Capítulo 6
Mana tenía la esperanza de que en cualquier momento despertaría en un hospital después de un coma de varios días producido por un fuerte golpe en la cabeza. Dex estaría a su lado y ella le contaría el espantoso sueño que había tenido durante su letargo; definitivamente eso sonaba mucho más lógico que toda esta situación. Su cerebro estaba tan cansado que decidió tomar un descanso dándole un baño a Sherlock en el patio delantero, eso siempre la relajaba.
Miró hacia la glorieta que tenían justo en el centro del jardín, ella y Dexter siempre se sentaban allí en las calurosas noches de verano a tomar margaritas y hablar de los sexis modelos masculinos de la empresa; él siempre tratando de emparejarla con alguno y ella siempre rechazaba su oferta alegando que por muy guapos que estuvieran no eran su tipo.
Tenía que encontrar a su asesino y hacerlo pagar por lo que hizo. Observaba a lo lejos con la mirada perdida, reorganizando en su mente las preguntas que Derek le había hecho y las respuestas que ella le había otorgado, tratando de encontrar alguna pista que ella misma haya dado sin darse cuenta.
—Ahora solo te tengo a ti —le dijo con una mirada triste, al enorme dálmata. Sherlock la miró poniendo de lado la cabeza y luego se sacudió, empapando a Mana en el proceso—. ¡Sherlock, no!
Ella decide entrar a la casa con el perro para cambiarse de ropa y quitarle el exceso de agua con el secador. Una vez que ambos estaban listos se dirigió a la cocina para darle un bocadillo. Mientras caminaba, Mana iba pensando en cómo lograría hacer que Derek reemplazara a Dexter en la empresa, sin que este levantara ninguna sospecha. Es decir, el físico no era un problema, eran casi exactos, bastaba con corte de cabello y estaría listo.
El problema eran las personalidades de ambos, en ese aspecto eran como el agua y el aceite. Dexter era educado, amable, risueño, sumiso, siempre pendiente al qué dirán y acostumbrado a esconder sus emociones; mientras que Derek era frío, desconfiado, impulsivo y sin miedo a decir lo que pensaba, además, no sabe absolutamente nada de la empresa o de su familia. Era inminente que todos notarían el drástico cambio de personalidad en el vicepresidente. Lo peor es que se quedaría en su casa por tiempo indefinido y no estaba segura de que se llevarían bien.
En cuanto llegó a la cocina, Mana y Sherlock, notaron la presencia de Derek, había olvidado que estaba allí, de inmediato el dálmata se abalanzó sobre él hasta tirarlo al suelo, sujetándolo con sus patas delanteras mientras le ladraba y gruñía sin cesar.
―¡Sherlock!... no... ¡basta! ―Mana inmediatamente se apresuró a quitárselo de encima halándolo por la correa, pero el canino se resistía, enfatizaba cada ladrido como si quisiera decir no me gustas en lenguaje perruno.
—Quítame a esta bestia de encima ―gruñía Derek furioso.
—Eso intento. ¡Qué no ves! ―exclamaba Mana, mientras tiraba de la correa con todas sus fuerzas.
Sin embargo, fue el mismo Sherlock quien por su propia cuenta se alejó de Derek, provocando que Mana casi perdiera el equilibrio debido a la fuerza que estaba ejerciendo para tirar del animal. Sherlock se fue al lado de su dueña sumisamente como si ya estuviera tranquilo y seguro de que había dejado claro su mensaje.
―Ese perro en verdad me odia.
―Dale tiempo de acostumbrarse ―dijo ella mientras acariciaba a Sherlock, quien ahora buscaba su atención.
Derek se levantó, al ver las huellas de perro en su camiseta se la quitó con aparente fastidio. Mana se quedó de piedra al ver su musculoso torso y sus exóticos tatuajes, en específico el de la brújula apuntando hacia el norte, acentuando más los enormes bíceps de su brazo derecho; simplemente no podía dejar de mirar, definitivamente él y Dexter eran como el agua y el aceite. Salió de su trance antes de que él lo notara y se encaminó a llevar a Sherlock al patio trasero, antes de que decidiera saltar sobre Derek una vez más.
