Capítulo 17
Al escuchar el auto aparcar en la cochera Mana sintió una gran sensación de alivio, pero también de enojo por como ese tonto había salido sin decirle nada y en su estado, además de colgarle el teléfono sin ningún decoro. Estaba en el sofá con Sherlock a su lado, cuando Derek entró por la puerta principal; se veía molesto, pero eso no la intimidaría, ella estaba aún más molesta y con justas razones.
—¡Se puede saber qué carajos pasa contigo! —Mana no era alguien a quien le gustara gritar, pero la desaparición de Derek más el horrible día en el trabajo la pusieron al límite—. No sabes el maldito día de mierda que tuve y luego, al llegar aquí me doy cuenta de que no estabas. —Derek no dijo nada y simplemente se sirvió más whisky mientras la escuchaba—. ¿Sabes qué? Olvídalo, no soy tu enfermera. Hay cosas más importantes de las que preocuparnos. Hoy llegó el informe de todas las joyas con piedras falsas encontradas en las tiendas, fueron más de cincuenta, sin contar las que probablemente se vendieron. Tenemos que demostrar que Dexter no tuvo nada que ver con...
—Mana, él lo hizo —dijo con calma, después de dar un sorbo a su trago.
—¿Qué fue lo dijiste? —Ella sintió como su sangre se helaba al escuchar esas palabras.
—Hoy me reuní con el falsificador con quien hablaba Dexter en la foto que te mostró Víctor, todo es cierto, Dexter le entregaba las joyas para intercambiar las gemas reales por falsas, estuvieron trabajando en eso alrededor de un año.
—No, eso no es cierto, no es posible. Ese... ese hombre miente, Dexter jamás haría algo así. —Mana se negaba a creer que su mejor amigo fuera capaz de un acto tan ruin.
—Sé que es difícil de creer, pero tienes que aceptarlo...
—¡Tú no sabes nada!
Ella se abalanzó sobre él, golpeando su duro torso con los puños cerrados, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Derek recibió cada puñetazo sin poner ninguna resistencia, comprendiendo que debía desahogar de alguna forma su tristeza. Cuando, por fin pudo detenerse, dejó caer los brazos cansados y él la abrazó por un instante antes de tomarla por los hombros y empujarla despacio hacia atrás para verla a los ojos.
—Ven conmigo —le dijo de la nada.
Subió las escaleras a toda prisa, Mana le seguía los talones sin entender que pasaba, hasta que llegaron al cuarto de Dexter. Derek entró, caminó hacia la estantería y tiró todos los libros al suelo, dejando al descubierto la caja de seguridad que habían visto antes. Para sorpresa de Mana él comenzó a digitar los números dos, cero, nueve y la caja se abrió sin problemas. Mana se acercó para ver su contenido, era una pequeña bolsa de terciopelo rojo y unos papeles.
Derek sacó la bolsa y se la entregó a Mana, quien dejó caer todo su contenido sobre la cama, dándose cuenta de que se trataba de diferentes tipos de gemas. Tomó su lupa y revisó algunas de ellas, todas estaban perfectamente cortadas y pulidas, pero todas eran falsas.
Luego Derek le entregó los papeles, en ellos, entre otras cosas había fechas desde el año anterior hasta hacía tres meses, con espacios de dos y tres meses entre cada una; numeración de joyas autorizadas para su distribución y venta, las mismas que estaban en el reporte que había recibido, y por último, también había códigos de lotes de piedras preciosas, los que contenían las más valiosas. Mana apretó con fuerza los papeles entre sus manos hasta arrugarlos por completo, al tiempo que las lágrimas volvían a asomarse por sus ojos esmeralda.
—Es cierto, sí fue él...
Su corazón se rompió en mil pedazos al descubrir que la única persona en la que creía que podía confiar, la había defraudado.
Derek vio la decepción en los ojos de Mana y por un momento odio a Dexter por causarle tal dolor; aunque sabía que no podía juzgar a su hermano, pues él mismo había renunciado a ese derecho hacía muchos años, no podía perdonar sus actos tan egoístas, sin importar lo cruel que podía llegar a ser su padre, le era imposible justificar sus crímenes.
