Capítulo 27
Jason estaba desesperado y asustado, la policía estaba tras él, en cuanto obtuvieran el resultado de las pruebas de ADN lo enviarían a prisión. Tenía que escapar lo más pronto posible del país, no sin antes llevarse algunas piedras que le garantizaran su sustento por un tiempo. Estaba seguro de que Dexter había guardado algunas, por eso entró a su casa y hurgó en toda la habitación, pero no encontró nada.
«¡Maldito seas Dexter!», gritó en su mente.
Si tan solo no se hubiera arrepentido al último momento ahora no estaría muerto, sino que estarían juntos y felices en París o en cualquier otro lugar del mundo. Unas cuantas lágrimas brotaron de su rostro al recordar la trágica muerte de su amante. Lo único que quería era dejar de fingir ser quien no era, empezar una nueva vida junto a él y tenían el plan perfecto para lograrlo ¿Por qué diablos todo tuvo que irse a la mierda?
Retiró las lágrimas de su rostro y tomó una fuerte bocanada de aire. Ya nada de eso importaba, lo único de lo que estaba seguro era de que él no iría a la cárcel por un crimen que no cometió, así que escaparía con su parte esa misma noche. Sin embargo, si Dexter no tenía ninguna piedra escondida, solo podía recurrir a una persona para obtenerlas, y ella le daba más miedo que la misma policía.
Aun así, intentaría dialogar con ella, era lo justo. Además, él no la había delatado, cumplió su promesa incluso cuando fue interrogado por la policía. Condujo hasta la casa, al llegar entró y llamó su nombre varias veces, cuando no recibió una respuesta decidió empezar a buscar por sí mismo, primero en la sala, luego en la cocina.
—¿Qué haces aquí?
Jason se giró sorprendido al escucharla.
—Yo... vine a buscarte, quiero... quiero mi parte para poder escapar. —Hizo un esfuerzo sobrehumano para no temblar de miedo frente a ella.
—¿Te atreviste a entrar en mi casa y hurgar en mis cosas? —rugió de forma amenazadora.
—Yo solo quiero lo que es justo, hice todo lo que me pediste, guardé tus secretos, acepté tus chantajes, pero no pienso ir a la cárcel por un crimen que no cometí.
—Tú me llamaste ¿lo recuerdas? Yo solo hice lo que tú no fuiste capaz de hacer por ser un maldito cobarde.
—¿Ah sí? ¿Crees que un cobarde hubiera ido a la casa de tu amada Mana y le hubiera contado toda la verdad?
—¿De qué hablas? ¿Qué fue lo que le dijiste?
Los ojos de la mujer casi se salían de sus órbitas. Su furia era tan implacable que todo a su alrededor se sentía rodeado por un aura siniestra. Lentamente avanzó hacia Jason, mientras que él retrocedía con temor.
—Le dije que una mujer loca y obsesionada con ella fue quien asesinó a su esposo. ¿Cuánto tiempo crees que pase hasta que descubra que fuiste tú?
—Ahora por tu culpa, Mana nunca me perdonará, creerá que soy una asesina —se lamentó con desesperación—. ¿Cómo pudiste?
—Solo dame mis malditas piedras. —Ella se quedó callada por un instante antes de responder.
—De acuerdo, te daré lo que me pides, pero no quiero volver a verte nunca más.
La mujer se fue de la cocina por varios minutos. Al regresar trajo consigo una pequeña bolsa de terciopelo negro que le entregó a Jason de mala gana. Él tomó la bolsa emocionado, y agachó la cabeza para revisar el contenido. En efecto eran las piedras que con tanto esfuerzo habían conseguido él y Dexter. Ahora por fin podría cumplir sus sueños por ambos, abandonaría a Caitlin y viajaría a París o a una isla del caribe.
Su felicidad se convirtió en agonía al sentir el metal filoso de un cuchillo atravesar su estómago hasta perforar sus entrañas. Miró a los ojos de la mujer que sonreía con una expresión burlona, mientras él no podía moverse. La sangre empezó a acumularse en su boca y no pudo evitar toser, salpicando su rostro. Ella irritada volvió a introducir el cuchillo haciéndolo soltar la bolsa de piedras preciosas, hasta caer al suelo. Como pudo le dio la espalda e intentó escapar hacia la salida, pero sus movimientos eran demasiado lentos. Ella lo alcanzó sin ningún problema, apuñalándolo esta vez por la espalda.
