Capítulo 22
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
Mana se dejó caer al suelo de rodillas y se arrastró hasta donde yacía su fiel amigo, con lágrimas en los ojos acariciaba su pelaje empapado de sangre, mientras se preguntaba una y otra vez por qué estaba pasando esto.
—¡Mana, tenemos que irnos de aquí, estás en peligro! —exclamó Derek, tomándola del brazo.
—¡No, por favor! No puedo dejarlo aquí tirado, no es justo —suplicó entre lágrimas.
—¡No tenemos tiempo para eso, entiéndelo!
Él intentó tirar de ella, pero Mana se soltó de su agarre con un fuerte tirón para seguir acariciando el cadáver de su mascota. Sabía que Derek tenía razón, pero la idea de dejar que su amado perro se pudriera mientras ella escapaba, le era inconcebible. Lo convenció para enterrar a Sherlock en el jardín, luego limpió tan rápido como pudo la sangre del suelo y se dio un largo baño, en el que las lágrimas se confundieron con el agua que resbalaba por su piel.
«¿Quién podría estar tan enfermo como para hacer algo así?».
No podía evitar culparse; quien quiera que lo haya hecho, fue en nombre del supuesto amor que le profesaba. Intentaba recordar algún momento en el que, directa o indirectamente, se mostró coqueta o disponible con Jason o cualquier otro, pero no consiguió ningún archivo en su mente. Gracias a las malas relaciones de su madre y los constantes maltratos provenientes del hombre con quien finalmente se casó, siempre fue muy tímida y distante con los hombres.
Entonces: ¿Qué hizo para provocar esa pesadilla? Y lo más importante: ¿Cuándo se terminaría?
Salió de la ducha, se vistió de prisa con una blusa con mangas, jeans, zapatos deportivos y un abrigo; guardó con prisa un poco de ropa y cosas de aseo personal en un bolso, sin fijarse muy bien en lo que estaba tomando, y bajó a encontrarse con Derek, quien la esperaba en el auto. Se pusieron en marcha hacia la carretera y rápidamente se alejaron de los suburbios.
—¿A dónde iremos? —le preguntó.
—New Jersey, aquí no es seguro para ti.
A Mana eso le pareció una locura, puesto que New Jersey quedaba a casi dos días en carretera, pero no dijo nada y simplemente se limitó a asentir; estaba agotada por todo lo que había pasado ese día, pero sobre todo asustada por lo lejos que había llegado su acosador.
Miró a Derek, quien tenía la vista fija en camino alumbrado por las luces de los postes y las del auto; aunque no mostraba ninguna expresión en su rostro más que un ceño fruncido, sabía que estaba furioso, recordó escucharlo maldecir varias veces mientras ella lloraba por Sherlock. Sabía que quería ponerla a salvo, pero luego de lo que vio esa noche temía que quien debía ponerse a salvo era él.
El sueño comenzó a invadirla, sus párpados pesaban cada vez más hasta que, sin que ella pudiera controlarlo, lentamente comenzaron a cerrarse y se quedó profundamente dormida.
Cuando despertó eran poco más de las nueve de la mañana, le tomó unos segundos recordar el porqué estaba en un auto en movimiento y no en su cama, al despertar. Miró por la ventana el panorama desértico y notó el letrero que decía: «Bienvenidos a Utah», lo que significaba que tenían más de diez horas conduciendo.
—Hola, ¿cómo te sientes? —preguntó Derek desde su asiento, volteando unos segundos para verla.
—¡Hola! Mejor, pero tú debes estar agotado, deberías descansar.
—Estoy acostumbrado a conducir por muchas horas, pero tienes razón, nos detendremos en algún café.
Veinte minutos después se detuvieron en una gasolinera, en la que también había una pequeña cafetería. Derek entró a ordenar algo para comer, mientras que ella decidió pasar al baño para refrescarse un poco. Al revisar su bolso se dio cuenta de que no tenía ningún producto con el cual pudiera higienizarse así que, no le quedó más remedio que tomar un poco del jabón para manos y con él, lavar su rostro.
Miró su rostro en el espejo, sus ojos verdes estaban hinchados por el llanto y era imposible no notar las oscuras ojeras, que adornaban su mirada. Nunca había sido una mujer vanidosa, pero en ese momento se sentía mucho más vieja de lo que en realidad era. El último mes y medio para ella había sido una espiral de dolor, angustias y desilusiones que parecía no tener fin. Pero tenía que aguantar, tenía que hacer frente a sus miedos y continuar luchando si quería que la muerte de Dexter no quedara impune, ya que a pesar de sus errores su amigo no merecía que le arrebataran la vida.
Salió del baño y se reunió con Derek en el modesto restaurante, tomó asiento justo cuando una camarera traía una bandeja con huevos revueltos, tocino frito, pan tostado, panqueques recién hechos y dos tazas de café. Dejó todo en la mesa junto con platos limpios, cubiertos y servilletas, la mujer de piel oscura y pelo afro les deseó buen provecho y se retiró. Comieron en silencio, hasta que Mana decidió a hablar:
—¿Qué haremos en New Jersey? —inquirió
—Al principio solo quería esconderte allí por un tiempo, pero algo más ha surgido. —Su tono era serio y frío.
