Capítulo 13
—... Y le dije: Aquí está el bolso Dior que me pediste, ahora o me abres las piernas o te pones a cocinar, como prefieras pagármelo.
Derek cubría sus ojos del sol, mientras su padre, John y los inversionistas de la joyería reían a carcajadas de ese chiste misógino. Los jóvenes caddies le entregan a cada uno sus palos y pelotas de golf, ya lustrados y listos para el próximo hoyo. Se sentía incómodo con los pantalones blancos y el polo a cuadros que llevaba puesto, aunque era el atuendo requerido para la ocasión. Tampoco le hacía mucha gracia la idea de pasar tantas horas con su padre, ya le era difícil adoptar el papel de su hermano frente a desconocidos, pero frente a Arthur le era casi imposible.
—Es tu turno, hijo —le dijo Arthur caminando hacia él, después de lanzar su tiro—. Trata de no hacerme quedar en ridículo —espetó cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que solo Derek escuchara.
Sin decir nada avanzó hacia el punto indicado, midió con cuidado la distancia entre la pelota y el hoyo, y se colocó en la posición requerida.
Más que la ropa y los chistes denigrantes, Derek odiaba el golf y los recuerdos que este deporte evocaban en él; cómo su padre los obligaba a jugar tanto a él como a su hermano Dexter, bajo críticas e insultos, cuando apenas tenía doce años, alegando que era necesario que fueran buenos en este juego si querían, algún día, ser buenos en los negocios; cómo Dexter, entre disimuladas lágrimas, sufría las represalias de su padre cada vez que perdía contra él, que era siempre; como su conciencia le reprochaba que nunca lo dejó ganar, aunque esto no lo hacía porque disfrutara ver a su hermano sufrir o porque quería que Arthur se sintiera orgulloso de él, simplemente se concentraba tanto en su odio y frustración que cada golpe era realizado con la fuerza suficiente, para atinarle al objetivo. De igual forma, en ese momento depositó todo su enojo en su tiro haciendo un perfecto hoyo en uno.
Mientras caminaba hacia su carrito para dirigirse al próximo hoyo, observó de reojo las miradas de admiración de los inversionistas y la expresión disimulada de asombro de su padre, pero lo que más llamó su atención fue la forma en que lo miraba John.
Desde hacía días que sentía que no le quitaba los ojos de encima, pero esa mañana ni siquiera intentaba disimular su escrutinio. Ambos estuvieron observándose mutuamente durante todo el juego, entre tanto Derek se preguntaba si acaso John sospechaba de él de alguna forma, o tal vez sabía algo que él no.
A la par de sus sospechas, el partido que se estaba llevando a cabo estaba a punto de finalizar, estando Derek junto a su padre a la cabeza y empatados, el hoyo dieciocho definiría al ganador. Era el turno de Arthur de jugar, luego de rechazar dos de los palos que le ofreció su caddie, se decidió por el tercero. Entre el silencio sepulcral de los espectadores, Arthur golpeó la pequeña pelota, creando una nube de polvo a su alrededor por la arena que levantó. Tras unos segundos de expectativa, la pelota, finalmente, cayó a unos pocos centímetros del hoyo, pero aun así se llevó los aplausos y alabanzas de los demás jugadores.
—Buen juego. —Lo felicitó John.
Arthur aceptó el cumplido, pero sin detenerse a tomar la mano que este le ofreció, caminando directamente hacia Derek.
—Veo que has estado practicando, pero ambos sabemos que no sirves para esto, así que apresúrate a perder para que pueda ganar este juego de mierda —le dijo en voz baja.
Derek lo miró a los ojos de forma desafiante y volvió a poner la vista al frente. Nada le gustaba más que hacer enojar a su padre, y sabía que ganar el próximo hoyo lo enfurecería. Lustró él mismo el palo estilo driver que el caddie le ofreció, lo abanicó varias veces antes de volver a tomar la posición de tiro y golpear la pelota, que entró exactamente dentro del hoyo dieciocho, declarándolo ganador.