Ya de vuelta encontró a Derek en la sala con un vaso whisky y una nueva camiseta cubriendo su torso y tatuajes. «Menos mal», pensó con un suspiro de alivio.
―Veo que te gusta mucho el whisky ―comentó Mana acercándose a él lentamente―. Pero, si quieres mi consejo, no creo que el alcohol ayude mucho a tu nivel de concentración y tienes mucho que aprender en muy poco tiempo.
Se acercó lo suficiente para tomar el vaso de whisky de su mano justo antes de que Derek tomara otro sorbo y lo colocara despacio sobre un taburete. Veía cómo la miraba sorprendido encarnando una ceja, y no pudo sentirse más orgullosa de sí misma, tenía que demostrarle que no se sentía intimidada por él, aunque la verdad era que su presencia la ponía bastante nerviosa.
Como Mana había predicho fue un día bastante largo, en que el objetivo principal era hacer de Derek el nuevo Dexter. Se pasaron horas aprendiendo todos y cada uno de los nombres de los socios, accionistas, modelos, maquillistas, conocidos de la familia, en fin... toda persona que tuviera alguna relevancia en la vida de su hermano gemelo; para suerte de ambos Derek era bastante listo y pudo digerir y retener toda la información que Mana le ofrecía, lo cual la sorprendió mucho.
Una vez ese campo estuvo cubierto pasaron a uno un tanto más complicado, la personalidad de Dexter. Mana debía mostrarle a Derek cada rasgo del comportamiento de su hermano, sus expresiones faciales, sus gestos, su modo de hablar, caminar, vestirse y hasta comer. Cuando se hicieron las dos de la madrugada estaban exhaustos, hambrientos y soñolientos, pero también complacidos con todo lo que habían avanzado.
A las 8:30 a.m. del día siguiente Derek estaba en la calle principal del distrito financiero, justo frente al edificio de las joyerías Mcfale, luciendo exactamente como su hermano. Había ido en el Audi negro último modelo de Dexter; se había afeitado y cortado un poco el cabello e iba vestido con un traje de diseñador gris a la medida, zapatos italianos y camisa azul de seda sin corbata que Mana eligió para él del guardarropa de su hermano, solo podía imaginar lo difícil que debió de haber sido para ella el entrar a esa habitación.
El edificio de cinco pisos era color blanco marfil, una joya arquitectónica de más de doscientos años de antigüedad, Derek lo recordaba por haberlo visitado cuando tenía unos quince años, en ese tiempo su padre estaba haciendo negociaciones con los antiguos dueños, quienes por mala administración estaban al borde de la bancarrota.
Mana, quien había decidido dejar su coche e ir con él, empezó a avanzar mientras Derek aún estaba embelesado admirando el majestuoso inmueble.
―Creo que deberíamos entrar. ¿No te parece? ―señaló casi en un susurro y sacándolo de sus pensamientos.
―Eh... Sí, claro, vamos.
Empezaron a caminar hacia las grandes puertas electrónicas de cristal que tenían el logotipo de las joyerías Mcfale justo en el centro. Derek observó detalladamente el lugar, por dentro el lugar tenía una estructura circular rodeada de estantes y escaparates de cristal que exhibían colecciones de joyas de diferentes marcas y estilos, las cuales iban desde las más exuberantes y estrambóticos hasta las más sencillas y modestas.
En el centro de la sala se extendía una alfombra roja persa, en la que ellos en ese preciso momento estaban parados, empezaba en la entrada y terminaba justo frente a un ascensor al fondo de la sala; el techo que estaba después del segundo piso, estaba decorado con una réplica de la pintura del juicio final de Miguel Ángel.
Mana caminaba elegantemente hacia el ascensor con la melena suelta y vestida con unos pantalones largos negros de gabardina ajustados, una blusa amarilla pegada al cuerpo, una chaqueta negra a juego con sus zapatos de tacón de aguja que entallaban su silueta y un collar de cuentas de colores que cubría su modesto escote.
Derek la siguió hasta que ambos entraron y ella presionó el botón que llevaba al piso cuatro.
