Epílogo
Una semana después...
Mana y Derek, acababan de llegar a casa luego de visitar a Arthur y asegurarse de que estuviera siguiendo al pie de la letra las indicaciones del doctor. La cirugía había sido todo un éxito, pero aún tenía que recobrar fuerzas y seguir un estricto tratamiento para recuperarse de las secuelas de la operación. Fue por esto que decidieron no contarle nada sobre el secuestro, ni la captura de Sophia. Lo que sí le contaron fue que las piedras robadas fueron encontradas y devueltas a la joyería, aunque eso no pudo haberle importado menos.
—Cambiaría todas y cada una de mis joyas, para devolverle la vida a mi hijo. —Fueron sus palabras.
Al entrar en la sala, Mana se desplomó sobre el sofá, exhausta. Ella y John se estaban encargando de la compañía ante la ausencia de Arthur; también había decidido reunir a los empleados y ejecutivos para contarles sobre la muerte de Dexter y quien era Derek en realidad, exhortándolos a visitar su tumba si así lo deseaban.
Dexter había sido muy querido por todos en la joyería y sentía que lo correcto era contarles la verdad, aunque esto generó en ellos un sin número de preguntas que ella no quiso responder, además de revivir el dolor de la pérdida de su mejor amigo.
Estaba preocupada por el destino de los pequeños, Tristán y Luca, ya que ahora vivían con su padre, un hombre que había demostrado ser muy poco confiable, aparte de violento. Según tenía entendido, después de lo ocurrido George se había preocupado tanto por sus hijos que, después de recogerlos en la estación de policía, los abrazó y prometió cuidarlos.
Ella, por supuesto, no estaba del todo convencida, por lo que habló con el sujeto y le ofreció un trabajo en una de las joyerías de la compañía, con la condición de que dejara de beber y asistiera a terapia de familia con sus hijos, para que juntos pudieran superar el trauma. El hombre al principio se negó, pero luego de que le explicara que no tenía opción, ya que el estado lo tendría en constante vigilancia y le arrebataría a los niños, si notaba que sus deficiencias parentales no desaparecían, no tuvo más remedio que aceptar.
Por último, tenía que testificar en el juicio contra Sophia, que se llevaría a cabo muy pronto. El solo recordar todo lo que vivió le hacía sentir escalofríos. A veces tenía pesadillas de las que despertaba llorando y solo al sentir los brazos de Derek rodearla, mientras le decía al oído que todo estaba bien, lograba calmarse.
—¿Estás preocupada por el juicio? —preguntó él, sentándose a su lado.
—Será en dos semanas y no estoy segura de poder hacerlo —respondió ella mirándolo a los ojos, angustiada.
—Claro que podrás, yo estaré contigo.
Derek acarició su mejilla con el dorso de su mano, haciéndola estremecerse al contacto, sin embargo, la tristeza volvió a apoderarse de ella.
—Pero luego te irás.
—Debo hacerlo, nena. Llevo mucho tiempo fuera y tengo que hacerme cargo de mi negocio. —Esta respuesta no hizo que ella se sintiera mejor—. Pero, antes debo pedirte algo.
—¿Qué cosa?
—Pues eres la mejor joyera que conozco, así que, quién mejor que tú para hacerme un anillo.
—¿Un anillo?
—Sí. Uno de más o menos tu estilo, que se pueda usar como... digamos anillo de compromiso. —Tomó con galantería su mano y acarició sus nudillos—. Que pueda poner en tu dedo cuando vuelva y te pida que te cases conmigo.
Los ojos de Mana se llenaron de lágrimas al escuchar las palabras de Derek. Su vida siempre había sido solitaria y conformista; ni en sus más alocados sueños imaginó que un completo desconocido llegaría para poner todo su mundo de cabeza, despertando en ella la más ardiente de las pasiones y el más intenso de los amores.
Cinco meses después
Mana conducía su Toyota Cangry con destino a casa, después de arduo día de trabajo, mientras en la radio sonaba una melodía de jazz relajante. Aún no podía creer que hubiera sido capaz de renunciar a la empresa Mcfale para abrir su propia joyería. Claro, cómo era un lugar pequeño y apenas estaba empezando, aún no era tan conocida, aunque muchas de las personas para las que había diseñado joyas exclusivas antes, ahora eran sus fieles clientes y la recomendaban a todos sus conocidos.
