Capítulo 18
Mana despertó en la cama de Derek, miró a su derecha y vio que aún estaba dormido; tratando de no hacer ningún ruido que pudiera despertarlo se levantó y tomó el camisón del suelo, se lo puso rápidamente y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Al entrar en su cuarto Sherlock, que estaba acostado en su cama, levantó la cabeza y las orejas en modo de alerta, pero se relajó cuando vio que se trataba de su dueña, aunque no apartó la mirada de ella ni un instante, Mana podía sentir sus ojos clavados en ella como si supiera exactamente lo que hizo la noche anterior.
—¡No me juzgues! —le dijo con tono de reproche al animal, que bajó la mirada al escucharla.
Se sentó frente al espejo y comprendió el por qué su perro la miraba tan extrañado; estaba sonrojada, con los labios hinchados y el pelo alborotado; parecía alguien que había tenido el mejor sexo de su vida. Inmediatamente sonrió ante este pensamiento, su poca experiencia con el sexo no le daba mucho con que comparar, apenas si se había acostado con un chico en la universidad, pero la forma en que Derek la hizo suya había sido tan hermosa y salvaje que estaba segura, de que ningún otro hombre la volvería a hacer sentir de esa manera.
No supo de dónde sacó el valor para ir a su cuarto, solo sabía que, después de ver lo que había en la caja fuerte de Dexter y descubrir lo que había hecho, estaba devastada, se sentía sola y vacía, y lo menos que quería era pasar otra noche llorando. Necesitaba compañía, necesitaba llenar el vacío de alguna forma... necesitaba sexo. Aunque no quisiera admitirlo, ese encuentro había sido más que solo eso; cómo su cuerpo temblaba cada vez que la tocaba; cómo sus besos dejaban un sabor dulce y pecaminoso en sus labios; cómo el centro de su ser se humedecía al simple toque de sus dedos, era algo que nunca antes había imaginado experimentar y que despertó en ella, sentimientos que no quería nombrar. De repente sacudió su cabeza, tratando de despertar de su trance y dejar de pensar en cosas que sabía que a larga, solo terminarían lastimándola.
Se quitó el camisón y se dio un largo baño, intentando despejar tanto su mente como su cuerpo, pero le era imposible relajarse cuando cada vez que cerraba los ojos solo podía ver imágenes eróticas de Derek y ella escuchando sus propios gemidos. Salió de la ducha y se vistió con su ropa de oficina, luego peinó su cabello y se maquilló de forma discreta, su plan era irse antes de que Derek despertara y luego evitarlo en la joyería, eso le daría algo de tiempo, hasta que tuviera que enfrentarlo al volver a casa.
Bajó las escaleras con dirección a la cocina, quería tomar una taza de café y luego ir directamente al auto. Casi perdió el equilibrio al ver a Derek en la cocina sirviendo dos tazas de café, su esperanza de tener suficiente tiempo para escapar de él se había esfumado en ese instante.
—Veo que ambos madrugamos hoy —dijo ofreciéndole la taza de café.
—Sí, eso parece. —Tomó la taza con nerviosismo y ambos lo bebieron en un incómodo silencio.
Mana podía sentir como Derek clavaba su mirada en ella, aunque evitaba mirarlo a los ojos. Esperaba que no quisiera iniciar una conversación en ese momento, la verdad se sentía muy avergonzada consigo misma por ser ella quien inició todo y no estaba lista para reconocerlo.
—¿Quieres que nos vayamos juntos?
—¡No! —Se apresuró a contestar—. Yo prefiero ir en mi auto, si no te molesta —aclaró.
Él simplemente se encogió de hombros, lo cual hirió a Mana; tal vez él no tenía ningún interés en hablar sobre lo que había pasado entre ellos la noche anterior, tal vez no estaba pensando en eso... tal vez ni siquiera le importaba. Respiró profundo y trató de ocultar su decepción, estaba enojada consigo misma, debería sentirse aliviada y no dolida.
