Décimo primer latido
Viernes, 20 de diciembre.
Querido Beat, Alexa me excluyó del grupo de periodismo. Está furiosa y me lo comunicó al finalizar su clase de lengua y literatura, ya que es el único momento en el que no puedo esquivarla. Para empeorar las cosas, afirmó que, de poder, me reprobaría en su materia.
No tuvo otra opción porque todo el tiempo me las arreglé para no asistir al club. Y todavía me sorprende haber sido capaz de evadirlos con tanta eficacia. Nunca creí que formara parte del club de periodismo en primer lugar; pensé que era solo por el castigo. Y hace aproximadamente una semana, cuando me dijo que estaba fuera, realmente llegué a sentirme mal por los chicos. Sobre todo porque ahora tendrían que hacer un trabajo que yo nunca sería capaz de hacer y en un tiempo muy limitado. Generalmente, las publicaciones son a fin de mes.
Pero sé que escribir ese artículo sobre «Cómo una buena relación con tus padres puede guiarte al éxito o no» no significará mucho para ellos. Son muy creativos e inteligentes, eso ya te lo dije, pero lo más importante es que sabrán defender la idea. No como yo, que cada vez estoy más en desacuerdo con la forma de pensar, sentir y actuar de los adultos, pero más específicamente de mis padres.
Cambiando de tema, hace muchísimo frío afuera. El cielo permanece de un extraño gris que lo oscurece todo. Me hace sentir como si viviera en un sueño, y sigue siendo uno bastante triste. Todavía espero el momento en el que las cosas sean menos difíciles de sobrellevar. Y ni siquiera puedo saber si mamá se siente igual.
Ahora, con su trabajo, llega tarde para la cena, y mientras lava los trastes y organiza un poco la casa, yo hago mi tarea. Luego ambas nos vamos a la cama, y ahí termina todo. No hay palabras de por medio, ni siquiera un "Buenas noches". Aunque nunca tuvimos una relación cercana, ahora la siento más fría y distante que antes. Pero no me afecta tanto como la ausencia de Lacey. Con mi pequeña hermana, sí que lo compartía todo.
Durante los últimos días ha nevado, pero ayer fue tanto y tan fuerte que las clases se cancelaron hasta nuevo aviso. Por primera vez, los copos de nieve se presentaron ante mí, casi tan tristes como la lluvia.
Cuando empezó a nevar y me asomé a la ventana para ver la nieve caer, solo pensé en cuánto le habría gustado a Lacey hacer ángeles de nieve, mirar el árbol de Navidad adornado con luces en la mitad del parque o esos bonitos adornos de colores que ofrecen en la tienda de comestibles.
Antes de tropezar inesperadamente con Leonore (ya te narraré lo que ocurrió esa vez, en la parte número 11, es decir, la siguiente), pasé por la tienda de comestibles por encargo de mamá. Al comienzo temí que Ezra estuviera a cargo de la atención, pero luego sentí una terrible decepción al descubrir que no estaba él detrás del mostrador, sino más bien su abuela. Lo cierto es que, cuando no estoy pensando en mi hermanita, lo recuerdo a él y cuánto echo de menos nuestro silencio. Necesito esa calma que solo Ezra era capaz de brindarme.
¿Se acabará algún día todo este dolor? Desde otra perspectiva, ahora sé que podré volver a ver a Lacey, pero me enloquece no saber cuándo será eso exactamente.
Hace algunas horas, me permití fingir que era una de mis cantantes favoritas, Sia. Como estaba sola, tomé un cepillo y empecé a cantar por toda la casa: "Bird Set Free".
Lo cierto es que, al final, terminé con lágrimas furiosas otra vez. No me siento como un pájaro libre, Beat. Y sigo pensando que las palabras poseen esa fuerza para reconfortarte, acariciarte o destruirte. Son un arma de doble filo. Peligrosas o bienhechoras, hay que saberlas emplear.
De regreso a casa, al volver de la tienda, Leonore se las ingenió para atajarme. No esperaba que apareciera como lo hizo, motivo por el cual me di cuenta de su presencia demasiado tarde y no pude escapar.
—Bueno, ya. Dime, ¿qué rayos sucede contigo? ¿Acaso hice algo mal y por eso me evitas?
—No —respondí de inmediato. La miraba sin ser capaz de creer todavía que se encontrara aquí, junto a la puerta de mi edificio, pero, sobre todo, que pasó frío para saber lo que ocurría conmigo. Estaba pletórica.
—Entonces, ¿por qué huías de mí? Es evidente que algo sucede, y no puedes mentirme. —Daba pequeños saltitos sobre su propio puesto mientras intentaba calentarse las manos con su aliento.