Todos se quedaron atónitos y tardaron unos segundos en felicitarlo por su victoria, John lo miró con una media sonrisa en los labios y le dio unas palmadas en el hombro, luego se apartó para que Arthur pudiera acercarse.
—¿Qué diablos fue eso? —Le reprochó con una voz llena de furia, poniendo una falsa sonrisa en sus labios cada vez que volteaba hacia los demás.
—Solo quería que estuvieras orgulloso de mí, padre —dijo poniendo especial énfasis en la última palabra.
Derek le contó a Mana con cierto orgullo lo que pasó y cómo humilló a su padre durante el juego de golf, algo que a ella no le hizo nada de gracia. Aunque intentó disimularlo durante el trayecto a la mansión Mcfale, se dio cuenta de que estaba enojada por el asunto y tenía razón en estarlo, él estaba allí para descubrir al asesino de su hermano, no para enfrentar a su padre, ni tener riñas absurdas con este. Cuando. aparcaron el auto ambos salieron al unísono, habían llegado mucho más temprano para asegurarse de que todo estuviera en orden.
Mana comenzó a avanzar llevando los trajes de gala que usarían esa noche, pero Derek se quedó atrás contemplando la enorme casa que una vez fue su hogar. Sacudió su cabeza levemente y se puso en marcha hacia la puerta, debía enfocarse en su misión y estar alerta a cualquier persona sospechosa dentro de la fiesta, no podía permitir que los recuerdos del pasado volvieran hacerlo actuar de forma imprudente.
—¡Mana que bueno que llegaste, te necesito, estos amateurs me están matando! —exclamó una mujer rubia, de ojos azules y con una excesiva cantidad de maquillaje al verla, prácticamente abalanzándose sobre ella de forma dramática.
—Gabi, que gusto verte, ¿en qué quieres que te ayude?
—Necesito dar los toques finales a la fiesta y los supuestos ayudantes que contrató tu suegro son un desastre, hacen todo lo contrario a lo que les digo.
Derek pensó que eso tal vez se debía a que su pronunciado acento francés hacía que fuera muy difícil entender lo que decía. Mana aceptó ante las insistentes súplicas, le entregó los trajes a uno de los empleados de la casa, pidiéndole que los pusiera en uno de los cuartos de huéspedes del segundo piso, en el primero a la izquierda para ser exactos.
Derek aprovechó para dar un recorrido por la casa, muchas cosas habían cambiado y otras se mantenían intactas. Miró por uno de los ventanales para apreciar el jardín, «está bien», pensó, los rosales se veían llenos de vida y los arbustos estaban cortados de forma asimétrica, nada que criticar, sin embargo, no era ni sombra de lo que solía ser cuando el señor Malcon, el antiguo jardinero y quien fuera su mentor cuando empezó a interesarse en las plantas, se hacía cargo de él.
Continuó su recorrido notando que algunas de las fotos familiares fueron reemplazadas por obras de arte, hasta que llegó a una puerta enorme apartada del bullicio de los preparativos en la sala, al final de un pasillo por donde no transitaba ningún empleado o ayudante. Supo de inmediato que se trataba del estudio de su padre.
Había estado parado frente a esa puerta muchas veces cuando era niño, pero nunca se atrevió a entrar, hasta ahora. Lentamente giró el picaporte y se adentró en el lugar; era frío y oscuro, con paredes de color marfil cubiertas por diversos cuadros abstractos, a diferencia de uno que era el retrato de Arthur; el suelo estaba cubierto por una alfombra egipcia, en el fondo un enorme librero estaba detrás del escritorio de madera maciza y una lámpara de pie encendida, brindaba un poco luz a la penumbra.