Tomó su bolso y fue hasta la cochera, se subió a su auto y al girar la llave para encenderlo, este no arrancó; intentó una vez más y el resultado fue el mismo, hizo unas cuantas revisiones y se dio cuenta de que la batería estaba descargada, «¡maldita sea!» pensó. Era lo último que le faltaba. Resignada bajó del vehículo y fue de nuevo a la cocina, donde Derek revisaba su teléfono.
—Creí que ya te habías ido, ¿pasó algo?
—Mi auto no tiene batería —dijo apretando los dientes—, supongo que nos iremos juntos después de todo.
—Por supuesto, solo dame unos minutos.
Lo dijo con total dejadez y volvió a mirar su teléfono, Mana sintió que explotaría por dentro. ¿Cómo podía ser tan frío?, ella literalmente no podía verlo a los ojos sin sonrojarse y él actuaba como si nada hubiera pasado; eso solo le demostraba que acostarse con él había sido un gran error, un error que no podía volver a repetirse.
Tenían más de media hora parados por el tráfico y Derek aún no mencionaba nada del tema.
¿Tan poco había significado para él?
Bien, si eso era lo que quería, pretender que nada había pasado, ella también podía jugar ese juego. No pensaría más en ello, aunque tampoco quería pensar en las otras cosas que atormentaban su mente. Lo mejor sería evitar pensar en los hermanos Mcfale, uno era un estafador mentiroso y el otro un idiota sin sentimientos.
Intentó distraerse viendo historias de Instagram hasta que el auto por fin comenzó a moverse, sentía que Derek volteaba a verla de vez en cuando, aunque no estaba segura, tal vez era solo su imaginación. La joyería estaba a solo una calle de distancia, pronto estaría en su oficina y por fin podría relajarse... solo que en lugar de girar hacia el estacionamiento Derek continuó conduciendo.
—¿A dónde crees que vas? —le preguntó confundida viendo cómo dejaban atrás la oficina.
—Quiero una hamburguesa —contestó en un tono tranquilo, sin apartar la vista del volante.
—¡Estás loco, tenemos que ir a la oficina!
—Después de que me golpearon hasta dejarme inconsciente y descubrir que mi hermano, tu esposo, estaba metido en una estafa millonaria con un falsificador depravado, creo que me merezco una puta hamburguesa.
Quedó un poco sorprendida por su respuesta, pero decidió no decir nada. Después de veinte minutos llegaron a un restaurante de comida rápida cerca de un parque ecológico, en el centro de la ciudad.
Entraron y tomaron una mesa cerca de la ventana. Una camarera pelirroja de ojos cafés y un pronunciado escote se acercó para atenderlos, en cuanto vio a Derek su sonrisa de dientes perfectos no se hizo esperar, Mana observaba irritada como rizaba con coquetería un mechón de su cabello, mientras descaradamente se inclinaba para que tuviera una mejor visión de sus pechos.
—Hola, soy Katie y seré su mesera hoy, ¿está listo para ordenar? —dijo ronroneando.
—Quiero una hamburguesa con papas fritas, nachos con queso y una soda de naranja —ordenó, manteniendo la vista fija en el menú y sin poner mucha atención al exhibicionismo de la chica.
—Y ¿Usted qué desea ordenar? —preguntó con un tono mucho menos amable, volteando a mirar a Mana por primera vez desde que llegaron.
—Yo pediré lo mismo, pero en lugar de soda quiero una malteada de chocolate. —A la mierda, ella también se atragantaría con grasas trans y carbohidratos, mientras veía todo su mundo desmoronarse.
Katie anotó ambas órdenes y se marchó, no sin antes darle una última lasciva mirada a Derek.
—No sabía que estabas tan hambrienta —dijo él con una ceja arqueada, mirándola a los ojos.
—Yo tampoco —respondió ella, sosteniéndole la mirada.