—¿De qué hablas? —preguntó inquieta.
—Hablé con July anoche mientras dormías, van a hacer pública la muerte de Dexter, tenemos que reconocer el cuerpo.
Mana sintió como si un balde de agua helada cayera sobre su cabeza al escucharlo decir eso. Sabía que ese momento llegaría en cualquier instante, pero aún no estaba para ver el cadáver sin vida de su mejor amigo, ni para escuchar en las noticias de todo el país su muerte confirmada. Era demasiado para ella. Se limitó a asentir y terminar su taza de café.
Pagaron la cuenta, echaron gasolina al carro hasta dejarlo lleno y emprendieron una vez más la marcha. Condujeron todo el día hasta caer la noche y pararon en un hotel de paso frente al camino, donde decidieron parar a descansar.
La habitación era bastante sencilla y pequeña, apenas contaba con lo esencial: una cama, baño, una lámpara de pie y un tocador, pero eso no le importaba siempre y cuando tuvieran jabón. En cuanto lo comprobó se desvistió para darse una larga ducha, se puso un pijama que por suerte había empacado y se recostó sobre la cama, Derek se unió a ella unos minutos después.
Por unos momentos ambos estuvieron inmóviles, hasta que con un movimiento, él la rodeó con sus brazos en un cálido abrazo que la hizo estremecer. No era algo sexual, pero sí íntimo y significativo. Sabía que era un hombre de pocas palabras y quería pensar que esa era su forma de decirle que no estaba sola.
—Tengo miedo —le confesó en voz baja, tanto que no estaba segura de que la había escuchado.
—Lo sé —dijo él, confirmando que sí lo había hecho—, pero no tienes porqué temer, mientras yo exista nadie tocará un pelo de tu cabello. Es una promesa.
Sus palabras la hicieron sentir segura, y sus brazos, que la apretaban con más fuerza, hacían que todo fuera un poco mejor. Sentía que podía confiarle su vida.
Víctor estaba en su auto terminando de fumar su tercer cigarrillo mientras esperaba pacientemente. Se había intentado comunicar con Sophia varias veces, pero ella no le respondía el teléfono, ni sus mensajes. Y no podía volver a la joyería ya que el mismo señor Mcfale le había dejado bastante claro, después que le entregara las fotos, que no lo quería ver por allí a menos que él requiriera de sus servicios nuevamente.
«Maldito viejo mal agradecido», pensó.
Al menos le había pagado bien, además de que en parte se sintió agradecido ya no estar involucrado en los dramas de la excéntrica familia. Siempre sospechó que el Dexter Mcfale que conoció en persona era totalmente diferente al que había investigado cinco meses atrás, pero jamás pensó que era su gemelo quien se estaba haciendo pasar por él.
Tiró por la ventana la colilla de cigarrillo y se agachó en el auto cuando vio a Sophia llegar a casa acompañada de un hombre que no era su exesposo, sino alguien que él reconocía bastante bien, pero: ¿Qué hacía allí con ella?
Sacó del bolsillo de su camisa la foto que tomó de su casa cuando estuvo allí y volvió a guardarla. Sabía que no estaba bien espiarla, tal vez simplemente no quería saber nada de él después de que el viejo Mcfale casi muere en la confrontación con su hijo, y que todo comenzó gracias a las fotos que ella le había entregado. Pero era un detective, acechar y espiar eran parte de su naturaleza. Además... no todo estaba dicho entre ellos.
Habían pasado dos días desde que Arthur había sido ingresado al hospital y aún no sabían nada de Mana y Derek. El magnate minero, que ya se encontraba mejor había mandado a revisar la casa cuando su hijo y su nuera no habían ido a la joyería, ni al hospital para visitarlo al día siguiente, pero no encontraron rastros de ellos y uno de los autos no estaba.
—No quisiera ser alarmista Arthur, pero es demasiado sospechoso que se hayan ido de repente ¿No lo crees? —argumentaba su viejo amigo John después de que ambos fueran informados de su desaparición.
—¿En qué estás pensando John? —inquirió Arthur desde la camilla.
—No lo sé, Derek siempre fue muy impulsivo, tal vez todo el odio que acumuló hacia ti en esos doce años lo hizo ser capaz de asesinar a su propio hermano. Incluso pudo haber secuestrado a Mana.
Arthur escuchaba a John a la vez que en su mente repetía el momento en el que Derek, le prometió encontrar y castigar al asesino de su hermano. En sus ojos no había odio cuando lo miraba, a pesar de que tal vez lo merecía, solo pudo notar el dolor y la ira que emanaba de él al pronunciar esas palabras. No, su hijo no era un asesino, de eso estaba seguro.
—Creo que deberías de considerar el llamar a la policía y reportarlos...
—¡No!, nadie llamará a la policía, Thomson. Esperaremos a que se comuniquen y nos expliquen qué diablos está pasando.
—¿Por qué tienes tantas consideraciones con él?
—Porque es lo menos que le debo.
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