―Te ves muy bien ―le dijo a Mana, una vez que las puertas del elevador se cerraron frente a ellos, ya que en serio lo pensaba.
―Gracias, tú también te ves bien ―le respondió ella con un tono profesional, apenas mirándolo a los ojos.
Al abrirse las puertas su vista es abarcada por un complejo de oficinas de puertas y paredes de cristal, además de persianas blancas corredizas que obstruyen la vista del interior.
―Como ya te diste cuenta los dos primeros pisos le pertenecen a la joyería, en el tercer piso está un auditorio que sirve para hacer ruedas de prensa, y una pasarela para presentar los diseños de temporada, además también está el estudio fotográfico. En este piso se encuentra el área de ejecutivos, administración y finanzas, al igual que la sala de juntas. ―Derek podía ver en las puertas el nombre de cada persona acompañado del papel que desempeñaba, incluso podía ver la oficina de su hermano no muy lejos de donde estaban en ese momento―. Mi oficina está en el quinto piso, en el taller de diseño y elaboración de... ¿Me estás escuchando? ―le pregunta de repente con el ceño fruncido.
―Sí, por supuesto.
―Bien, porque se supone que debes conocer este lugar como la palma de tu mano ―le recuerda ella algo exasperada.
―Relájate, esto no es un juego para mí ―aclaró con un tono serio, y ella suaviza un poco su expresión.
―Bueno, ya estamos en tu oficina. Recuerda, tu asistente se llama Sophia, está divorciada y tiene dos hijos; de vez en cuando te pide permiso para salir más temprano y tú se lo das; habla tres idiomas incluyendo el español y es italiana. Es muy eficiente y conoce a Dexter muy bien, se dará cuenta si empiezas a actuar de manera extraña.
―Lo tendré todo en mente ―dice tocándose la sien con el dedo índice.
―Perfecto, ahora debo irme.
Derek la miró de arriba abajo mientras ella se dio media vuelta y empezó a caminar hacia el elevador, enfocándose en cada uno de sus movimientos antes de verla desaparecer. Con una sonrisa involuntaria tomó la perilla de la puerta de metal y entró a su nueva oficina en el momento que una joven apareció en su visión, saludó cordialmente a Sophia, quien resultó una mujer de unos treinta y cinco años, alta, rubia, de ojos cafés y piel bronceada. Ella le devolvió el saludo con una agradable sonrisa.
―Buenos días, señor, ¿cómo estuvieron las vacaciones?
―Pues excelentes, necesitaba relajarme ―le contestó encogiéndose de hombros y devolviéndole la sonrisa― ¿Alguna novedad?
―Sé que no me lo pidió, pero como vi que no vino ayer me tomé la libertad de reprogramar su entrevista para la revista Vogue para mañana, sí recordó memorizar sus líneas ¿cierto?
Derek recordó que Mana le había hablado sobre aquella infame entrevista.
―Eres un ángel Sophia —le dijo, pensando que la mujer era en verdad tan eficiente como Mana había mencionado—. ¿Sabes?, a veces siento que soy más un actor que un vicepresidente. ―Quiso bromear para imitar un poco la actitud relajada de su hermano.
―Siempre lo he dicho señor. ―La mujer le continuó la broma con una sonrisa.
―Bueno, tráeme una copia del libreto para repasarlo ―dijo con la mano en la perilla de su oficina justo antes de abrirla y entrar.
La oficina de Dexter era sencilla, pero a la vez impresionante, decorada con un contexto minimalista moderno donde se podía apreciar el detalle y perfeccionismo en cada esquina.
Los ventanales de cristal ofrecían una vista panorámica de todo San Francisco, incluyendo el puente Golden Gate; de las blancas paredes colgaba una pintura que reflejaba un paisaje colorido abstracto de la pintora Amy Giacomelli; un sofá de cuero verde el lado izquierdo de la sala descansaba justo debajo de dicha pintura; en el centro el moderno escritorio con base y cubierta de cristal, más detalles en rojo, blanco y verde, las sillas giratorias blancas, colocadas una de frente y otra detrás del escritorio; definitivamente nada que ver con su rústica oficina de New Jersey situada en el garaje de su casa. Derek caminó hasta pararse justo frente al ventanal, observando a todas las personas en la calle y preguntándose quién de ellas pudo haber matado a su hermano.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Sophia abrió la puerta.