Ya que dentro no teníamos hall de bienvenida, ni tampoco un guardia de seguridad que nos cediera el paso, y, por supuesto, porque se necesitaban las llaves para acceder directamente a los viejos y crujientes peldaños que guiaban a todos los pisos —algo que tan solo yacía en mi poder y el de mi madre—, no le quedó más remedio que esperarme en la vereda junto a la puerta. Y, a pesar de que vestía una chaqueta gruesa, bufanda y guantes, indudablemente se estaba muriendo de frío. Quizá incluso se encontrara al borde de alguna enfermedad, ya que estornudó un par de veces y se frotaba los brazos en un intento por recuperar su calor corporal.
¿Cuánto tiempo me estuvo esperando? El invierno no era bonito debido a eso.
Leonore me obligó a que abriera la puerta y luego tiró de mí hacia el interior. Sus labios tiritaban mientras me insistía que le diera una explicación acerca de todo lo que me estaba pasando.
—Siento que estás en apuros. Necesito saber la razón por la cual últimamente me estás evitando —me dijo.
Estuve a punto de mentir, pero recordé que sería hacerle exactamente lo mismo que hicieron nuestros padres con Lacey y conmigo: ocultarnos la verdad. Ella requería una explicación. Necesitaba conocer la verdad, al igual que Ezra. Pues a la larga, mi manera de evitarlos podría provocarles el peor de los daños. Y tuvieron que pasar tantas cosas para que apenas pudiera darme cuenta.
De inmediato, la invité a subir al apartamento. Ella se acomodó en la sala mientras preparaba un par de chocolates calientes para entrar en calor. Contarle me causaba pavor. Y ni siquiera sabía por dónde empezar, pero debía dejar las cosas en claro. Que huyera de ellos no significaba que hubieran hecho algo mal, simplemente sentía miedo y vergüenza de decirlo.
Al encontrarnos cara a cara, la timidez me impidió empezar, por lo cual ella se adelantó:
—¿Está Lacey en casa?
Y dentro de un segundo, de repente, ahí estaba yo, vulnerable de sentimientos y la herida expuesta. A punto de echarme a llorar como una niña pequeña.
—Divorcio... —Empezar por tan simple palabra la hizo comprender el motivo por el cual me había distanciado tanto.
Pero, a pesar de que mi explicación se quedó como eso, tan solo una simple introducción, a cambio, Leonore me contó que también había peleado con su padre, ya que parecía no prestarle más atención que a su madrastra.
De cualquier modo, creo que ambas empatizamos un poco, pues al final resultó que ninguna de las dos mantenía una relación envidiable con sus padres. Creo que esta pequeña charla de diez minutos en los que me contó sobre su problema nos volvió un poco más cercanas. O al menos así lo sentí.
Y ahora también le estaba agradecida. Necesitaba hablar con alguien, y eso no lo sabía. Después de todo, no era lo mismo escribir en un diario que conversarlo con alguien que realmente pudiera escuchar, entender y probablemente dar alguna opinión al respecto.
De pronto, Leonore comprobó la hora en su teléfono celular y se puso de pie.
—Siento no poder quedarme durante más tiempo, pero debo volver a casa si no quiero que mi madrastra se vuelva loca y le diga a papá que escapé.
—Está bien. —La acompañé hasta la puerta.
—No puedes volver a evitarme. Te lo prohíbo.
—No lo haré.
—Tenemos que hacer algo para sacarlo todo —sugirió—. Debemos hacer algo como salir y despejarnos.
Lo cierto es que no estaba muy segura y tampoco me apetecía.
—No me gustan los lugares concurridos —le dije mientras bajábamos los peldaños.
—Hay muchos otros sitios sin mucha gente y que también son divertidos.
—No lo sé...
—Para que entiendas en tu idioma —intervino y de pronto recitó:
«Me dicen que soy demasiado joven para entender.
Dicen que estoy atrapado en un sueño.
Bueno, la vida se me pasará si no abro los ojos».
En su debido momento, no debí contarle mi secreto acerca de la forma en la que aprendí a resguardarme entre la música, comparando de esta forma cualquier situación de mi vida con alguna canción o algún verso.
—Avicii, "Wake Me Up" —susurré—. Tendrás que ir a por algo mejor que eso.
—Está bien. —Se detuvo frente a la puerta que daba a la calle—. Qué tal... "The Nights".
«Un día mi padre me dijo:
"Hijo, no dejes que se te escape".
Me tomó en sus brazos, le oí decir:
"Cuando te hagas mayor,
tu vida salvaje vivirá por los días de juventud.
Piensa en mí si alguna vez tienes miedo".
Él dijo: "Un día dejarás este mundo atrás,
así que vive una vida que recordarás".
Mi padre me dijo cuando era solo un niño:
"Estas son las noches que nunca mueren"».
https://youtu.be/Mz-BEi3oTBo
Ya no lo pensé demasiado y acepté. Le dije que me diera su número y que yo la llamaría después. Lo escribió en la envoltura de goma de mascar que halló por el suelo y me lo entregó. Ella no sabía que, en realidad, no tenía teléfono celular. Lo di por hecho, porque era algo que ciertamente todos poseían y era común a nuestra edad. Pero aquí estaba la gran verdad: ni yo ni lo que ocurría en mi vida éramos normales.
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