Segunda parte

Cuando llegué al Valle Somnoliento me pareció el sitio ideal alejado de los problemas de la Capitanía General. En aquel momento había sido descubierto repartiendo uno panfletos sobre la igualdad y el derecho a tener una tierra libre e independiente de España y tuve que huir sin darme tiempo a recoger nada de mis pertenencias. Luego de recorrer un largo camino a caballo al fin llegué a mi destino. Así que sacando ventaja de mi buena educación me presenté como el nuevo maestro de la comunidad, aprovechando la ausencia inesperada del mismo por lo que no vi ningún inconveniente en tomar su lugar. Aunque fui recibido de manera fría y distante, finalmente fui aceptado con cortesía. Además el ser maestro me proveería en aquellas circunstancias de ciertos privilegios como: comida y hospedaje gratuito por tiempo indefinido, nada mal para pasar una temporada.

No me tomó mucho tiempo adaptarme a la comunidad. Me consideraban un erudito, aunque debo recalcar que eran las damas la que me profesaban mayor afecto, pues los hombres me veían como un intruso e incluso un rival. Trate de seguir sus costumbres y de hacerme mas accesible, aprendiendo el oficio ganadero de la zona. Imaginen, aprendí a ordeñar a las vacas, hacer el queso, ayude a pastorear el ganado y de vez en cuando me disponía a participar de sus actividades en tiempos festivo, en especial: el coleo, aunque esa era muy peligrosa para mí, en una ocasión fui corneado por un gran toro y duré un tiempo en cama. No obstante me gané su respeto aunque no su afecto. Pero debo decir que no todo fue malo, a pesar del intenso dolor fui atendido como un príncipe, recibiendo las mejores atenciones de la señoritas que no escatimaban esfuerzos en mantenerme bien alimentado y curando la descomunal herida que debo decir que me proporcionó una cicatriz de guerra para lucir ante los demás.

Pese a ello, seguí impartiendo mis clases, apoyado en unos bastones que me fueron obsequiado por Don Pedro Almeida, el capataz de la hacienda Rucio Moro, un hombre mestizo de mediana edad un tanto huraño aunque con todo y su carácter, era un señor muy caritativo, creo que me tuvo lastima a ser hombre de ciudad, aunque a veces creía mas bien que me veía como un hombre inútil, pues una vez le escuché decir que los estudios solo servían para construir hombres flojos, afeminados y sin fuerza para el verdadero trabajo. A veces lo comprendía dado que solo había conocido el trabajo de esclavo sin descanso, aunque el dueño de la hacienda era un hombre justo y le brindaba algunas libertades o eso creía él, yo pensaba mas bien que era merecedor de eso y mucho mas pues el trabajo hay que retribuirlo conforme se desempeñe y no como agradecimiento, pero bueno ese es otro cuento. Como ya había mencionado antes, esta zona era de prósperos hacendados, ya en casi todas había disfrutados de su hospitalidad. Entre ellas había una Hacienda llamada la Potranca, me atrevería a decir que era la más grande del valle. Tanto que el General Diegos de las casas, su dueño, era tan acaudalado como miserable, pero en su palacio habitaba la más hermosa flor de los llanos venezolanos. Una bella dama de que me prendó desde el mismo instante que la vi. Y aunque sabia que era prohibida eso no evitó que tratase de entablar una amistad con ella.

He aquí el motivo por el cual he decidido a contarle este relato y déjeme decirles que fue importante, aunque debo confesar que les he mentido al decir que era un mero testigo, la verdad es que casi, y recalco, casi fui el protagonista, claro que de haber sido así, le aseguro que otro sería el que estuviera contando este cuento y no yo. De solo pensarlo se me eriza la piel.

