Como sea...

Todos aquí son unos genios que no se estancan en su área de confort, a excepción de mí, claro está. No es por menospreciarme, simplemente es la realidad. Esto no es lo mío. Ellos ya tienen planificado su futuro. Y yo, por otra parte, ni siquiera sé qué será de mí esta tarde en la biblioteca, cuando esté con Ezra a solas de nuevo. ¡Cada vez que eso masa, mi corazón parece estar a punto de explotar!

Creo que empieza a gustarme un poco más. Comienza a ser evidente, y eso no deja de espantarme. Quizá te cuente lo que ocurrió cuando regrese a casa.




«¿Recuerdas esos muros que construí?

Bueno, cariño, se están desmoronando,

y ni siquiera opusieron resistencia,

ni siquiera hicieron algún sonido.


Encontré una manera de dejarte ganar,

pero nunca tuve realmente ninguna duda.

De pie a la luz de tu halo,

ahora tengo a mi ángel».


—Una moneda por tus pensamientos —me dijo Ezra, cerrando el libro de redacción para inclinarse sobre la mesa y mirarme con una de sus bonitas sonrisas. Sus hoyuelos, descubiertos hace poco, no se marcaban demasiado en sus mejillas, y eso es lo que los hacía tan especiales, como un tesoro.

Durante los últimos días me resultó verdaderamente difícil prestar atención en todo. Él acaba de darse cuenta. Y no solo fue a causa de la preocupación por el inesperado silencio entre mis padres, sino porque resulta que Ezra también me distraía, y mucho.

—No tienen nada de especial. —Fingí que no era nada importante mientras devolvía la mirada hacia mi libro sobre cómo parafrasear un texto de manera resumida. 

Durante las últimas semanas, Ezra me había ofrecido todo su tiempo después de clases para enseñarme a redactar, y lo estaba intentando, de verdad que sí, pero honestamente creía que fracasaría en el mes de diciembre con mi artículo. Ni siquiera sabía por dónde empezar.

—¿Nada de especial? —preguntó, risueño—. Pero si durante los últimos momentos no has dejado de sonreír.

—¿De verdad? —Claro que no me di cuenta hasta ahora. Lo estuve haciendo de manera inconsciente.

—Sí, y me vuelve loco de curiosidad —dijo.

Pensé en alguna excusa, pero el tiempo no me otorgaba los minutos necesarios, así que terminé confesándole:

—Pensaba en una canción.

—¿En una canción? —Se puso en evidencia al inclinarse sobre la mesa, usando sus codos como apoyo.

No es que fuera algo malo. Pero inquietó tanto a mi corazón que, de pronto, también sentí las mejillas hervir de pena y escondí la mirada.

En el momento en que posé la mirada sobre él, sentado frente a mí, con su silencio sedativo y esos ojos negros que parecían contener un universo en sí mismos, de repente comenzó a resonar en mi mente la cautivadora melodía de Beyoncé, la canción "Halo". Era como si su presencia desencadenara una sinfonía de emociones en mi interior, creando una armonía que, de alguna manera, me proporcionaba un refugio de la tormenta emocional que experimentaba.

Él se convertía en mi propio ángel, un ser que irradiaba tranquilidad y serenidad en medio del caos que estaba sintiendo. Sus gestos, su sonrisa, todo en él, evocaba una sensación de paz, como si su mera existencia fuera la respuesta a las turbulencias que se agitaban en mi interior. Cada palabra compartida, cada momento de silencio compartido con él, era como una nota que se unía a la melódica composición que resonaba en mi mente.

Sus hoyuelos, descubiertos recientemente, se volvían tesoros ocultos en sus mejillas, manifestándose solo con el esfuerzo adecuado para encontrarlos. Esa peculiaridad en su sonrisa añadía un toque de magia, como si cada vez que aparecían, se iluminara una parte especial de mi día. De alguna manera, esos hoyuelos se volvieron parte de la banda sonora de mis pensamientos cuando estaba con él.

Cada encuentro se convertía en una estrofa más de la canción que resonaba en mi mente. Cerraba los ojos y podía visualizar la escena: él, con su presencia tranquilizadora, y yo, inmersa en esta melodía de conexión especial. Así, la canción se entrelazaba con cada uno de nuestros momentos compartidos, creando una banda sonora única que encapsulaba la belleza de nuestros encuentros.

En esos instantes, mientras la música de "Halo" se fusionaba con la realidad, no podía evitar preguntarme si él también estaba experimentando esta sinfonía emocional. Sus ojos negros parecían sugerir que quizás compartíamos más de lo que las palabras podían expresar. La música nos envolvía, y en ese silencio compartido, encontraba una conexión que iba más allá de lo tangible, una conexión que se expresaba mejor a través de la melodía que resonaba en mi interior. Era como si cada encuentro con él fuera una nota más en la partitura de una historia que estaba escribiendo entre líneas y acordes emocionales.

¿De qué manera explicárselo todo sin que muriera de vergüenza antes?

—Bien, no insistiré —dijo, y le miré asustada de que lo hubiera malinterpretado—. Pero quizá puedas decírmelo en el baile de Halloween.

Mis labios se despegaron, pero no para decir nada, sino simplemente para demostrar que, al sorprenderme, me convertía en un pez fuera del agua que tan solo abría y cerraba la boca.

Jamás había ido a ninguna fiesta escolar, o por lo menos, no en compañía de algún chico.

—Yo... No puedo. Tengo que... —Hice una pausa para organizar mis ideas—. Al igual que todos los años, le prometí a Lacey, mi hermanita de cuatro años, que iría a pedir dulces con ella.

Él también se tomó un corto periodo de tiempo para pensar

—En todo caso, habría sido divertido.

Con sus palabras, rápidamente llegó la desilusión y el amargo pensamiento de qué habría pasado si aceptaba ir con él. Además, arrastraron otro fragmento de "Halo":


«Juré que nunca más volvería a caer, 

pero esto ni siquiera se siente como estar cayendo. 

La gravedad no puede olvidar 

ponerme de vuelta en el suelo de nuevo».


—Pero podemos hacerlo —intervino de repente.

—¿El qué? —pregunté confusa.

Lo cierto es que de pronto sentí que me echaría a llorar, y estaba aguantando las lágrimas como una loca.

—Ir con tu hermana —aclaró—. Suena incluso más divertido que una estúpida fiesta escolar.

—Es un gran tema para el artículo de este mes —le dije—. "Estúpida fiesta escolar".

Sonrió y yo hice lo mismo.

Pero qué bonito fue esto de compartir algo tan íntimo como una sonrisa.

—Y... ¿Qué te parece? —Su voz de pronto se convirtió en un susurro.

Mordí mis labios para no poner en evidencia lo feliz que de pronto me sentía con una ridícula y radiante sonrisa.

Durante un par de segundos, sus ojos negros como la noche se manifestaron expectantes, indescifrables, tan enigmáticos y esperanzados. Seguramente era otra cosa que compartíamos en común: la esperanza.

—Creo que suena fantástico —respondí al final.

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