—De... detente... por favor —suplicaba desde el suelo.
—Esto es lo que te mereces por intentar alejarme de la mujer que amo, maldito marica —le susurró en el oído mientras continuaba acuchillándolo.
Toda la sangre que Jason perdió había formado un enorme charco en el piso, lo que indicaba que pronto moriría, pero ella quería acelerar las cosas, así que tomó su garganta y le hizo un corte profundo de lado a lado. La agonía que reflejaba el rostro de Jason duró poco tiempo antes de que muriera definitivamente.
Ella se puso de pie con el cuchillo aún en las manos, miró el cuerpo sin vida del hombre y luego sus manos ensangrentadas y, sin poder evitarlo una lágrima recorrió su mejilla. No era una asesina, o eso era lo que se decía a sí misma, no planeó matarlo a él, ni tampoco a Dexter. Pero ambos intentaron alejarla de Mana y eso la volvía loca. Si tan solo se hubieran escapado juntos como era el plan, nada de esto hubiera sucedido.
—¡Sophia! ¿Qué demonios hiciste? —Sophia volteó al escuchar su nombre y vio a Víctor justo detrás de ella, caminando despacio con las palmas de las manos abiertas a la altura de su cara—. Suelta ese cuchillo y aléjate del cuerpo de tu hermano.
—¿Cómo lo supiste? —le preguntó a Víctor, aun sosteniendo el cuchillo.
—Te estuve investigando. Me pareció muy extraño que la fiel asistente de Dexter Mcfale le entregara las pruebas que podrían hundir a su jefe a un perfecto desconocido sin ninguna objeción.
—Solo tenías que enviarlo a la cárcel, cobrar tu dinero y desaparecer.
—Lo sé, pero por desgracia no puedo ignorar algo sospechoso cuando lo veo.
Sophia miró a Víctor con desagrado. No podía permitir que otro maldito hombre se interpusiera entre ella y Mana. A su parecer todos ellos, incluso los maricones, eran lacras indignas de confianza. Toda su vida desde pequeña estuvo a merced de hombres despreciables como su padre, un borracho machista y golpeador; el sacerdote que constantemente la violaba cuando apenas era una niña y el perdedor abusivo de su exmarido.
Sin decir nada tomó asiento en la silla del comedor, poniendo el cuchillo a un lado, luego lo invitó a tomar asiento junto a ella.
—¿Me das un cigarrillo? —le pidió a Víctor.
Tenía que pensar muy bien lo que haría ahora, él era mucho más inteligente y fuerte que Jason. Además, estaba agotada tanto física como mentalmente, en serio necesitaba ese cigarrillo. Víctor sacó la caja de cigarros de su bolsillo y se la tendió con cautela, luego hizo lo mismo con el encendedor. Sophia los tomó con sus manos cubiertas de sangre, encendió uno y comenzó a inhalar y exhalar humo con total tranquilidad.
—Jason, era tu hermano ¿Por qué lo mataste? —inquirió Víctor.
—Por amor —contestó ella con una sonrisa.
—¿A qué te refieres? —Volvió a preguntar confundido.
—¿Quieres escuchar una historia? —preguntó a su vez con una sonrisa en los labios—. Te prometo que tendrá un final feliz.
Sophia comenzó a hablar sobre su padre, un perfecto semental italiano, machista, ebrio e ignorante que siempre les dejó muy claro a ella y a su hermano que el rol de la mujer era parir y atender a su esposo, y el del hombre llevar el dinero a la casa. Su madre por otro lado era una devota cristiana, subyugada y obediente a su marido. Era hasta gracioso pensar que sus dos hijos resultaron ser homosexuales.
En cuanto Jason empezó a mostrar ciertas conductas femeninas en su adolescencia, su progenitor no dudó en expulsarlo de la casa, no sin antes darle unos buenos golpes. Ella era mucho más inteligente al disimular sus inclinaciones, de hecho, intentó renegar de ellas por un tiempo, después de que el sacerdote de su escuela la violara cuando tenía catorce años.
