Décimo tercer latido


Martes, 24 de diciembre.

Querido Beat,

Sigue siendo el mismo día, pero de pronto empecé a sentirme como una persona diferente, y necesitaba hacértelo saber. Te escribo desde el autobús mientras voy de camino para reunirme con Leonore. Lo cierto es que me siento un poco mejor que como estuve durante los últimos meses. Es un viaje un poco largo debido al tráfico a causa de la nieve acumulada y algunas vías cerradas, así que tengo algo de tiempo para escribirte.

¿Encontraste un nuevo comienzo? Porque yo siento que me dirijo a un nuevo y gran cambio. 

Beat, acepto que, desde que Lacey se marchó, es la primera vez que me siento menos triste y hasta un poco emocionada. Creo que a la final mamá tenía razón y esto es lo que necesitaba: poner un poco de mi parte. También estoy esperando volver a encontrarme con Ezra y explicarle todo. Tengo una buena corazonada ahora. Sé que lo entenderá, al igual que Leonore lo hizo.

Y no puede ser el momento más oportuno para escribirte un poco de la canción que está sonando a través del altavoz del autobús: "Alive" de Sia:


«Nací en una tormenta eléctrica.

Crecí durante la noche.

Jugué sola.

Jugué por mi cuenta.

Sobreviví.

Pronto llegaré a mi parada.


Quería todo lo que nunca tuve,

como el amor que viene con la luz.

Sentí la envidia y lo odié.

Pero sobreviví».


Al llegar al lugar de encuentro y respiré hondo el frío de la noche.

De pronto, y sin darme cuenta, me encontraba cantando el resto de la canción:


«Tenía un billete de ida a un lugar

al que todos los demonios van.

Donde el viento no cambia,

y nada en el suelo podrá crecer.

Sin esperanza, solo mentiras.

Y te enseñan a llorar en tu almohada.

Pero sobreviví».


Saludé con Leonore en la entrada al sitio en el cual la música se escuchaba con un ritmo bastante pegajoso.


«Todavía estoy respirando, todavía estoy respirando.


(...)


Estoy viva...».


Así es, todavía estoy viva.

Sigo cantando en voz baja, sin importarme aquellas miradas que me repasan con disgusto. Pero está bastante claro. A partir de ahora, debo dejar de estancarme detrás de cada barrera y tomar un nuevo camino. 

Leonore está de regreso con nuestras bebidas, te escribo pronto Beat. A partir de ahora, prometo no dejarte durante tantos días en abandono. Es una pinky promise.


INTERVENCIÓN -


—¿Cuál era tu deseo de Navidad, Faith? —Leonore se acomodó en la silla. Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Que mis padres arreglen sus diferencias de una buena vez —le dije, deseándolo verdaderamente y con desesperación—. Haría cualquier cosa para que todo esto termine.

—Cierto, ¿cómo fue el divorcio entre ellos? —preguntó con pesar. Sus ojos verdes destellaron ante la potente luz amarilla que irradiaba desde la pequeña lámpara situada sobre la mesa de madera.

—Pelearon por nosotras. Al final, papá se llevó a Lacey, y tampoco es que mi hermana tuviera la edad adecuada para decidir, ya sabes, hace tan solo meses que cumplió cuatro años. Y ni siquiera yo, pude hacer nada.

—No comprendo. ¿Lacey no se quedó contigo y tu madre?

Me recordó lo sola que me sentía ahora. Todavía la extrañaba como el infierno. 

—Esta mañana tuve una fuerte discusión con mamá debido a eso. Me dio la impresión de que no quiso pelear por nuestra custodia. Apuesto a que, si mi padre se empeña, bien podría llevarme también —me encogí de hombros—. Pero estoy cansada de toda esa m̶i̶e̶r̶d̶a̶, es por eso que, esta noche del veinticuatro, y al igual que tú, preferí escapar a quedarme en casa con mamá y su ridícula "cena de Navidad". La Navidad es una p̶o̶r̶q̶u̶e̶r̶í̶a̶ por completo, y siento la urgencia de despejarme un poco. Necesito un momento de verdadera felicidad.

—¡Ese es el espíritu! —celebró Leonore desde el otro lado de la mesa mientras levantaba su vaso de cerveza artesanal. Cuando hice lo mismo para estrellarlo contra el suyo, me di cuenta de que el alcohol ya había empezado a surtir efecto en mí. Ya estaba un poco mareada—. Te lo dije, este lugar es increíble —bajó el tono de su voz tan solo un poco para agregar—: Y lo mejor de todo es que dejan entrar a menores de edad.

Le dediqué una sonrisa cómplice mientras escuchábamos el sonido que emitía el cristal al impactar.