También se odió por ser quien le mostrara las pruebas de que su hermano en realidad era culpable, pero era necesario hacerlo si quería encontrar una pista sobre su muerte, y ahora la tenía. Había intentado abrir esa caja fuerte una infinidad de veces, probando todas las combinaciones que se le podían ocurrir, sin ningún éxito, hasta que vio el anillo de Dexter en su dedo mientras abrazaba a Mana y pensó en él y en donde lo encontró... habitación doscientos nueve. Gracias a eso, ahora sabía que su hermano había estado en ese lugar más de una vez, y que su asesino también podría estar involucrado en la falsificación de joyas.
Mana salió del cuarto en silencio y se dirigió a su habitación, Derek decidió que lo mejor era darle un poco de espacio y dejarla asimilar todo lo que estaba pasando, pero luego de intentarlo por un largo rato en su propio cuarto, no pudo lograr dejar de torturarse pensando en ella. Debía estar devastada y odiándolo, por ser el portador de todas las desgracias que le han pasado desde que llegó a su vida.
Se debatió por unos minutos entre ir a verla o no; quería asegurarse de que estaba bien, pero temía que su presencia solo empeorara las cosas. Su incertidumbre fue interrumpida cuando escuchó unos golpes en su puerta, no podía ser nadie más que Mana, así que se apresuró a abrirle para no hacerla esperar.
Estaba de pie frente a él llevando puesto un camisón negro de seda que se moldeaba a su figura como si hubiera sido confeccionado especialmente para ella; sus ojos estaban un poco hinchados por el llanto, pero lo miraban de una forma distinta a lo habitual; su pelo salvaje caía como una cascada hasta casi alcanzar su cintura y sus labios carnosos eran constantemente mordisqueados por sus pequeños dientes.
—¿Puedo pasar? —preguntó indecisa.
Derek se alejó de la puerta para dejarla pasar, sin entender muy bien por qué estaba allí, tal vez quería gritarle, culparlo por todo su dolor. Ella se adentró en la habitación, pero no avanzó mucho, solo se quedó parada frente a él mirándolo a los ojos con tristeza; aunque había algo más en su mirada, algo que lo inquietaba e intrigaba a la vez.
—Mana, sé que estás herida y siento que todo es mi culpa.
—Sí, lo estoy. Todo ha sido un caos desde que llegaste. —Él sintió una punzada de dolor al escucharla confirmar lo que ya temía—. Pero no es tu culpa. —Ella se acercó más a él y puso su suave mano sobre la mejilla—. Supongo que sería muy fácil responsabilizarte a ti por toda esta locura, pero la verdad es que era inevitable. Tú no mataste Dexter, ni lo obligaste a mentirnos a todos; tú solo buscas justicia y, por eso, estoy feliz de que estés aquí.
—Eso me hace sentir un poco mejor, aunque...
Antes de que pudiera terminar de hablar, Mana abordó sus labios con un beso que lo sorprendió y lo cautivó. Sintió el impulso de responder a ese beso, pero no podía aprovecharse de su vulnerabilidad. Con cuidado tomó su mano y se apartó de ella.
—Mana, yo...
—No me rechaces Derek, por favor. Tú eres el único que me hace sentir a salvo, el único en quien puedo confiar. Solo quiero dejar de sentir angustia y dolor, aunque sea por un instante.
Sus palabras tenían un efecto hipnótico en él, quería volver a besar sus labios más que nada en el mundo, pero debía estar seguro de que era lo que ella en verdad quería.
—No quiero que hagas algo de lo que te arrepentirás en la mañana —le advirtió.
—No voy a arrepentirme de nada... te deseo —susurró en su oído.
Mana puso sus manos alrededor de su cuello y rozó sus labios con los suyos tentándolo, y él se rindió a la tentación, al deseo que arropaba cada centímetro de su ser y que empezó a crecer en él desde que la conoció. Quizás era un error, quizás mañana despertaría odiándose a sí mismo por ceder tan fácilmente a esa locura, pero en ese momento le importaba un comino lo que pasaría, solo le importaba ella, sentirla, tocarla...