Todo pasó cuando el padre Fabricio le descubrió una carta de amor que escribió para una compañera de salón de la que estaba enamorada; él decidió que la única forma de sacarla del camino del mal, era mostrándole el acto sagrado que solo podía ocurrir entre un hombre y una mujer. Lo hizo por varias ocasiones hasta que estuvo seguro de que había aprendido la lección y continúo curando a más niñas, iguales a ella. Intentó decirle a su madre lo que pasaba, pero ella la abofeteó por blasfemar y desacreditar a un enviado de Dios en la tierra.
Luego de que su hermano fue expulsado de la casa ella se enteró de que se dedicó a la prostitución para sobrevivir. Lo visitó algunas veces a escondidas de sus padres, sentía curiosidad de cómo era vivir a plenitud su verdadera sexualidad. Ella por su parte tenía que seguir fingiendo ser una joven católica ansiosa por contraer matrimonio con un hombre fuerte y viril como su padre, y para su desgracia encontró a uno tan miserable y déspota como él. Claro que eso no lo sabía cuándo aceptó ser su esposa.
Cuando conoció a George creyó que era un hombre decente y que con él sería sencillo vivir su mentira. Jamás imaginó el infierno que viviría a su lado, era un golpeador, infiel y borracho. Lo peor era que ni siquiera podía cumplir su rol como esposo, pues era incapaz de conservar un empleo decente. Cuando sus padres murieron tuvo la oportunidad perfecta para deshacerse de él y mudarse con sus pequeños hijos a la casa que le heredaron, aunque aún necesitaba un empleo para mantenerse a ella y a sus hijos.
Sabía que su hermano había dejado la prostitución para convertirse en modelo, lo que no sabía es que se había hecho famoso al punto de salir en comerciales. Le fue muy difícil volver a encontrarlo y cuando lo hizo, casi no lo reconoció por las cirugías plásticas que se había hecho en el rostro. Descubrió que se había casado con una mujer a quien le mintió sobre toda su vida, incluso se cambió el nombre, esto la llenó de repudio y decepción, pues creyó que Jason era el único hombre valiente y verdaderamente honesto en su vida.
Fue entonces cuando lo entendió, ningún hombre era confiable, ni honesto... ni bueno. Todos eran ratas mezquinas que no merecían nada más que desprecio.
Jason intentó echarla, pero ella lo amenazó con contarle toda la verdad a su esposa, ya que tenía suficientes pruebas para hacer que le creyera. Lo único que tenía que hacer para que mantuviera la boca cerrada, era ayudarla a conseguir un buen empleo con alguno de sus contactos. Ante la presión, él consiguió que fuera recomendada para el puesto de asistente de Dexter Mcfale, el cual consiguió.
Unos días después conoció a Mana, la mujer más maravillosa y hermosa que había visto en toda su vida. Era algo más joven que ella, además de que estaba casada con un hombre con mucho dinero; simplemente no tenía oportunidad; pero eso no evitaba que soñara con ella todas las noches, que inventara excusas para abrazarla e inhalar su aroma.
Mana era inteligente, graciosa, sofisticada, pero sobre todo con un corazón de oro. Sophia ya había tenido algunos romances fugaces con algunas madres del colegio de sus hijos que, al igual que ella, también escondían su homosexualidad, pero con ninguna de ellas había sentido lo que sentía por Mariana Smith. Solo quería una oportunidad para estar con ella.
Esa oportunidad llegó cuando descubrió que su jefe era gay, además de que tenía una relación con su hermano Jason. Sintió ganas de matarlo con sus propias manos por engañar a su adorada Mana. Desde entonces se dedicó a espiarlos para recopilar pruebas que pudiera mostrarle a Mana, pero lo que descubrió fue mucho mejor; Jason y Dexter estaban planeando escapar juntos, además de robarse las joyas de la compañía para huir con ellas.
Cuando enfrentó a Jason y le contó todo lo que sabía, él no tardó en confesar. Sophia le ofreció un nuevo trato, callaría una vez más, incluso los ayudaría desde las sombras, sin que Dexter lo supiera, todo a cambio de una parte del dinero de la venta de esas joyas robadas. Su plan era estar ahí para Mana, consolarla por el abandono de su esposo, ganarse su confianza, su amor y lentamente seducirla. El dinero le permitiría brindarle algunos de los lujos a los que estaba acostumbrada.