―Perdón si lo interrumpí señor. ― dijo desde el marco de la puerta.
―No te preocupes, pasa Sophia ―respondió volteándose hacia ella.
―Aquí tiene todas las preguntas y respuestas de la entrevista de mañana ―acotó colocando el documento en su escritorio―. También habrá una reunión a las 10:00 a.m. en la sala de juntas dirigida por su padre vía Skype. Y una sesión de fotos para la nueva colección de prendas masculinas.
Escuchar sobre esa reunión con su padre hizo que cada músculo de su cuerpo se tensara.
―Gracias, Sophia. ―Esta le dedicó una de sus características sonrisas y salió de la oficina elegantemente.
Sophia le parecía muy profesional y agradable, además de bella, le recordaba un poco a Yina. Se preguntó qué tanta confianza se tenían ella y Dexter, según Mana se llevaban muy bien; tal vez ella conocía alguno que otro secreto que ni siquiera Mana sabía y si así fuera tendría que encontrar una forma de averiguarlos sin ser descubierto.
A las diez en punto Derek se presentó en la sala de juntas y se sentó en la silla que tenía el nombre de su hermano marcado en ella, unas diecisiete personas más tomaron asiento. Él los inspeccionaba a todos sigilosamente tratando de reconocer algún rostro, solo había una persona que conocía desde niño: John Thomson, el consejero y mano derecha de su padre, quien lo había alentado a hacer la fusión para convertirse en el magnate que es ahora.
El tiempo había hecho estragos en él; su pelo negro ahora estaba cubierto de canas y las arrugas en su rostro casi cubrían sus apagados ojos cafés, pero seguía siendo un hombre fuerte y elegante, su condición física era envidiable para un hombre caucásico de más de sesenta años; su puesto en la silla decía gerente general. A los demás solo los reconocía por las descripciones de Mana.
A las diez y quince minutos la pantalla plasma de cincuenta pulgadas frente a ellos se encendió y Derek pudo sentir como su sangre se helaba al ver la cara de su padre en ella. Sentía una extraña mezcla de emociones, desde ira producida por esos recuerdos de abandono y soledad, donde nunca sintió que en verdad tenía un padre, hasta lástima por saber el dolor que sentirá cuando descubra que su hijo ha muerto; hacía hasta lo imposible por no reflejar estas emociones en su rostro y despertar alguna sospecha.
El poderoso Arthur Mcfale, el magnate que prácticamente dominaba la industria de las joyas en todo el país, el hombre que lo abandonó a su suerte solo por desobedecerlo; hacía doce años que no veía esa rígida mirada de ojos azules y esa expresión autoritaria, pero de pronto sintió como si hubiera sido ayer, estaba casi idéntico de no ser por las arrugas y las canas.
Hablaba sobre la adquisición de nuevas minas y de regresar dentro de pocos días, pero Derek apenas si estaba poniendo atención, ver a su padre le afectó mucho más de lo que hubiera esperado. Arthur por su parte ni siquiera lo miraba, continuaba hablando y pidiendo informes, hasta que por fin se dirigió a él.
—Dexter, recibí los bocetos que hizo tu esposa para la nueva colección, son excelentes, los empezaremos a producir en cuanto llegue a la ciudad.
—Sí, padre. —Intentó sonar tan parecido a su hermano como le fue posible.
—Es una mujer en verdad talentosa, mientras que tú no dejas de decepcionarme, espero que te hayas divertido en donde sea que estuvieras y nos hagas quedar bien en esa entrevista, no toleraré ni el más mínimo error.
Derek se llenó de impotencia al escucharlo referirse a Dexter de esa forma y saber que su manía de humillarlo hasta hacerlo sentir menos que nada, aún persistía. En ese momento se sintió más que culpable por no haber convencido a Dexter de que se fuera con él y abandonaran al miserable de su padre, tal vez todo sería diferente ahora.
—Por supuesto, padre —le contestó, tragándose lo que en verdad quería decirle.
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