—Sabes que no estás autorizado a entrar aquí a menos que yo te mande a llamar —dijo Arthur, entrando en el lugar de una forma tan silenciosa que Derek se sorprendió al escucharlo hablar.
El hombre pasó por su lado, sus miradas se cruzaron y se sostuvieron por un momento, antes de que Arthur tomara asiento detrás del escritorio.
—Solo quería avisarte como va todo afuera, padre. —Se excusó Derek.
Arthur hizo caso omiso a lo que dijo y agachó su cabeza para sacar algo de su escritorio, desde la distancia en la que se encontraba Derek se dio cuenta de que se trataba de un portarretrato. Dio unos pasos hacia adelante para ver de quien era la fotografía y descubrió que se trataba de su madre.
—¿Has vuelto a verlo?... a tu hermano.
No sabía si eran imaginaciones suyas, pero creyó sentir cierta tristeza en la voz de su padre al nombrarlo. La pregunta lo tomó por sorpresa, sin embargo, tenía que pensar muy bien su respuesta.
—Jamás haría nada sin tu consentimiento.
—Últimamente has estado desafiandome justo como él solía hacerlo. No sé qué mosca te ha picado, pero más te vale que recuperes tu cordura y recuerdes cuál es tu lugar. Sacrifiqué todo por esa joyería, por hacer un legado para ti y tu hermano, un legado que me costó lo que más amaba —dijo sosteniendo el retrato de su difunta esposa en sus manos, abandonando por un instante esa fachada de ser superior que siempre mostraba al mundo—, pero él lo rechazó por convertirse en un don nadie y no permitiré que tú hagas lo mismo.
Derek quería gritarle a la cara que no se arrepentía de haber rechazado su dichoso legado, de lo único de lo que se arrepentía era de no haber intentado convencer a Dexter de seguirlo. Quería reprocharle que lo único que alguna vez deseó era una familia unida y amorosa, pero que gracias a su ambición y adicción al trabajo ese sueño nunca pudo hacerse realidad. Pero más que nada quería partirle la cara por insinuar que amaba a su madre cuando, aún viendo como el alcohol y la depresión la estaban consumiendo, nunca hizo nada por ella.
—Tal vez si te hubieras dedicado a tu familia como lo hiciste a tu trabajo hoy todo sería distinto —dijo, sin poder evitar el reproche, aunque intentando calmar su ira y tratando de imitar la actitud sumisa de su hermano.
—¡Cuida muy bien tus palabras! —gritó exasperado, poniéndose de pie al tiempo que golpeaba con ambas manos el escritorio—. Sé que ambos me culpan por el suicidio de su madre. Fue una tragedia, jamás imaginé que Dorothy sería capaz de hacer algo así. —Se desplomó una vez más sobre la silla; su tono cambió a uno más suave, pero igual de firme—. Aunque no lo creas, yo me culpo a mi mismo cada día. Fue un precio muy grande a pagar por el éxito, pero me prometí que su muerte no sería en vano, yo no fracasaré en llevar esta joyería a la cima y tu deber como mi hijo es obedecerme, si es que algún día quieres heredar mi emporio.
Fue un gran impacto para Derek escuchar de la boca de su padre que se sentía culpable por la muerte de su madre, pero eso no significaba que lo perdonaría, ya que, aun así, para él todo ese dolor por el que pasaron, todo el remordimiento que lo atormentaba, solo eran el medio necesario para conseguir su fin, y estaba seguro de que de tener que repetirlo haría todo exactamente igual.
—Lo que tú digas, padre. Yo solo quería que supieras que Mana se está encargando de los toques finales para que todo esté listo pronto.
Sin decir nada más salió del estudio de su padre, dejándolo solo con sus culpas y remordimientos, y se dirigió a las escaleras hacia el cuarto donde estaba su traje. No estaba allí para buscar la redención de su padre, tenía que estar en una fiesta donde, probablemente, también estaría el asesino de su hermano y debía estar enfocado para identificarlo.
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