—¿En serio creíste que ese plan funcionaría? —preguntó Víctor con incredulidad.
—¡Cállate! —exclamó ella—. Todo hubiera sido perfecto si ese marica de mierda no se hubiera arrepentido en el último instante.
Luego de esa interrupción continuó contándole que ella también viajó para recibir su parte antes de que se fueran, sin embargo, la llamada que recibió de Jason contándole como ese imbécil decidió cambiar todos sus planes la volvió loca. Fue hasta allá con una sola idea en su cabeza. Entró en el hotel de mala muerte en el que se encontraban, subió las escaleras y llegó hasta su habitación.
Lo vio tirado en el suelo cubierto de sangre. De su cartera sacó una pequeña hacha, que había tomado del jardín de la casa de la amiga donde se quedaba, y comenzó a blandirla sobre Dexter hasta desmembrar algunas partes de su cuerpo, destrozar completamente su rostro y despojar toda su furia sobre él, por ser un maldito mentiroso como todos los hombres, por traicionar a Mana, por tener a la mujer que ella amaba como su esposa y no ser digno de ella.
Lavó sus manos y rostro para retirar las manchas de sangre, tomó las joyas y le dio una contundente advertencia a Jason, luego huyó del lugar tan rápido como pudo. Su corazón latía tan rápido que sentía que iba a explotar.
Eso fue una locura, había matado a un hombre, sin embargo, no lo lamentaba, incluso se había sentido bien, el marica se lo tenía merecido. Miró la bolsa con piedras y diamantes en sus manos. El plan era el mismo, consolaría a Mana por su pérdida y poco a poco, la seduciría hasta que se enamorara de ella. Lo que jamás imaginó es que otro Mcfale volvería a interponerse en sus planes.
Cuando lo vio creyó que el fantasma de Dexter había regresado del infierno para atormentarla, pero luego recordó a Jason hablando sobre como Dexter le confesó que tenía un hermano gemelo, y que le entregaría las piedras a él para que se las regresara a su padre. Derek Mcfale estaba allí para supuestamente descubrir quién mató a su hermano, pero lo que en verdad quería era arrebatarle a Mana y eso no podía permitirlo. Los había visto mirarse, tocarse... besarse. Tenía que hacer algo para sacarlo del camino.
—Por eso me entregaste esas fotos, querías que Arthur lo enviara a la cárcel —concluyó Víctor acercándose a ella.
—Creíste que me estabas manipulando ¿Cierto? —bufó ella—. Eres tan imbécil como todos.
—Sophia, tienes que entregarte, por favor piensa en tus hijos.
—Mis hijos... ¿Qué he hecho? Me van a quitar a mis hijos. —Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas antes de cubrirse el rostro con las manos.
Víctor aprovechó para sacar su teléfono y llamar a la policía, pero antes de que pudiera marcar los números Sophia tomó el centro de mesa, golpeando con este el cráneo del detective. No fue suficiente para noquearlo, pero sí para dejarlo aturdido. Víctor tiró el teléfono al suelo y tocó su cabeza golpeada, descubriendo sus manos llenas de sangre. Sophia aprovechó su aturdimiento para tomar el cuchillo e incrustarlo en su tórax, hiriendo uno de sus pulmones. Víctor cayó al suelo aun con el cuchillo clavado en su cuerpo.
—¡Mamá! —Sophia escuchó el grito de su hijo justo cuando se proponía rematar al hombre.
Estaba segura de que se desangraría tarde o temprano, así que rápidamente fue al grifo para lavar sus manos y su cara empapadas de sangre, luego fue hasta el cuerpo de Jason y tomó la bolsa llena de piedras preciosas. Respiró profundo antes de subir las escaleras como si nada, fue hasta el cuarto de sus hijos y asomó la cabeza para que no vieran sus ropas manchadas.
—¿Qué pasa mi amor, porque gritas?
—Es que escuché gritos abajo —respondió el pequeño Luca asustado.
—No te preocupes, cariño, solo era la televisión. —Lo tranquilizó—. Ahora quiero que tú y tu hermano empaquen sus cosas porque nos iremos de viaje, además, deben verse muy guapos para conocer a alguien muy especial. No tarden —dijo con una sonrisa en los labios antes de cerrar la puerta.
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