Ochenta y seis. La Superba

Una risa burbujeó desde las tribunas del público, y al poco tiempo muchas más se les unieron. Algunos no reían, solo miraban petrificados aquel acto de maldad. Nathan entró corriendo al escenario mientras Ariana temblaba. Con velocidad, se quitó su capa de Romeo y la cubrió con ella. Miró a Daisy filosamente, mientras ésta silbaba con inocencia. Ésto no se lo iba a perdonar. Sintió como Ariana se acurrucaba contra él, intentando huír de las risas y de las miradas.

-¡La obra se ha terminado! ¡Es todo! ¡Salgan del auditorio! -exclamó la maestra de literatura, intentando acallar las risas. Nathan guió a Ariana por el escenario, hasta guiarla a un lugar tranquilo y seguro. En el vestidor, la miró, temblorosa y petrificada. La sentó en uno de los bancos del lugar, y ella ahogó un quejido que luchaba por salir de su garganta.

-Ariana, mírame. Ya todo pasó. -le dijo, mientras los ojos de ella empezaron a cristalizarse. Su vida había empezado a ir bien. Todo estaba bien. Pero sabía que con lo que había pasado hoy, las burlas volverían a ella con más fuerza que antes.

Nathan la atrajo a su pecho. Todo era demasiado intenso. Demasiado complejo. Demasiado problemático. Y doloroso. Sintió como ella sollozaba en voz baja, y la apretó con más fuerza hacia él. De nuevo, habia un bache en su vida que le impidía vivir en paz.

-Quiero irme a casa... -la escuchó sollozar, y el le dió un beso en la frente y asintió. Nathan sabía que aún faltaba entregar los vestuarios, hablar con la profesora y otra cantidad de cosas innumerables más. Pero no le importaba dejar el vestuario allí tirado. Tenía que llevarse a Ariana lejos de allí.

-Vistete. Nos iremos a casa.


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