—¡Salud! —brindamos.

Venir fue una gran idea después de todo.


Al día siguiente, desperté y sentí los ojos particularmente pesados, pero alegremente no existía dolor de cabeza ni pesadez en el estómago. De hecho, me sentía mucho mejor de lo que esperaba.

Cuando distinguí los rayos solares colarse a través de mi ventana, asumí que era cerca de medio día. No recordaba exactamente a qué hora Leonore pasó a dejarme en el auto que su padre le obsequió por Navidad, lo que me resultaba un poco extraño, ya que mamá debería haberme retado fuertemente al llegar, algo que no habría sido capaz de olvidar con facilidad. Quizá tan solo tuve suerte esta vez.

De todas formas, ¿en qué estado llegué? Creo que me pasé un poco con la bebida, porque no conocía las consecuencias y fue mi primera vez.

Me levanté de la cama y descubrí que ni siquiera me había puesto el pijama, seguía usando la misma ropa de anoche. Si me hubiera atrapado, mamá seguramente me confinaría a un mes sin reproductor de música. Lo que me llevó a preguntarme en dónde lo dejé. ¿Lo llevé conmigo anoche? Eso tampoco lo recordaba. Y esperaba no haberlo perdido, o sería como la cereza del pastel.

En silencio, salí de mi habitación para ir al baño y así tomar una ducha. Pero mientras cruzaba la sala, a medio camino me detuve después de advertir que mamá estaba sentada en el sofá y de espaldas a mí, sosteniendo el teléfono celular con fuerza contra su oreja. Se encontraba muy al pendiente de lo que decían al otro lado de la línea. Y por lo poco que también pude distinguir, estaba despeinada y aún vestía el pijama; incluso me parecía que estaba particularmente angustiada. Pero en cuanto colgó la llamada, la situación empeoró. Aparentaba estar a punto del llanto.

—Mamá —le dije, pero no volteó a verme, pues de inmediato alguien llamó al timbre de la puerta.

Ella se levantó de un salto y acudió en su dirección.

Un segundo después de abrirla, dio un paso hacia atrás, asumí que sorprendida por quién sea que acaba de ver.

—Mi hija... —Vaciló durante un momento y rápidamente se aclaró la garganta, pero parecía estar tan nerviosa que sus manos evidenciaban un ligero temblor muy parecido al de sus labios.

—¿Qué ocurre? —pregunté sobresaltada—. ¿Lacey se encuentra bien?

No obtuve respuesta alguna; en realidad, fue ella quien intervino, superponiendo su voz a la mía.

—¿Cómo está mi pequeña? —le preguntó, pero la persona del otro lado parecía obstinada en no contestar, o es que quizá me encontraba demasiado lejos para escucharla. De todas formas, sentía la necesidad de percibir su voz, así que me acerqué lentamente.

—¿Por qué no dices nada si se marchó contigo? —increpó mi madre con desesperación y al borde del llanto.

—No vine a discutir, Hanna. He venido a por Tommy. —Apenas conseguí escuchar lo que aquel le dijo.

¿Por Tommy?, ¿por qué querría a mi perro?

El rostro de mamá se contrajo como si su corazón hubiera terminado de crujir, pero, aunque pasaron algunos segundos, su rostro seguía luciendo afligido.

¿Siempre tuvo esa expresión de dolor?

—Al menos deja que esta vez me despida. —Vi a mamá agacharse con esfuerzo y acariciar durante largo rato la cabeza peluda de mi pequeño y viejo poodle, al mismo tiempo que a él le costaba trabajo caminar por su tan avanzada edad.

Casi podía saborear su tristeza, y no dejaba de preguntarme por qué motivo se lo entregaba con total facilidad. Pero al menos Tommy se mantenía de pie, contrario a cómo lo había pasado durante las últimas semanas. Y vi cómo se dirigía fuera del departamento.

La pesadilla que tuve alguna vez empezaba a convertirse en realidad. Y quería reprocharle a mi madre por acceder, pero su actitud cambió drásticamente.

—Tú... —Ella levantó una expresión ponzoñosa hacia el sujeto vestido de negro que yacía de pie justo en frente, el mismo que se encargó de frenar mi marcha justo cuando, con su exánime mirada, alcanzaba a contemplarme sobre el hombro de mamá—. Primero mi hija y ahora su perro. ¿Es que acaso no pretendes llevarme a mí también? —Hizo acto de presencia un silencio abismal mientras él asentía con la cabeza tan solo una vez—. Por lo menos, dime, ¿cuándo será?

—Eso no puedo decírtelo —le respondió aquel con frialdad, posando su mirada de la mía, y haciéndome perder la capacidad del habla.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top