Puso sus manos sobre su espalda y la acarició a través de la delicada tela. Sin poder contenerse, la besó con intensidad, dejando que sus dedos resbalen hasta su cintura para abrazarla con firmeza, pegando su cuerpo al suyo. Mana comenzó a guiarlo hacia la cama, hasta que ambos se dejaron caer sobre ella, sus besos eran cada vez más intensos y sus manos le acariciaban todo el cuerpo provocando suspiros y gemidos agonizantes, que lo instaban a continuar.
Derek quería cumplir su anhelo de hacerla olvidar todo lo que estaba pasando, quería que solo pensara en él, en sus caricias, en sus besos. Él también quería olvidar, quería perderse en su curvilíneo cuerpo y que, al menos por una noche, solo existieran ellos dos. Empezó a devorar su cuello y a bajar lentamente, mientras con los dedos le quitaba el camisón. Cuando su boca alcanzó sus senos decidió tomarse su tiempo en ellos, besándolos, lamiéndolos y chupándolos. Mana se retorcía bajo su cuerpo y alzaba sus pechos, intentando adentrarlos aún más en su boca.
Terminó de desnudarla, quedando maravillado por lo hermosa que se veía de esa forma, totalmente expuesta. Se levantó por unos instantes para quitarse la ropa y rápidamente volvió a colocarse sobre ella; la sensación de ambos cuerpos unidos, frotando su piel aterciopelada, era abrumadora y excitante, su respiración se había sincronizado sin que se dieran cuenta, y sus lenguas bailaban en perfecta sincronía. Hacía mucho tiempo que Derek, no sentía este tipo de conexión al hacer el amor, era como si sus subconscientes se hubieran reconocido y hubieran estado esperando por ese momento.
Mientras devoraba sus labios, Derek continuaba explorando el cuerpo de Mana con sus manos hasta llegar a su coño, su pene se puso duro como una piedra, al sentir lo húmeda que estaba; jugueteo con su clítoris frotándolo continuamente, y luego introdujo un dedo dentro de ella. Mana parecía que iba a explotar de placer, gimiendo y retorciéndose, demandando cada vez más fricción con sus movimientos de cadera. Debía admitir para sí mismo, que era un deleite para su ego el ver como disfrutaba de sus caricias, y él a su vez disfrutaba verla tan desinhibida, tan perdida en ese mar de placer en el que ambos se estaban hundiendo.
En afán por excitarla decidió ir más allá; ya no eran uno sino dos dedos los que entraban y salían de su caliente interior, a la vez que su pulgar atormentaba su rozagante clítoris. Supo que estaba al borde, cuando sus piernas se abrieron de par en par y, con fuerza, le clavaba sus uñas en la espalda. Decidió poner fin a su tortura y sacar los dedos de su interior para dar paso a su miembro. Se introdujo en ella despacio, disfrutando cada sensación que le producía las apretadas paredes de su vagina como nunca antes lo había hecho.
—Derek...
La forma en que pronunció su nombre no hizo más que incrementar su deseo, si es que eso era posible. La miró fijamente a sus ojos verdes y sintió como un hechizo de pasión lo envolvía, no podía apartar la vista de ellos mientras la penetraba una y otra vez, incrementando el ritmo con cada movimiento. Los gemidos de ambos se mezclaban en una perfecta armonía, Mana enredó sus piernas alrededor de su cintura y él se aferró a su trasero para poder adentrarse más profundo en ella.
La embestió con ferocidad, olvidándose del tiempo, de sus temores... de los monstruos que los acechaban. El mundo se había apagado para él, y ella era la única luz que podía ver en medio de la oscuridad. Sus cuerpos se habían fundido en uno solo, moviéndose al unísono en una sinfonía de placer y lujuria.
Mana se aferró a él con más fuerza, su alarido de júbilo y los calientes jugos que ahora recorrían su miembro eran señal de que había alcanzado el orgasmo, pero él aún no estaba listo, continuó entrando y saliendo de ella, provocándole más gritos, quería darle el máximo placer, que se corriera una vez más antes de que él lo hiciera. Se apoderó de sus labios con violencia, el tiempo que incrementaba la intensidad de su penetración hasta alcanzar su objetivo, volvió a sentirla convulsionar debajo de él y entonces, se dejó llevar.
Explotó como nunca antes, llegando a un clímax tan intenso que aturdió todos sus sentidos.
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