Con el correr del tiempo, fui haciendo amistad con aquel duro General, me invitaba a su hacienda para escuchar mis historias de la Capitanía General y sobre cualquier tema político-militar dado mi conocimiento. Le satisfacía la curiosidad sin dar a conocer mis verdaderos ideales, pues como español que era el militar, este deseaba seguir disfrutando de las mieles de lo tomado por la fuerza. Sin darme cuenta me introduje en las fauces del lobo, ya par entonces la bella dama y yo éramos amantes. Recuerdo que buscaba cualquier excusa para poder ir a la hacienda. Siempre con algún motivo por tonto que pareciese, en especial cuando el General estaba ausente. Nuestro tórrido romance fue viento en popa hasta que fuimos descubiertos por don Pedro Almeida que aunque mantuvo su discreción, fue motivo para ganarme su desprecio

Eran las fiestas del Patrono San Sebastian de los Caballeros y el General y su esposa fueron los organizadores asignados para realizar la celebración en su majestuosa hacienda. Vi en ello mi oportunidad para llevar a cabo mi plan: Robarle al General la mujer. Se lo que piensan, que de seguro perdí la cabeza y si, así fue, la perdí por completo sin considerar los riegos de mi temeraria acción.

Así que fui con todo los hierro para ejecutar mi plan.

***

Al llegar a la hacienda, estaba repleta de todos los mantuanos de la región, por supuesto los esclavos tuvieron que trabajar el doble, digo, aquellos que tenían que trabajar dentro de la hacienda como cocineros o sirvientes, pues los esclavos del campo aprovechaban el tiempo para montar su propia celebración en honor a sus dioses, por supuesto con el permiso del patrón. ¡Que considerado el señor!

Entre baile y baile aproveché para estrechar entre mis brazos a mi amada, aunque solo fue por breve tiempo. No me importó. Fue cuando me topé con Don Pedro de salida del salón, yo iba en dirección de los establos para esperarla y escapar. Este me fulminó con la mirada. Fue algo extraño, sentí que conocía mis intensiones. Al pasar por un lado, me detuvo fuertemente del brazo, como era un hombre bastante delgado, su fuerza me doblegó.

-¿Qué demonio le sucede?

-Sé lo que intenta hacer, joven maestro.

-Me parece que no es de su incumbencia Don Pedro -lo interpelé tratando de apartarlo de mi camino.

-Insensato Idiota.

-¿Cómo dijo? -dije exasperado-. ¿Cómo se atreve a hablarme de ese modo?

Pero hizo caso omiso de mi comentario.

-Sabe usted que no es el primero en quedar prendado de la mujer del General... ni serás el ultimo

-¿Qué me quiere decir usted? Hable claro de una vez.

Don pedro me miró como si fuese un idiota. Me llevó a arrastras al pastizal al escuchar los pasos de la jovencita que se acercaba en dirección a nosotros. Traté de evitarlo cuando de repente sentí un puñetazo en el rostro que me dejó inconsciente.

Al despertar tenía un terrible dolor de cabeza como si me la hubiesen martillado sin cesar cercar del campanario de la iglesia, pues era como si dentro vibraba la vieja campana. Al terminar de reaccionar. Mi amada ya se había marchado, al decir verdad, la fiesta estaba punto de culminar y me encontraba rodeado de algunos esclavos de la hacienda que parecían que mi aturdimiento les causaba gracia.

Me levanté y vi a don Pedro en una esquina, impávido sin ningún tipo de remordimiento. Me abalancé a él, pero fui interceptado por los esclavos.

-Cuando lo vi por primera vez -expuso con serenidad- , pensé que era otro maestro con ideales de grandeza, un bueno para nada como muchos otros que aquí han llegado, pero también vi en usted a un hombre de buen corazón. Pero luego echo al estierco todo al involucrarse con la mujer de General. Y me dije: Que idiota es este mentecato.

No dije nada, él prosiguió:

-Usted no es el primero que intenta llevarse a esa mujer del demonio. Escúcheme con atención, usted decidirá si oye mi consejo o se vuelve loco y se la lleva. Le puedo asegurar que no llegará muy lejos y allí sellará su muerte. Estoy seguro que no lo logrará jamás ni lo veremos más nunca por estos lares.

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