Fue difícil para ella decirle adiós al lugar donde aprendió casi todo lo que sabía, pero después de que Arthur se recuperó y estuvo listo para volver al trabajo, sintió que era tiempo de avanzar, además contaba con el apoyo de Derek, quien se había mudado a San Francisco, donde abrió otra sucursal de su negocio de paisajismo, dejando a Gina como encargada permanente en Nueva Jersey.
Arthur no se lo tomó a mal; entendió su decisión y el por qué lo hacía, sin embargo, no pudo evitar sentirse decepcionado de no poder dejarle la presidencia de la empresa a ella o a Derek, quien la rechazó de inmediato, cuando él se retirara. Tendría que aceptar que el nuevo presidente se eligiera de forma democrática, por medio de una votación de accionistas. Para él era como si todo su legado se fuera a la basura, aunque este que se había construido con base en la destrucción de su familia. La buena noticia era que él y Derek habían empezado a mejorar su relación como padre e hijo.
Un semáforo en rojo la hizo detenerse, aprovechó para tocar y admirar su anillo de compromiso, uno que ella misma hizo como se lo pidió su prometido. No podía creer que en poco tiempo sería su boda, después de todas las cosas por las que pasaron juntos. No es como si todas las heridas hubieran desaparecido de repente, pero estaban sanando. Aún mantenía un monitoreo sobre Tristán y Luca, sin que ellos lo supieran, para asegurarse de que su padre estuviera cumpliendo su palabra, y estaba contenta de saber que ellos estaban bien, viviendo una vida tan normal como les era posible.
Sophia, por su parte, estaba recibiendo tratamiento psicológico en la cárcel y pronto podría recibir visitas de sus hijos, si ellos querían. Ella fue a verla una vez, hacía poco. Quiso que supiera que no la odiaba y que la perdonaba por todo lo que había hecho. La mujer lloró al escucharla; gracias a su terapia había comprendido lo que había hecho; aunque Mana la perdonó, ella no podía perdonarse a sí misma. La joven le pidió que por favor lo intentara.
El semáforo volvió a cambiar a verde, así que continuó avanzando. El recuerdo de su madre, y lo feliz que estaba por su compromiso con Derek, la hizo sonreír. Ésta había volado varias veces a San Francisco para ayudarla con los preparativos de la boda. Estaba muy emocionada de poder ser partícipe esta vez, ya que en la anterior ni siquiera estuvo presente en la ceremonia. Mana se sentía feliz de tenerla en su vida nuevamente, aunque tenía que recordarle constantemente que sería una boda sencilla, por lo que no podía exagerar en el presupuesto. Entre los pocos invitados estaba Víctor Rivera, el detective quien, afortunadamente, había sobrevivido al ataque de Sophia y se encontraba mucho mejor de salud.
Cuando por fin llegó a la casa, guardó el auto en el garaje y sacó las llaves para abrir la puerta. Eran más de las diez de la noche y todas las luces estaban apagadas, por lo que intuyó que Derek estaba dormido. Al entrar, unos agudos ladridos la sorprendieron, las luces se encendieron y Derek estaba parado frente a ella con un vaso de whisky en la mano y una media sonrisa en el rostro. Mana miró a todos lados para ver de dónde provenían los ladridos y resultó que se trataba de un pequeño cachorro de labrador de pelaje negro con un collar rojo alrededor del cuello.
—¿Qué es esto? —preguntó, tomando al cachorro en brazos y mirándolo a él y a Derek simultáneamente.
—Últimamente he notado que la casa se siente muy sola con nada más nosotros en ella —contestó, dejando el whisky sobre la mesa y avanzando hacia ella—. Sé que nunca podrás reemplazar a Sherlock, pero este pequeño bribón me pareció una buena compañía, su nombre es Watson.
—Watson... —Repitió.
Mana acarició al cachorro con ternura, mientras Derek se inclinaba para darle un dulce beso en los labios, se sentía dichosa viéndose a los tres juntos en ese momento, dando inicio a su nueva familia.
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