Una media sonrisa se posó en los labios de Derek mientras la miraba y, aunque Mana intentó suprimirla, no pudo evitar devolverle el gesto, produciéndose entre ellos un silencio que, a diferencia de hacía un rato, no era para nada incómodo, más bien era de complicidad, fue un momento íntimo y divertido por la broma compartida.
Sin embargo, el momento fue interrumpido por el teléfono de Mana que comenzó a sonar incesantemente, ella miró la pantalla y todo su cuerpo se tensó al instante cuando vio el número; declinar la llamada le pareció muy irrespetuoso, así que simplemente puso el teléfono en silencio y lo dejó timbrar hasta que el buzón de voz se activara. Con todo lo que le estaba pasando no tenía la fuerza para lidiar con ella.
—¿No tienes ganas de contestar? —preguntó Derek intrigado.
—No... es que... puede esperar. —Mana sabía que no tenía por qué decir nada más, pero aun así sintió la necesidad de explicarse—. Es mi madre... nuestra relación es complicada.
—Supongo que no soy el único en el club, aunque no imagino a nadie peor que Arthur Mcfale.
—Pues si consideras malo que una mujer permita que su marido la golpee a ella y a su hija con tal de poder disfrutar de su dinero, entonces te gano por mucho.
Escupió las palabras sin darse cuenta, no tenía ninguna intención de contarle a nadie esa parte de su pasado, pero los malos recuerdos se apoderaron de ella. Miró a los ojos Derek con un poco de vergüenza, y notó que no estaba reaccionando muy bien a lo que acababa de confesarle; su mirada se oscureció; su ceño estaba fruncido y tenía los puños apretados sobre la mesa.
—Lo siento, entiendo que no quieras hablar con ninguno de los dos —dijo con amargura.
—Mi padrastro murió hace algunos años, así que solo es ella.
Mana no volvió a hablar con Margaret, su madre hasta que George murió, hacía ya cuatros años; la llamó por teléfono para darle el pésame, aunque la verdad no lamentaba para nada su muerte, pero cuando quiso que se reunieran no pudo hacerlo, no pudo perdonarla del todo por permitir que ese maldito la maltratara de la forma en que lo hizo.
Accedió a que hablaran de vez en cuando por teléfono, pero nunca se han vuelto a ver en persona. No creía que a ella en realidad le importara ya que, desde que heredó los millones de su difunto esposo, se había dedicado a viajar por el mundo y tener amantes por montones, solo la llamaba cuando se sentía sola o aburrida.
Katie interrumpió sus pensamientos llegando con la comida, la muchacha no podía apartar la vista de Derek mientras les servía, aunque él ni siquiera la miraba. Al terminar Mana vio como la chica se reunía con sus compañeras, todas reían y suspiraban, seguramente comentando lo guapo que era el hombre de la mesa que acababa de atender.
—¿Te arrepientes de lo que pasó anoche?
Esa pregunta tomó totalmente desprevenida a Mana, quien volvió a mirarlo de inmediato; sabía que en algún punto hablarían de ello, pero pensaba que él lo estaba evitando o que simplemente quería pretender que nada pasó.
—No, claro que no — «Cómo podría arrepentirme de la mejor noche de mi vida» pensó—, pero no puedo bajar la guardia. No he tenido mucha suerte con los hombres en mi vida —admitió con pesar.
—¿Sabes?, no sé si podría llamarme a mi mismo una buena persona y, a muy temprana edad, entendí que estoy bien jodido —dijo tocando el lado derecho de su cabeza con su dedo—, pero, si te sirve de algo, yo no soy mi hermano, ni mucho menos el malnacido de tu padrastro.
Mana estaba sorprendida y a la vez conmovida por sus palabras, no sabía qué responderle, sin embargo, al verlo empezar a devorar su hamburguesa, comprendió que él no esperaba una respuesta. Decidió relajarse e intentar olvidar sus problemas, aunque fuese por un momento. Quería disfrutar de la comida, tomarse una deliciosa malteada y ser envidiada por Katie y las demás chicas del restaurante.
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